viernes, 15 de julio de 2016

CALAMOCHA Y YO (V) De paso

CAMANDULERO I

HERMANOS, medio hermanos, padre, tío
Frailes, santos y demás
Ajustes de herencia. Cosas de familia
Leo Los Hermanos Karamazov
Y su autor, Dostoievski
A uno de ellos lo llama:
Camandulero

Mi Tía Nati, pronunciaba camandulero
Con el acento más bonito del mundo
El de Torrijo
Me pregunto cómo se escribirá en ruso
Camandulero
Es más, como se pronunciara
Y si, sonara igual de bien

Hipócrita, astuto, embustero y bellaco
Dice el académico diccionario que significa.
¡Qué crueldad! Para tan bella palabra
A falta de lo que diga Doña Maria Moliner
Para una palabra tan bonita ¡Qué crueldad!

Mañana pasare por Calamocha
Allí, hay palabras, que parecen
Decir otra cosa

EL SUEÑO ETERNO (II)

DE camino hacia el charco
Aparco frente  casa
Cansado, apuesto por cerrar los ojos
Se acabó

En la calle, el sol parece desgarrarme la piel
Hay un silencio triste
¿Cómo será la cosa en invierno?
Ni coches, ni gente, nada
El sol me quema los brazos
En un rato nos vamos
Calamocha de paso

Pasa Cachurro de vuelta a casa
Apurando la sombra
El perro con la lengua fuera
Tira de él, parece tener prisa

A QUE NO SABES QUIEN… (III)

NO me gusta oír esa frase
Y me la repiten una y otra vez
Parecen no cansarse, no tener fin
Aunque lo hacen sin más remedio
Obligados
Esta vez es mi madre quien me habla

No me gusta esa frase
Porque si sé, lo que voy a oír
¿A que no sabes quién se ha muerto?

Tú no la conocías
Llega a parecer que la muerte de alguien desconocido
Es menos muerte. Pero nunca es así
No quiero oír quien se ha ido, aun no sabiendo quien es
Pienso que un día, me puedo cruzar el Peirón con ella

LEER (IV)

Ya no te leerá más
Me paraba en la calle y hablabamos de la familia
De los años pasados y de lo que todos fuimos
Lo escrito por ti le parecía haberlo vivido
Le gustaba leerte y recordar

Esta tarde iremos al entierro
Si no  estuvieses de paso
Esta tarde iríamos todos al entierro
Tú también
¡Cuánto te quería!

Se ha marchado en unos meses
Y yo aún no me lo creo
No sé que me parece
Aun pienso que me la encontrare por el pueblo
Y nos pararemos hablar
De lo escrito por ti y vivido por todos
Le gustaba leerte
Y ya no lo hará más
MALAS HIERBAS (V)

ENTRE el cemento, junto al desagüe
En lo que fue el corral de las gallinas
Tocinos, conejos y algún cordero
Antes machos y vacas. Barro, tierra y fiemo
Hoy cemento y sol

Ha nacido una mala hierba, un morrotocino
Es tan grande, que resulta imposible no lo hayan visto
Sin preguntar me dicen: déjalo estar, que se de vida
Mira el plantero que tengo

Sobres de simiente que compro, constantemente
Simiente que nunca plantare
Este año, vamos a probar, con esto, y aquello, y eso otro
Y mi padre prepara el plantero en viejas macetas
Apio no cale que pongamos, Santafe tiene, ya le cogeré






CAMINO DE NAVARRETE (VI)

VAMOS también de paso
Al cementerio de Navarrete
Me fijo en el tanatorio
Allí donde están los mejores calamochinos
Alguien acaba de llegar
Abrazos en la puerta
Tristeza alrededor

Pienso en lo dicho por mi madre
No me lo puedo quitar de la cabeza
Siempre con prisas, siempre de paso
Ya no la conoceré

Hinchada por el calor, la puerta no se abre
Finalmente cede y podemos entrar
¿Quién fue Don Justino Bernad? Me preguntan
Luego os cuento. Respondo
¿No sabes quién fue?. Voy a buscarlo
Claro que sí, pero a qué hemos venido
¿El cementerio es suyo?
No, no es de nadie. Apaga el móvil.

