Invariablemente todos los domingos de aquellos cada vez más lejanos años del despertar a la vida, sobre las diez de la noche, volvíamos a casa, tras pasar la tarde de marcha, aquella palabra, “marcha”, que habíamos aprendido los sábados, pegados al televisor viendo Aplauso. Eran tan sólo unas horas las que estábamos fuera de casa, media docena, muy pocas, de modo que volvíamos, “obligados”, y de mala gana, por una Calamocha apacible, que sobre esas horas decía basta, y se iba a dormir. Y volvíamos, como no, con ansias de más, que para eso éramos jóvenes y nos comíamos el mundo, siempre haciéndonos la misma pregunta.
Por qué Calamocha parecía ir en contra de toda lógica, de todo el mundo civilizado, en definitiva, por qué en el pueblo, se salía de fiesta la tarde de los domingos, en lugar de la tarde noche del sábado, en la cual uno se podía eternizar sin prisa alguna por ir a la cama, sin nada que hacer al día siguiente. Será porque hace frio, pensábamos, otra explicación no le encontrábamos, eso, o somos, éramos, tontos perdidos, salvo los sábados de verano, previos a las fiestas, la marcha había que buscarla los domingos a media tarde, hasta eso de las diez cuando en la Albónica Serrano hacía sonar Soy un Gnomo.
Otro de los momentos cumbres, era el de las lentas, esos cinco o diez minutos, donde vergüenza y vanidad bailaban agarrados, Gnomo bajo cuyos acordes, cerraban al unísono todas las discotecas, todos los bares de música, dejándonos a todos nosotros a las puertas del cielo.
Quien podía trataba de alarga el domingo, y terminaba por cenar en los muchos sitios, que había, como el Parsan, Geminis, el Borrascas, La Paca y el Carril, el mismo Correos, y el Dalí… Pero la mayoría de la juventud, a dos velas volvíamos entre lamentos a casa, sin un duro, tal vez con poco menos de veinte duros, lo justo en mi caso, para comprar al día siguiente de vuelta a casa a la hora de comer en el instituto, el Zaragoza Deportiva en lo de Agudo, con aquel Real Zaragoza de Leo Beenhakker, que echo tanto de menos, como todo lo demás.
Lo dicho, era de tontos, al día siguiente, destrozados, los unos a currar, y los otros a estudiar. Siendo la mañana de los lunes, el principal tema de conversación entre unos y otros, aquel de “ayer no te vi, a qué disco fuiste”… Lo cierto es que había donde elegir, y encontrarte con uno o con otro, no era nada fácil.
Ya en la previa noche de los tiempos, unos años antes, la Albónica, gracias a su nombre, amén de la fiesta también conocimos un poco de historia, que la cultura no ha de estar reñida con la diversión, lidero la marcha calamochina de los jueves, vaya otro día para salir de marcha, si, los jueves, que Calamocha siempre fue así, del todo especial, al amparo de la inauguración del instituto y sus primeros profesores, llegados con ansia de conocimiento, de enseñar y aprender. Fueron ellos quienes dieron vida a tales noches, de la mano de los primeros garitos ochenteros, junto al Noa y el Pub Brujas, de espaldas al Refugio y sus cervezas con limón, luego devenido en el Pub Calamocha con una bolera de juguete para que los profesores del instituto en sus noches de farra, que en realidad parecían todas, tuvieran otro lugar donde jugar, ya que con los años, cada vez eran más, y como siempre pasó en todas las casas, menos avenidos, pub, con unos sofás inmensos, para ver las películas del videoclub la noche de los domingos, Pajares, Esteso, El Vaquilla, Rambo y compañía. Pub que acabo sus días, al nacer el Cerebro.
