sábado, 16 de mayo de 2015

Monsieur Cambremer. Un calamochino más.

Castellón, viernes 16 de enero.

Aparcando el coche, en la penumbra del garaje observo como se enciende la pantalla del móvil, es un mensaje, un sms, único conducto seguro hoy en día a la hora de establecer una comunicación, “Tok gim. Spramos”. Tardo en leerlo y aún más en descifrarlo. “Toca gimnasio. Te esperamos”.



Es allí, sentado tras la cristalera, donde leo las primeras cien páginas, de Estación Paris del Jon Lauko, un calamochino más. De vez en cuando levanto la vista, el vecino ciclista siempre ha dicho que los gimnasios están llenos de municipales, bomberos, nacionales, y por supuesto guardias civiles, lo mejor de cada casa sin duda alguna..

Hasta él mismo, el vecino, debe ser agente doble, miro desconfiado, ¿qué pensaran ellos de mí? Un tío con gafas, raro, poca cosa, con un abrigo de color rojo nada discreto del que ha sacado un libro con la foto de Tejero en la portada, aquí el más tonto hace relojes, hay quien las mata callando… ellos tras también observan.



El resto del libro, de la semana, se convierte en una pesadilla, un constante mirar atrás, pienso, imagino cosas, trato de ver, me falta tiempo, ganas tal vez, necesito saber que pasa, el final en si, es lo de menos, lo vi. en la tele. Llevo el libro en el bolsillo a todos lados. ¿Pero como se suceden los hechos?

Viernes, 23 de enero.

Es el momento, todo despejado, el libro y yo mano a mano, tiene las de perder,… y pierde, pero también me gana. Lo acabo. The End. Enciendo la tele, y busco Mientras Nueva York duerme. Y tras la escena de seducción a un borracho Dana Andrews, yo también me duermo.

Trato de ponerle cara a Monsieur Cambremer, ese encantador mal nacido, pero no puedo, me pregunto si Bogart, en la cumbre de su carrera habría aceptado el papel de un canalla como el francés. No lo creo, por más que soltase aquel tiro a destiempo al comienzo de Los Violentos Años Veinte. El no era así. Era un tipo duro, si, pero no un “francés”.  



Y mira que hay malos en la historia del cine, en los que encontrar una cara que poner al personaje estrella, o a uno de ellos, en realidad es una novela coral, o de gallinero, un plano secuencia de Berlanga, personaje estrella del Sr Lauko. Si algo nos gusta al leer una novela tras otra “perpretada” por un mismo autor, bien lo sabia Galdós,  es encontrarnos con un personaje conocido de otra, y ahí esta Monsieur Cambremer, lo mismo que en Donostia, alardeando ya de su buen hacer desde la primera novela de Lauko, en la cual tampoco logre ponerle una cara, ni en blanco y negro ni en color.

Se impone volver a leer Barrendero Ferroviario Enterrador, da igual el orden,  y desvelar el misterio,  repasar los zagales que en ella aparecen y ver si tal vez, lejos de ser francés, semejante y frío personaje, no es otra cosa, que un calamochino más.

Con el resto del gallinero me es más fácil, esa manía de uno de ponerle cara a todo el mundo, quienes hemos hecho la mili tenemos un repertorio sobrado de caras al uso, para dar y repartir entre militares y civiles próximos a ellos, además, vivimos lo hechos, y durante años nos nutrimos de la Interviu, y no por las gachís, nunca se les vio nada, si no  ávidos de saber la verdad, al respecto del 23 F y el Banco.

Con la parte femenina, soy más benévolo y tiro de repertorio del olvidado, por nuestra parte, cine quinqui español, para mi magnifico, y como estrella invitada Ida Lupino, hace en la parte final de la novela lo que hoy en día se dice un “cameo” como mala, malísima, agente cuádruple, o vete a saber qué. Y en cuanto a Nº 1, al pie de la escalera hasta el último momento, un tipo tan casi duro, como inútil, tan eficiente como incompetente, el amigo perfecto, el bueno de Jack Lemon ya entrado en años.



Son doscientas paginas, de un constante ir y venir, de fechas, lugares y nombres, suelo perderme, pero para mi no es algo nuevo, sigo adelante, no vuelvo atrás, voy a los hechos,… las personas, son lo de menos. Me llegan los recuerdos de aquellos días, la tele, las revistas, lo que se hablaba,…caray, que pronto hemos olvidado todo. Parece ya todo tan lejano, no mintieron entonces, nos engañaron, probablemente si, lo mismo que hoy. No sé por que nos enfadamos, es lo normal. Lo hacemos todos, ¿Lauko estaba en el ajo? Lleva bigote, estaba en la flor de la vida en aquellos años, vivió en Donostia, en Barcelona, … nació, casi en Calamocha, cual será su verdadero nombre, ¿Cambremer?.

