INTRODUCCION
Capítulo primero
Cuento Corto
Calamocha Semana Santa de
1940
Y así tal cual nació en
Calamocha la Semana Santa del Silencio
Son veinte minutos de
lectura, quizás merezca la pena, hoy nos sobra tiempo. A raíz de aquel
partido de fútbol que jugaron los jóvenes calamochinos el viernes
santo de aquel año, escribí un breve relato de ficción con lo que
pudo pasar por aquellas fechas, luego quise hacer del mismo un guion
radiofónico, una radio novela, pero nunca lo acabe. Aquellos jóvenes
pretendieron derrocar a Franco como antes hicieran con Alfonso XIII
El protagonista principal
es el alcalde de aquellos días, señor Emilio Benedicto, junto con
los caciques, chivatos y meapilas, de denuncia fácil siempre en la
sombra. Aparece también el registrador de la propiedad y entrenador
del Deportivo Calamocha huido del pueblo Gómez de la Serna, y su
líder dentro y fuera del campo Demetrio Ribes. Agapito, la Cantina del Pipero, el Café Flor...
Alemanes e italianos del
Campo de Aviación, los Moros del Rincón, y los mandos militares de
aviación, españoles de bien, que se hospedaron en las casas particulares, donde después
se echo en falta de todo no podían "faltar", cuando la primera batalla
entre el Nazis y Bolcheviques tuvo lugar en Calamocha.
Al señor alcalde le da
la replica en el cuento el señor Don José Blasco Calderón, afamado
compositor y director de la inexistente banda de música de la villa,
a la sazón abuelo de don Jesús Blasco de sobra conocido por todos nosotros, y de tal palo tal astilla.
No podía faltar en la
Calamocha de aquellos años, el Doctor Antonio Caja y su inmensa sabiduría, algún que otro
cura anónimo, mi abuelo Casimiro, el agente doble, y el recuerdo a
aquel “anarquista” catalán empleado de telégrafos años atrás,
deportado en nuestra villa. Don Víctor, el eterno secretario del
ayuntamiento, antes y después del jaleo y la Guardia Civil Fútbol
Club.
Y así tal cual nació en
Calamocha la Semana Santa del Silencio
Capítulo primero
El sitio
Dia 1 de
abril de 1939. “La guerra ha terminado”
La guerra
había durado exactamente treinta y dos meses y once días. El
panorama de España era desolador. Imposible precisar el número
total de víctimas habidas en los frentes y en la
retaguardia. Tampoco podía conjeturarse las que ocasionaría en
lo sucesivo la represión iniciada por los vencedores —«¡esto
clama al cielo!», seguía gritando mosén ...
Fragmento
de José María Gironella “Ha estallado la paz” 1966
Don
Emilio Benedicto debía haberse marchado a comer hacía ya un buen
rato, sin embargo, seguía sentado, casi recostado al tiempo que
intentaba balancearse sobre el sillón de la alcaldía mientras daba
patadas al reposapiés de aquella vieja mesa que a todas luces había
conocido tiempos mejores y a buen seguro visto de todo, o casi de
todo, pues el remate se lo acababan de dar a él, tan solos unos
instantes antes, todo un tiro de gracia pensó sin maldad, o más
práctico como si le hubieran dado sin querer un tiro en el pie.
Miraba hacia
la ventana, aquel raro día de cuaresma en que comenzó a ver el fin
de sus días en plena paz, se avistaba a lo lejos toda clase de
problemas, ¡que tiempo tan triste, por dios!, el pueblo se había
despertado con uno de esos escasos días en los que la niebla lo
tapaba todo, pero ya había despejado, sin duda a peor, un día raro
en todos los aspectos, un cierzo tremendo había barrido todo y el
sol luchaba por lucir, cualquiera sabia que a la tarde no quedaría
una nube, y a la noche, otro hielo de tantos. Pero el ya estaba
helado y casi todo le daba igual, jamás pensó en verse en
semejantes circunstancias, al menos no tan pronto.
Hacia un
frio tremendo en aquel despacho, en su día le dio vergüenza por
aquello de las apariencias volver abrir el hueco de la pared y poner
la estufa de carbón, aunque anda tu a buscar carbón ahora se
consolaba, o leña, y coloco una estufa eléctrica que calentaba lo
mismo que un mechero, y para colmo, la electricidad iba y venía a su
antojo sin responder a ninguna autoridad. La vista perdida en aquella
vieja ventana, vieja como todo, con la persiana medio rota, caída, y
eternamente pendiente de arreglar, amén de algún que otro cristal
roto es su esquina, rajado de arriba abajo, había cosas más
importantes que hacer, cuestión de prioridades, se colaba el sol y
tras sus rayos se veían las motas de polvo, libres, volar a sus
anchas en todas las direcciones. Era todo tan distinto a meses atrás,
a tan solo unos años, todo olía a viejo, hasta el mismo se sentía
viejo.
Aquella
persiana medio rota que no se podía bajar le delataba, al tiempo que
le daba prestigio, cualquiera que pasase por la plaza y levantase la
vista hacia aquella ventana del ayuntamiento tras la cual estaba su
despacho podía saber inmediatamente si el señor alcalde estaba a la
faena, al tajo, trabajo no le faltaba, le llovía del cielo y le
salía de debajo las piedras, parecía el basurero, todo eran
problemas, no era menester ni ir a buscarlos, le llegaban solos. El
ayuntamiento iba solo, casi con dejar hacer las cosas se arreglaban,
al fin y al cabo, de algo para bien o para mal tenía que haber
servido el hacer la guerra, sin comerlo ni beberlo, en el bando
nacional a la sazón vencedor. Ni pensar como estarían en otros
ayuntamientos empezando de cero.