Yo por aquellos primeros jueves, que pronto cayeron en desgracia, como la misma recién estrenada libertad de la democracia, tenía diez o doce años, y recuerdo ver la Calle Zaragoza como nunca la volví a ver, con coches aparcados a ambos lados y en el centro, dejando el hueco justo en cada carril. Aquello no era libertad decían los abuelos, aquello era el más puro libertinaje, el cual no conducía a nada, bien sabían de lo que hablaban. Creo recordar además, que abría un jueves si, otro no alternándose con Las Brujas o tal vez con Las Vegas, la disco por excelencia, la primera.
Como niño, oía sus historias, principalmente a mi tío Manolo y no veía el día, de poder entrar… Las Vegas en su ubicación original, con esa fachada sacada de la Ruta 66 a su llegada a California, sus cubalibres de ginebra y Coca Cola, su irrepetible logotipo, sus camisetas, con aquella rubia desmelenada, camiseta que todos heredamos, y las pegatinas y viseras para el coche que todos parecían llevar. Y, en ella, contaban, las primeras actuaciones en directo, de grupos de los sesenta y setenta, que ya no logro recordar, pues solo conocí de oídas.
De por aquellos primeros días de los ochenta, un bar, un garito, más bien un pitañar, una peña abierta más allá de los días de San Roque, en el centro mismo de la Morería, más encanto imposible, cuyo nombre me ronda por la cabeza, sin conseguir dar con él, a buen seguro Emilita, una de las reinas de aquellas noches, lo frecuento y nos lo recuerde, era, como digo, todo encanto, de principio a fin, el mismo cartel era una caja de madera con el nombre recortado y unas bombilla de colores dentro. Abierto con el buen tiempo, en una vieja casa, una peña de toda la vida, acondicionada a marchas forzadas habitación tras habitación, bodega incluida como si fuera un bar… Hoy abrir algo así, sería del todo imposible. Aquello, como todo lo bueno debió durar lo que dura un suspiro, poco o nada, mi tía Pilarin me llevo allí un par de veces, mientras festejaba y esperábamos a su media naranja, el maestro del sombrero mejicano y concursos cerveceros, entre el humo sabor chocolate y la conversación… por eso lo recuerdo, como un bar de tía y sobrino,… válgame dios, nada más lejos de ser cierto. Llegaban sin duda otros tiempos. (1)
Y por fin llego ese día, el de entrar por primera vez en una discoteca, o al menos uno de esos días que yo recuerde, seguramente debió ser antes, un poco antes, pero qué más da, digamos que por fin fue, un 21 de diciembre de 1983, como el primero que recuerdo haber entrado en una disco, en este caso en la Albónica, y recuerdo haberlo pasado en grande, viendo como España le ganaba a Malta en aquel 12 a 1. Era, como no, una fiesta del Instituto, con toda la comarca bajo un televisor, lejos de la pista de baile. No pudo haber mejor comienzo.
Esta navidad, una tarde de domingo de aquellas ya vividas, al llegar la noche, treinta años después volví al pueblo casi por casualidad, y no precisamente para salir de marcha, aquellos días, ya pasaron. El caso es que volví y lo hice un día, ya desconocido para mí, lejos de San Roque o Semana Santa, y uno, que se cree inmortal, o que cuando menos cree que su pueblo si lo es, al llegar, piensa que todo va a seguir igual, que tal vez hayan cambiado las personas, los bares o los coches, que por cierto ahora son más feos, y la música, del todo horrorosa la actual, pero que en esencia, todo seguirá eternamente igual.
Una y otra vez, como recuerda Eva, vuelves a Calamocha y crees, la vas a encontrar, tal y como la dejaste, tal y como la viviste, tal y como la recuerdas. Ello nos mueve a volver una y otra vez a los que un día nos fuimos, para tratar de ver y vivir, o cuando menos sentir, algo que ya no está entre nosotros. Y con ello, de aquí a la eternidad, no la damos sin remedio una y otra vez. Tontos.