La cosa acaba como acabo,  de por medio  no podía faltar la historia de amor, algún que otro muerto, miedo, la inútil jerarquía militar cuando se trata de tu o los demás y esa escena final del libro, sin duda lo mejor, ya lo advirtió Steimber en su final de Las Uvas de la Ira, letras, escena para recordarnos, que la vida sigue, y hay futuro, a uno y otro lado, del bien y del mal, tarde o temprano, entre todos, “alimentaremos” nuevas historias, que ya nos sonaran, cuando las volvamos a vivir, golpes de estado, atracos y amores nos esperan. Vida, libros, cine en blanco y negro

Al final, sin olvidar la jeta de mala leche de un Lauko a media sonrisa, sin inspiración pegado a una maquina de escribir,  tras una cortina de humo, para Monsieur Cambremer opto por la cara de Walter Matthau, en la película, Aquí un Amigo, su habitación, su fusil…. Bang. Pero para entonces, ya he terminado la novela. Y enciendo la tele y me duermo.

Sr Lauko, si ese es su nombre, haga usted el favor, de ponerse a escribir, y por favor, mande un abrazo al Señor Cambremer, que se cuide, ya estará mayor, y que le cuente lo que sepa… y luego, ruego, nos lo haga saber

Mil gracias y recuerdos




Estación Paris de Jon Lauko

viernes, 1 de mayo de 2015

Cuando las vacas daban leche.

A las ocho en invierno, la luz artificial de la calle, en aquellos años era blanca a juego con las estrellas, y el cielo de un azul inmenso, hacia frio. Mirar hacia ese cielo lo añorare siempre y a las nueve en verano, el sol caía por Santa Bárbara y te cegaba, hacía calor, empezaba a refrescar tan solo un poco más tarde, a veces el horizonte brillaba de un rojo intenso maravilloso, las puertas mismas del cielo se adivinaban más allá del cerro.

A esa hora, todos los días del año, año tras año, pasábamos al otro Barrio a por la leche, a casa de la Teresa. Cuando el cuartel no estaba vallado, simplemente resguardado por un seto, seto que los guardias regaban y podaban constantemente, siempre uniformados.

Cruzábamos de un Barrio a otro al caer la tarde con la lechera en la mano, a por leche, leche de vaca, y lo hacíamos a través del patio del cuartel, atajando el tener que doblar la esquina y rodearlo. A veces, me juntaba con la Amada, y caminaba junto a ella, pausadamente, charrando, rodeando el cuartel, ella me preguntaba cosas, como hacen los mayores con los niños, con el fin de charrar, yo le contestaba con la mirada  hacia al suelo, o al cielo, seguíamos el mismo camino. No había nadie.

Si íbamos solos, mirábamos a uno y otro lado del patio del cuartel, y lo atravesamos con cierto temor y tan deprisa como nos era posible, los guardias, rara vez nos llamaban la atención, pero sus hijos, aquellos con los que compartíamos pupitre, si nos veían, corrían a por nosotros, se agachaban, agarraban una piedra, y había muchísimas y la lanzaban al aire, aquel era su territorio. No podíamos pasar.

Estábamos en guerra. Jamás hubo una tregua, ni tan siquiera un partido de futbol amistoso, entre ellos y nosotros. Nada. Ellos, a su vez, en la medida de lo posible, no ponían un pie en ninguno de los dos Barrios que limitaban “su territorio”, de eso nos encargábamos nosotros a uno y otro lado del cuartel, pero, todo esto, ya es otra historia. Cosas de críos.

Ya en el otro Barrio, la puerta de casa de la Teresa era de madera, y estaba siempre abierta, nada más abrirla olía a gloria, al pasar al estrecho pasillo donde te servía la leche, olía a leche fresca, mientras se adivinaba el trajín entre las cuadras y el resto del pasillo en forma de L camino de las cuadras, de un ir y venir, con las cántaras llenas de leche recién ordeñada, trajín de hora punta. Mientras la sartén en el fuego, llenaba la cocina de vapor dando buena cuenta de unas patatas con cebolla, cuyo olor, tan bueno como el del resto de la casa, a veces echo tanto de menos, que  no me queda más remedio, que prepararme esa misma cena, a eso de las ocho en invierno. La cena de Miguel, el amo de la casa.

La Teresa me decía de vez en cuando: Maño, haz el favor de venir con una lechera como todo el mundo y no con las botellas de la Pitusa, vale más el tiempo que se tarda en llenar que otra cosa,… mira la cola que me preparas, y todos tenemos faenas, será por lecheras, si tendrá tu abuela el granero lleno, y si no ya te daré yo una. Venga, anda escape. Ya hablare yo con tu abuela, ya. Además hoy hay calostros, nos ha parido una vaca, y estas civilas no quieren, y en la botella no te los llevas, así que vete a escape y vuelve con una lechera como dios manda. Y yo, volvía con el coceleches, el más grande que teníamos y nos lo llenaba hasta los topes de tan suculento manjar, mejor que el arrope sin duda. Ya hablare yo con tu abuela, ya. Volvíamos a lo de siempre. Día grande aquel en que paria una vaca y comíamos calostros.

Acudíamos todos los días a por un litro de leche, y a veces eran dos, el segundo lo pagábamos en el inter, el resto al final de mes, ya no recuerdo el último precio de aquellos años, si a mí ver, si serian poco más de diez duros o qué, casi lo mismo que vale la leche de oferta hoy, bueno, lo que sea que hoy nos vende y compramos.