Campechano y
amable con los deberes hechos de meses atrás, los calamochinos si lo
veían tras la ventana y tenían alguna sugerencia bienintencionada
que hacer al ayuntamiento directamente subían a su despacho, con su
conocido saber estar y educación, no había ningún problema, gente
de bien, honrada y trabajadora, sin tonterías. Así que el trajín
escaleras arriba y abajo, espera tras la puerta, conversación y
despedida era lo habitual, “ya veremos, tu tranquilo, pero ya
sabes, aquí soy un mandado, quien manda está en Madrid y eso esta
muy lejos, porque, en Teruel, ya se sabe, tienen sus cosas”
Solían
entrar al despacho, y pedir, a quien, sino le iban a pedir algo, la
mayoría de las veces cosas sencilla, date una vuelta por esta o tal
calle, aquel lavador esta fatal, en los huertos no dejan nada, echan
las ovejas donde no deben, nuestras ovejas no pueden comer, los
bueyes están por las nubes, esos que están en la calle a todas
horas que se vayan a sus casas, la guerra ya ha terminado, no hacen
nada más que pedir y lo dejan todo hecho una porquería, peor que
los moros de antaño. Otras veces eran cosas algo más complicadas,
que requerían mano izquierda, por tanto, había que proceder con
tacto, por derecho y recto, reclamar a un pariente a quien la guerra
le pilló en la otra España, saber donde estaba enterrado o preso un
hijo, un hermano, había que intentarlo todo, mediar, ponerse en su
lugar. Bueno era lo que tocaba, y había que darle salida a todo de
la mejor manera posible. Lo bueno de lo cual no había nada, lo malo
y lo peor.
Sin embargo,
un rato atrás, en realidad no sabia cuanto tiempo hacía ya, ni
cuantos cuartos había dado la torre desde entonces, alguien le había
llegado con todo un cuento difícil de creer, parecía imposible una
cosa así en su pueblo, por parte de los unos y de los otros, y no
sabía que le parecía peor, si la denuncia o lo que se denunciaba.
Lo habían sitiado en su propio despacho.
Capitulo
Segundo
Rendición
Por dios, la
guerra había terminado, hasta la habían ganado tal vez sin querer,
y todavía había quien se remita a tiempos pasados, a aquellos que
había que olvidar si o si, y era capaz de llegar hasta allí y
denunciar a otro, en este caso a otros y no pocos, y ahora el
problema era suyo, por que los denunciantes no eran ni uno ni dos, y
ahora el como máxima autoridad en Calamocha no podría hacer la
vista gorda, y mirar para otro lado, como le hubiera gustado hacer, y
allí estaba mirando fijo a la ventana, inmóvil, muerto de frio y de
hambre pensando que hacer y todo por culpa de los unos y de los
otros, de los chivatos desustanciados y de aquellos jóvenes, a cual
mas tonto.
Y no podía
evitar recordar que el también fue joven algún día, bueno unos
años antes, tampoco tantos, pero la guerra se había llevado por
delante también su juventud como la de tantos otros y se sentía
viejo. Al menos estaba vivo, otros no tuvieron esa suerte, pero ahora
mismo, no sabía que habría sido mejor. Así que se puso a buscar
consuelo en los recuerdos de aquellos años de ilusión en los
albores de la república. Era otra la Calamocha de aquellos años,
hasta el tiempo era mejor y los correveidiles sin nada que hacer se
quedaban en los carasoles a verlas venir, criticando todo lo que
sucedía ante sus ojos, sin pensar, por que si.
Había
recibido una carta tiempo atrás de su buen amigo De la Serna, eran
días de reencuentros, aunque fuese por correspondencia, y
escribiendo a medias tintas, sin más novedad comprendido que se
encontraba bien, y todo indicaba que podía reincorporarse a su
puesto de Registrador de la Propiedad, allá donde lo mandasen,
cualquiera sabía que ese lugar no sería Calamocha de donde tuvo que
huir llegada la guerra, tachado de rojo por haberse presentado a las
elecciones por el Frente Popular, el mismo como alcalde había
firmado el informe donde decía que no tenía nada que decir, cuando
le preguntaron desde Teruel por su amigo. Le daban ganas de llorar
por los años tan vividos como perdidos, el bueno De la Serna,
terminaba la carta con un mensaje claro, en su casa al marchar había
dejado un montón de cosas, entre ellas varias camisetas, su uniforme
de árbitro, algún balón, de aquel Club Deportivo Calamocha que tan
buenos ratos les había hecho pasar y sobre el que fundamentaban tan
estrecha amistad, el ahora alcalde había sido un futbolista
destacado de aquel equipo y su amigo su entrenador, y todos
entusiastas, pioneros, de aquel deporte caído en el olvido y a todas
luces inviable su continuidad inmediata.
Ciertamente
estaba el patio, cuando aún no hacía ni un año de acaba la guerra
como para pensar en quedarse en calzoncillos y ponerse a jugar al
fútbol, pero a él ya se la había ocurrido tiempo atrás volver
hacerlo, algo había que hacer para salir adelante, alguna diversión,
pero no era tan fácil.
A mitad de
la guerra la casa de su amigo se desprecinto, y ya entonces nada
apareció que recordase al olvidado Deportivo, ni allí ni en el
despacho del registrador, ¿donde estaba entonces todo aquello que su
amigo dejó a buen recaudo a la espera de tiempos mejores, y tal vez
de poder volver?. Vete a saber.
Aunque la
vivienda en la calle Real se desprecinto de un modo oficial con todas
las garantías legales y se dejó constancia por escrito de lo que
allí había, en realidad llevaba días ocupada por aquellos
militares del ejército de aviación que se movían por el pueblo
como si fueran dioses, como si con los alemanes y los italianos no
hubiera bastante, y él mismo podía dar fe que nada de lo dejado por
su amigo en lo que tocaba al fútbol había aparecido. Sin duda, para
ir a la guerra de compañero, mejor cualquier pobre soldado nacional
de leva obligatoria de aquellos que hacían de cualquier pajar su
hogar, o cualquier moro de los acampados en el Rincón, que todos
esos que lucían estrellas. La guerra, como la vida también parecía
cosa de cuatro, unos pocos la disfrutaban y para el resto todo era un
continuo padecer.
Ahora que
volvía la vida a la normalidad, todos los días llegaba hasta su
despacho alguna que otra queja en torno a cómo habían quedado las
viviendas que tan gustosa como obligadamente los buenos calamochinos
habían dejado a disposición de los mandos militares, volvían los
dueños, veraneantes, personas que habían buscado refugio en lugares
aún más seguros y se encontraban con que en sus casas nada de lo
que dejaron estaba. Y eso que eran de los nuestros, gente honrada y
de derechas, ni pensar lo que habría sucedido en los pueblos
conquistados. Botín de guerra amigo.