Nada más lejos de la realidad, todo queda ya, personas y pueblo, a años luz de aquel despertar a la vida, me costaba creer lo que veía hace tan solo unos dias, o más bien lo que no veía. Recordaba el bullicio, el trajín de coches y personas, y hasta la música ochentera me rondaba por la cabeza a la vez que caminaba, pero ni frío hacía, y si bien no iba de marcha, tenía la ilusión de ver como estaría el pueblo un tarde cualquiera de domingo, más aun en plenas vacaciones navideñas. Deje el coche lejos del Peirón, previsor que siempre fue uno, y luego comprendí, que podía haber llegado y aparcado en mi destino tranquilamente, para ver a mi tío, así que ande todo el Rabal, Calle Real abajo, y si por un casual me caigo de mis pies, muerto, doy por hecho, no me habrían encontrado hasta la tarde de la Cabalgata de Reyes.
Ni una alma en la calle, ni un coche, ni un ruido…. había oído hablar de que aquello que cantaba Mecano a propósito de Nueva York, ahora ocurría en Calamocha, pero no terminaba de creerlo. No hay marcha en Calamocha, tampoco frio y a la vuelta de unos años los jamones serán de york.
Solíamos salir de casa a eso de las cinco, con los últimos rayos de sol en invierno, sin duda los mejores, a veces sin cazadora, ni abrigo alguno, por no gastarnos unos duros más de los necesarios y andar luego perdiendo el dinero y el tiempo entre roperos o buscando entre montones de ropa. Andando hasta el Peirón, nos íbamos juntando con otros muchos que iban a en busca de su cuadrilla en el bar de turno. Ya venían también los primeros coches de otros pueblos, y algunas motos, bicis los mas jóvenes, y hasta había quien llegaba en tractor, jóvenes y no tan jóvenes, mozos viejos, de todos los pueblos, y hasta había quien, siendo del mismo Calamocha salía con el coche de marcha, cual Tony Manero, por si acaso, la tarde noche se complicaba, y vete tú a buscar un ribazo en pleno invierno. Ocasión, que nunca parecía llegar. Si bien un domingo cualquiera había gente, y más gente, cuando llegaba cualquier puente, y venían los “veraneantes” y estudiantes, el llenazo en todos los lados, era realmente impresionante, entonces, si lograbas entrar en un garito, ya no podías salir…
El quitarnos el frio, el café y las primeras cervezas, en nuestro caso siempre fue en el Correos de Manolo, guiñote y futbolín incluido, de modo que ya estábamos listos para los bares de marcha propiamente dichos, aunque poco a poco… Era imposible recorrerlos todos, pero un domingo tras otro lo intentábamos, de momento solíamos pasarnos a jugar a los bolos por el Noa, y escuchar la primera música disco de la tarde, hacernos el primer cubata, de ponche con chocolate. Y a partir de ahí…
La gente ya comenzaba a moverse desde los primeros bares, terminando el guiñote, y el futbolín en el Carril, el de los almuerzos a la hora del recreo en el Instituto, a última hora reconvertido en disco bar, de cuyo nombre no logro acordarme, o si, Gokulu (2) o algo semejante, que significaba, vete a saber qué…Hubo tantos garitos y tan buenos en tan poco tiempo, que resulta difícil hacerles justicia a todos a base de memoria, o el eterno Chato, el de los mil y un nombres, todos en vano, donde vimos ET, como no, en video, y en copia pirata, y también Superman, en una tele colgada en lo alto de la pared, sobre la puerta de los baños…como si la piratería fuera cosa de hoy… y la partida de billar en la Churrería, que nunca lo fue.