Pero qué me dices, esa era mi abuela que ponía el grito en el cielo, cada vez que a la Teresa se le ocurría subir el precio de la leche, esta mujer, aún no ha sentido en la tele que va a subir el pan, que ya nos está subiendo la leche, ( el precio del pan, estaba regulado y subía, por orden del gobierno, muy de vez en cuando todos los años como aquel que dice) pues al final, tendremos que ir a la tienda como todo el mundo, ya la pillare yo, ya la pillaré, ya. Y si no, mira, con irnos dos puertas más allá, a cualquiera de sus vecinos que también venden leche, san se acabó.

En el otro Barrio parecía había más vacas que personas, era sin duda casi el último rincón de Calamocha con leche fresca. Coñe, no sé qué me digo, si la Teresa hará la de todos, se pondrán de acuerdo los del Barrio y la subirán, así es como debe hacerse, y los demás a pagar por señoritos, por no tener que sacar la cuadra de las vacas. No tenemos sustancia.

Los días que cambiaban la hora no sabíamos muy bien a qué hora acudir, pues al parecer, las vacas, también tenían su horario y no era fácil hacerles cambiar de hábitos, también el día de Navidad, o alguno otro festivo, acababa todo manga por hombro, a la hora de ir a por la leche. Las vacas son muy sacrificadas, hay que estar siempre encima, aseguraba mi abuela, pero claro, si quieres hacer perras, tirar para adelante, hay que tener animales en casa, con la tierra solo se malvive. Mira nosotros, si no hubiera sido por ellas, miseria y compañía. Mi abuela, las dos, habían sido cocineras antes que monjas, las dos habían tenido en casa vacas. Se las sabían todas.

Mi otra abuela muchos años atrás de todo esto que cuento, cuando tenia vacas allá en el Peirón


Al llegar con las botellas, a casa mi abuela hervía la leche en aquel coceleches rojo por fuera y azul por dentro, parcheado por el estañador infinitas veces, tantas como pasaba por el Barrio, unas veces era algún señor gitano, de aquellos que también compraban a duro las pieles de conejo, las paredes de los corrales estaban llenas de pieles secándose, del conejo de la paella de todos los domingos, otras aquel afilador de gafas de culo de vaso y moto colorada, que un buen día, cansado, dicen se echó al tren.

La leche es lo mejor que hay, no sé por qué habéis de ponerle colacao o café si sola es lo mejor, el día que la Teresa se quite las vacas, no sé qué haremos, ir a la tienda, como todo los demás, o dejar de beber, pues no te dicen tonta por comprar la leche en su casa en lugar de en la tienda como hacen todas ya, que si hay que hervirla, que si esto, que si lo otro, que si al final sale más caro ir a casa la Teresa. Redios, nosotros mientras podamos no iremos a la tienda,  a por ese mejunje que les venden, mira que son tontos.

Para poder beber la leche había que hervirla, mi abuela encendía el fuego y se quedaba frente a él a la espera de que hirviese,  la leche era menos de fiar que las putas de las gallinas decía, si te vas a escape hierve y la pierdes toda, y al precio que la pagamos es una jodienda. Contemplaba como subía y de vez en cuando decía: Coño, niño, te has fijado si ha ido alguien nuevo a por leche, si ha cogido otra familia más, alguna civilanca, la Moracha me ha dicho que ha sentido que ha venido un guardia nuevo, de por allá abajo como todos, y son media docena entre chicos y chacos, seguro que lo ha enganchao la Teresa por el cinto para venderle la leche.

A mí no me quedaba más remedio que asentir y darle la razón, en la cola, junto con las civilas había una mujer que no conocía y con acento andaluz. Redios, proseguía mi abuela, pues no hay cama para tanta gente, si se ve enseguida, esta leche de hoy lleva más agua que otra cosa. ¿Abuela cómo le va a poner agua a la leche, yo no la he visto hacer eso nunca?. Oye maño, no me jodas tú también, mira ni aun nata te vas a poder comer hoy, y aquello sí que era imperdonable, pocas cosas había más buenas, que la nata de la leche con azúcar, mejor que la leche condensada de La Lechera, esto no es ni leche, no ha sacado nada de nata. El agua se le pone en la cuadra, que yo también lo he hecho, y a nadie se le dice que no, cuando viene a comprar, se le echa más agua y punto. En fin, se estira la leche, y ya la pillare yo, ya la pillare, ya.

Entre tanto "ya te pillaré, ya te pillaré" termine por creer que un día me pillarían en medio, que un buen día, mi abuela Rosa y la Teresa se encontrarían en el Rabal y ardería el Santo Cristo. Evidentemente se encontrarían más de un día y dos, pero nunca ardió, hablarían de lo que realmente importa, de la salud, de lo mal que estaba todo, y de aquello que se habla en el Rabal, "niña, sabes quien esta muy malico en Teruel, ... sabes quien esta preñada otra vez... vamos no me jodas, pobrecico, redios pero qué me dices, mira que tienen pocas faenas algunas..."

Qué se pensaran estos franceses, nos ha jodido, parece mentira, ellos dicen que allí en Francia todo el mundo va a la lechería y que la leche es de vaca, como la de la Teresa, que no hay cosa más buena, que no compran jamás en la tienda, niña verdad será, son tan modernos, aún se creen que aquí nos chupamos el dedo, (cada vez que venían los parientes de Francia, nos traían una especie de medalla de cristal del tamaño de un cenicero que se ponía en el fondo del coceleches y evitaba, según decían, que la leche al hervir saliese del mismo), era cuestión de fe, la leche se seguía saliendo, lo cual corroborara la tesis de mi abuela, esto de la Teresa es leche, y lo de Francia, vete a saber que, … la leche cuando hierve se sale, aquí y en todos lados, jodidos franceses, que cachondos que son, a saber que beberán.

