Erase una vez un ingles
aventurero que se emborracho con el Tío Diablo en Calamocha, conoció en Torrijo lo que era ser Legionario,
vivió como dios en Olalla, y fue en Visiedo donde por fin supo lo que es el
miedo… Asi lo dejo escrito
Foto Wiki
Peter Kemp (Bombay1913 – Londres,
1993), militar inglés y escritor, también calamochino.
Estudió literatura clásica y
leyes. Al terminar lo dejo todo y entro a España como periodista, dispuesto a
combatir en la guerra civil, alistándose en el bando nacional. Conservador,
monárquico, antirrepublicano.
Aventurero de culo inquieto se
alisto primero entres los Requetés, hasta que cayo fascinado por la Legión, su
arrojo y disciplina, muy superior a la inglesa. Pareció estar en todos los ajos
y conocer a todo quisqui.
Dedica un par de líneas a
justificar su deseo de luchar y el resto del libro deja al margen la política y
da cuenta de su ardor guerrero yendo de un sito a otro en busca de acción,
dando toda clase de detalles, de lugares y compañeros, así como de aquellos que
le acogieron en sus casas, dejando constancia que también hubo un buen puñado
de extranjeros que lucharon en el bando nacional, lejos del glamour del que
gozaron las Brigadas Internacionales. Terminada la guerra civil, se marcho a la
segunda guerra mundial, y acabada esta… en fin, un hombre de acción, un tipo
con suerte.
Alistado en la Legión, su primer
destino fue Calamocha, pasando por Torrijo del Campo, Olalla, Torrecilla del
Rebollar, Monreal, Alfambra, Visiedo, Argente…y desde allí todo Aragón.
CALAMOCHA
Después de tomar café, embarcamos
en una larga columna de camiones abiertos, los hombres agazapados en la
plataforma de los vehículos expuestos al frío viento. Siendo conducidos a
Calamocha. Pueblo situado a 75 km de distancia de la carretera de Teruel. Donde
fuimos bien alojados en casas particulares los oficiales.
Descansamos alli en espera de
órdenes. La instrucción era ligera. Y teníamos mucho tiempo libre.
Calamocha es un lugar muy
pintoresco, viejo, de cientos de años. Según recuerdo, sus más atractivos
aspectos eran la iglesia y un puente de piedra.
Las gentes de Calamocha, al igual
que cuentas tratamos en Aragón, nos recibieron con gran amistosidad y
hospitalidad.
Los aragoneses tienen fama de
perspicaces, llanos obstinados e incluso tercos.
Son frugales e íntegros.
Y en cuanto se puede decir se
encuentran entre las gentes más generosas del mundo.
Pasé muchos meses en Aragón,
donde observé que, aunque aquella región parece pobre, la gente come y bebe
bien.
Y sentían un profundo odio y
desprecio por los republicanos, actitud que se reflejaba en su trato con
nosotros.
Por la tarde, yo acostumbraba a
dar un paseo por los alrededores del pueblo. Los fuertes colores del paisaje
eran dulcificados por el sol del atardecer y el aire claro y fresco de fines de
otoño.
La vendimia había terminado. Y
los campesinos elaboraban el nuevo vino.
Cierto día, caminando por un
estrecho sendero, llegué hasta una Casa Blanca, cerca de la cual había una
prensa para uvas en la que trabajaba un viejo de barba puntiaguda rodeada de su
familia.
¡Acérquese joven! gritó con voz
ronca al verme.
Me conoce, soy Satanás. Me llaman
así por la barba y quizá también por el buen vino que elaboro. Usted y yo
echaremos un trago juntos.
Primero me hizo probar el mosto
nuevo del que llenó una gran jarra. Cuando lo hube bebido y debidamente
alabado, entró en la casa de la que salió llevando en la mano una polvorienta
botella.
Su familia nos miraba sonriente.
Me hizo beber la mitad del contenido, compartiéndole el resto con sus dos
hijos. Luego sacó otra botella que bebimos mano a mano mientras él murmuraba.
Sí, ¡soy
Satanás!.
Al hablar, movía la cabeza su
barba blanca. Parecía manchada de rojo en algunos lugares.
Por fin pude dejar la buena
compañía de aquellas gentes y regresar con paso poco firme y deteniéndome
varias veces para descansar a Calamocha.
Al llegar a la plaza encontré el
Pater hablando con el sargento Lucas.
Hola. Exclamó, ¿dónde has estado?
Bebiendo con Satanás. Balbuceé,
dejándole mientras me miraba con asombro.
Después de 15 días fuimos
trasladados en camiones a Torrecilla del Rebollar. En las áridas tierras altas
al este de la carretera de Teruel. A unas 12 millas de Calamocha y a 3 de la
línea del frente. Nuestra vida allí no fue más excitante que en Calamocha.
