lunes, 7 de abril de 2025

EL ingles aventurero que se emborracho con el Diablo en Calamocha

 

Erase una vez un ingles aventurero que se emborracho con el Tío Diablo en Calamocha,  conoció en Torrijo lo que era ser Legionario, vivió como dios en Olalla, y fue en Visiedo donde por fin supo lo que es el miedo… Asi lo dejo escrito


Foto Wiki

Peter Kemp (Bombay1913 – Londres, 1993), militar inglés y escritor, también calamochino.

Estudió literatura clásica y leyes. Al terminar lo dejo todo y entro a España como periodista, dispuesto a combatir en la guerra civil, alistándose en el bando nacional. Conservador, monárquico, antirrepublicano.

Aventurero de culo inquieto se alisto primero entres los Requetés, hasta que cayo fascinado por la Legión, su arrojo y disciplina, muy superior a la inglesa. Pareció estar en todos los ajos y conocer a todo quisqui.

Dedica un par de líneas a justificar su deseo de luchar y el resto del libro deja al margen la política y da cuenta de su ardor guerrero yendo de un sito a otro en busca de acción, dando toda clase de detalles, de lugares y compañeros, así como de aquellos que le acogieron en sus casas, dejando constancia que también hubo un buen puñado de extranjeros que lucharon en el bando nacional, lejos del glamour del que gozaron las Brigadas Internacionales. Terminada la guerra civil, se marcho a la segunda guerra mundial, y acabada esta… en fin, un hombre de acción, un tipo con suerte. 

Alistado en la Legión, su primer destino fue Calamocha, pasando por Torrijo del Campo, Olalla, Torrecilla del Rebollar, Monreal, Alfambra, Visiedo, Argente…y desde allí todo Aragón.



CALAMOCHA

Después de tomar café, embarcamos en una larga columna de camiones abiertos, los hombres agazapados en la plataforma de los vehículos expuestos al frío viento. Siendo conducidos a Calamocha. Pueblo situado a 75 km de distancia de la carretera de Teruel. Donde fuimos bien alojados en casas particulares los oficiales.

Descansamos alli en espera de órdenes. La instrucción era ligera. Y teníamos mucho tiempo libre.

Calamocha es un lugar muy pintoresco, viejo, de cientos de años. Según recuerdo, sus más atractivos aspectos eran la iglesia y un puente de piedra.

Las gentes de Calamocha, al igual que cuentas tratamos en Aragón, nos recibieron con gran amistosidad y hospitalidad.

Los aragoneses tienen fama de perspicaces, llanos obstinados e incluso tercos.

Son frugales e íntegros.

Y en cuanto se puede decir se encuentran entre las gentes más generosas del mundo.

Pasé muchos meses en Aragón, donde observé que, aunque aquella región parece pobre, la gente come y bebe bien.

Y sentían un profundo odio y desprecio por los republicanos, actitud que se reflejaba en su trato con nosotros.

Por la tarde, yo acostumbraba a dar un paseo por los alrededores del pueblo. Los fuertes colores del paisaje eran dulcificados por el sol del atardecer y el aire claro y fresco de fines de otoño.

La vendimia había terminado. Y los campesinos elaboraban el nuevo vino.

Cierto día, caminando por un estrecho sendero, llegué hasta una Casa Blanca, cerca de la cual había una prensa para uvas en la que trabajaba un viejo de barba puntiaguda rodeada de su familia.

¡Acérquese joven! gritó con voz ronca al verme.

Me conoce, soy Satanás. Me llaman así por la barba y quizá también por el buen vino que elaboro. Usted y yo echaremos un trago juntos.

Primero me hizo probar el mosto nuevo del que llenó una gran jarra. Cuando lo hube bebido y debidamente alabado, entró en la casa de la que salió llevando en la mano una polvorienta botella.

Su familia nos miraba sonriente. Me hizo beber la mitad del contenido, compartiéndole el resto con sus dos hijos. Luego sacó otra botella que bebimos mano a mano mientras él murmuraba.

Sí, ¡soy Satanás!.

Al hablar, movía la cabeza su barba blanca. Parecía manchada de rojo en algunos lugares.

Por fin pude dejar la buena compañía de aquellas gentes y regresar con paso poco firme y deteniéndome varias veces para descansar a Calamocha.

Al llegar a la plaza encontré el Pater hablando con el sargento Lucas.

Hola. Exclamó, ¿dónde has estado?

Bebiendo con Satanás. Balbuceé, dejándole mientras me miraba con asombro.

Después de 15 días fuimos trasladados en camiones a Torrecilla del Rebollar. En las áridas tierras altas al este de la carretera de Teruel. A unas 12 millas de Calamocha y a 3 de la línea del frente. Nuestra vida allí no fue más excitante que en Calamocha. Excepto que teníamos que estar dispuestos a entrar en acción en el plazo de una hora.

