Cuarenta años atrás en medio de la calorina de una tarde de agosto en pasando sanroques me jope con mi tío Blas cara el Poyo. Andaba aún por esporriñar camino del instituto leyendo a Gabriel Jackson (La república española y la guerra civil 1931-1939) por saber un poco las trochas. Similares lecturas a derecha e izquierda me acompañarían hasta que dije basta y las dejé descansar en paz en la falsa lejos de la gloria.
Le había enviado desde Francia por navidad una misiva con cuatro letras a su amigo Lázaro para que le aguardara dándole recado de que en verano pasaría a dar vuelta. Mi tío se comía el camino con esos pasos que solo quien roza los dos metros puede dar, disfrutaba de cada piedra que pisaba, de cada mota de polvo que levantaba y respiraba, se capuzaba, se amorraba en los caños solo por sentir el agua y cascaba con todo quisqui sin parar de reír. Lo escudriñaba todo y en cuanto guipaba entre panizo y patatera algún compañero en quintas iniciaba la conversación.
Se nos irían dos horas cara el sol del Poyo. “¿Eres francés?” Le preguntaban, “de papeles” contestaba, “nací en Torrijo, hermano de Rosa la del Casimiro, me jopé al acabar el jaleo”. Yo asistía asombrado a una conversación tras otra, todas parejas, luego venia el ardor guerrero, yo estuve en tal sitio, yo en tal otro, y lo inevitable, habían luchado juntos, uno frente al otro por salvarse. Se hablaban con tal cariño y respeto que a uno en su total ignorancia le costaba entender. “¿Y ande vais con este bochorno?”. “A ver al camarada Lázaro, fui su carcelero”. Dijo mi tío retomando el camino al tiempo que se me paro el corazón, ¿pero a qué íbamos? “Tuvimos suerte, quien más perdió es quien murió”. Todos se declaraban perdedores y yo un gabache que hizo el resto del camino acoquinao.
Por fin encaramos el Poyo costera abajo cuando nos topamos con un rolde de quintos y vuelta al trajín, otro capazo, a ponerse al día, alegrase de vivir y recordar a los que faltaban. Finalmente, uno de ellos nos guio hasta casa de Lázaro. “Lleva unos días con mala jerga a ver si echa el mal pelo fuera” nos advirtió. Mi tío, abrió la puerta, empezó a dar bullas y al verlos abrazarse y llorar se me fueron los males. “Te estaba esperando maño, me se hacía largo”
Blas quiso conquistar Aragón
montado a caballo en la Columna Durruti, pero volvió derrotado a Barcelona y cuando
los comunistas mandaron a mi ver se negó a ir al frente y quedo en la retaguardia
a cargo de prisioneros. Era alto, fuerte, sonriente, camandulero, tenía don de
gentes, guapismo, quiso aprender a tocar el violín, ser modelo y además era de
Torrijo. “Cada vez que llegaban presos me mandaban a recibirlos, a estajarlos y
preguntaba “¿alguien de Monreal de Calamocha? Muchos callarían por miedo, pero
Lázaro y otros que ya no recuerdo no. Te desvivías por darles avío en una trápala
tras otra, sacando chuscos y latas, mañana pedirán voluntarios, no salgas, es
para picar, o sal comeremos bien”
“Nos mandaron monte abajo
para asegurar el paso, de bancal en bancal, no se veía un alma, pero a escape
echaron a sentirse tiros sin saber de ande venían y llover metralla. Nos tiramos
como gabaches al suelo con el culo preto y los nuestros empezaron a cascarle,
no te podías cantear o te mataban los de abajo o los de arriba. No pegamos ni
un tiro. Al cabo la santísma se hizo el silencio. Sacamos una camisa blanca y
nos rendimos sin saber a quién. Hubo suerte, dimos con buena gente, nos
pudieron dar matarile, pero no lo hicieron y así fue preso. De haber sabido que
iba a ser tan fácil y que me iba a topar con tu el primer día que me mandaron repartir
estopa me hubiera rendido de punta cabeza”.
Articulo publicado en El Comarcal del Jiloca 29 de octubre de 2021