Es la una de la tarde,
El sol cae cruelmente sobre todos nosotros
Pero tenemos suerte de que así sea
El cementerio, que no es de nadie
Parece serlo de los pájaros
Allí anidan, cantan, y supongo mueren

Hemos venido a ver la lápida del abuelo
A quien enterramos aquí
El día de San Valentín
Iñaki el de Corbatón la puso hace unos meses

Una puerta al cielo
Yo creía haberla visto, pero me dicen que no
Desde que la coloco no habíamos vuelto
Ni siquiera de paso
Ni por Calamocha ni por Navarrete

Y hemos entrado al cementerio
A ver la lápida del Yayo Antonio
Su puerta al cielo
Se marchó y nos dejo
“Todos los besos del mundo”

LA COSECHADORA (VII)

OJALA nada cambiase
O lo que es lo mismo
Ojala todo siguiese igual
Aunque creo que no sé, muy bien lo que digo

A lo lejos Zaragoza nos espera
Su camino se hace eterno
Vamos detrás de una cosechadora
La carretera Navarrete
No ha cambiado en décadas
Es una vuelta al pasado

Retiro lo dicho
Siento el calor de los días de cosecha
En el vadillo, en el riachuelo
El fin del agua en la botella
El beber o no beber del caño
La vuelta a casa
El polvo de la paja pegado al sudor
La garganta seca, la nariz taponada
El pelo rubio, lo oídos tapados
El olor a paja recién cortada
Los sacos de basta tela llenos, el grano seco

Retiro lo dicho
Segar de sol a sol, dormir en el tajo
La gavilladora, trillar, la ablentadora
¿De qué me quejo’

Retiro lo dicho, mejor todo cambie
Aunque la carretera Navarrete
No lo haga

SANTO CRISTO (VIII)

DE nuevo en Calamocha, camino de casa
Mi madre me busca con la mirada
Y me dice con admiración
Mira que hay, quien le tiene devoción

Aun queriéndolo yo
Nunca podre tener la devoción
Que otras sienten
Y no sé por qué será

El domingo lo esperamos
Solo por ver la puerta del Santo Cristo abierta
Y entrar, y charrar
Tienes que preparar una foto
Y regalársela
A quien tiene más devoción que nadie
Por el Santo Cristo del Rabal
¿Sientes lo que te digo?

LA OVEJA NEGRA (IX)

Un día el Tío Colín, la que pasaba entonces
Llego a un acuerdo con el pariente Cerillas
Allá en el Peirón, puerta con puerta
Y yo que era un crío, entraba en el trato

Cambiarían un tocino por seis ovejas
José le paso el tocino, lo convenido
Esto no está claro, dijo el Tío Colin
No te daré síes ovejas
Te daré cinco ovejas y una negra

Anda Auge, llévate las que quieras
Tu que sabes y entiendes más que ninguno aquí
Y me las lleve, ese día y todos los días
Y al volver a casa, ellas solas se iban
Al pesebre del pariente

La negra bien lo sabía
Que el Tío Colin ya no era su amo
De paso por su puerta, ni lo miraba
Cuando cayó el tocino con el frío
El Tío Colin  no paraba de decir
Que bien sabe a cordero
Que tocino más bueno



A QUE NO SABES QUIEN… (X)

¡CLARO que lo sé!
Ya no se acuerda, pienso, de lo hablado ayer
Y eso me tranquiliza
Quedémonos todos aquí
Y deje Calamocha de ser un lugar de paso

Mi madre me busca con la mirada y me dice
¿A quién no sabes quién se ha muerto?

Ayer ya me lo contaste
Respondo tranquilo
Aquella mujer, que tanto le gustaba
Y ya no podrá.
Leer los recuerdos de la familia
Aquella mujer con la que te pasabas horas
Hablando en la calle
Capazo tras capazo
Ahora lo hará en el cielo

Déjame hablar, déjame que te cuente
Esto se acaba para todos
De ella hablamos ayer
Pero, aquí estamos de paso
Y en un día, llevamos tres entierros
Déjame hablar, déjame que te cuente...

