Sábado. 14 de septiembre de 1492
Dicen que
contaba la historia, devenida con el paso del tiempo en leyenda, en cualquier
caso, mentira, oral o escrita, escuchada o leída, por unos o por otros mil
veces narrada, generación tras generación tan olvidada como recordada.
Cantada en sus inicios, por aquellos juglares que llegaban de la parte de Qa-
Al-Ala-Tayud, cantada, escrita y contada, por el primer cronista del que hay
constancia en Calamocha, un tal Ibn BLA´Sqo, que dio en afincarse aquí, hasta
nuestros días.
De las hoy
Cuatro Esquinas a también hoy el Poyo del Cid, que allá por finales del siglo
XV en las afueras de Calamocha, de la que mira hacia el Levante, sucedió
algo extraordinario.
El
nacimiento del Rabal o las Fiestas del Santo Cristo, pues aún hoy en día se
mantiene la duda de que fue antes, al suceder todo la misma tarde noche, en la
que murió el Ala-Rabal.
Apenas un
puñado de fuegos, de hogares repartidos por el Barrio Verde, la Poza de los
Tres Deseos y la Calle del Tru-Jal-Raba, donde por todo ingenio, oculto, el
nombre lo dice, un trujal, allí mismo donde siglos después apareciese la Virgen
del Callejón, tan desconocida como milagrosa, y algún que otro pitañar más,
pocos, al otro lado, en el Ara-Ñal de Q-At-Alan cara la Era del P-Al-Tre
asomando a la amurallada Cerrada de Sancho.
Daban cobijo
mayormente a más que pobres, mendigos, tan honrados como humildes ladrones, que
vivían como podían, lejos de toda ley y Dios verdadero y que no haciendo nada
la mayor parte de las veces, porque nada había que hacer, porque no había
tierra ni peonadas, ni nadie de más abajo que les diese faena. Pudiera parecer
a los habitantes de al lado, de la llamada Qua- Ala-Mocha, que estaban siempre
de fiesta, cantando como lo hacían en las tierras del Sur de la península, allá
en los confines de la Al-Bonica en el Ala-Rabal.
El hecho de
que de vez en cuando desapareciese algún tocino, les libraba de males mayores,
y es que el hambre, no espera y cuando se trata de comer, hay que comer.
Como el
perro el rabalero, a ojos de la gente de bien, ni hacían ni dejaban hacer, poco
era lo que respetaban, menos aun las fiestas de guardar, que el comer sabido es
no espera y hay que procurarlo todos los días…. Aquel tercer mandamiento de
Santificaras las Fiestas, lo tenían tan olvidado como el séptimo, del que eran
fieles devotos.
Dicho de
otro modo no se les veía por misa, arramblaban con lo que podían.
Y en
aquellos años se podía perdonar prácticamente cualquier mandamiento, cualquier
cosa salvo el hecho de no ir a misa, y aquello, aquel detalle (que te delataba
como zancarrón), acababa domingo tras domingo, fiesta tras fiesta, con la
paciencia del noble y cristiano pueblo de Calamocha, apiñado en torno a la
Morería bajo la generosa sombra del otrora castillo de Musa. El que esté libre
de pecado que tire la primera piedra.
Aquel sábado
14 de septiembre de 1492, festividad del Santo Cristo en la Morería, a los, de
lo que luego serían parte del Barrio Bajo, a los de Calamocha de toda la
vida, vino a terminárseles la paciencia y decidieron a la entrada del Coso
agostados de palique, subir a pedir explicaciones y enseñar el camino de la
iglesia a los haraganes zancarrones, de los pobres barrios de cara Al-Poyo.
Como aquel
que dice, a tirar la primera piedra.