A veces la cosa era más complicada y no se solucionaba solo con agua,… a veces ibas a por leche y te volvías de vacío. Abuela, dice la Teresa, que a una vaca le ha dado un pelo, vamos que se ha puesto mala, y a otra lo mismo, que compremos leche en la tienda durante un par de días, hasta que vuelvan a dar. Y nos íbamos a Casa la Paca y Rafael a por un par de botellas, leche Ram. Algo extraordinario. Los primeros vasos que nos bebíamos eran deliciosos, tenía un no sé qué, el cual por otra parte ya no he vuelto a saborear, también entonces la leche embotellada debía ser otra, y pedíamos beber siempre  Ram, pero al día siguiente, sin nata, sin el sabor de siempre,… echábamos de menos la leche de la Teresa, no había comparación posible. Pero si el agua sabe toda igual, como la leche puede ser tan diferente, qué les pasa a las vacas que no son de Calamocha. Era lo único que se me ocurría pensar.

Hombre, por fin, me vienes con lechera, un día sorprendí a la Teresa,… ahora tu abuela empezara con la cantinela de que le falta leche y que no echo bien la medida, pues le dices que te ha dicho la Teresa que no, que por eso venias con botellas, que lo sé yo, ya pillare yo a tu abuela, ya.  Al llevar botellas de litro, no había posibilidad, no había otra que llenarla hasta arriba, al ser lechera, siempre se podía echar de más o menos. De la lechera grande que salía de la cuadra volcaba en un cazo de litro y de ahí a la lechera o botella, pero no por no derramar nada, no llenaba del todo el cazo de litro, sino que lo hacía en dos veces,… y en la segunda, en la chorreada, unas veces iba más y otras menos. Y mi abuela vigilante miraba la línea del coceleches la cual no mentía, por debajo de ella faltaba leche y por encima daba igual. Hoy se nota que he ha echado la leche la Pili y no su madre, a ella le hace menos duelo, hoy el litro esta sobrado.

Mi abuela, murió con un vaso de leche, de esa misma leche, en la mano, una mañana de invierno mientras desayunaba. Poco después fueron desapareciendo las vacas de las casas y como todos, en casa, terminamos por comprar en la tienda.

Hoy, aún sigo buscando el sabor de aquella leche de la casa de la Teresa con la que crecimos, con la certeza de que no lo encontrare jamás, con la certeza también, de que la mañana que la encuentre, yo también me iré al cielo.


De los Años de la Cazalla. La muerte. Días de Leche y Rosa.

viernes, 17 de abril de 2015

La habitación donde nací.


Tiene su gracia, no estaba previsto que naciera en Calamocha, pero yo quise nacer allí. Tuve esa suerte, pude elegir y elegí Calamocha. Te cuento.

A mi padre la guerra le pillo cumpliendo el servicio militar en Madrid, de permiso en Teruel, y no le dejaron reincorporarse a su cuartel, así que lo reclutaron los nacionales, y sirvió y conoció como motorista mensajero al Coronel Rey D, Harcourt quien rindió Teruel a los republicanos. Preso por los rojos quedo mi padre en el castillo de Mora de Rubielos, mientras a nosotras, a la familia de mi padre, nos evacuaron a Valencia donde nos derrotaron de nuevo y vimos terminar la guerra como republicanas, siendo que la empezamos como nacionales.


Ella paso la guerra con mi padre y su familia en Teruel donde decidieron que no se iban a separar pasase lo que pasase como hacían otras familias. Mi abuela paterna se portó de maravilla con mi madre y mis tías también, allí se casaron por lo civil y después vino lo que vino. En fin, nada más acabar la guerra, mi madre cogió un tren de la época y allá que llegamos al pueblo, a Calamocha.

Mi madre joven como era no quería parar y también quería ver a su hermana Isabel que estaba en Cuencabuena, y otra vez agarro, maleta en mano y preñada apunto de parir y tomo el camino de la estación nueva, pero quiso el destino que  entrara a despedirse de las tías Lacruz que vivían junto al Santo Cristo y hasta ahí llego la Manola, mi madre, ellas que la vieron, no le dejaron dar un paso más, con toda la razón del mundo.



Aquella noche, de vuelta al Peirón, en casa de mi querida Tía Exaltación debí decir ahora o nunca, y me puse en marcha, a las dos llegue llorando de alegría por ver la luz en Calamocha.

Entonces me cogió la Tía Paca, y dijo, se llamara Pilar, a nadie pregunto, era la cosa asi, la madre nunca ponía el nombre, siempre era la madrina o algún familiar cercano, el que te llevaba a bautizar y ponía el nombre. Pilar.

Cuentan que paso todo el pueblo a visitarnos, siempre me contaron que pasaron hasta las mujeres de los Guardias Civiles a vernos y que me todas me hicieron muchos jerséis, las civilas cariñosamente decían aquello de “esta rojilla, esta rojilla guapa que ha venido a nacer aquí”. Como veníamos de Valencia éramos rojos.

