Cartas de amor a Calamocha
Febrero 2014
La última
vez que lo vi, cuando uno empieza a escribir así, con pocas palabras bastan, cualquiera
sabe, ni tu ni yo, lo volveremos a ver. La última vez que lo vi fue este mismo
verano a principios de agosto, llegaba él en su coche y una multitud se acercó
a saludarle, ni siquiera pudo aparcar donde siempre lo hacía, hubo de bajar del
coche unos metros antes. La segunda, tal vez tercera generación de quienes en
su día lo habían recibido cuando llego a ocupar el puesto de Mosén Tomás, le
saludaba, uno le presentaba a su hijo, otro simplemente lo abrazaba, llegaba
algún abuelo, él se interesaba por todos. ¿Donde estarán hoy esos curas?, sin
duda en lugares más necesitados.
Yo lo miraba
unos metros más atrás, desde el coche me había saludado, también a mí, este
buen hombre no perdía detalle y estaba en todo, había tal bullicio de gente a
su alrededor que me paso por la cabeza la imagen de meses atrás, de la Semana
Santa, cuando en ese mismo rincón los tambores y cornetas de “La Burra”,
inician la procesión. Si, pensé,.. Lo que estoy viendo ahora debe ser lo más
parecido a lo que fue la Entrada de Jesús en Jerusalén el Domingo de Ramos. La
Entrada de Mosén Gregorio en Navarrete el sábado en que comenzaban las fiestas.
Echaba la
vista atrás, y pensaba una maldad, ¿cuántos años tendría?, ¿no había estado
enfermo nunca?, ¿aún oficiaba y conducía?, y que sería de mi a su edad.
Poco importaba, siempre lo había conocido igual, con el don de la inmutabilidad,
hasta creo que aún tenía el mismo coche, ese que parecían tener todos los
curas, cuando éramos unos zagales, el Renault 5 blanco de dos puertas. Pensaba
en aquellos años, él vestido de paisano, solo con el alzacuellos, y de pueblo
en pueblo, ¿cómo arrancaría el coche,? como se las apañaba, con lo fríos que
eran aquellos motores, como lo haría sin echar ningún juramento. Mi padre no
podía… No le haría falta, las máquinas también tienen alma, y él le hablaría.
Mayte
recuerda ya no el Renault 5 sino un Seat 127 en el que metía a toda
chiquillería de Navarrete camino de Santa Margarita, doce, catorce críos, todos
con el Mosén a misa. Años más tarde nos preparó la boda con enorme ilusión,
tras media docena de años sin que el altar de Navarrete viera ninguna, que
traeremos un cura le dijimos, “no importa, yo en segunda fila, de monaguillo”,
así que medio nos casó, y ahí tenemos una botella de vino de consagrar que nos
regaló, “no os la bebáis, guardarla”, y ahí está y seguirá. De vez en cuando la
miro, poco a poco va perdiendo, como todos. Mistela de Paniza. Señorio del
Aguila. Del pan de la comunión también se encargo, una hogaza que luego
terminaos de comer en el Yoana y aún congelamos algo, para Navidad. Es fácil
recordarlo, desde aquellos días ni he vuelto a comulgar ni a confesarme, aunque
he ido bastante a misa, es como si no quisiera olvidar el momento de la
Sacristía y después del pan y la mistela..
En medio de
los preparativos con todo el pueblo limpiando la iglesia, invitados o no, a su
llamada todos acudían, la tarde de antes de la boda dijo, “y ahora os voy a
confesar, ahí en la Sacristía y no me vengáis con eso de que no tenéis pecados
o que tenéis vergüenza”.
Y allá que
fuimos uno tras otro. No se le podía decir que no, a escape te mandaba callar,
como buen cura, te mandaba callar en el buen sentido de la palabra, pues era
todo un compendio de sabiduría que te desbordaba una y otra vez. No solo sabía
hablar sino que sabía de lo que hablaba. La Torre que se caía, las tallas y la
carcoma, las pinturas ennegrecidas, los archivos y las goteras, y nada de caza
que hay, todo pardina el monte y sus plantas… “Debe ser que Dios quiere que todo siga así”. Y así lo creíamos todos,
hasta que hoy nos hemos enterado de su muerte.
Me pregunto
cómo habrá sido hoy la misa de Navarrete o de tantos y tantos pueblos por donde
pasaba, como habrá sido más aún el primer domingo sin él. Ha debido de ser un
día tristísimo.
Un día de febrero de 2014 D.C. allá en Navarrete
Un día de febrero de 2014 D.C. allá en Navarrete
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