TORRIJO DEL CAMPO

Abandonamos el frente de Guadalajara, marchamos en camiones hacia el Este. Todo el día, llegando a primeras horas de la noche a Torrijo del campo, a pocas millas al sur de calamocha, parecía que por fin tomaríamos parte en la batalla de Teruel.

Al día siguiente recibimos uniformes nuevos antecesores del uniforme de combate del ejército británico. Cazadora Verde de Sarga, pantalones del mismo color y recogido sobre los tobillos y botas de media caña. Conservamos nuestras camisas de cuello abierto y los gorros. También se nos entregaron gruesos y amplios capotes verdes para reemplazar los viejos que llevábamos.

Aquel día fue estropeado para mí a causa de ese gran incidente:

 Estaba probando el rancho de la comida junto a las calderetas en una esquina de la plaza del pueblo. Los hombres formaban ante mí, el Subteniente y el Brigada nos contemplaban desde alguna distancia. Después de haber probado el rancho y de dar la orden de servirlo, vigilaba la distribución cuando oi los gritos de ira del Subteniente, viéndole con el rabillo del ojo dirigirse hacia uno de los soldados al extremo de la fila.

Al principio no preste atención, pues estaba acostumbrado al modo de ser de aquel hombre. Un momento después oír ruidos de golpes, seguido de un rabioso grito. Al llegar allí, encontré al Subteniente roja la cara y temblando de ira ante el legionario, en cuyo rostro se reflejaba una expresión de desafío y cuyo gorro estaba en el suelo donde lo arrojara el Subteniente.

Cógelo. Grito el subteniente.

No quiero. Gruñó el hombre.

Quedas arrestado. Dije, tú y tú, señalando a otros dos legionarios conducirle a la Guardia. Subteniente presente, informe escrito del incidente.

Cuando se lo conté  Almajach. El capitán se indignó y me dijo.

¿No llevaba usted pistola?

La llevaba al cinto, como también el Subteniente.

Por qué no le pegó dos tiros a ese Legionario en aquel mismo momento. Así tratamos la insurrección en la Legión, ahora tendremos que formarle Consejo de guerra.

Me pregunté si algún día llegaría a ser un buen oficial legionario.

OLALLA.

Fui alojado en la casa de un viejo campesino y su mujer, qué me cedieron una enorme cama con colchón de plumas y prepararon para mí algunas de las mejores comidas que he probado en España. Me trataban como si fuera su hijo favorito y parecían encantados de tener un inglés en su casa. Por la noche, después de la cena, nos sentábamos ante el fuego hablando y bebiendo anís que el viejo había elaborado. Cuando la bandera salió de Olalla, la mujer lloró y ni ella ni su esposo quisieron aceptar pago alguno por mi hospedaje.

VISIEDO.

Cuando llegamos a última hora de la tarde, recibimos órdenes de acampar allí aquella noche. El pueblo parecía haber sufrido menos que Argente. Unas pocas casas estaban aún en pie y algunas de ellas se encontraban deshabitadas. Y lo que fue mejor aún, hallamos el depósito de aprovisionamiento de un parte de las divisiones republicanas en el lugar en el que establecimos la guardia, no sin antes haber distribuido cajas de múltiples clases de alimentos a las diversas compañías.

En aquel pueblo tropezamos con la única oposición del día, una vieja furiosa que una hora después de nuestra llegada entró precipitadamente en la habitación donde Mora había establecido su puesto de mando, quejándose de que nuestros hombres le habían robado un pollo.

¡Bandidos, exclamó amenazándonos con el puño. Creyeron que no los había visto, pero los vi bien. Y vosotros sois los libertadores. Sois peores que los rojos!

Mora la dejó hablar, creo que le hubiese arañado la cara de habérsele ocurrido interrumpirla.

Después le pregunto en cuánto valoraba la pérdida, le pagó la suma indicada Y ordenó al oficial de la vigilancia encontrar a los culpables que sufrieron un mes de pelotón. Imagino que el Duque de Wellington que mandaba azotar a sus soldados por parecidos delitos hubiese dado su aprobación a la orden de Mora.

 


 Dedicatoria del libro 

“Habiendo así cumplido vuestros deseo solo me queda esperar que vuestros hijos apoyen, con sus vidas, si es preciso, nuestra gloriosa Constitución, tanto en la iglesia como en el Estado, que amen a su rey, y odien a todas las republicas y los republicanos” Carta del Nelson al Reverendo Priestly

Y Franco era el dueño de España. Tal cual acaba el libro.

 

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