Debía ser
cierto aquel viejo rumor que se corrió por el pueblo cuando una vez
acabada la Batalla de Teruel, con todo patas arriba, sin un hueco en
el cementerio, sin una cama libre en las escuelas, con el pueblo
lleno de gente llena de miedo, para celebrarlo esos locos, como si la
cosa no fuera con ellos, esos mequetrefes de los aviones improvisaron
un campo de futbol allá en la Casa Baja, lejos de las miradas del
pueblo, encima del aeródromo para celebrarlo y que los italianos con
el beneplácito de todos, nacionales incluidos se vistieron con el
rojo del Deportivo y se dejaron golear por los alemanes, los nazis
vencieron a los bolcheviques en Calamocha. Primera victoria de una
larga lista. Si algo quedaba de aquello, estaría en Italia. Porca
miseria. Desde Bañon pudieron ver el partido, de haber tenido un
mortero a mano, se cuenta que no habrían dejado a uno. Y desde
Navarrete sintieron cantar los goles lo mismo que si les cayesen una
docena de bombas. Marcharos a vuestros países.
Peor el
remedio que la enfermedad tal vez, mejor tener a esos chulos de tu
parte que en contra, pero ya todo qué más daba, de que le servía
ganar una guerra a la gente de a pie, si ni aun pegar patadas a un
balón se iba a poder en una larga temporada, a buen seguro él ya
había dado todas las patadas que le tocaron.
Se estaba
acordando de sus años de futbolista, y repasando aquellas
alineaciones de las que había formado parte y conocía de me
memoria, trataba de saber de cada uno de ellos, Abad,
Muñoz, Tello, Royo, Rivera, Lucia, Benedicto, Ribes, Palacios,
Paulino y el
mismo. Aquel San Roque, que jugaron contra el Daroca y el pueblo y
toda la comarca pudo verlos ganar, antes de que empezaran a perder,
casi siempre perdiendo lo mismo en el fútbol
que en la vida. Ellos los futbolistas, los locos, junto a otros
muchos calamochinos jugadores y directivos, y el genio de Gargallo
escribiendo sin parar como loco las crónicas en los periódicos
contando maravillas de Calamocha, y aquellos jugadores del Rapid, del
Olímpica, del Terror de Teruel, que vida habrían llevado, mal pelo
les habría corrido, mal sitio la capital para aquella guerra. Y
Ramosa, que habría sido de él, aquel periodista que se fijaba más
en las mujeres que en los jugadores a la hora de hacer las crónicas.
Y
ahora acaban de venirle con el cuento, esos que nunca tienen nada
mejor que hacer, esos que todo lo ven mal, esos que dicen que tanto
quieren a su pueblo, que por ahí no pasan, que ya pasaron una vez,
pero que aquello se acabó, y vienen esos que se les llena la boca
cuando hablan de Calamocha a denunciar que hay unos jovenzanos, que
van diciendo por ahí que van a jugar un partido de fútbol,
que lo mismo que ha vuelto la paz debe volver algo de alegría y qué
mejor cosa que el deporte. Si bailar no se puede, una corrida por la
era. Pues no y se acabó.
Los
denunciantes, lo dejaron claro, en Calamocha no, haz lo que tengas
que hacer, le dijeron una y otra vez, hazlo o la haremos nosotros, un
telefonazo y el Gobernador Civil nos pone a todos y el primero a ti,
cara la pared, y hazlo ya, dicen que jugarán
el próximo viernes, y ya sabes, que día es, viernes santo, se ve
que no hay más
fechas, que si no no están todos, es la escusa, que los otros solo
pueden ese día, andan ya viendo de arreglar el viejo campo del
rabal, donde jugasteis vosotros, otros desfaenados, así revienten
todos con algún barreno enterrado por no atender a su deber con
dios, la patria y el generalísimo.
Capitulo
Tercero
¿Revolución?
Una
vez despierto, vuelto en sí, no tenía
ninguna duda de cual era el camino a seguir, ya no era un joven,
aunque lo había sido, y bien sabía
que los calamochinos bien podían conseguir cuanto se propusieran,
pues habían sido ellos mismos, y en concreto un puñado de zagales
con su querido maestro Alejandro Gargallo, el padre de su camarada
futbolista, quienes años atrás fueron los primeros en derrocar a su
alteza real Alfonso XIII.
Las
tardes de invierno gustaba D. Alejandro, de solazarse dando algún
paseo por las inmediaciones de la plaza antes de encerrarse con sus
discípulos. Aprovechando estos la circunstancia para jugar con un
pedazo de espejo al inocente juego de la rata, aprovechando que
durante un buen rato recibían directamente a través de la ventana
los rayos de ese sol tenue de las tres de la tarde.
El
portador del cristalito en cuestión reflejaba la luz por todo el
encerado y la pared frontal, y, claro, nunca faltaba el voluntario
que pretendía a manotazos, atrapar, “la rata”. Un día lo
intento el bueno de Ignacio Benedicto. Y he aquí que consiguió
cogerla, pero en el preciso instante en el que el reflejo del sol se
posaba sobre el retrato de Alfonso XIII, que como era preceptivo
presidia imponente la clase, salto por los aires el marco y el
cristal se rompió por completo. Para más morbo, D. Alejandro tenía
justa fama de republicano y era seguro que no querría verse
comprometido públicamente en un lance de esas características.
En
medio de un silencio solemne hizo el maestro su entrada en el aula, y
no tardó
en darse cuenta del desastre que había sucedido. A la primera
indagación, el joven Ignacio se levantó
y contó
la verdad de lo que había pasado. El maestro inició
la clase sin mas comentarios. Exactamente era el día 10 de abril de
1931. Cuatro días más tarde se proclamaba la República
Española y ya nunca se repondría el cuadro.
Por
eso, bien podemos decir que en Calamocha cayó
el monarca antes que en el resto de España.
José
María
de Jaime
Y
ahora que pretendían estos haraganes, esos zagales que de pronto se
habían hecho mayores, ¿defenestrar al mismísimo Generalísimo?
