Y es que la alegría
cansa. Por eso no me extrañó que aquello terminara. (Juan Rulfo)
Camino del “Charco”
el pasado San Cristóbal llegaba al pueblo y conociendo que ni mi padre ni su
abuelo estarían en casa acudimos directos al cementerio a verlos por primera
vez tras la lápida del Nazareno grabada por Corbatón. Por fin descansaba,
después de tantísimos males como le asolaron en la hora final, “¿y para que
tanto?, semejante cruz”, me preguntaba al verlo morir día a día. Aguardando
ya sin prisa, junto a tantos que le precedieron, nuestra segura llegada.
Siendo ya tierra
calamochina, esa que tanto quiso y nos enseñó amar lo dejamos atrás camino del
cementerio de Navarrete donde mi suegro tiene su última morada.
En el trayecto entre uno
y otro pueblo siempre sucede lo mismo, la vida tranquila más allá del
camposanto es un camelo más, uno de tantos a propósito del romanticismo rural
tan de moda. Sombra que veo por el retrovisor, sombra que me adelanta. No voy
despacio conozco la carretera y tal cual la deje cuando me jope el siglo pasado
sigue, el segundo me da las luces, pita. Tiene prisa por llegar allí donde
aguardan.
Al fondo, por fin, la
torre de Navarrete con la cara lavada y recién peinada luce maravillosa
restaurada, la fotografía desde la puerta con el pueblo más allá resulta bella
en cualquier época del año.
Ha llovido, barro por
todos los lados. Me fijo y veo un pequeño coche nuevo atascado bajo el puente
de la vía, aquel que una cosecha atrás al contrario de lo que sucede en la
célebre película hundieron para volver a construir y dejarlo tal cual como si
nada hubiera sucedido, a duras penas consigue pasar.
“¿Qué tal están por
Navarrete?” preguntara mi suegra en Zaragoza.
Tranquilos, barruntaban
lluvia, no se querían emporcar ni su única muda ni los zapatos de los domingos
y no salieron como otras veces al vernos. Deseando volver a existir, pero eso
nunca pasara, echan de menos el verano pasado con aquel trajín de obras y gente
que iba y venía y les tenía tan entretenidos. Mientras ahora un año después
andan una vez más viendo pasar de largo tractores, maquinaria y cosechadoras
que con el puente a mano deben pegar la vuelta y el tren que unos días les
saluda y otros no, pasa cada tanto y no siempre. Todo está igual, la cosa no
cambia ni cambiara, no lo espere. De vez en cuando provocan al bueno de Don
Justino “El Viejo” a quien en tan alta estima y bien merecida tienen para que
tome cartas o bastones en el asunto. Se aleje uno días de Santa Margarita y se
acerque hasta Madrid lugar de donde parecen venir todos los males, aunque tal
vez no sea menester ir tan lejos. “Que vaya algún joven” replica riendo
con razón y vuelve a contar lo que a él le sucedió cuando por defender lo suyo,
su pueblo, en el Congreso atizo un bastonazo sobre el escaño de Romanones harto
de verlo cascar y cascar sin mover un dedo por nadie que no fuera el, sablazo
que hizo el mismo efecto que si se lo hubiera estrellado contra su noble cabeza
de Conde. Ninguno. Termino allí mismo su vida política al tiempo que se ganó la
gloria eterna entre los suyos.
Mi suegro y los demás
navarretinos muertos testigos privilegiados de aquellos días del verano
anterior, conscientes de tener por delante toda la eternidad aguardan ver que
pasa antes, si el puente nuevo o la llegada de nosotros los vivos, sabedores
como dice mi suegra que muy probablemente no habrá nadie entre los vivos que se
plante y de un bastonazo.
Nada puede durar tanto,
no existe recuerdo por intenso que sea que no se apague. (Juan Rulfo)
Articulo publicado en El Comarcal del Jiloca 6 de agosto 2020