No recuerdo haber comprado nunca,
ni tampoco que nos regalasen ningún tebeo, pero en casa había un buen montón, estaban por todos los
rincones y en cualquier momento nos
poníamos a leer, especialmente en la cama, los leíamos una y otra vez, de puro
viejos se nos rompían entre las manos , los arreglábamos como podíamos un poco
celo, una grapa y de nuevo a leer, al final las portadas no se correspondían
con el contenido, los mortadelos por un lado, los zipizapes por otro todos en
un maravilloso desbarajuste pleno en blanco, azul y rojo… El tiempo se pasaba volando.
También los leíamos en la calle
con los amigos en los ratos muertos, que aun siendo pocos, los momentos
así que tienes siendo niño, alguno
había. Y como si fueran cromos de Santillana o de Asensi o de Nieves, los cambiábamos tras un
largo proceso de “negociación”…. Traes tus tebeos, saco los míos, los
escudriñamos bien y cambiamos uno a uno, no a bulto… había que mirar bien las
tapas y contenido no fuera a ser que tu mejor amigo sin querer te diera gato
por liebre, en este caso Anacletos por Mortadelos, Botones Sacarino pot Zipizapess … “Solo
tebeos, de los otros nada” había que puntualizar, llegaban ya los comics y a
nadie o casi nadie le gustaba ni Superman, ni Flash Gordon, ni Spiderman… No se
podían comparar, no era lo mismo, que Sir Thim O Theo, el Reportero Tribulete,
Gilda y Doña Petra, La
Familia Trapisonda, los Cebolleta, Rue de Percebe,
Rompetechos, Super Lopez…
Hace unos días, saliendo de misa
de doce, una vez más convencidos, las misas de nuestra niñez eran más
divertidas que las de ahora Toni, camino ya de los cincuenta, me pregunto
“¿tienes tebeos de los de antes, guardas alguno por casa, me apetece leer a
Mortadelo a Zipi y Zape…Uno se cansa ya de Tintín y Asterix y todas esas
americanas que venden, crees que venderán tebeos como los de antes, de crio a
todas horas los leíamos y los cambiábamos con los del barrio?”.
Le preste dos Mortadelos, no
había más por casa, le advertí que eran recientes aunque los compre hace años,
miramos por curiosidad la fecha y habían pasado ni más ni menos que veinte.
Entonces le comente, no tengo más, porque recuerdo haberlos comprado en un
ataque de nostalgia, que antes o después nos da a todos, como ahora a ti, los leí, y me decepcionaron, ya no eran lo
que recordaba de niño, ni personajes ni historias, ni guiones, no era lo que
recordaba fue como un pequeño chasco…. por eso llevo la friolera de veinte años
sin comprar un tebeo, habrá que darles otra oportunidad. Sin embargo, hace un
par de años unas navidades, compre, leí y me encanto Roberto Alcázar y Pedrin,
el Capitán Trueno y el Guerrero del Antifaz. Los que había por casa en aquellos
años, eran de mi padre, de sus años de pastor… todo se perdió como debe ser,
gastado por el uso.
Leídos los tuyos y los de todos
tu alrededor con un montón bajo el brazo, con cuidado de no perder ni una sola
hoja, de tan preciado tesoro, te acercabas al rabal, a la casa de Santiago,
allí, en un estante en el suelo parecían estar todos los tebeos del mundo,
dejabas los tuyos a su alcance, y aquel paciente y buen hombre les daba el
visto bueno, y te decía refugiado tras el para ti altísimo mostrador, entre
moribundos relojes destripados, sonriente “aquellos son diez pesetas, aquellos
quince…puedes elegir, doce y uno de propina y acordaos no vale leerlos aquí”.
Visto
allí, victorioso en medio de semejante maremagnun mecánico costaba creer que la
fama del relojero del Poyo fuese cierta y merecida, aquellos que decían que de
un reloj había logrado hacer dos, que funcionasen y aún le había sobrado
piezas, debían mentir,... otro cuento más como el del tonto del Poyo al que
sacaron en procesión. No podia ser.
Con el tic tac, de docenas de
relojes funcionando al unísono, el tiempo parecía no contar, detenerse tal vez,
y tú te sumergías, sentado en el suelo,
en la búsqueda imposible del tebeo no leído. Los estajabas una primera y rápida
vez fijándote en las portadas, pues cada crío del rabal le hacíamos una marca
una vez leído, un dibujo, un número, una inicial, una firma. La Pili nos ganaba a todos, la del "otro
barrio" los tenia todos firmados.
Se te pasaba el tiempo, y de allí,
del paraíso en la tierra, solo te marchabas cuando llegaba alguien en busca de
algún reloj que dejara por arreglar, o para dejar uno pasado de rosca y otro que
no sonaba cansado de marcar tantos fríos amaneceres. En aquellos benditos años,
las cosas aún tenían su valor, y se arreglaban, no los había con pilas, no eran
de usar y tirar… de modo que al entrar alguien, no había espacio, debías
levantarte e irte “Pero aun estabais ahí, ya nos os quedara ninguno por leer.
Venga a casa y otro día más”.
Y tras los tebeos llegaron los primeros libros, "con dibujos" que aún conservamos, si bien el Quijote y alguno que otro más, debió perderse fruto de tantas horas de lectura. Tic, tac, tic, tac...