Excepto que teníamos que estar dispuestos a entrar en acción en el plazo de una
hora.
TORRIJO DEL CAMPO
Abandonamos el frente de
Guadalajara, marchamos en camiones hacia el Este. Todo el día, llegando a
primeras horas de la noche a Torrijo del campo, a pocas millas al sur de
calamocha, parecía que por fin tomaríamos parte en la batalla de Teruel.
Al día siguiente recibimos
uniformes nuevos antecesores del uniforme de combate del ejército británico.
Cazadora Verde de Sarga, pantalones del mismo color y recogido sobre los
tobillos y botas de media caña. Conservamos nuestras camisas de cuello abierto
y los gorros. También se nos entregaron gruesos y amplios capotes verdes para
reemplazar los viejos que llevábamos.
Aquel día fue estropeado para mí
a causa de ese gran incidente:
Estaba probando el rancho de la comida junto a
las calderetas en una esquina de la plaza del pueblo. Los hombres formaban ante
mí, el Subteniente y el Brigada nos contemplaban desde alguna distancia.
Después de haber probado el rancho y de dar la orden de servirlo, vigilaba la
distribución cuando oi los gritos de ira del Subteniente, viéndole con el
rabillo del ojo dirigirse hacia uno de los soldados al extremo de la fila.
Al principio no preste atención,
pues estaba acostumbrado al modo de ser de aquel hombre. Un momento después oír
ruidos de golpes, seguido de un rabioso grito. Al llegar allí, encontré al Subteniente
roja la cara y temblando de ira ante el legionario, en cuyo rostro se reflejaba
una expresión de desafío y cuyo gorro estaba en el suelo donde lo arrojara el Subteniente.
Cógelo. Grito el subteniente.
No quiero. Gruñó el hombre.
Quedas arrestado. Dije, tú y tú,
señalando a otros dos legionarios conducirle a la Guardia. Subteniente
presente, informe escrito del incidente.
Cuando se lo conté Almajach. El capitán se indignó y me dijo.
¿No llevaba usted pistola?
La llevaba al cinto, como también
el Subteniente.
Por qué no le pegó dos tiros a
ese Legionario en aquel mismo momento. Así tratamos la insurrección en la
Legión, ahora tendremos que formarle Consejo de guerra.
Me pregunté si algún día llegaría
a ser un buen oficial legionario.
OLALLA.
Fui alojado en la casa de un
viejo campesino y su mujer, qué me cedieron una enorme cama con colchón de
plumas y prepararon para mí algunas de las mejores comidas que he probado en
España. Me trataban como si fuera su hijo favorito y parecían encantados de
tener un inglés en su casa. Por la noche, después de la cena, nos sentábamos
ante el fuego hablando y bebiendo anís que el viejo había elaborado. Cuando la
bandera salió de Olalla, la mujer lloró y ni ella ni su esposo quisieron
aceptar pago alguno por mi hospedaje.
VISIEDO.
Cuando llegamos a última hora de
la tarde, recibimos órdenes de acampar allí aquella noche. El pueblo parecía
haber sufrido menos que Argente. Unas pocas casas estaban aún en pie y algunas
de ellas se encontraban deshabitadas. Y lo que fue mejor aún, hallamos el
depósito de aprovisionamiento de un parte de las divisiones republicanas en el lugar
en el que establecimos la guardia, no sin antes haber distribuido cajas de
múltiples clases de alimentos a las diversas compañías.
En aquel pueblo tropezamos con la
única oposición del día, una vieja furiosa que una hora después de nuestra
llegada entró precipitadamente en la habitación donde Mora había establecido su
puesto de mando, quejándose de que nuestros hombres le habían robado un pollo.
¡Bandidos, exclamó amenazándonos
con el puño. Creyeron que no los había visto, pero los vi bien. Y vosotros sois
los libertadores. Sois peores que los rojos!
Mora la dejó hablar, creo que le
hubiese arañado la cara de habérsele ocurrido interrumpirla.
Después le pregunto en cuánto
valoraba la pérdida, le pagó la suma indicada Y ordenó al oficial de la
vigilancia encontrar a los culpables que sufrieron un mes de pelotón. Imagino
que el Duque de Wellington que mandaba azotar a sus soldados por parecidos
delitos hubiese dado su aprobación a la orden de Mora.
“Habiendo así cumplido
vuestros deseo solo me queda esperar que vuestros hijos apoyen, con sus vidas,
si es preciso, nuestra gloriosa Constitución, tanto en la iglesia como en el
Estado, que amen a su rey, y odien a todas las republicas y los republicanos” Carta
del Nelson al Reverendo Priestly
Y Franco era el dueño de España.
Tal cual acaba el libro.
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