viernes, 1 de julio de 2016

Setecientas pesetas

Perico, sentado a la fresca, se preguntaba así mismo, por la hora. ¿Tienen que ser cerca las diez?, decía, tras mirar hacia Santa Bárbara y a lo del Carretero. Sin prisa, su pregunta no tenía, ni esperaba, respuesta por parte de nadie de los que estábamos junto a él. Se hacia el silencio, se recostaba sobre la silla, aupado por la albarcas y los peducos, alcanzaba la cadena y sacaba su reloj de bolsillo.
Menos cinco, habrá que ir a por el rancho, menuda tarde, y aún es de día, si supiera que yendo al catre descansaba, ahora mismo me subía a la cama. Hace días que no he sentido el parte, hoy tampoco lo haré. Imagino todo seguirá igual, porque no contáis nada. Igual de bien para todos menos para nosotros, que vamos de puto culo, y espera. ¿A cómo crees Gargallo, que dicen que a mi ver, están pagando el trigo? Menudo bochorno, no corre una gota de aire.
En los meses de verano, con el calor y la llegada de la cosecha, Perico cambiaba el reloj de pulsera por el de bolsillo, verle mirar la hora, se convertía en todo un ritual. Pregunta, vista al cielo, bolsillo, confirmación de la hora. Lo cierto es que ni él, ni nuestros mayores, necesitaron nunca mirar el reloj para saber qué hora era. Siempre sabían donde estaban, cuando y por qué. Saber estar.
Joder, que hora será, decía mi abuela Rosa, ya tiene que ser cerca la una. A continuación, se paraba y con ella, parecía detenerse el mundo entero, al menos Calamocha lo hacia, y el reloj de la torre, obedientemente daba la una. Ya va la cosa a escape, voy a preparar la comida. Mi madre, cosas de familia, prácticamente no sabe lo que es un reloj.
Hacía mucho tiempo que lo tenía decidido, de mayor, me compraría un reloj de bolsillo, su cadena, su tapa, su cuerda,… y el placer de mirar la hora sin prisa alguna, como si en realidad me diese igual la hora que fuese.

No era solo Perico quien lo llevaba, había mucha gente más, y por momentos me parecía, que para salir al campo a trabajar, y yo quería salir, aunque mis abuelos se empeñasen en lo contrario y apostaran por quitármelo de la cabeza, tu que puedes, estudia me decían. Había que tener un reloj de bolsillo, por alguna extraña razón, los de pulsera, modernos, no servían para trabajar la tierra.
Fue antes, con mi abuelo Casimiro, cuando empecé a fijarme en los relojes de bolsillo, sus amigos lo llevaban, él nunca uso ni uno ni otros, ya que para saber la hora, le bastaba con mirar el paquete de tabaco y contar, lo que había fumado y lo que le quedaba por fumar.
Bajo la atenta mirada de mi abuela Rosa lo acompañaba hasta la era a buscar setas, en realidad a fumar, ella se quedaba en la puerta, con el paquete de tabaco requisado, mirándonos marchar, hasta asegurarse de que una vez en la esquina de Inocencio caminásemos hacia el Santo Cristo y no hacia el Minino o lo de Santos. Ale, ya está, vamos.
Sus amigos, el Tío Alfonso, el Tío Conchanete, y otros, creo recordar, llevaban el reloj en el bolsillo del chaleco. Y yo esperaba pacientemente a que en medio de la charra, se les hiciese tarde y echasen mano al reloj. Cuando seas mayor y comulgues, te regalaran un reloj, me decían, ahora no necesitas saber la hora eres muy pequeño, un buen reloj, de pulsera, con sus números relucientes de noche y el día del mes. Solo tienes que aprender a leer la hora y acordarte de darle cuerda todos los días, con mucho cuidado.
Eso me repetían unos y otros. Quedaba tan lejos el día de la comunión, y lo peor de todo, como decir, que a mí me gustaría tener un simple reloj de bolsillo.En realidad no quería un gran reloj para mi comunión, tan solo un reloj que se pudiese llevar.

Fue a mi padre, a quien le regalaron al comulgar el mejor reloj que se podía tener, a buen seguro el más caro de alguna joyería de Valencia. Fueron los padres de su prima Boneta los que se lo trajeron a Calamocha, y con él en la muñeca sale en la única foto de su comunión.
Mi padre, no se lo pensó dos veces, y al día siguiente de comulgar, se fue a sacar las ovejas con el reloj en el brazo. Fue la sensación, recuerda con orgullo, entre todos los amigos a lo largo y ancho del camino de la Jampudia y el Campo Aviación, no se hablaba de otra cosa… se pasaba los días mirando el reloj y dando la hora a todo el mundo. Hasta que paso, lo que paso, lo inevitable.
Mi abuela Xaltación, se dio cuenta de que el reloj no estaba en casa y al ver que lo llevaba, lo puso de vuelta y media, y le dijo de todo, dándole una lección vital, de la filosofía familiar, que nos ha hecho llegar hasta aquí, generación tras generación: ande vas tú con reloj, tráelo aquí, que no lo necesitas, las cosas buenas hay que guardarlas para que duren, y si lo rompes, y si lo pierdes, y si te lo quitan, les habrá costado un potosí, y tú no lo necesitas para nada, las ovejas bien saben la hora que es, y tú para saberla con la torre de la iglesia y la luz del faro de la aviación, ya tienes bastante. Y si no, a quien lleve reloj, le preguntas la hora. Dámelo…
Y se lo dio, y la Xaltación lo guardo en el joyero, una caja pequeña de esas de madera, donde las abuelas guardaban pequeños tesoros, unos botones, para por si acaso, una navaja de juguete, unas cuchillas de afeitar, un rosario… Mi padre con el tiempo llego a pensar, que había perdido el reloj corriendo detrás de las ovejas al salir huyendo del Guardia de la Dehesa, una noche sin luna.
Cincuenta años después, el reloj, apareció en la caja, la Xaltación tenia razón, junto a innumerables tesoros, sigue funcionando, tras medio siglo marcando la hora del olvido para la familia y guardando el tiempo para el día de mañana.


