Los franceses, y
mi Tío Blas estaba entre ellos, eran la parte de la familia que además de
perder la guerra, lo había perdido todo, exiliándose a Francia, a la cuna de la
libertad, igualdad y fraternidad, a la república de La Marsellesa, himno que
tanto y tanto cantaron cuando no sabían francés. Luego tras cruzar los
Pirineos, se les fueron las ganas de cantar y finalmente hasta de bailar. Aquel
país resulto no ser el paraíso que soñaron. La utopía nunca fue tal ni aquí ni
allí. Si acaso, los días de la infancia en Torrijo.
En aquel verano
ni Tío Blas, todo él era la revolución, campechano, trabajador, cachondo, mejor
persona imposible, caminaba con paso firme hacia los ochenta años, y al llegar
de vacaciones a Calamocha dijo “esta navidad, le escribí una misiva con cuatro
letras a mi amigo el del Poyo y le dije que una tarde antes de San Roque iría a
verlo y charrar un rato, a ver como esta, recordar aquellos años, y despedirnos
por si faltamos ya uno u otro, un día de estos”.
A mitad de camino
entre Calamocha y el Poyo a donde nos dirigíamos en pleno mes de agosto, una
tarde después del guiñote a eso de las cinco, justo antes de las fiestas de San
Roque, andando bajo el sol, allá por los primeros años ochenta, por fin me
quedo claro, de qué iba toda esa trápala.
Estaba, muy
equivocado, mi Tío y yo no íbamos hasta allí con al intención de reorganizar él, por segunda vez, el III Escuadrón de la
XXVI División de Caballería de la extinta Columna Durruti, y terminar así lo
que por una u otra cosa, los mayores, dejaron sin acabar en el jaleo del 36,
reorganizarla en una calurosa tarde de agosto con el consabido fin de lanzarnos
a la conquista y revolución de Aragón, a terminar lo que empezaron en sus años
de juventud. Nada más lejos de la realidad.
Y así andando,
nos fuimos al Poyo, un par de gorras, una cantimplora y a caminar. En cuanto
veía un campo de panizo se metía dentro, mal asunto decía, yo siempre fui más
alto que el panizo, será cosa de la tierra, esta es mejor, en Francia no hay
mata de panizo a la que no le saque un palmo.
Y seguíamos
camino, saludaba a todo el mundo, y no dejaba de asombrarse por todo, el campo
era su pasión, de vez en cuando, en realidad a todas horas, daba con alguien
que en aquellos años había estado como él en el jaleo,… y ¿dónde estuviste?, y ¿cómo
te fue?, que vaya todo bien… ¿eres francés no?, de papeles solo.
Y si después de
ir no está su amigo, le decía yo con todo el pesimismo posible dado el calor
reinante, no digas tonterías, le dije que iría y me estará esperando. Ni
siquiera quiso llamar por teléfono para avisar de que íbamos esa tarde, para él
aquello era perder tiempo y dinero, sobre todo dinero, además paseando aunque
fuese bajo el sol, siempre aparecía alguien interesante con quien charrar un
rato y miles de cosas que ver.
Para mí, lo más
asombroso de todo era que todas y cada
una de las personas con las que charraba habían combatido en el Bando Nacional,
frente a él que lo hizo en el Bando Republicano, y se hablaban de uno a otro
con un cariño inmenso, como si ambos hubiesen luchado por lo mismo.
Quien aquí se
quedo a pesar de estar en el bando de los vencedores, también perdió la guerra
trataba de explicarme, si bien no hubo de pasar por todas aquellas tragedias,
que nos llevo el cruzar a Francia.
Ambas partes, a
mis ojos de crio, nunca se reprocharon nada ni menos aún rivalizaron en torno a
quien lo había pasado peor, ni si habías hecho esto o dejado de hacer aquello.
Tus abuelos, me
decía y todos estos compañeros, no pudieron elegir donde luchar, pero todos
pensábamos igual. Quien más perdió, fue quien murió. Pasó lo que paso, y
aquello jamás tiene que volver a repetirse.
Sin embargo,
íbamos al Poyo a reencontrase con su amigo de la guerra, yo estaba hecho un
lio, el contaba lo mismo que contaban nuestros abuelos, y sin embargo a veces veías
documentales en la tele donde se oía todo lo contrario, odio, rencor, buenos y
malos, tan diferente a lo que oías con ellos… hasta me había comprado meses
antes en lo de Agudo, el libro de Gabriel Jackson “La República Española y la
Guerra civil”… del cual salvo los números, no entendía nada.
Así que estaba
deseando llegar al Poyo para ver y oír la realidad de todo aquello, allí, los
dos amigos, pondrían las cosas en su sitio y siendo los dos del mismo bando, todo
cambiaría, volvería al discurso que siempre estaba presente en casa cuando los
Franceses eran mayoría, “la guerra la perdimos nosotros, y el que gano hizo lo
mismo que habríamos hecho nosotros. Lo que le dio la gana”.
Llegando a
nuestro destino, me debió ver tan perdido, que de un modo sencillo lo aclaro
todo: No hombre, el amigo que vamos a ver, el mejor amigo que hice en la
guerra, con quien pase los últimos meses, combatió en el Bando Nacional.
Aquellos años de Jaleo |
Y entonces
empezamos a oír Blas, Blas,… allí a la entrada del Poyo sentados a la sombra un
montón de abuelos y entre ellos su amigo esperándolo. Nos recibieron, lo
recibieron, con la mayor de las emociones y el cariño posible. Habían pasado
más de cuarenta años.