Jugando un partido de fútbol
en lugar de a la “rata”, así porque si, por que se les antojaba,
y ni más ni menos que en un viernes santo, y cómo,
y por qué, y que había hecho él,
para que lo colocaran entre la espada y la pared, por dios, con lo
que gustaba el fútbol. Que se pensaban que, para el lunes de
pascua, iba a caer Franco en toda España por obra y gracia de ellos.
Decididamente lo impediría de un modo u otro.
Capitulo
Cuarto
El
aliado fiel
Como
suele ocurrir, el trasteo en el cuarto contiguo al despacho de la
alcaldía le devolvió a la cruda realidad tras tan gratos recuerdos,
triste, cansado y abatido, se rindió y lo hizo como se suele hacer
frente al primero que pasó
por allí, uno de esos que siempre están junto al poder
independientemente del poder que sea.
- Don José, ¿es usted?
- Si señor Benedicto, estaba terminando unas cosas, ya me marchaba a casa
- Pase un momento. No se explicaba el bueno de don Emilio que faenas pudiera tener un hombre como aquel que había llegado unos años atrás a Calamocha de la parte de Calatayud para hacerse cargo de la dirección de la flamante y nueva Banda de Música que por cierto, había durado lo mismo que el fútbol, apenas unos años, pero en este caso bien se sabía dónde habían ido a parar los instrumentos y hasta los uniformes, todo se vendió, pues los calamochinos eso del solfeo lo cogieron con tanto entusiasmo como lo dejaron tiempo después, lo mismo que el fútbol. Así que ahora el ayuntamiento de Calamocha tenía entre sus más cualificados trabajadores a don José Blasco Calderón, ocupando la plaza de director de la banda de música, pero sin banda, y allí estaba cumpliendo a rajatabla su horario y a lo que le mandasen, dentro de sus atribuciones. “Eso no es de mi incumbencia” solían ser sus palabras habituales. De fácil y amplia conversación, sabía solfeo y de todo lo demás, de cualquier cosa que le preguntases, bueno en realidad no hacía falta preguntar, te lo contaba sin más, a veces un simple buenos días se convertía en toda una mañana perdida en el ramo de escaleras. Que tranquilos se quedaron en aquel pueblo, cuando ganó la plaza en Calamocha, una marcha fúnebre dice que tiene compuesta, y que aquellos sus antiguos alumnos han prometido tocar y grabar en su honor. Confío en que se den prisa, pues la vamos a necesitar cuando nos pase lo que no ha pasado en tres años de guerra, que nos tengan que venir de fuera a meternos en cintura y poner en orden porque no sabemos qué hacer.
- Pues usted dirá, yo ya me marchaba. Sonriente y algo distante al fijarse bien en la cara se puso serio, casi firmes, algo pasaba era evidente y sintió como con la mirada le ordenaba, que no mandaba, silencio y a siéntese.
- Usted que, aunque no presuma de saberlo todo, no pierde ocasión de dejar constancia de ello, que sabe de la intención de una parte de nuestra juventud, de volver a revivir al Deportivo Calamocha y jugar un partido en el rabal el próximo viernes santo.
- Pues la verdad, su excelencia, la primera noticia que tengo. Apenas pudo acabar la frase al fijarse en los ojos del alcalde, se quedó sin voz, y supo que ni estaba en el sitio adecuado ni esas eran las palabras que don Emilio quería oír.
- Mira José que te tiro por la ventana, que bien te puedo, que aquí en el pueblo nadie te ha a echar de menos, al contrario, muchos se alegrarán, te lo voy a volver a preguntar y piensate bien lo que me vas a decir, tirar por la ventana, no te voy a tirar, pero bajo a la cárcel o salgo a la calle y al primer desplazado que me encuentre le pido que venga mañana a denunciarte por ateo, comunista y tonto, y el lunes domingo de resurrección te despiertas picando piedra en cualquier batallón de castigo. ¿Qué sabes de la intención de jugar un partido de fútbol en viernes santo?
- ¡Ah, me pregunta por los chicos del fútbol! Yo pensé, bueno es igual, no debo pensar. Si claro, tenemos una juventud estupenda, verá señor alcalde, permítame que le cuente y a la vez le de un consejo, de aquí se acerque antes de pasar por casa a la calle real a ver al doctor Caja y que le de algo para los nervios, y no para un día ni dos, si no para lo que queda de semana. Son todos, créame, unos chicos fenomenales, de buenas familia, se de un par de ellos o tres que apuntan alto, y del resto aunque no se aun quienes son, me lo imagino, pero no se preocupe déjelo de mi cuenta, mañana tendrá todos sus nombres, hablaré con ellos, ¿tienen que ser once no?, como solo piensan en divertirse ni sabrán que es viernes santo, ya se lo haré saber, y que jueguen el lunes de pascua o mejor otro día, o que se olviden, aún mejor, y hablan de que vendrán los de Monreal a jugar, ya sabe, ese pueblo viniendo cae a mano izquierda bajando de Teruel, los de Daroca, como ciudad, en llegando a nuestro pueblo cae la derecha, gente seria, sin tiempo para tonterías, a mi ver les han dicho que ni hablar, y creo que el Casimiro, el Torrijano, este que bajó de Torrijo y que vive en el Barrio Nuevo ha estado esta mañana limpiando el campo, bien pagado por lo que se ve, y que si juegan en esa fecha creo saber es porque sólo entonces pueden los jóvenes y el otro equipo, que no hay más fechas, total es un rato, y luego a casa, bueno a misa.
- No te voy a preguntar desde cuándo lo sabías, pero esta me la guardo, que te pases el día en el ayuntamiento, que además te paguemos por ello y hagas de tu capa un sayo, no es de recibo, que sepas una cosa así y no me la cuentes, a sabiendas de que me juego la cabeza, ya veo en qué alta estima me tienes. Titiritero tenías que ser. Vete de una vez, y mañana aquí a primera hora con todos los detalles, no te dejes un corro del puente la vía a la fuente el piojo del barrio el Bao al cementerio y una cosa más, pásate por la casa del cura ahora mismo sin falta tu que te entiendes bien con ellos, y da parte de lo que sabes, aunque ya lo sabrán y nada me habrán dicho, otros igual que tú. Pero que os hecho yo, un don nadie, que yo no he sacado ninguna plaza, que estoy aquí obligado y encima me la jugáis. Y no se te olvide decirles a esos críos, que, por mí, como si quieren jugar todos los días, que yo aquí no mando, pero como los vea jugar con la camisa roja del Deportivo, y no porque sea roja, si no porque no es de ellos, cuando entren en quintas que se preparen. Con esa camiseta no se juega, que jueguen con un mono como hicieron aquellos otros jóvenes que se creían mejores que nosotros los primeros en jugar, el Athletic Calamocha lo llamaron, por dios, que sabrán de fútbol los jóvenes de hoy, lo mismo que los de ayer.
