sábado, 1 de noviembre de 2014

Cuando todos los muertos no eran santos.

Marzo de 2014

Me preguntas ahora, qué recuerdo del cementerio. Muchas cosas, esa es la verdad, de tantas idas y venidas algo tendré que contar, aunque en realidad hace años, que si bien ocasiones no han faltado, sea por una cosa o sea por otra, no he cruzado su umbral.

Tenía 9 años cuando murió mi abuelo Casimiro, aquella tarde de mayo, con el sol tras Santa Barbará, “Lúcia” el de la carpintería de allá junto a lo de Corbatón, con el Land Rover negro y amarillo bajo las costera del Barrio y trajo sobre su baca a casa el cajón.

El velatorio quedo como de costumbre instalado en casa, primero en la habitación donde nacimos todos, y luego sobre la mesa de la cocina. Al poco comenzaron a llegar todas las abuelas de Calamocha, era mayo y ya alargaba el día. Con la consabida cantinela de “no somos nada, ya ha descansado…”



Hasta aquel momento lo poco que sabía de estos casos era que al día siguiente aparecería el cura con los monaguillos la cruz y el incienso y nos iríamos todos a misa, finalmente no vino, no recuerdo el porqué, pero se ve que llego justo al entierro y mando recado de que fuésemos solos a la iglesia, donde como reducto de tiempos pasados aún se cantaba en Latín.

Lo que si llegaba y a paso ligero era la democracia arrasando con todo lo caduco, sin importarnos lo más mínimo mirar atrás. 

Aquel fue el primer entierro al que asistí, y aún lo recuerdo, no pasó nada extraordinario, o tal vez sí, me llevaron al coro, aún se cantaba como digo en los entierros, en latín, nada menos, aquel creo que fue el último, o uno de los últimos, sino, una vez más, de los nuevos tiempos, que ya corrían.

Supongo que en realidad no querían ocultarme nada, más bien en mi estaban depositadas las últimas esperanzas de que en la familia continuase la rama jotera torrijana. No fue así.

Cantaron Feliciano y Dativo y me limite a tratar de descifrar aquellas páginas ilegibles. Al tiempo, se me fue el miedo a todo lo relativo a los entierros y aniversarios y así mismo como monaguillo de misa dominical, dejo de darme miedo aquel ritual de los domingos tras misa de doce cuando se montaba al pie del altar el catafalco para los aniversarios que se celebraban por la tarde.

El acercarte a la capilla opuesta a la del bautismo donde se guardaba todo, el acercarte, abrirla y sacar el “cajón”, el velatorio… era terrible, aquella capilla, parecía en contraposición a la otra, la mismísima puerta del infierno. Aún creo que lo es.

Poco tiempo después empecé a ir al Cementerio, no había estado nunca, mi abuela no sabía leer, y en las lapidas que no había foto, no había muerto alguno.



Los dos vimos la lápida de mi abuelo el mismo día, había foto, mi abuela la habría encontrado, foto y un Sagrado Corazón de Jesús, no me preguntes por qué o si, da lo mismo. A principio de verano es el día del Corazón de Jesús, y de niño creo había procesión en el pueblo, con las abuelas, con el escapulario, con el calor de la tarde a la hora de jarve. Por lo que fuese, le guardaba devoción, cosas tal vez de Torrijo, no lo sé.

Empezamos a ir, domingo tras domingo,  todos los meses del año, mientras el tiempo lo permitía. Ese día el cementerio estaba abierto, entre semana si por el motivo que fuese había que subir,  a veces había visita, y la familia se empeñaba en vernos a todos, y subir unas flores, a quienes ya no estaban en el Barrio, si no en el otro barrio, en tal caso era necesario pedir la llave al Esquilador o a Raimundo, el del camión de la basura.

Salíamos sobre las cuatro y por el camino se incorporaban sus amigas, ya viudas también, la Tía Rosario, la Tía Alfonsa, si estaba por el pueblo la Tía Torralbina, y también de vez en cuando subían, la Velina, la de Fermín el Matatocinos, la abuela  de Ernesto,… Pero las fijas eran, hasta donde logro recordar, las dos primeras y mi abuela.

Hasta aquel día, lo único que sabía del Cementerio era como aquel dice las historias que ellas mismas contaban de vez en cuando, recordando calamidades y penas, muertes a destiempo y sobre todo, las desdichas de esa pobre gente que subían en camiones cara Navarrete en los años de la guerra, una tragedia, una pena enorme que las abuelas, cuando lo volvían a vivir y contar, lo hacían prácticamente llorando. Uno se preguntaba qué había pasado en aquellos años, qué les había pasado.

