Lleva tanto tiempo fuera de
Calamocha, como yo en el mundo, probablemente más. De vez en cuando viene a
verme. Al pueblo ya solo vuelve también muy de vez en cuando, y casi siempre
para comprar madalenas; Dice que se levanta un día, se sienta a desayunar, y
añora las madalenas, baja a la cochera, agarra el montante se sube al auto y se
jopa, va y viene en el día.
Pero ya reconoce, que las prisas
ya pasaron, se queda un par de días, pasea, ve a los amigos, no deja de sorprenderse
de lo que ha cambiado Calamocha… El jamón ya le cansa, cosas propias de la
edad, el esfuerzo de cortarlo puede con él, a todos llegara un día que nos
pasara igual, ya no lo echa de menos, se niega a comprarlo fileteado, dice que
sabe a plástico, que se lo coman los valencianos, él no.
¿Quien pudiera ahora beber vino
del trujal? me dice con cara de pena, habla, pregunta, recuerda, siempre
estamos en las mismas, los de Calamocha, fuera de Calamocha, somos unos
pesados, monotemáticos, insufribles, no hay quien nos aguante, no sabemos al parecer
hablar de otra cosa, que no sea del pueblo.
Me voy dice, ya no vuelvo mas a
verte, te voy a mandar a escaparrar, ¿joder te has enterado de quien se ha
muerto?,… y a ti qué más te da, si ni lo conoces. La juventud no conoce a
nadie, todo le da igual. Tienes razón le digo, no expliques quien es, no lo
quiero saber, menos, si dices vivió en el Barrio. Cuando se muere alguien que
no conoces, parece que se muere menos, no me lo cuentes.
Si es que llevo muchismos años fuera, un día
me tuve que ir, para esporriñarme….
Entonces, me da la risa, no puedo
parar de reírme, el me mira y se calla, seguía a lo suyo, recordando, nunca se
acuerda de comprar el libro de Agapito, el de Rubio. Dice que eso le pasa
porque cuando va a Calamocha, allí no echa de menos nada, vuelve a la carga, este
ultimo año me lo ha contado tantas veces como nos hemos visto, media docena al menos,
yo fui a la escuela con la hermana de Rubio, hará unos años la vi en fiestas,
si no mucho, asegura, quince o veinte. Se calla, no puedo parar de reírme.
No voy a venir a verte nunca más,
no hay forma de llevar una conversación contigo, pareces un navarretino desustanciado,
a ti te debían de haber cogido los del Rabal en aquellos años y haberte dado
una paliza, no le falta razón. Viene y me abruma, pregunta por todos, y yo
apenas puedo seguirle, me sobrepasa, habla, recuerda, empieza, vuelve.... Deja
de reírte ya.
Has dicho esporriñarse. Hará
otros quince o veinte años que no oigo tal palabra, es asombroso, genial, que después
de tantos años, como aquel que dice, ayer mismo, volverla a oír. Me parece
sencillamente entrañable que después de tanto tiempo, sigas hablando así, yo de
mayor quiero ser como tu.
Pues era tu abuelo el que más nos
lo decía: Dejar a los zagales en paz, que ya son mayores, que trabajen, que
conozcan gente, que hagan todos los recados, que se vayan esporriñando, que en
esta vida les ha de tocar de todo.