- Entendido
- No sé si me entiende, una última cosa, déjeles claro que, con el nombre del Club Deportivo Calamocha, no se juega. Si lo hacen, así les parta un rayo.
Capitulo Quinto
El descanso del guerrero
Ya en su
casa, lugar en apariencia seguro y tranquilo, el señor alcalde no
probó bocado durante la comida ni tan siquiera pudo decir esta boca
es mía, tenia el estomago encogido y la cabeza le daba vueltas, le
iba a dar algo, pero ya no albergaba duda alguna, haría todo lo que
estuviese en su mano para impedirles jugar a pesar de que nada le
gustaría más que volver a ver un partido de fútbol en el viejo
campo del rabal, hasta pensaba que él mismo haría un buen papel, no
como jugador, aquellos días ya se terminaron ¿a quien pensaba
engañar?, sino como entrenador, no le importaría en otro momento,
quizás más adelante, después de hacerles entrar en razón,
entrenar a esos jóvenes entusiastas en quienes en cierto modo se
veía reflejado. Pero una cosa era segura, no habría partido, lo
impediria, y a no tardando nada lo haría mañana mismo si don José
le daba la mala noticia de que seguían adelante en su empeño.
Se podía
ver de organizar entre todos, dando parte a medias tintas a la
capital, si tantas ganas de jugar tenían un partido para los días
de San Roque, ahí suponía les dejarían, harían la vista gorda, y
hacerlo bien de principio a fin, invitar a algún equipo, ¿pero
cual?, si no había quedado nada ni ganas de jarana.
Pues es
verdad, pensó, por otra parte, si dejo que de una manera u otra el
partido se celebre, todo el mundo sabrá que en Calamocha tenemos un
equipo de fútbol, algo que nadie hoy día tiene, y saldremos en
todos los periódicos, y todos se fijaran en que somos el pueblo más
avanzado casi de España. Sus pensamientos rozaban el delirio cuando
alguien llamó a la puerta. Era el que faltaba. Y a este buen hombre,
quien le había dado vela en este entierro, estos forasteros, más
calamochinos que nadie.
- ¿Que tal Emilio?, como vas. Era el doctor don Antonio Caja, uno de los pocos, por no decir el único que tuteaba al señor alcalde como si tal cosa.
- Entre todos me vais a matar, y casi os lo tendré que agradecer, a cascala a Luco debiera mandare, pero no lo haré. ¿A qué ha venido, quién le ha mandado, y aunque se que no le gusta el fútbol, que usted es mas de ir a misa, que sabe del dichoso partido?
- Supongo que de muchas de las preguntas ya sabes la respuesta. Alegre y dicharachero el doctor en su salsa prosiguió. He venido a lo mío a darte consejo médico y práctico, preocupado por lo que me ha contado el zancarrón director de la banda, y por qué los curas andan resuelto a echarte a los leones y crucificarte el sábado santo, y es que los hay que aun llevando sotana se pasan la ley cristiana por el arco del triunfo, se ve que tu como alcalde de futuro no les interesa, que no eres muy de misas, que te falta latín y patatin y patatan, te van hacer la cama pero no les dejaremos.
- Pero qué os pasa a todos en este pueblo, que cualquiera de fuera sería mejor alcalde que yo, que todo a escape lo arreglais y no confiéis en mí, que os agradezco en el alma que queráis ayudar, pero eso antes, unos días antes.
- Maño, no corras tanto, que a mi el fútbol, bien lo sabes, nada de nada y del partido se lo mismo que tu, lo que me ha contado el culo inquieto, yo te seré franco, y no va con segundas, mañana das parte del rumor, pero nada de a Teruel, directamente a Madrid, y que estos llamen a los de Teruel y asi matas dos pájaros de un tiro, pues en la capital de la provincia lo sabrán y estarán esperando que los llames, así que mejor que les echen la bronca de Madrid, y el viernes santo, nada de tonterías, no hace falta Guardia Civil, que manden una compañía del ejército y veremos que pasa, a jugar me refiero, no a pegar tiros, y a ver como corren los nuestros y si tienen algo en la entrepierna, que será poca cosa. Y mañana una vez des parte y se sepa todo, lo dejas correr, te pasas por casa y te rebajare de servicio, te hare un parte por enfermedad y cansancio y te vas derecho a pasar unos días hasta que escampe a Castellón, al Balneario de la Villavieja donde van de balde todos los falangistas, gratis, con mi firma, y vuelves con el pueblo en orden y todos, tú el primero en su sitio.
- Venga, marchese ya, alguna faena tendrá, déjeme pensar, ya si acaso hablamos mañana. Venga, que llevó la cabeza que me va a estallar, con tanto consejero.
- Si ya me voy, que van dando en segundo en la torre y he quedado en misa, a ver que se cuentan, de algo me enterare. Mira este frasco, tomate una antes de acostarte y descansaras, no hay más, cuando se acaben fiesta, así que confío en que pase todo antes, y solo una, que si te tomas dos igual no te despiertas, son muy fuertes, de cuando la guerra, de cuando le queríamos dar matarile a un pobre soldado herido irremediablemente por la muerte, allá en el hospital, un par de pastillas y ya solo era cuestión de avisar a la carpintería de Lucía par que a la mañana siguiente mandasen el cajón y lo subieran al cementerio, al cura ni caso, no subía nunca. ¿Estos Lucía, no le daban también al fútbol contigo?
- Anda, ve a misa, y dele recuerdos, al mosén, y no sea tonto y se apunte a la vela en San Roque a la hora del partido, ya que todos hemos de mirar para otro lado.