Cuando vino mi padre a conocerme a Calamocha, se cabreo, primero por no ser un chico como el quería, y luego el nombre no le gusto nada, el quería Manolita como mi madre, pero ya era tarde y el no pintaba nada allí. La cuestión la zanjo, una vez calmado con las siguientes palabras ante mi madre:  “Pues es bien fea”.

Así durante toda su vida, entre tu abuela y yo, hubo una cierta complicidad  un cariño muy muy especial siempre recuerdo que cuando iba a su casa me enseñaba la habitación donde nací aquel  17 de abril de 1939, dos semanas después de acabar la guerra.


 “La chica de la bicicleta que quiso ser piloto” 



De los Años de la Cazalla. Nacer en Calamocha

domingo, 29 de marzo de 2015

Conforme Dios manda.

Éramos ya mozos, de todo esto que te cuento,  aunque aún no habíamos entrado en quintas, seria allá por el principio de los años cincuenta poco más o menos, cuando llegadas estas fechas de la Semana Santa, todos, chicos y chacos, mayores y pequeños, recuerdo que teníamos que ir "obligados" si o si, a la iglesia a ver al bueno del Cura y confesarnos, y ojo con no ir, que allí tenía la lista, y conforme acudías a cumplir te tachaba y listo otro año más. Si no acudías, te hacían la cruz, y ya podías atarte los machos.

Así que la Tía Marcelina y la abuela Xalatación, aquel día, me acuerdo como si fuera hoy, mano a mano las vecinas allá en el Peirón, no hacían más que decirnos, venga maños ir y no hagáis caso a nada, que si este no va, que si aquel tampoco, que al final van todos, ir y quitároslo de encima cuanto antes y un estorbo menos, no cale que le deis más vueltas. Si total no creáis que el Cura tiene ninguna gana de veros, que a mí me parece que como todos los sacos de carbón, no tiene ganas de verse, si fuese por él, ni misa cantaría. Pero le obligan.

 Y qué ibas hacer, pues ir, mira qué remedio te quedaba, total una tontería como otra cualquiera de las muchas con las que toca cargar a lo largo de esta santa vida, para que te querías complicar, y luego dar explicaciones a unos y otros, a los beatos del pueblo que con la lista en mano, al Cura ni le iba ni le venia, era el que menos le importaba, pero a los beatos, como te digo, a las fuerzas vivas, daban un mal, señalando a unos y a otros… 

Ibas y a cáscala a Luco, a chiflar a la vía del Bao, y como un día es un día y  una paliza es un rato aquel año agarramos los dos nada más comer, fuimos los primeros en presentarnos ante el Cura. Los malos ratos a pasarlos cuanto antes, y procurando que no nos vieran para luego contarles a todos, que aquello no iba con nosotros, que ya podía esperar el Cura senado en el confesionario, que no iríamos a contarle nada ni aun que viniesen los civiles a buscarnos, además los teníamos, el Cuartel, en la puerta casa, y eramos de confianza.



Conque nada, llegamos a la iglesia, echamos a trapalear de un lado para otro, y mecaguen el tío el copón que no está, que aquí no hay nadie, tira a buscarlo, échale un  lazo. Así que nada, al final, con miedo, nos asomamos a la Sacristía y allí estaba echándose un rosquete el hombre, con un frío que hacia terrible. Pero a escape nos guipo el gachó y en eso que el vecino le dijo: “Buenas Mosén, venimos a confesarnos, para que nos borre de la lista, le esperamos ahí fuera, ya saldrá cuando acabe. Iré yo primero”.

De eso nada, dijo el cura, los dos a la vez, y aquí ahora mismo, venga pasar, pasar, todos a dentro, ¿hay alguno más?, …se ve que el hombre estaba allí a gusto o tenía prisa o más faenas que nosotros y quería acabar cuanto antes, no os sentéis que no hace falta, venga que queríais:

Y en eso el vecino, echa hablarle, yo primero dijo, confesarnos, a eso hemos venido a confesarnos por Semana Santa, este y yo, total que empieza a soltársele la lengua, se le va de golpe la vergüenza y empieza con la cantinela: “Ave María Purísima. Padre yo…”.

Mira como si lo viera, agarra el cura, recién despertado de la siesta como estaba, durmiendo que estaba que no dormido… y empieza a gritar, cállate, callaros los dos, que vosotros ya sois mozos y os conozco, a mí con tonterías ninguna que os enderezo en un abrir y cerrar de ojos, cállate, callaros lo dos y decirme, sinvergüenzas, decirme y no mi mintáis, ¿vosotros vais al baile?. Pensaros que contestáis, que Dios lo sabe todo, y yo también.

Nos quedamos los dos sin saber que decir, porque claro, a la vista estaba que el tío se levantaba y nos dabas dos hostias a cada uno por penitencia, dijéramos lo que dijéramos y nos mandaba a casa y santas pascuas, y ya tanto insistir el Cura que el bueno del vecino acertó a decir:

Si Mosén, vamos al baile, pero bailamos conforme Dios manda.

Y que le quiso decir. Virgen Santa. Aún me parece que lo estoy viendo al tío, se agarra el Cura la sotana se levanta más furo que un jabalí y se viene hacia nosotros y venga a chillarnos, que lo sentirían de San Roque al Santo Cristo.

