Quizás Calamocha, quizás
cualquier lugar donde venir un día a nacer. Por definición, sea para unos y
para otros, para quienes siguen ahí y para quienes se marcharon, ayer
y hoy, sea tan solo: Aquellos pocos años más bien días del escaso
tiempo en el que transcurrió la niñez.
Por un lado, los días de
verano y los recuerdos que creemos haber vivido entre moscas, tormentas y
calor, instantes de un tiempo ya pasado, aquel que ya no vuelve y que por
momentos recordamos tan solo por tratar de creer que en verdad lo vivimos.
Siempre, siempre a la espera de que alguien nos dé la razón reconociendo haber
vivido aquel lejano tiempo ya pasado, nuestro, suyo.
Aquellos días en los que
el no tener nada por hacer marcaba las horas del viejo reloj despertador de
manecillas del salón. Rojo, blanco y con números orlados en verde que brillaban
en la oscuridad, reloj de cuerda que mi madre compro recién casada a Juanito. Aquel
malagueño cariñoso viajante de la vida asentado en Murero que iba de casa en
casa vendiendo y charrando desde la calle Mayor de Daroca. Reloj único en toda
la casa, pues la vida en aquellos días no necesitaba de más relojes que aquel y
el de la torre de la iglesia tocando a muerte a misa a gloria, una hora tras
otra tan rápidamente en su tic tac que te hacía enfadar el hecho de que los
días en especial del verano transcurriesen con tanta velocidad que todo se te
escapa de las manos, días sin más futuro que esperar San Roque, sentir bandear
a fiesta, a gloria.
Sentirte inmortal una vez
más aún sin poder detener el tiempo. Días aquellos con la mayoría de sus
protagonistas jóvenes y viejos ya muertos y hoy descansando eternamente, allá
donde todos los calamochinos son buenos porque ya no pueden elegir hacer el mal
y ya nada importa menos aun de donde llegaron ni cómo ni porque ni que hicieron
para terminar allí, vivir nuestros mismos días, que por un instante también
fueron suyos, un lugar como otro cualquiera. Me pregunto egoístamente ¿qué
habrá sido de sus recuerdos? de su tiempo pasado, de sus veranos si los tuvieron,
también de sus días de escuela, si unos y otros los contaron, si algún día se
pudieron sentir niños o tan solo lo fueron, y quisieron ser inmortales aún no
habiendo tenido nada de eso. Una niñez en cualquier lugar.
Al otro lado más allá de
los veranos el recuerdo eterno de los días de la escuela a uno y otro extremo
del tiempo delimitado por Os berdes beranos. Los amigos, las
calles, los que se fueron, padres, abuelos, aquellas fiestas, las mismas de
hoy, que tan pronto se acababan te sumían en la tristeza, esa que moria, muere
y morirá para nosotros cada año en el Santo Cristo, cuando hasta el paisaje
cambie, cuando de nuevo la escuela abra sus puertas, cuando antaño llegaba el
frio a ese lugar cualquiera para nosotros llamado Calamocha… Y le pegamos fuego
a la hoguera, al tiempo, al pasado, a los zarrios, al verano y así en vano tratar
de acabar con todo.
Fue una suerte nacer
entre el puente la vía y San Roque, entre el Barrio Bao y la Cañadilla, fue una
suerte loca, y algún día contare que era eso de tener una suerte asi, en
palabras del Tío Vitos, pero con toda seguridad habría sido lo mismo nacer en
cualquier otro lugar, y esto lejos de parecer una tontería, le da aún más valor
al hecho de que llegásemos a ver la luz y comenzásemos el devenir de nuestra
vida al abrigo de las choperas en su rectilíneo paisaje verde, ocre y desnudo,
adormecidos por el agua del Jiloca y su discurrir pausado a la espera del
primer hielo. Luz entre dos vías, lugar partido por la carretera, tierra
siempre de paso, donde lo más fácil es y será marcharse. Joparos y
llevaros también los recuerdos, alguien se acordará de vosotros y os guardara
la Cañadilla. Seguir el camino del olvidado rio, como a veces olvidamos la
vida.
La Calamocha más amable,
la única que merece la pena ser recordada, la que pervive en el tiempo, está
presente de principio a fin en el libro cuyas letras, frases, párrafos, paginas
están llenas de emoción escrita a golpe de recuerdo. De conversaciones sentidas
entre abuelos, padres y amigos con el fondo de todos aquellos años de veranos y
fríos pasados elevados ya a historia, Calamocha y con ella toda la comarca como
lo que en realidad es, un lugar mágico donde pararse un rato, o una vida entera
porque sí, tratando con ello de detener el tiempo y esperar para ver la luz del
día siguiente.
Hablando, afortunadamente
siempre habrá alguien dispuesto hacerlo, recordando tratando de no olvidar,
escribiendo otros lo escuchado, para que al menos una parte no acabe allí donde
descansan callados en la eternidad los mejores calamochinos, mientras los
callados también en vida, los que no hablaran jamás, los que guardan tesoros,
los que nunca quemaran nada la noche del Santo Cristo pasan en silencio junto a
nosotros.
El hecho de que el libro
este escrito en aragonés agranda todas y cada una de sus páginas, de sus
recuerdos de sus personas, hechos y lugares… todo ya al filo del olvido, a dios
gracias, queda hoy finalmente a cobijo entre letras de emoción de papel
impreso. Libro que hay que leer y guardar como el mayor de los tesoros.
Hace unos meses sentí la
necesidad de leerlo, no recordaba tenerlo por casa de tiempo atrás cuando
esperaba cada momento del año para leer la revista Xiloca, me debí de dar de
baja tiempo antes de su publicación, de haberlo tenido entre las manos lo
habría leído, así que de pronto me lance por un lado al abismo de internet para
comprarlo y por otro a su encuentro en alguna librería zaragozana, todo fue en
vano, divertido, pero sin resultado alguno.
Finalmente, recurrí a
Chabier, y en un momento me resolvió el problema, por llamarlo de alguna manera
que yo mismo me había creado al querer leerlo y no tenerlo.
Fue un placer de principio a fin, en especial
el primer capítulo que da título al libro Os Berdes Beranos, con
los recuerdos de José María De Jaime en los veranos de la infancia calamochina, con
cariño desde la Castellana a todo el pueblo, amigos, vecinos, lugares…mil y un
recuerdos, un puñado de historias, de esas que has oído en la niñez y que ya
casi has olvidado, historias que nunca te cansaras de recordar una y otra vez.
Sentir Calamocha.
Sea como fuera si los hay
que pueden presumir de haber nacido donde han querido, nosotros con resignación
tan solo podemos decir que no pudimos nacer en cualquier lugar, dado que
Calamocha nos eligió. Fue una suerte loca. No se puede ser más dichoso.
FELIZ NAVIDAD
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