Obediente el
alcalde se tomo la pastilla pensando echarse un rosquete hasta la
hora de cenar pero lo cierto es que se despertó al sentir cantar los
gallos al amanecer y gruñir los tocinos, todos calamochinos. Todo
indicaba que había caído un buen hielo, uno de tantos, y el día
amaneció despejado y el mismo se sentía con fuerzas más que
suficientes para sacar adelante el pequeño contratiempo surgido en
días tan señalados como aquellos, lo mejor era el silencio.
A última
hora antes de quedarse frito se había acordado de su amigo Demetrio,
a quien estaba deseando ver, Ribes era un hombre de verdad, había
llegado a Calamocha a dirigir las obras de la estación vega y este
si, era uno más, lo mismo que si hubiera nacido en el Cantón y no
en el Reino de Valencia de donde vino, se acordó como no de los
tiempos del fútbol, y como cuando iban perdiendo, Ribes comenzaba a
dar gritos a todos sus compañeros y los arengaba sin cesar una y
otra vez, “a por ellos, a por ellos”, era un terrible motivador y
los equipos contrarios se acoquinaban solo de oírle dar órdenes a
diestro y siniestro a grito pelado, arrinconando así al rival,
sometiéndolo a un constante asedio hasta por fin marcar. Sí,
definitivamente Ribes habría sido un gran alcalde, ni uno se le iba
a cantear.
Capitulo
Sexto
El ataque
Desayuno
todo lo que tenía pendiente, la comida, merienda y cena del dia
anterior, anotó algo en un pequeño papel y se encaminó hacia la
plaza, de camino saludo al Casimiro quien con el carro lleno del
primer mercancías que paraba en la estación se dirigía a repartir
en los pocos comercios que habían sobrevivido a todo, el Torrijano
medio sentado en la vara del carro le sonrió y le hizo un gesto
evidente señalando una de las talegas de atras, “coga usted lo que
quiera”, se lo agradeció y le dijo que no, que otro dia. Pensó
evidentemente en pararlo y convidarlo a una copa de cazalla, otra
más, y preguntarle por los chicos del fútbol, pero conociendolo,
bien sabía que el bueno del Casimiro solo le diría lo que quería
oír y así lo dejó escapar, al tiempo que con una serie de gestos,
le dejó claro que días atrás sus camaradas del gremio de
estraperlistas de la parte de Calatayud se volvieron a quejar de que
los trenes de mercancías a veces llevan una sisa más que
considerable, y ellos también tenían sus otras necesidades. El
Casimiro le replicó lo evidente, el tren va muy lento, si falta algo
que busquen a los que se suben y bajan en marcha. Era evidente que
España poco a poco se iba poniendo en marcha.
Antes de
entrar en el ayuntamiento pasó por telégrafos, justo el edificio
contiguo y allí en su patio espero unos minutos hasta que por fin
apareció el telegrafista y abrió, sonrió y nada raro vio pues a
veces don Emilio madrugador se pasaba directamente a por la
correspondencia y la prensa. Mientras esperaba se acordó de que
precisamente ese dia le habría venido bien que le atendiera el
pequeño catalán, pero dónde estaría aquel pobre hombre, con el la
confidencialidad estaba garantizada, ahora no tanto.
Aquel
catalán de tan grato recuerdo había sido entre otras muchas cosas
un zurdo exquisito, un extremo ágil y un negado para el fútbol, que
ni de aguador servia, llego hasta allí como funcionario de
telégrafos unos años durante la república, un buen día apareció
por el pueblo, como tantos otros funcionarios de paso, venía
desterrado, así que no había que ser muy listo para comprender que
algo habría hecho y bien merecido tendría el destierro, aunque el
pobre hombre no fuese consciente al principio de la suerte loca que
era venir a parar a un lugar como Calamocha, al que tardó en llegar
tres días desde un pueblecito perdido de Gerona, más que nada
porque sus compañeros le informaron “erróneamente” que aquel
pueblo se hallaba en Soria. Se hospedó en la Fonda y pronto se
corrió la voz, en telégrafos había un anarquista, si era catalán
no podía ser otra cosa, que un anarquista, un tio sin duda
estupendo. Así que empezaron a lloverle amigos, y el joven
telegrafista pronto comprendió que aquel pueblo tan lejano al suyo
era el mismo paraíso, y que de allí no lo movia ni nada ni nadie,
ni mucho menos dios. Que vida habría llevado, se preguntó el
alcalde, con lo buena gente que era, tira a buscarlo ahora, échale
un lazo.
Una tarde de
esas en las que se sorprendió asimismo pensando en español y no en
catalán le dio tal bajonazo que no tuvo más remedio que confesar a
los amigos el verdadero motivo que le había llevado hasta allí,
dado que le volvían a trasladar, o desterrar, qué más daba todo, y
ya nada le importaba, se había acabado la primera parte de su
destierro, y no quería marcharse de ninguna de las maneras.
“En
realidad no estoy aquí por anarquista sino por tonto de remate, me
pusistes ese mote y no me desagrado, tampoco era cuestión de
pregonar la verdad, que bien sabían en el ayuntamiento el motivo,
era en aquel momento un separatista, me toco la mili en África, y
volví a casa dispuesto a comerme el mundo lejos de los militares, a
ocupar mi plaza de telegrafista en el pueblo y beberme toda la
cosecha de la familia, y en ello estaba cuando el dia de la fiesta
mayor, como vengo de casa grande, y vivimos justo frente al
ayuntamiento, cuando terminó de hablar el alcalde, yo desde el
balcón borracho y lleno de sentimiento grite “Viva la República
Catalana”, podéis creerlo, ni siquiera grite “Visca”, aun
tenia yo la mili muy cercana, qué vergüenza, y como me jalearon, me
sentí dios. Pero no os creías, no pasó nada la fiesta siguió
igual hasta me aplaudió a escondidas el alcalde, pero amigos cuando
se acabaron las fiestas y fui a trabajar tenía la orden de traslado
a Calamocha, por catalán. Y ahora supongo que por calamochino tengo
la orden de traslado a no se que pueblo de Huesca, el cual ya he
buscado en el mapa. Con lo a gusto que estoy aquí, en fin, que me
voy y así descansaran los calamochinos de bien. Por cierto que uno
de esos que ha debido pedir mi traslado, cada vez que pasaba por la
estafeta se acercaba a parlar amb mi en catala ”.