Mi otra abuela, la Xaltación remataba la historia, por cambiar de tema, con aquel  hijo que murió al poco de nacer y al no estar bautizado, no pudo ser enterrado en el cementerio como tal, sino en la parte vieja o primera donde iban los que se suicidaban o aquellos que no creían a dios, aunque, a mi ver, nunca se dio el caso de conocer a nadie que en aquellos años no creyese en dios, ni diese en suicidarse sin parecer un accidente y vete a saber quién más daría con sus huesos allí, una vez que ya no los necesitase,… pero echa a buscar al pobre recién nacido, no se sabía dónde estaba, esa era la pena. Nunca hubo tanta tierra santa como se necesitó, ni antes ni aún hoy.

Así que yo, ya tenía faena el primer día que subí al Cementerio. Además de leer, leer, y leer.

Punto uno asomarme al chaflán, a la parte vieja, aquel que hay al principio de la tierra santa que viene después, mirar a través de las grietas de la puerta. Sólo vi hierbas, y poco más, aquello estaba abandonado. Ni dios.




Punto dos, la fosa común, que mi Tío Antonio decía estaba al fondo a la derecha junto al pozo y un cirujal que siempre según él daba las mejores ciruelas de todo Calamocha, mi tío aquel era un poco sibarita, morrotocino que decía su hermana… el hoyo estaba, todo estaba, pero los muertos imagino habían marchado al cielo, junto a los del chaflán, mientras esperaban su turno el resto.

Y por supuesto localizar y escudriñar la sala de autopsias, pues las historias de Agapito eran de sobras conocidas en casa… Aquello sí que daba miedo.



Pero hubo una sorpresa.

La tierra del cementerio era roja y todo su centro parecía haber sido labrado por Perico, caballón tras caballón, cientos, tal vez miles a mis ojos de crio, de cruces de madera, aparecieron ante mí, todas con su ramo de flores, qué más daba que fueran artificiales, sin hierba alguna, también sin nombre, no tenían nombre, los soldados no tienen.

Estaba todo tan bien cuidado como el cementerio de Arlington o esos otros de Francia que se veían en la tele a propósito de los documentales de las guerras, guerras que siempre habían ocurrido fuera, lejos.



Eran los soldados, “pobrecicos”, lo mismo que aquellos otros, decían las abuelas, los de la fosa común, los que más perdieron. El Chato el Esquilador tenía aquello limpio como una patena. De vez en cuando había alguna tumba con más suerte, con cruz y nombre, y otras muchas de gente del pueblo y de algún militar con mando en plaza.



La ronda en el cementerio empezaba siempre igual, yo me fijaba en la “oficina” de la entrada, no sin miedo, vete a saber que esperaba encontrar, y girábamos a la derecha, no había prisa leía todas las tumbas, en especial las de la parte del fondo con sus viejas fechas y lápidas que parecían se caían, asomando el cajón, y en especial las que ellas señalaban porque conocían la foto o les sonaban las letras, no paraban hasta dar con quién era y recordar su vida para bien o para mal del muerto, todo era lo mismo.

 Luego llegábamos a la de mi abuelo, y mi abuela señalaba el nicho donde un día la enterrarían, yo miraba el hueco donde años más tarde un frio y nevado día de enero, de aquellos inviernos de los de antes, la enterrarían, no acertaba a pensar nada, cemento, cal, telarañas y ella me hablaba de los que serían sus vecinos.



Los nichos eran, son,  en propiedad aunque ni entonces ni ahora se puedan elegir a los vecinos, así a mi abuela, la pobre, le toco joderse y tiene como tal a uno de esos en cuya lapida no se detenía, o si lo hacía era para decir,…. “que bien estas ahí”

Aquellos nichos  en propiedad, les hacen ser unos privilegiados, el cielo mismo ganado. Serán calamochinos para toda la eternidad. En realidad no se puede pedir más, es el cielo mismo.

En cuanto podía me escaba a las tumbas de tierra. A Seguir leyendo. Pero a escape me reclamaban. Siempre había lapidas nuevas por descubrir, por leer, historias por escuchar.



¡Y qué historias contaban las abuelas…aprovechando que nadie ya les oía! Tal vez mienta, no eran de las que se callaban, nunca lo hicieron, lo habrían dicho igual, con el muerto en vida, delante.