A mediados de los ochenta, el mercado de los miércoles, era los martes y los jueves, y se colocaba en la plaza de la iglesia, centro del pueblo, cuantísima gente, y puestos parecía haber, todo lo colapsaba, mientras la ombria del frontón quedaba vacía los días de invierno y se llenaba con los de verano.

Solíamos aprovechar el recreo en el instituto para acercarnos a mirar los puestos interesantes, y muchas de las veces, al medio día, camino de casa volvíamos a pasar, detenernos con algo más de tiempo y curiosear, en una plaza hasta la bandera. Gente, coches, motos, tractores, y camiones despistados desde la fábrica de piensos de la Balsa, la cual daba ambiente floral a toda la contornada.
Nos parábamos frente a los puestos de última tecnología y superventas, regentados por moros y quinquilleros, nuestros guías espirituales acorde con la edad. Radiocasetes, transistores, relojes digitales, calculadoras, maquinetas matamarcianos, carteras, cascos, y otras muchas cosas, amén de toda la discografía patria y ajena en radiocasetes piratas con portada fotocopiada en blanco y negro. Nadie parecía poner el grito en el cielo, como hacen hoy con el pirateo, lo más normal del mundo era comprar cintas piratas y realizar copias para los amigos, además, de no ser así, nuestra vida musical ochentera habría sido un completo desastre.
¿Cuánto ese reloj?, barato, barato. Caro, caro, ¿es Casio?, ¿japones o koreano?, cuantas alarmas tiene, tiene luz, y ese que lleva calculadora funciona, paisa, paisa…  Los relojes digitales eran la pasión de todos, y si llevaban doce alarmas de gaiteros escoceses, mejor que diez. Mil, mil quinientas pesetas, era un pastón, nos parecían caros de todos modos, … pero a la vuelta de unos años, décadas, demostrado esta, que ya no se fabrican cosas como antaño, tampoco en cuanto al mundo tecnológico. Los que tengo por casa, incluido el reloj calculadora, siguen funcionando, la calculadora científica, lo mismo, hasta, a sus años, ha vuelto al instituto.
Un lejano día de aquellos, en uno de los puestos, había relojes de bolsillo, el mismo paraíso, algo inimaginable, ¡pero si nadie los usaba ya!, entra tanta tecnología, y quien llevaba un día de hacienda mil pesetas en el bolsillo que pedían por uno, la próxima semana volveré a venir nos dijo, o volveremos, por que solía haber dos puestos, con lo mismo, y mismos precios. Iba a ser una semana larga, y mil pesetas casi nada.
Al final me lo dejo en setecientas pesetas, y toda la cuadrilla se compró su reloj de bolsillo,…y el mío, ahí está, en mi bolsillo, estos días de calor, como si yo también, tuviera que salir a cosechar he vuelto a él. Aun hoy me parece que pague demasiado, y me engañaron, pero a la vista del resultado, fue un regalo y nadie me engaño.
Cuando desperté, la mañana del lunes 27, tras el desastre del domingo, volví de golpe a la realidad. Todo seguía igual, y el CD Castellón, con toda la crueldad del mundo, seguirá un año más en Tercera División, y por si eso no bastase, al ir a ponerme el reloj en la muñeca me di cuenta que se había parado la tarde del domingo, poco más o menos sobre la hora en que el CD Castellón fallo el penalti decisivo.

Hoy, no hay mayor tragedia, que la de quedarte sin batería en el momento más inoportuno, y cualquiera parece serlo. La vida me va en ello, afortunadamente, no tarde en recordar, que en la mesilla guardaba aquel reloj de bolsillo, que un día compre en Calamocha por setecientas pesetas, cuando mi vida, aun iba a cuerda. Lo puse en hora, le di cuerda, y al bolsillo.