Las Vegas, ya bajo el reino de los cubatas de JB y Coca Cola, había encontrado una nueva ubicación unos metros más abajo. En la original años más tarde aparecía el Madison, y fue surcando los años, y adaptándose, New Vegas, Kisby, y como no, el Casual, que el orden de los factores no altera el producto, y no sé cómo mas dio en llamarse, mil y un nombres en mil y una noches de muisca, de disco a disco-bar, de pagar y consumición a gratis, con su final en la PK2 … con el no menos, gracias a dios eterno Don Manuel, hoy alma pater de la Pastelería Micheto, su americana y su faria de portero, sin entrada, sin sello, sin salida, no se le colaba ni uno y como no, aquel DJ que llegaba en el autobús de Zaragoza con un montón de discos bajo el brazo, a cual mejor, todos los fines de semana, quien se le daba un aire más que razonable en todo, al célebre Abellán.
Gran invento los disco bares, para todos nosotros, entrada libre, casi nada…la Albónica reconvertida, también cambio de nombre, Archie, se llamó en algún momento… gratis total, lo mejor que nos podía pasar, para recorrer todos los garitos libremente… en decidir en el orden parar disfrutarlos, se nos iba media tarde. Sin embargo, lo mejor que nos podía pasar, aún estaba por llegar, y así, apareció la Scanner, nueva a estrenar de arriba, abajo… era pagando y la llenábamos.
No había quien nos entendiera, esa es la verdad. Con el Zona 5 a su vera, el Vértice, el Desván el Boulevard, mas allá el Menta y el Baraka, cuando el Paseo San Roque era un camino hacia la oscuridad de la Huerta Grande. En cuyos lares un buen día, también, contamos con un mini golf al aire libre, una idea tan genial como tan avanzada en su tiempo, que no tardo en caer en desgracia, de haber triunfado el golf entre nosotros, hoy el Campo de Aviación, lo seria de golf, y nos lloverían autobuses de turistas en busca de sol y pelotas, jamón y capeas. Hasta en algún momento, en la parte de atrás del Chato hubo un Pub, de esos con poca luz, para ir con la novia… por dios, cuanto y que bueno… ya todos ellos, como bares, para quedar, nos hacíamos mayores y hasta los disco bares, empezaban a quedarnos grande, ya buscábamos la tranquilidad, el café, la cerveza y el contar batallitas. Las conquistas, quedaban atrás.
En realidad, desde las primeras tardes que salimos, aun siendo unos críos, siempre volvimos los domingos a casa, sobre las diez, hora en la cual el Señor Teodoro subía a la gasolinera para hacer el turno de noche, un poco antes, en los futbolines que regentaba en la calle Mayor, había parado la cinta de música de Albano y Romina del radiocasete, para escuchar los resultados de la jornada de futbol, era la hora de volver a casa.
Un día cerro, adiós a los futbolines, al pinball, al come cocos y las primeras máquinas de marcianos, aunque luego llegaron otros recreativos en otros sitios, ya no fue lo mismo, cerró como siempre a eso de las diez para no volver abrir jamás, hace unos meses el destino dejo de nuevo a la luz el viejo rotulo original pintado en la fachada, y nos trajo un montón de recuerdos, durante años tapado por el cartel del Brindis Pub, el templo por excelencia, ya no de la marcha, si no de la movida calamochina, que surgió en su lugar. Con su aparición, toda una religión a seguir por todos nosotros fue discurriendo a su lado.
Aquel bar, de luz tenue, casi claustrofóbica, parecía abierto las 24 horas del día, los 365 días del año, vino a convertirse, en el centro de todo, para cualquiera, y en especial para la gente de fuera, era el lugar por excelencia donde quedar a la hora de salir de marcha, todo el mundo lo conocía, el lugar para quedar y comenzar, o para comenzar y no parar.
Lo cierto, es que entrar, dada lo ingente y fiel de su devota parroquia, era la mayor parte de las veces, tarea imposible, los fieles parecían parte del decorado, siempre estaban ahí, aparentemente inmóviles, en su sitio, de modo y manera que había que volver sobre los pasos perdidos en busca de consuelo espiritual en los infiernos del Rincón de Mari Carmen, el Misa de Doce, otro lugar de culto y recuerdo para todos nosotros, a un paso o dos, aparecía el Nebraska ya a nivel terrenal, donde sonaba Rockabilly. Ciertamente, en aquellos años, a un paso o dos, nunca nos faltó de nada, todo nos gustaba, de todo teníamos, fuimos unos afortunados.
