Ya
con la hora cambiada el Vía Crucis del Domingo de Ramos se anunciaba a las seis
de la tarde. Como de costumbre habíamos quedado un rato antes de cara a
ponernos al día y poder darle matarile a cualquier sorpresa o imprevisto que
más de medio siglo, como llevamos, de procesiones nos pudiese acontecer.
Momentos
antes nos vestimos de Nazareno, con la misma emoción, más si cabe, (por la
tradición familiar que atesoramos, aquí ya hablamos de siglos), que cada
catorce de agosto lo hacemos de blanco. Tal cual me asome a la ventana comenzó
a llover.
No
quedaba otra que tomárselo con humor. Enfilar cara la Balsa a caballo, como
buen calamochino con el coche y agarrar una buena chupa para alcanzar las
gradas de una iglesia aun cerrada. A la derecha cobijado bajo el portal de la
casa cuna de la mitología del azafrán del escritor Bernad Polo se encontraba en
cuerpo y alma presente el Señor Don Antonio Pamplona Perisé, Primero de los
Nazarenos. “Sobrinos, ya os he dicho: iba a llover. Hoy ya no es aquello de
“será lo que Dios quiera” si no lo que leemos en Google. Debemos ponerle un
paso, crearle una cofradía”
Roto
el silencio a escape nos guipo y sintió Mosén Paco quien salió llave en mano y
nos abrió las puertas. Nos echamos unas risas a falta de algo mejor y en
cuestión de segundos comenzó a llegar el resto de los parroquianos.
La
escena se repite, cada tantos años llueve y la procesión se realiza dentro de
la iglesia siguiendo las cruces dispuestas en sus paredes. La Dolorosa y el
Nazareno esta vez se colocaron a pie del altar, no se cantearon. Los
estandartes y la cruz procesional que portaba Inocencio López iban de estación
en estación, y cada tres, tocaba la Banda de la Cofradía del Santo Cristo,
apostada entre las gradas y el interior de la iglesia, sin perder de vista
ninguno el cielo de la nave por temor a los desprendimientos, necesita un
repaso explico con resignación cristiana Mosén Paco quien tiraba del rebaño
de los 14 futuros confirmandos que arreaban detrás de Inocencio. Cada uno leyó
una estación, un folio, unas bonitas palabras de una iglesia que parece
renovarse, ¡qué remedio le queda! o nos queda. Ganándose así el cielo por muy
jóvenes que aun sean. “Paco al próximo año, ese folio déjalo en cuarto y
mitad” le sugerí, le ordene, ya no recuerdo. Los cofrades permanecimos
junto a nuestras imágenes, con la cara descubierta y los fieles repartidos por
los bancos pudieron disfrutar de un entrañable, emotivo y bonito momento
de oración. Por supuesto dejo de llover nada más se decidió no salir a la plaza
y encarar el callejón de los muertos. Al comenzar ya lucia el sol, ¡y que sol!
dada la normal orientación cristiana de la iglesia los rayos del atardecer
entraban directos hacia el altar, iluminando los rostros de la Dolorosa y el
Nazareno. ¡Ver para creer! uno no cabía en sí de gozo, había que estar allí, y
el cronista lo estaba para contarlo.
Inevitable
en aquel precioso instante acordarte de los mayores y sonreír, sobre todo del
padre del portador de la cruz procesional: “Maños, podíais haber heredado un
par de yuvadas en la Retuerta o mejor en la vega, o un par de cubanos llenos de
zafrán ya tostao en el granero pero vais a heredar el Nazareno… No sabéis la
suerte que tenéis” Aquella tarde sus palabras tomaron sentido, solo siendo
cofrade puedes vivir una semana santa así, y desgraciadamente no todos lo son,
no es como en San Roque que quien más y quien menos participa de un modo u
otro, una lástima. Más cuando la soberbia Banda de la Cofradía del Santo Cristo
se doctoro e hizo sonar tambores, bombos y trompetas de un modo extraordinario,
acompañados de una acústica celestial que acabo haciendo del Vía Crucis un acto
verdaderamente hermoso. Así pues, ojalá quiera San Google que al año que venga,
vuelva a llover.
Publicado en El Comarcal del Jiloca el 25 de abril de 2025
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