Enteraros de una vez por todas, Dios no manda bailar de ninguna de las maneras. Fuera de aquí los dos y no volváis jamás. Bailar conforme Dios manda, habrase visto que par de desustanciaos, si os agarro os avío. Fuera, fuera.

De Los Años de la Cazalla.


La última confesión.


Domingo de Ramos Año 2015

domingo, 1 de marzo de 2015

El puente sobre el rio Kwai.

País.

Simplemente nacimos en un Barrio (*), nuestro País, es ese, el Barrio, el lugar donde vimos la luz por primera vez y puestos en pie, comenzamos a caminar. Nunca aspiramos a cambiar el mundo, pues siempre nos advirtieron que sin dejar de intentarlo, era mejor no esperar nada y tirar para adelante. En realidad no había nada más, tal vez tampoco nadie más, éramos nosotros, y la sensación de que la cosa no cambiaba ni cambiaría, por mucho que unos y otros se empeñasen o nos empeñásemos, en lo contrario. No cabía nada más, salvo dejar la espera, y echarnos andar.

Allá tras el Cerro de Santa Bárbara, por donde se agostaba el sol, estaba Guadalajara, Castilla y un lugar remoto llamado Madrid, España, lugar, que no paraba de salir en las noticias, más allá de la Casa del Carretero, la Dehesa, por donde salía el sol, aparecía la no menos lejana Barcelona, donde las abuelas habían estado sirviendo en sus años mozos de antes de la Guerra, allí frente a nosotros sentados tras la casa de la Tía Matea, decían estaba el Reino de Valencia, las mismas historias de las abuelas, pero con sabor a flores y paella, y de culo a todos, Zaragoza, el Charco, …

Para nosotros, no había más mundo que aquel, el Barrio, apenas éramos algo más que españoles, aunque nunca se llevó tal moda, ni entonces ni ahora, no había nada de lo que presumir, éramos unos perdedores y quizás nos gustase, aunque querían, queríamos dejar de serlo, con lo nuestro ya teníamos bastante. Menos aún éramos aragoneses, la cosa esa de la autonomía estaba empezando, nos llegó tarde, y nos pilló afortunadamente mirando para otro lado, con el paso cambiado, cuando ya teníamos un País, el mejor de todos posibles, el Barrio, y como bien se encargaban de recordarnos, egoístamente a nuestros oídos, ellos los mayores, unos privilegiados, habían gozado de él eternamente, allí estaba todo su mundo, ¡bienaventurados!, allí acabarían sus días, frente a nosotros, los zagales, que pertenecíamos a un País del que lo seriamos ya por muy poco tiempo, ya entonces se acababa lo bueno, habríamos de joparnos, aseguraban, en una u otra dirección, por pura necesidad, en busca de otro Barrio que quizás nunca sería el nuestro y puestos en el peor de los casos, en busca de otro Barrio, que quizás nunca lo fuéramos a encontrar.

Aquel momento de la partida, de dejar atrás Calamocha, aquellas tardes sentados a la fresca, sintiéndolos hablar, lo veíamos tan lejano, que creíamos ciegamente, no llegaría jamás, y aquel Barrio, nuestro País, y aquellos días, nuestra vida, y aquellas personas, nuestro sentir, serian nuestro País eterno. Ellos nos lo advirtieron, día a día,  cruzar puentes, repararlos, verlos caer, y continuar, seria nuestro destino.

(*) Barrio. Léase, entiéndase Calamocha. Definición de.



Conversación. Perico, Gargallo, mi padre,… en realidad, Calamocha.

Coñe, sí que has madrugado esta mañana, para no tener ninguna faena, a lo que he movido yo, ya te he guipao volviendo por el Cuartel con un fajo bimbres en la bicicleta. No cabe ser más sinvergüenza.

Pues niño, que quieres que te diga, contra mas madruga uno, peor, como el Tío Sino, para la faena que hecho, más me caldría haberme quedado en la cama.

No sé qué te habrá pasado, pero bien te esta, tu que no tienes faena alguna, tu que puedes, quédate en el catre.

Lo que más me ha jodido, para que vamos hablar bien, si es la verdad, es que no está quedando ni un caracol ni medio, el cordero con caracoles se va acabar, nos tocara comernos el cordero a palo seco, y lo otro, que quieres que te diga, ley de vida, de hacer cestos quedan cuatro campañas, como aquel que dice, porque a la gente joven no le va lo de agacharse, se agachan para otras cosas, y hacen bien, pero lo otro que me ha pasado esta mañana al hacer de día, para que te voy a contar, ya he hecho bastante mala sangre. Redios.

Se hacia el silencio, y con él, la espera eterna…

Venga, desustanciado, termina lo que has empezado, no nos dejes así y cuéntanos por qué calamidades y fatigas has pasado de buena mañana, amen, de que todos sabemos que te las merezcas, por no haberte quedado en el catre y por carnuz. Una paliza como un macho habías de menester.