Y allí, mi Tío recordó
como se habían conocido:
A nosotros allá
en Barcelona, el jaleo se nos acabo pronto, en el 36 enseguida nos echamos para
adelante y fuimos los primeros en venir por aquí, por toda esa parte del Bajo
Aragón con la Columna Durruti, hasta Herrera de los Navarros llegue a estar
alugn día de aquellos, yo casi me veía entrando a caballo en Torrijo,… pero en
cuanto se torció un poco la cosa, ya no hubo nada que hacer, de vuelta a
Barcelona, los rojos se adueñaron de todo, mandaban los comunistas, y nosotros
nos negamos a entrar a filas y ya no salimos de allí mientras duro el jaleo. A mi cuñao lo hicieron preso
los comunistas y me costó el oro y el moro que lo soltasen del barco aquel en
el que lo metieron, y a mí, allí en Barcelona, lejos ya del Frente, no me quedo
más remedio que hacer lo que me mandaban, como a todos, así que como en
aquellos años estaba fuerte como un toro y media casi los dos metros, me
pusieron a recibir y cuidar de los presos que llegaban del Frente, y así fue
como nos conocimos.
Cada vez que
venía un tren o un camión con presos del bando nacional allí donde yo estaba,
el encargado de asomarse a ver el percal que venía era yo, llevando detrás de
mí a media docena de tíos como yo, pero bestias de carga por lo que pudiera
pasar. El simpático y el que hablaba, siempre era yo. Conmigo nadie pasaba
miedo.
El caso es que
yo iba siempre de camión en camión o de vagón en vagón, preguntando ¿hay
alguien de Teruel?, ¿alguien de Teruel por ahí?. Y yo pensaba, aquí venga a
entrar gente y más gente y no voy a dar con ningún paisano.
Había miedo,
mucho miedo, luego yo también estuve en el lado contrario, en el de los presos,
y la verdad no se sabe cómo acertar, cuando a uno le preguntan, lo mejor callar
por si acaso, pero este, que tenéis aquí, no se calló, fue el único que
encontré y fíjate que pasarían unos cuantos.
Y entonces dijo,
“yo soy del Poyo”, y yo le pregunte, ¿y más arriba del Poyo que esta?, y el
dijo “Fuentes Claras”, y ¿luego? “Caminreal”, y ¿después? “Torrijo”,… Y me
acerque a él y le dije, pues de allí soy yo, ahora cuando bajéis al patio, me
formas a todos los compañeros y te quedas fuera de la formación.
Había que
andarse con ojo, si no buen pelo nos hubiera corrido a él y a mí, si hubieran
notado algo, buena estaba la cosa ya, pero para eso estábamos los amigos del
pueblo, así que en cuanto podía le llevaba algún chusco o si me enteraba de
cualquier cosa, se la hacía llegar.
Oye, pedirán
voluntarios para esto o para lo otro, procura que no te cojan que os llevaran a
picar, oye, pedirán gente, tu allí el primero, que os llevaran a vendimiar y podrás
comer todo lo que quieras, oye, esto, lo otro, toma ropa de abrigo, unas botas,
un chusco, unas nueces, almendras… y un cigarro cuando se podía.
La cosa ya se
veía que iba a acabar como acabo, pero allí estábamos el uno y el otro aguantando, hasta el final casi, cuando ya nos
despedimos: Oye de madrugada pedirán gente y os harán recoger todo con la
excusa de llevaros a otro puesto, tu deja que salgan cuatro o cinco y sales
también, con un poco de suerte os cruzaran al otro lado, os van a cambiar por
presos de los nuestros, y en nada esto se acaba y vuelves a casa, acuérdate de
pasar por Calamocha a ver a mi hermana o si subes a Torrijo a mis padres y mi
otra hermana, diles que estamos bien, pero que no nos esperen, que de la
familia no falta nadie, y hacemos cuenta de marchar a Francia, mi hermana y yo.
Aquella tarde el
tiempo entre recuerdos se me paso volando, no tengas prisa, cuando nos echen de
menos ya vendrán a buscarnos, era ya de noche, habíamos dado cuenta de jamón y
conserva y la conversación continuo hasta que oímos a mi padre pitar con el
coche en la calle. Y una vez más obligados por las circunstancias se
despidieron. Yo no tenía prisa alguna, de hecho aún estaría allí escuchando.
Por su parte, el
amigo del Poyo, conto como llego hasta allí, como fue hecho prisionero, a paso
agigantados uno dejaba de creer en todas y cada una de la películas de guerra
que había visto, los sábados por la tarde, tiros, heroísmo, buenos y malos…
Teníamos preparada una emboscada a los rojos, y estábamos apostados a dos
alturas en una ladera, nosotros abajo listos para asaltar los camiones y los compañeros
de arriba preparados para empezar a disparar y cubrimos, … y a lo que nos dimos
cuenta, el comboy se nos vino encima, nos habían dicho que eran cuatro gatos y
resulto ser medio ejercito republicano, mirases anden mirases, una barbaridad
de camiones y soldados, eran muchos más que nosotros, tiramos la vista para arriba
y los que nos debían cubrir, cogieron y se joparon, ellos que podían, hicieron
bien, pero nosotros, si tirábamos para arriba malo, nos verían y nos matarían,
y si tirábamos para abajo peor, así que agarro el que nos mandaba que era de
los nuestros y dijo, ¿qué hacemos aquí?, pegamos cuatro tiros y nos llevamos a
otros tantos por delante, antes de que nos maten a todos, o salimos con los
brazos en alto y que sea lo que dios quiera, si nos dan matarile mala suerte y
si no, pues lo que venga, si pudiéramos irnos como los de arriba nos iríamos,
pero no podemos.
Así que nada,
sacamos un trapo blanco, de ande pudimos y salimos con las manos en alto y la
guerra para nosotros se acabó. Ojala lo hubiésemos hecho el primer día. Tuvimos
suerte, y yo mas de dar con tu.
Los Años de la Cazalla. Compañeros de Guerra
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