lunes, 30 de enero de 2012

Tic, tac, tic, tac...

No recuerdo haber comprado nunca, ni tampoco que nos regalasen ningún tebeo, pero en casa había  un buen montón, estaban por todos los rincones  y en cualquier momento nos poníamos a leer, especialmente en la cama, los leíamos una y otra vez, de puro viejos se nos rompían entre las manos , los arreglábamos como podíamos un poco celo, una grapa y de nuevo a leer, al final las portadas no se correspondían con el contenido, los mortadelos por un lado, los zipizapes por otro todos en un maravilloso desbarajuste pleno en blanco, azul y rojo… El tiempo se pasaba volando. 

También los leíamos en la calle con los amigos en los ratos muertos, que aun siendo pocos, los momentos así  que tienes siendo niño, alguno había. Y como si fueran cromos de Santillana o de  Asensi o de Nieves, los cambiábamos tras un largo proceso de “negociación”…. Traes tus tebeos, saco los míos, los escudriñamos bien y cambiamos uno a uno, no a bulto… había que mirar bien las tapas y contenido no fuera a ser que tu mejor amigo sin querer te diera gato por liebre, en este caso Anacletos por Mortadelos,  Botones Sacarino pot Zipizapess … “Solo tebeos, de los otros nada” había que puntualizar, llegaban ya los comics y a nadie o casi nadie le gustaba ni Superman, ni Flash Gordon, ni Spiderman… No se podían comparar, no era lo mismo, que Sir Thim O Theo, el Reportero Tribulete, Gilda y Doña Petra, La Familia Trapisonda, los Cebolleta, Rue de Percebe, Rompetechos, Super Lopez…

Hace unos días, saliendo de misa de doce, una vez más convencidos, las misas de nuestra niñez eran más divertidas que las de ahora Toni, camino ya de los cincuenta, me pregunto “¿tienes tebeos de los de antes, guardas alguno por casa, me apetece leer a Mortadelo a Zipi y Zape…Uno se cansa ya de Tintín y Asterix y todas esas americanas que venden, crees que venderán tebeos como los de antes, de crio a todas horas los leíamos y los cambiábamos con los del barrio?”.

Le preste dos Mortadelos, no había más por casa, le advertí que eran recientes aunque los compre hace años, miramos por curiosidad la fecha y habían pasado ni más ni menos que veinte. Entonces le comente, no tengo más, porque recuerdo haberlos comprado en un ataque de nostalgia, que antes o después nos da a todos, como ahora a ti,  los leí, y me decepcionaron, ya no eran lo que recordaba de niño, ni personajes ni historias, ni guiones, no era lo que recordaba fue como un pequeño chasco…. por eso llevo la friolera de veinte años sin comprar un tebeo, habrá que darles otra oportunidad. Sin embargo, hace un par de años unas navidades, compre, leí y me encanto Roberto Alcázar y Pedrin, el Capitán Trueno y el Guerrero del Antifaz. Los que había por casa en aquellos años, eran de mi padre, de sus años de pastor… todo se perdió como debe ser, gastado por el uso.



Leídos los tuyos y los de todos tu alrededor con un montón bajo el brazo, con cuidado de no perder ni una sola hoja, de tan preciado tesoro, te acercabas al rabal, a la casa de Santiago, allí, en un estante en el suelo parecían estar todos los tebeos del mundo, dejabas los tuyos a su alcance, y aquel paciente y buen hombre les daba el visto bueno, y te decía refugiado tras el para ti altísimo mostrador, entre moribundos relojes destripados, sonriente “aquellos son diez pesetas, aquellos quince…puedes elegir, doce y uno de propina y acordaos no vale leerlos aquí”.

Visto allí, victorioso en medio de semejante maremagnun mecánico costaba creer que la fama del relojero del Poyo fuese cierta y merecida, aquellos que decían que de un reloj había logrado hacer dos, que funcionasen y aún le había sobrado piezas, debían mentir,... otro cuento más como el del tonto del Poyo al que sacaron en procesión. No podia ser.

Con el tic tac, de docenas de relojes funcionando al unísono, el tiempo parecía no contar, detenerse tal vez, y tú  te sumergías, sentado en el suelo, en la búsqueda imposible del tebeo no leído. Los estajabas una primera y rápida vez fijándote en las portadas, pues cada crío del rabal le hacíamos una marca una vez leído, un dibujo, un número, una inicial, una firma. La Pili nos ganaba a todos, la del "otro barrio" los tenia todos firmados.

Se te pasaba el tiempo, y de allí, del paraíso en la tierra, solo te marchabas cuando llegaba alguien en busca de algún reloj que dejara por arreglar, o para dejar uno pasado de rosca y otro que no sonaba cansado de marcar tantos fríos amaneceres. En aquellos benditos años, las cosas aún tenían su valor, y se arreglaban, no los había con pilas, no eran de usar y tirar… de modo que al entrar alguien, no había espacio, debías levantarte e irte “Pero aun estabais ahí, ya nos os quedara ninguno por leer. Venga a casa y otro día más”.


Y tras los tebeos llegaron los primeros libros, "con dibujos" que aún conservamos, si bien el Quijote y alguno que otro más, debió perderse fruto de tantas horas de lectura. Tic, tac, tic, tac...

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