Pronto acabo, lo mismo que de cortar mimbres, al punto la mañana, a lo que ha tirado a salir el sol por Navarrete, he cogido el montante y me he ido para el camino Las Suertes a dar vuelta y cortar las mimbreras, y nada maño, todo pardina, han quedado las mismas que caracoles, ni una, la que no la han cortado las maquinas, le han pegado fuego los ribaceros, total, la mañana echada, un puñado de mimbres que no tengo ni para hacer una caracolera y prau, así que me he dicho, deja bajarme hasta abajo y cruzar a Los Molinares para ver las mimbreras de Malaco.

¡Ah pajaro! Ya sé lo que ha pasado.

Tiene cojones la cosa, que entre unos y otros hayamos dejado hundirse el puente. El año pasado aun me acuerdo, que tira que te va, lo cruce, pero este año, yo pensaba habrían hecho algo,  pero no he tenido cojones a pasarlo, así que he pegado la vuelta y me he venido para casa. Y mira que peso poco, que viene una voleada de aire, y se me lleva, pero me he visto en el rio, y si capuzo no salgo, y a lo que me echéis de menos, o pase una alma por allí, ya me he muerto de rabia y asco por como esta todo. No tenemos perdón.

Por decirlo no será, cansados están los de todas aquellas piezas, de dar parte al ayuntamiento,  y nones, que no es cosa suya les dicen, mecagüen el turrón, ni nuestra tampoco, entonces de quien pues, de Zaragoza dicen, y si te descuidas te dirán que del Rey que esta en Madrid, que lo dejen estar, que va para largo, se ve a mi ver que les dicen.

Coño, entonces de quien es pues, eso no es Calamocha o qué, cuesta poco sea de quien sea mientras vienen y lo arreglan, tirar dos tablones y cuatro tachuelas, y sujetar todo con unos pernos, y cuando menos, si ocurre, que andando o las amotos puedan pasar, ya ni ovejas, ni caballerías, ni una alma puede pasar, a lo que hemos llegado, y lo que nos quedara por ver.

Maño es la cosa es así, no te cale darle más vueltas, quédate en tu casa y no salgas, así no veras como esta todo manga por hombro. Hazme caso, quédate en casa. Y vosotros muchichos, ir pensando en joparos del Barrio cuanto antes.

Como eso cuesta poco, igual le pido a ( ) un par de cangilones y con ( ) y ( ) que aun pasan por allí, vamos una mañana y cruzamos dos tablones y lo dejamos apañao mientras se deciden los de la capital. Y así, si ocurre, se pueda pasar.

Pues tal y como están las cosas, lo mejor que podías hacer, es ir y arreglarlo. A escape perderían el culo para daros las gracias. Capaces son, acuérdate de lo que te digo, de echarlo abajo al día siguiente y de llamaros la atención, que para eso se ve que están los que mandan y los ayuntamientos. Así que no eches a revolver, y te bajas y te jodes,  cuando te toque por el Camino Los Pardos. No cale que te des mal.

La de la película de la otra noche, ¿la viste?, esa que están presos en la selva y tiran hacer un puente y cascan allí una obra como la del Pilar, y a lo que la acaban, van y le pegan fuego. Menuda sanantonada.

Entonces, mi padre, quien se pegaba la vida viajando, viendo mundo desde el camión, de pueblo en pueblo, entraba a la conversación.

El caso es que vas por ahí, por cualquier sitio que vayas, de esos de medio pelo, que no tienen ni rio, y da gozo solo llegar y entrar, oye, tienen todo limpio como una patena, sus jardines, sus parques, y aquí todo, la eches donde la eches, da pena.

El silencio de resignación, confirmaba todo. Y aparecía la duda que cada tanto a uno u otro le rondaba.

El caso es, que ahora mismo, no me acuerdo ni quien es el alcalde, vamos que si me cruzo con él por la calle, saludar, le saludare, pero no caigo, llamarme tonto si queréis, pero que no sé quién es. ¿Y concejales?, pues si me apuráis, casi que tampoco sé de ninguno para dar parte de nada. Me acuerdo que no hace tanto votamos, pero ya no sé para qué, solo nos faltaba lo de Zaragoza, otro gasto más. Coño, este entro de concejal, este que acaba de pasar hace un rato con el auto, pero a mi ver, en cuanto enderezo el camino de lo suyo, abrió paso a sus fincas, para que le entrasen las maquinas, se ve que no tenía más faenas y lo dejo. Al menos fue honrado, y para no hacer nada, solucionado lo suyo, se fue.

Pues como todos, si hubiera alguno de verse en cruzar el puente de Las Suertes, ya habría cascao allí un viaducto de tres pares de cojones sin necesidad alguna, para por si acaso un día es menester. Mientras tanto uno no puede ni  aún remecerse. Somos un pueblo de cajeros y cornejales. Que te paice. Dejamos hundir los cajeros y a escape echamos mano de los cornejales. Ya me diras tú.

De Los Años de la Cazalla. Calamocha, el fin.

sábado, 14 de febrero de 2015

La realidad de las cosas.

Aquel año el Tutor por fin confirmo los rumores que se venían oyendo por el patio, las mañanas de los sábados íbamos a participar en un concurso frente a otros colegios de la provincia. No un concurso cualquiera, si no académico, de conocimiento, serio cien por cien, como los de la tele de entonces, pero sin tele, con radio, eso si, ya que se podría escuchar a través de las ondas, si bien, en Calamocha en aquellos años de la EGB, tan solo se sintonizaba, y no siempre, Radio Nacional de España (Zaragoza), eso sí, llegada la noche, las radios francesas y lo que entendíamos eran árabes se oían con toda nitidez y ayudaban a conciliar el sueño, pero escuchar cualquier cosa emitida desde Teruel, era del todo imposible. Aquello era un remanso de paz. Nunca ocurría nada, casi es una pena que todo haya cambiado tanto.