De la mano
de Pascal Misifud, conocido como Gato, por sus vecinos conversos, caminaron
juntos en un principio, se les acabó la paciencia a unos y otros, todos
cristianos viejos, judío éste, el Pascal, que en estos de los gremios
llevaba la voz cantante y pensó, "ya les toca, vamos para arriba a
repartir estopa, si son pobres, ya les prestaremos, ...A por
ellos"
La cosa
acabo como acabo, los del Ala-Rabal, no lo esperaban, y liose la de las Navas
de Tolosa por la cantidad de piedras movidas aprovechando la cantera de la que
luego, siglos después, seria llamada la Era de San Roque, en la parte baja del
Ala-Rabal donde se libro batalla. Al resguardo de el calor.
Los de la
Morería superiores en número, mejor organizados y con Dios de su parte, miraron
hacia las tierras del A-Jutar, a sus ojos baldías, llenas de moreras y
acogedores ribazos, objetivo encubierto de tan gran dislate, paso obligado del
agua que regaba sus tierras, y dijeron “hasta aquí hemos llegado, a partir de
ahora, a misa, esto es Calamocha y estos son sus Arrabales.”
Un puñado de
aquellos del Barrio Verde y La Poza se marchó huyendo hacia el paraíso del sur,
pronto de andar se cansaron, días más tarde en Al-Poyo, fue donde se asentaron,
y fundaron el pueblo nuevo ya en el llano y de los pocos que quedaron
aquella noche, heridos y maltrechos, ninguno se avino a entrar en razón,
ninguno quiso doblar el Qan-Ton puerta de la Morería y bajar a misa, ni menos
aún abandonar su tierra.
Un día es un
día y una paliza es un rato, pensaron esos cuatro, que se quedaron, defendiendo
lo suyo, el Ingenio del Trujal oculto y la entrada a la Mina.
Ako El
Rab, los Q ´At Alan, los M´Ala Kos, la familia de Es-Quelas, un
puñado de recién llegados de lejanas montañas, conocidos como Los Serranos
primeros cristianos viejos que dieron alli en asentarse, y alguno que otro
más, optaron por resistir, en justicia la siesta les impido huir, así,
que allí mismo, decidieron los calamochinos de bien, amparados en Dios,
llevarlos a la hoguera, quemarlos y acabar con el problema. Un poco más allá de
la hoy calle Ingenio decidieron pegarles fuego.
“Que se vean
las llamas en Mont-Real.Que no huya el Renegado Giusepe Luigi Al Sancho,
apresarlo si ha lugar, que venga y deje constancia de todo cuanto vea, qué
pinte por fin algo que valga la pena".
Dadas las
pocas ganas de verse de los que allí vivían, no les fue difícil reunir a los de
la misa, un buen montón de zarrios, y leña y en lo alto, cual brujas
alcahuetas, que de todo pecaban los del Ala-Rabal, atados de pies y manos los
cuatro que quedaron sin entrar en razón.
Fueron los
críos de la Morería, armados con carracas y matracas, quienes se dieron un
festín, los encargados de ir casa por casa arrancando todo lo que ardiese para
ponerlo a los pies de la hoguera, jaleados por sus mayores. No hallaron piedad,
ni aún las ratas, menos aún los pobres que allí habitaban, ni entre las
madres de los niños hubo compasión. Cohetes, tracas, petardos llegarían siglos
después para aquella misma noche recordar todo su jaleo, todo su miedo, hasta
que una tragedia tras otra, los silenciase, no hace tanto: “Lo mismo tiro el
cohete para arriba, que lo tiro cara la puerta hacia el Cristo, que aquí yo
hago lo que me viene en gana”… Aquel fue el último en sonar. Por su parte los zagales,
sino de los nuevos tiempos, dejaron de pedir leña por las casas, ya no hay
leña, ni aun en las eras,... ¡Ni muñeco que quemar hacen!.
Y hasta hace
cuatro días, los zagales del Barrio Bajo corrían a pedradas a los del Peirón,
cuando no era al revés, uniéndose otras veces, tomando el camino de Navarrete
para tratar de conquistarlo, emulando a sus mayores de siglos atrás. Sin tomar
jamás el camino que lleva a los parientes del Poyo del Cid.
