jueves, 24 de julio de 2025

De aquí a la eternidad

 

La noche del 14 de agosto del pasado año nos acercamos bien cenados y contentos a la Peña la Unión. La calle Corona de Aragón era un hervidero de fiesta, El Koala, “nos amuermo” diría Reme. Charramos entre cervezas con Pardos, nieto del Doctor Moneva, quinto de mi hermano y recordé la bonita historia de amistad que unió para toda la eternidad a nuestros abuelos.

Fui sincero. Solo los niños, los borrachos y los cronistas dicen la verdad, al advertirle de dos cosas, la una que mientras su abuelo y mi abuelo Casimiro eran uña y carne para mi abuela Rosa, sinvergüenza más grande que el bueno del Doctor no hubo jamás y la otra que la amistad por parte de mi abuela siempre seria enorme con el resto de su familia: mujer, hija y yerno a quien tanto debemos.

 

Curiosamente la amistad se asentó en Navarrete. En los años cuarenta del estraperlo, mi abuelo El Torrijano, camanduleaba por la villa, lo mismo que por la vega, el secano, y como no por los bares y cantinas, cultivando la amistad de todos entre copas de cazalla, faena y favores. Mientras su hermano, mi tío Víctor ejercía de secretario en el ayuntamiento del pueblo vecino. Allí nació la segunda de sus hijas, Rosa. Aquel paraíso con el paso del tiempo se desmorono. Llegaron los fantasmas, seamos claros de nuevo. Alguno que otro le hizo la vida imposible y hubo de pedir ayuda. Y allí estaba el médico a cualquier hora del día y de la noche charrando, con el Víctor ¿Quién sabia entonces lo que era una depresión y como curarla? Solo el Doctor Moneva. Dicha enfermedad le acompañaría toda su vida. Cuando llegaba, la familia estaba tranquila. Presta hacer las maletas en busca de un nuevo destino, siguiendo aquellas primeras indicaciones. Rosa gracias aquellas visitas y conversaciones, se hizo médico, se especializo en neurología, su hermana Mar, tres cuartos de lo mismo.   

 


Más adelante, allá por los cincuenta, mi abuela Rosa empezó a sentir unos dolores terribles para los que no encontraba consuelo. Los huesos, las articulaciones, el reuma, el haber cruzado la línea del frente un par de veces, los maquis, los anarquistas, los caciques, o quien sabe si el segar cara el sol, vaya usted a saber, le paso factura. El primer diagnóstico del Doctor fue claro: “A usted no le ocurre nada, lo que necesita es trabajar y callar, ya se le pasara” Conocido es que en medicina el diagnostico más sencillo es siempre el más probable. Mi abuela, de un gran saber estar y naturaleza muy seria, quedo sorprendida y educadamente contesto sin dar lugar a replica: “Y usted lo que necesita es una buena patada en los cojones. Iré a Valencia a curarme, cuando vuelva procure no verme”

 

No llego a cumplir su amenaza, al fin y al cabo, el tiempo todo lo cura y le vino a dar la razón al Doctor previo paso por Valencia de casi un año de curación a manos de Don Rafael, el médico de confianza de los variopintos y eternos dolores de su sobrina Felisa quien a escape apunto en su lista negra al Moneva a quien soñaba con encontrarse cada verano cuando venia por San Roque.

 

Ya en los setenta una mañana al volver mi abuelo a casa. La Rosa le pregunto sin mas de ande venia. “Como sino lo supieras”, le dijo Casimiro viéndoselas venir, la Torrijana se puso seria y fue más clara: ¿Qué cojones hacías en el ayuntamiento con el Moneva. Es que no tenéis bastante con los bares?

 

A mi abuelo, siempre con la sonrisa en la boca dibujada por el cigarro, no le quedo otra, que atarse los machos y contestar del mismo modo, claramente: “Pues mira maña, ya sabes que alterna en el Casino y se entera de todo y días atrás me dijo que habían sacado a la venta, los nichos nuevos del cementerio por cuatro perras, así que hemos ido a comprarlos, aquí tienes los papeles”. Sin darle tiempo a terminar la Rosa mal pensó y preguntó: “¿Y él también ha comprado?”: “Si maña, no cale que te des mal, en la otra vida vamos a ser vecinos, lápida con lápida, pero tranquila, ya no nos dolerá nada”

 

 Publicado en El Comarcal del Jiloca. Julio de 2025

 

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