En realidad, unos pocos años después de aquella primera vez que entre, o entramos cualquiera de nosotros, en una discoteca, todo comenzó acabarse, víctima del paso del tiempo, nosotros mismos habíamos crecido y cambiado, y cuando volvíamos de donde fueses que hubiésemos encontrado un nuevo hogar al pueblo, cada vez nos costaba más hallar nuestro sitio, comenzábamos a perdernos en nuestro propia casa, en Calamocha, ya no sabíamos ni dónde ir, ni que hacer la tarde de los domingos, comenzábamos a sentirnos fuera de lugar.
Una domingo de aquellos, de vuelta al pueblo, el Brindis, se reinvento así mismo, y nos dio una nueva oportunidad, a la postre la última, tras, supongo fracasar en la aventura del cine, a pesar de los llenazos que se cuentan hubo para ver a la Pantoja en la pantalla grande, a quien, por cierto, también vimos en carne mortal unas fiestas, pero eso, ya es otra historia. Una tarde de domingo, vio la luz el Cinemascopas, el último gran garito, mejor Bar, donde uno se pudo encontrar a gusto, cuyas escaleras de entrada, orientadas hacia arriba, daban paso a las mismas puertas del cielo. Allí por fin, estábamos, cabíamos, todos.
Notas:
1.- Pascual Royo, Padrino del Blog desde el primer día, me recuerda lo que olvide y yo a su vez, recuerdo otras cosas ...
El Mininos en Calamocha supuso un hito entre los de su generación, un eterno entrar y salir, un trajín a cualquier hora hacia la Morería de la gente otrora joven, y que ahora están a las puertas del hogar de la tercera edad, lo que siempre conocimos como“los viejos”, (allá donde vayan o se sacan un as de la manga o ya nada sera lo mismo), aun añoran ese ir y venir, ese soplo de aire fresco y chocolate, un guateque completo, una cerveza, a cualquier hora, abrigados aun en verano, con una cazadadora vaquera de la Boutique, otro nombre rompedor, otro hito, no una tienda cualquiera, algo más, allá en las Cuatro Esquinas, que tiempo después acabo por uniformarnos a todos, en los años de la movida, aun guardo en el armario una camisa ochentera, para las grandes ocasiones. No hace tanto me la puse, por ella no pasa el tiempo.
Por el curso 79-80, a la par de la inauguración del deseado Instituto, recuerdo que cursaba quinto de EGB, y otro garito, vino a revolucionar la apacible vida del pueblo, y amenazar nuestra existencia, nuestra vida misma presente y futura, todo ello supongo como efectos colaterales de la anhelada democracia, libertad sin ira, y así, entre el Rabal y el Peiron, apareció, un bar de los antes nunca vistos tan cerca, elegante y de poca luz, con el bonito nombre de El Broche de Oro, menudo escándalo. Un bar de capital.
Bueno en realidad no tanto, pero si, dio bastante que hablar, para que nos entendamos, no era un Pub, la palabra de moda, tampoco la mas patria, de Tasca, ni un bar tradicional, sino que era algo así, como una “barra americana” No se hablaba de otra cosa, si no de quien entraba y de quien salia, y a donde íbamos a parar. Un bar así, solo trae follones, decían los mayores, pues yo he sentido que en Daroca quieren poner una carcel. Era el acabose. Todos se morían por entrar, al bar, me refiero, y todos entraron en cuanto hubo ocasión. A oler, mejor conocer que te cuente. Pero nosotros eramos unos críos,y la puerta siempre estaba cerrada.