Y ya
anocheciendo y para que escarmentasen, trabajasen y fuesen a misa, decidió el
mas lanzado, el más valiente, el primero en todo salvo en acudir a la iglesia,
seguir y no parar, pegarle fuego a la hoguera, tras rezar fuego amenazante en
mano, una oración de esas que solo el sabia en pro de la salvación de las almas
de los que se negaban a ser calamochinos… La primera salve que allí se dijo.
El que menos
preocupaciones tenia, el Tío Preocopio, le decían, marino de fortuna llegado de
Italia, contaba ser de familia noble emparentada con los Nerones ni más ni
menos,… otro que vivía sin trabajar, pero en este caso, la ley y Dios, de su
mismo pueblo, de Roma, le perdonaban, encendió la hoguera por fin.. Meses más
tarde se diría pariente de un tal Cristobal Colon, su mismo padre resulto.
Buena fue la
que prepararon, aquello ardió en un visto y no visto, y para sorpresa de todos,
pasadas las llamas, agotada la leña y los zarrios, los ajusticiados seguían
vivos, no ardieron bajo el fuego purificador, señal dijeron los justicieros de
la Morería de que eran puros…
¡Milagro!. Ahora
sí, era la hora de rezar, para evitar castigos divinos, todos a una. Misa a las
nueve, allí mismo y no en la iglesia.
Aún salió
por ahí un figura que aposto por aprovechar, antes de rezar y comulgar, las
brasas para asar alguna costilla, longaniza y chorizo y alguna florecida
morcilla con el fin de cenar todos en hermandad, con el fin encubierto de
verlos cenar tocino a los que se salvaron de la quema.
Entrada la noche, no quedo duda alguna, Calamocha llegaba hasta la
hoguera,… “Podéis quedaros, sois de los nuestros, podéis levantar sobre las
cenizas un Peirón que diga esto es Calamocha y vivir a su alrededor y
vivir bajo su protección… vivir a la paz de Dios”
Sin embargo,
los ya calamochinos, los rabaleros orgullosos, “un Peirón, cuatro piedras,… tan
poca cosa, eso lo hace cualquiera….”
Ellos que en
una noche cerrada de invierno, despechados no de amor sino de hambre,
cavaron la Mina que atraviesa de Oeste a Este el Rabal,… para llevar el agua,
para cruzar las Murallas del vergel de la Cerrada Sancho y procurarse sustento,
no se iban a conformar con vivir junto a algo tan insignificante como un
Peirón.
Y así en
unos días, fanfarrones ellos, edificaron la Ermita del Santo Cristo, con
las piedras de la batalla.
Escrito
queda, como llego el Arrabal a Calamocha como nació su ermita con la puerta
orientada al Norte y no hacia el Este, no mira pues la puerta hacia donde sale
el sol, si no hacia el pueblo calamochino, en contra de toda lógica cristiana,
como muestra, tal vez, de acogimiento hacia quienes suben de los barrios
bajos a sus tierras, y sus fiestas a celebrar cada 14 de septiembre en honor al
Santo Cristo, a festejarla ni más ni menos que con una hoguera y un infiel
muñeco de paja, ya ausente, en lo alto.
Hay otra
fiesta, no menor, pero si más familiar, cada mes de mayo, cuando los
descendientes de aquellos que huyendo, quisieron curarse en salud y encontraron
cobijo en el Poyo bajan a ver a sus parientes, bajan a la ermita. Son para los
Rabaleros, los Curitos del Poyo.
En realidad
fue la noche del Santo Cristo la fiesta grande de Calamocha hasta como aquel
que dice, cuatro días, hasta que llego la peste a fines del XIX y hubo que
pedir ayuda fuera, a Francia ni más ni menos, a Montpellier, donde un tal San
Roque, finalmente se las vio y se las deseo, las paso canutas, pero acabo con
la enfermedad y de fuera vendrán, que de casa te echaran, el Santo Cristo dejo
de ser el patrón de Calamocha para ceder el puesto al bueno del francés, y así
hasta nuestros días. Menos mal, que me queda el arrabal, debe el Cristo pensar.