- Buenos días, si me hace el favor de poner este telegrama a Madrid. Y don Emilio le acercó el papel escrito en casa antes de salir. El solicito funcionario, nada que ver con el añorado catalán primeramente lo leyó.
- Lo intentare. Dijo sin demasiadas ganas. Falla mucho la luz.
- Sabe donde dicen que falla mucho la luz y van locos los telgrafistas por hacer bien su trabajo, en EL Aaiún, imagínese lo que debe ser trabajar allí, yo si quiere vivir alli le puedo recomendar. La cara del telgrafista cambio tan rapido como paso el telegrama y devolvió el papel a su alcalde, era evidente que estaba de parte de los futbolistas y quería que el partido se celebrase, pero la sola visión de verse en el desierto le iba a mantener callado de por vida.
- Pues ya esta, todo en orden, desea alguna cosa más.
- Solo una pero tu ya sabes cual es, pasados estos días, cualquier cosa que necesites, no dudes en pasar por mi despacho, pidiendo hora antes.
Capitulo Séptimo
Hasta la victoria final
Por fin
podía sonreír y respirar algo de tranquilidad, de ahora en
adelante, por su parte lo tenía todo hecho aunque a la vista de los
demás lo tuviese todo por hacer. Dejó el edificio de correos y en
los pocos metros que tenía que andar hasta el ayuntamiento, volvió
a la cruda realidad, para empezar, que hacía el cura saliendo del
mismo ayuntamiento en dirección aparente a las monjas, ¿estarían
ellas al corriente de todo?, ¿sabian ya la clase de alcalde que
tenían?, seguro que si, a duras penas el de la sotana le saludó sin
detenerse, era evidente que el clero andaba enfadado a buen seguro ya
le habían comentado que el Emilio no había dado parte a nadie de
las intenciones de los jóvenes, y ese precisamente era el trabajo de
un alcalde denunciar a la autoridad superior, prohibir, mojarse al
fin y al cabo, y no dejar hacer ni mucho menos esperar a que otros,
ejemplares españoles hiciesen su trabajo y denunciasen.
En el umbral
del ayuntamiento la cosa empeoro y de qué manera, los chivatos
habían madrugado más que nadie y ya estaban esperándolo con el fin
de saber que había dispuesto, es decir, si ya lo había prohibido y
hecho la denuncia en Teruel. Por suerte para él, don Víctor el
secretario apareció en el ramo de escaleras. Y a este si que nadie
se atrevía a decirle una palabra más alta que otra, dado que
llevaba en el cargo tanto tiempo o más que el edificio en sí, y
bien que había conocido y sorteado toda clase de regímenes,
banderas y jefes. Era el amo.
- Muy buenos días a todos, dijo el señor alcalde alzando la voz y mandando callar a la parroquia. Don Víctor, deberá hacer saber al pueblo que a partir de hoy mismo la visitas al alcalde deberán concertarse con anterioridad y dejar constancia por escrito de ellas, órdenes de arriba, que se dará traslado a todo y a todos pero por el conducto reglamentario y asimismo se tendrá en cuenta la urgencia, en suma, que quien quiera hablar conmigo deberá hacerlo primer con usted, y al tiempo como secretario valorar y dar fecha y hora. Atenderé de diez a una, no como ahora que esto parecía la casa de tócame roque, y favores solo a quien lo necesite. Si estos ejemplares señores aquí presentes, y otros más, quieren hablar estaré encantado de hacerlo, tome nota de todo, en cualquier caso hoy hasta las once no podré recibir a nadie, pues ahora mismo he de subir a mi despacho y tratar el problema de la Banda de Música con su director don José Blasco, quien supongo me estará esperando. Repito, buenos días todos.
Conforme don
Emilio avanzaba hacia su despacho cundia el desánimo entre aquellos
madrugadores, estaba clara su postura, iba a dejar hacer, y convertir
Calamocha en la vergüenza nacional, a que esperaba para tomar cartas
en el asunto, llamarlos a todos, familias incluidas y ponerlos en su
sitio, de todas formas, igual era lo mejor, y en unos dias habia otro
alcalde que andase mas derecho. Que se pensaba, que iban ir ellos al
cuartel, a los curas, a pedir un escarmiento para los futbolistas, a
enfrentarse con sus propios hijos, sobrinos y demás. Hasta ahí
podíamos llegar, que cada palo aguante su vela, corría el tiempo
para todos.
La puerta
estaba abierta y don José sentado esperando con el trabajo bien
hecho tal y como habían quedado, sonriente, muy sonriente, contento,
sobre la mesa un papel, aquella mañana la cosa iba de papeles, y don
Emilio ya sentado leyó la alineación de aquel equipo que le robaban
de las manos y del cual se había erigido en defensor, que para eso
era quien mandaba o quien a partir de ahora iba a mandar, y así
recito uno tras otros la alineación del que dio en llamar Santo
Deportivo Calamocha.
- JOSE JAIME GOMEZ
- MARIANO GARCIA ROY
- DOMINGO CASAMAYOR VILLALTA
- JOSE MARIA ROMANCES PAMPLONA
- ENRIQUE ROY PAMPLONA
- ANTONIO SERRANO CLEMENTE
- JOSE CORBATON ESTEBAN
- CARLOS BERBEGAL AGUDO
- JOSE MARIA GOMEZ DE GRACIA
- JOSE BOTELLA SANSULI
- Y el futbolista desconocido
- ¿Qué le parece la alineación, usted que entiende de fútbol? Preguntó orgulloso el director de la banda
- ¿Será una broma? Esto no me lo esperaba, aquí esta lo mejor de nuestros chicos y sin entrar en quintas aún.
- No me diga que le ha hecho caso al doctor Caja, ya le advertí de ello ayer, dos o tres van para figuras, le he visto salir de telégrafos
- He dado parte a Madrid
- Ha hecho lo que debia, les vendrá bien un escarmiento, hará de ellos hombres de provecho
- La que se me viene encima con las familias
- Nadie sabrá jamás cómo llegó la cosa a oídos de Madrid, pudo ser cualquiera, se merecen una paliza como a un macho, y cuanto antes mejor y mejor que venga de fuera a repartir que no los de casa. ¿Le cuento el resto? o como ya está todo el pescado vendido nos olvidamos hasta el dia del partido.