En clase, nuestra maestra, Doña Pili, mas de una vez y dos, acabo por poner orden, y tratar de explicarnos que eran esos bares, poniendo paz entre las conversaciones que oía, y nuestra innata curiosidad, al respecto de las historias que se contaban, cuando quienes, entre los repetidores habían logrado asomarse al interior, o bien habían oído algo, y nos explicaban que era eso del Broche de Oro, un lugar, donde besar a una mujer costaba 500 pesetas, según decían las buenas lenguas, y ademas, había que consumir algo, de modo que se necesitaban un montón de perras, solo para entrar. Era como un saloon del viejo oeste... Con esa definición, todos lo entendimos.
Así de pronto, paralelamente,nos dejamos llevar y nos entro un profundo puritanismo tan de sopetón, que acabamos por elevar una queja a Madrid. La cosa se nos iba de las manos, hasta en nuestro mismo pueblo... todo estaba cambiando tan rápido, pero la tele colmo el vaso de nuestra santa paciencia, llegaban los primeros desnudos a la tele, los Payasos de la Tele nos los habían cambiado de los sábados a la tarde de los jueves a la hora de los deberes, y como broche de oro, esto y aquello otro, en la tele a media tarde nos aficionamos a ver la serie, Clochemerle, en clase al dia siguiente no hablábamos de otra cosa, cuyo titulo al completo era el Urinario de Clochemerle...Menudo escándalo, eso no "debéis verlo, no merce la pena, es una tonteria". No tardamos en escribir una carta entre todos, guiados por el buen camino de los maestros de varios cursos, para quejarnos a Madrid, de la programacion de la Tele, a los periódicos, … una carta en la que nadie creía, y de la que nunca tuvimos respuesta. Pues nos lo pasábamos demasiado bien, como para quejarnos... El bar cerro, mucho antes de que pudiéramos entrar.
2.- El
bar se llamaba cokulu y eran las primeras sílabas de los que
regentaban el bar Cotoño,kubala y Luis y entre Casual y PK2 estuvo
el MAMA YA LO SABE que junto a PK2 tuvimos el placer de abrir sus
puertas.
Tengo
sobrinos de casi treinta años que todavía me preguntan por todo
esto que has comentado con cara de que aquello no podía ser posible.
En realidad yo tuve el honor de vivir todo o casi todo y este relato
ha sido como un buen regalo. Muchas gracias.
Mil
gracias por el comentario, ¡como ha pasado el tiempo!, del Cokulu,
recordaba que eran siglas y como tales, algo significaban, pero ni si
quiera fui capaz de asociar, Ku a Kubala. Y ahora que lo dices, si
“Mama ya lo sabe”, y luego PK2, pero ya por aquellos días, yo
estaba estudiando en Zaragoza y comenzaba a perderme en mi propio
pueblo cada vez que volvía…
Y estas navidades, como
ves, si que me perdi, no vi nada ni nadie, las paredes de los garitos
dejadas de la mano de dios, las puertas cerradas… en fin, si no hay
gente, no hay negocio, es ley de vida.
Fue muy raro, o duro
comprobar lo que todos dicen, “que ya no queda nadie en el pueblo”…
Confiemos en que la situación cambie, a mejor.
Y vuelvan de
una otra forma los momentos en el Noa, como aquel Brasil España del
mundial de México y el gol fantasma, por dios, acabado el partido el
silencio del bar daba miedo… el Principe hoy Rey, que paso por
allí, aquel billete de mil pesetas,.. y las historias que nos
contaba tu padre de los tiempos en que estuvo interno en
Villarreal…
Luego casi todos nos fuimos del pueblo, y
cuando ya vimos que no volveríamos, un día, sin más remedio en mi
caso dije aquí en Castellón me quedo, y compre un piso,… Por
cierto, fue tu hermana quien me lo vendió.
Recuerdos y mil
gracias por el comentario y leer. Y si es necesario, vuelve a contar
una mil veces a los sobrinos, aquellos días de marcha