El Tutor, también nos confirmó lo evidente, la joven y hippy,  Maestra de Sociales, ya todos lo sabíamos, había votado en contra de la participación del Ricardo Mallen en el concurso. Patrocinado por una editorial y un banco,  ella nos quería demasiado, velaba por nosotros lo mismo que nosotros soñábamos con ella y  no lo veía claro, tampoco se fiaba del resto de colegios participantes, pecado de juventud por su parte, aseguraban el resto de los maestros, por tanto no se haría cargo de los “entrenamientos” relativos a su materia. Opinaba sencilla y llanamente que el concurso estaba amañado, y si no al tiempo, estaría dirigido,… y argumentaba sus razones, con sencillez “no merece la pena llevarnos un disgusto más adelante, jamás dejaran que lo gane un colegio de pueblo”.

En cualquier caso, el Ricardo Mallén se lanzó a la aventura. No hay mal que por bien no venga, y así por una parte, gracias aquel concurso, viajamos por toda la provincia, incluida la capital donde fuimos a parar variar veces, y así mismo otros muchos vieron el mar por primera vez, cuando todo acabo, en forma de premio final.

Mientras por lo que toca a la otra parte, supimos de la realidad de las cosas. El clero, los bancos, las multinacionales, tenían ya entonces en sus manos nuestro aciago destino. Como quiera que por aquellos días apenas rondáramos los doce años, el golpe que la realidad nos dio, resulto tremendo y muy educativo también, de lo que nos esperaba después en la vida real.

Así pasamos, como bien digo,  aquellas  mañanas de los sábados, corría el año 1980,  de un lugar a otro durante el tiempo que duro, aquella competición académica, Alcañiz, Calanda, Andorra, y Teruel capital en varias ocasiones, los de pueblo, los de provincias éramos todos colegios públicos, los de la capital, por el contrario, eran todos privados… sábado tras sábado el Ricardo Mallen, se batía en duelo frente a uno u otro colegio, y caminaba con paso firme hacia la final.



Los equipos, uno por curso de quinto al octavo, entrenaban a diario, y salían a competir en chándal, uno de esos azules horribles con el logotipo de la editorial, con los cuales se podía pasar una noche al raso en Calamocha, en medio del invierno, sin miedo a pasar frio, también el banco les había regalado una bolsa para los apuntes. Más tarde caerían en desgracia y nadie oso jamás usarlos. La afición animaba sin parar, canticos ya desde que subíamos a los autobuses de Zuriaga, pancartas,…

El chándal azul de Área 5 Foto de Eva L.

Y la final, acabada la fase clasificatoria, a nuestro alcance. Los cuatro mejores colegios competirían en Teruel por el campeonato, habría fiesta y hasta baile con el grupo Botones si no recuerdo mal.

Y de nuevo, con la gloria de los campeones en unos días, los rumores, antesala del desastre, rondaban el recreo. El Ricardo Mallén clasificado para la final con solvencia, buen hacer, máximo entusiasmo  y oficio se vio relegado a una plaza de esas en las que ni fu ni fa, quedándose fuera de la misma. Adiós a todos nuestros sueños de ganar, de gloria, y de asistir a la fiesta final.

Aquellos días vinieron a dar la razón a la Maestra de Sociales, solidaria, cabreada y desconsolada como todos, era evidente, aquel concurso estaba ideado para vender enciclopedias y no iban a dejar que un colegio público y de pueblo, sin prestigio ni nombre, lo ganase, debía ganarlo un colegio privado y de capital, y siendo los cuatro finalistas de tal clase, no había riesgo alguno.



Curas y monjas de la capital, bajo el amparo del banco patrocinador y la enciclopedia que se jugaba los cuartos, y que con buen criterio debió pensar estos calamochinos lo saben todo, lo que menos necesitan es una enciclopedia. Curas y monjas por detrás de nosotros, libraron una encarnizada batalla académica, y así impugnaron varias preguntas en principio bien respondidas por los equipos del Ricardo Mallen a lo largo del concurso, del primer al último enfrentamiento, apelando, no a Dios, si no a la gran enciclopedia británica, para finalmente hacer recuento de puntos y caer los de Calamocha en desgracia,  caer estrepitosamente en la clasificación, quedar fuera de la final.

Aquel día el Tutor por fin confirmo los rumores que se venían oyendo por el patio, no habría final, fuimos unos ingenuos, unos tontos, reconció, la Maestra de Sociales, quien ya os explico su posición, tenía razón, pero nosotros teníamos ilusión en nuestro trabajo, ha sido una pena, a veces el esfuerzo no tiene recompensa, ya la cosa no estaba clara desde un principio, pecamos de ingenuo, pero somos los ganadores morales ,nos tienen miedo, hemos enviado un telegrama al concurso anunciando que nos retiramos.


No iremos a la final de Teruel, pero hemos acordado que ese mismo sábado os llevaremos a todos como premio a ver el mar.