- Si le digo que no me lo cuente servirá de algo
- No
- Pues tenga la bondad de contármelo todo, ahora que tengo claro que el remedio será para mí peor que la enfermedad y ahora que comprendo el enfado de las fuerzas vivas de medio pelo que nos rodean, más tontos que sus hijos a buenas horas han esperado. El enemigo está dentro, como pude olvidarlo. Si ellos no pudieron quitárselo de la cabeza cómo iba hacerlo yo.
- Bueno el partido se celebrará, no hay vuelta atrás, o mucho cambia la cosa, o viene otra guerra o una buena nevada, o estos valientes saldrán a jugar. Y si me permite una observación nos vendrá a todos bien, saldrán mal parados eso es evidente pero un día es un día, y una paliza es un rato, que había otros días, pues si, que les apetece ese porque otro no pueden pues ancha es España, lo mismo que sus lomos, el hecho en sí nos pondrá en boca de todos, y se hablará de Calamocha. De Bilbao a Cádiz y de Barcelona a Lisboa, mira que valiente esos chicos dirán, con la que está cayendo y pensando en jugar al balompié seremos no hay duda el ejemplo a seguir, todos nos querrán imitar y en un par de años en todos los pueblos habrá un equipo de fútbol.
- Mira que le gusta hablar a usted. Interrumpio el alcalde. Bien me gustaría poderle creer, pero aquí lo único que pasará es que les caerá una buena multa, alguna que otra paliza y ya veremos, que mucho me temo tardaremos no años sino décadas en ver futbol. Pero como a usted no le gusta, los demás ajo y agua, ustedes los visionarios no suelen dar una.
- No cale que le demos más vueltas, total pasado mañana saldremos de dudas, con rezar bastará, si le hubiera preguntado esta mañana al Casimiro ya le habría contado todo lo que sé. El equipo se ha juntado esta mañana en la cantina del Pipero en las cuatro esquinas, un lugar tan seguro y lejos de las miradas inquisidoras que a la segunda cazalla que han pedido se les ha soltado la lengua. No pase pena don Emilio, no va la cosa por la política, es tan solo una rabieta con quien menos les conviene, pero la gente joven es asi, no tienen lo que hay que tener para nada más, es tan solo una chiquillada, por no tener, no tienen ni con quien jugar, no habrá partido, saltarán al campo de azul, así piensan que la pena llegado el caso será menor, parecen caídos de un guindo, les he animado a jugar, adelante chavales les he dicho, el pueblo os espera, si ya se que le prometí lo contrario, pero oiga, otros vendrán a sacudir el árbol y nosotros a recoger las nueces en unos años, esta que viene después de esto va a ser una generación estupenda. No, no vendrán los de Monreal a darnos la revancha de aquellas dos últimas derrotas del Deportivo, casi cuatro años y medio después, mil quinientos noventa y siete días se cumplirán sin un partido que recordar que aquel en que volvimos a perder con los mozos de Monreal
- Siempre nos quedará el Santo Cristo, si no se ha helado esta noche, se me ocurre pegarle fuego al rabal, el Agapito no querrá, pero alguno del barrio bajo bien a gusto me lo arreglará. ¡Menos mal, que usted no es de futbol!
- Aléjese de los malos pensamientos y tentaciones, a partir de ahora en Madrid va estar en los altares del movimiento como aquel que dice, y en Teruel, nos van a coger una manía de padre y muy señor mío por saltarnos el conducto reglamentario, pero es que allí no ha quedado nada y debiera usted pedir la capitalidad de la provincia. ¿Y con los civiles de aquí, que ha pensado hacer?, conviene tenerlos al corriente que no se enfaden.
- Consejos vendo que para mí no tengo, ande bájese al cuartel, y dígales que le ha dicho el alcalde que les avisaran de Teruel, de parte de Madrid, para que el viernes asistan a un partido de fútbol en el rabal, que vayan preparando la ropa deportiva, la táctica y estrategia a seguir, que salgan si puede ser tan solo a contener, no al ataque, que ese partido lo tienen ganado. Esta tarde en el café Flor pondré al corriente al comandante, se va a llevar una alegría tremenda, hasta el saldrá al campo, con lo que le gusta el futbol, a repartir juego.
- Les van a llover los goles
- No le quepa duda, y volar las pesetas, no somos pueblo ni de futbol ni de bandas de música así pasen cien años que no veremos ni lo uno ni lo otro funcionar.
- Y que todo quede en eso, porque si calzaran albarcas terminaban en la cárcel. En cualquier caso si me permite un inciso un castigo por parte del ayuntamiento no estaría demás, que sepan de la autoridad, una condena a trabajos comunitarios sería ideal, sentaría un precedente y sería ideal para las arcas del ayuntamiento en lo sucesivo así se me ocurre por ejemplo, hacerles salir como cabezudos en las fiestas, luciendo pantorrilla y al menos aunque no se les vea la cara en sus casas los conocerán, no se vayan a ir de rositas, que se enteren sus madres también, no vaya a ser que los padres paguen la multa y callen.
- ¡Cállese usted de una vez! Guardemos silencio de ahora en adelante esta y todas las semanas santas que nos queden.
"Yo
os aseguro que mi pulso no temblará, que mi mano estará siempre
firme. Llevaré la Patria a lo más alto, o moriré en mi empeño"
Franco,
1936
Del viernes
santo de 1940 en Calamocha lo único cierto que por ahora sabemos es
que a los integrantes de aquel equipo, el pulso no les tembló, su
pie se mantuvo firme y llevaron a cabo el partido, aun habiendo sido
avisados por todos, militares, religiosos y civiles. Saltaron a jugar
al fútbol y fueron por ellos denunciados al unisonó con quince
pesetas de la época por cabeza que todos y cada uno de ellos pagaron
según consta en la denuncia que guarda el archivo de la villa,
religiosamente.
Fin
JESUS
LECHON MELENDEZ