El ir al cementerio con tanta frecuencia para ellas era tan nuevo como para mí, mi abuela por ejemplo no sabía ni donde estaban enterrados sus padres, en Torrijo sí, pero nada más. Años atrás se enterraba a la familia, alguien le ponía una cruz y se la cobraba a cuantos familiares podía y rara vez, ni para todos los santos se iba al cementerio. De hecho subimos una vez a Torrijo y no logre encontrar a sus padres, leído y releído todo lo habido y por haber.

Todo era nuevo, domingo a domingo,  a los momentos de pena, un muerto joven, un niño, una tragedia, les sucedía siempre los buenos recuerdos, frente a esas lapidas se nos pasaba el rato, “te acuerdas, lo bien que bailaba, cantaba, las meriendas en su casa…” A mí me llegaba a parecer que las abuelas, por más que vistieran de negro y llevasen pañuelo a la cabeza, se habían pasado toda su juventud de fiesta en fiesta, era lo que más les gustaba recordar, lo bueno, lo bien que lo habían pasado. Nunca les vi llorar.

Frente a otras lapidas el comentario era siempre el mismo, humor negro, “Está bien donde está, mira que le costó dejarnos en paz, lo que descanso la familia, cabrón más grande ya no se conocerá, semejante hijo de puta,… y a los casi noventa que se murió, y luego dicen que dios existe, anda maña no me jodas”.

A veces había algo nuevo que ver, las mujeres aquellos años no subían al cementerio el día del entierro, así que tocaba encontrar la tumba de aquel que había muerto días atrás. Era fácil, solo había que buscar la corona de flores. “Redios que poco se gastaron en flores, o cuantas flores, no se merecía ni un cardo, ya estará en el infierno. Vámonos, aun huele”. El olor lo sigo recordando.

Otras veces, días después nos acercábamos a ver la lápida, y ya se sabe el arte si no genera controversia, no es tal, “cosa más fea, imposible, para las perras que les habrá dejado, mal se han portado, desde luego que cojonazos, ni aun para poner flores tiene, la lápida debe ser bonita, pero parece fea. Y esa foto, pues si le daba un susto al miedo”…

En suma, como todos, ellas tampoco lo tenían claro, a pesar de ir a todos los entierros y misas, eso del cielo y el infierno, la vida en el más allá, y todas esas cosas, de los curas, dios y los santos, pero qué mejor lugar que aquel, que el pueblo en sí, para terminar. Así, lo veían, y  si algún sitio  habrían de ir después de muertas, debía ser ese, el cementerio de Calamocha, a buen seguro, el cielo, estaría ahí, no más lejos.



Hacíamos la vuelta completa al cuadrado que era el cementerio viejo a ellas también les llamaba la atención la tumba del Regular, la lápida y el nicho, no estaba en tierra, y qué lapida más bonita,… estaría con los moros en el Castillejo decían. ¿Habrá algún italiano por allí, o algún alemán?, no lo recuerdo, no los habrá. No te asomes ahí, no vaya a salir Agapito poca pena,… termine por creer que un día saldría de aquella sala de autopsias sin cristales, pero con reja y puerta atrancada. Imposible de flanquear.

Eduardo Cero. Caracterizado como Agapito. año 2014

Por los Panteones pasábamos de refilón, cosas de ricos, “déjalos estar, no vaya a ser que se nos apegue algo, también ellos se mueren aseguraban… ni caso, aquí ahora son todos iguales”. Perdí el miedo y me metí hasta donde pude. Tesoros ninguno.



De pronto se oían voces y nos girábamos, mi abuela decía, “coño forasteros, están en todos lados”,  la Tía Rosario se reía, siempre se reía y decía, “pues si no los conocemos, si de aquí no son, serán almas en pena, ves niña, no se paran en ninguna tumba, en cuanto dejemos de mirar se irán para arriba”. Así era. Yo creía a la Tía Rosario. Todos nos conocíamos. Aquello eran almas en pena camino del cielo.

El Cementerio en su día, lo recuerdo, salió en el cine, eso sí que me hizo ilusión,  bueno, en la tele. En la película Don Erre que Erre de Don Paco Martínez Soria, la secuencia inicial esa del Seat 1500 con él y su mujer camino del entierro de su suegro, cuando sale el indicador de Calamocha 36 km, y dicen “ya estamos llegando”, para entonces a echar gasolina, y de ahí no pasa el bueno de Don Paco, una pena.  Luego las imágenes del cementerio y el entierro al cual no llegan aunque te emocionan, el cine, la gran ilusión, son una pena, no son de Calamocha.

Te diré más cosas, acabando ya, una tarde entre semana de verano fuimos a pedir la llave, y nos dijeron que estaba abierto, íbamos con la familia de Francia, y allí estaba a pleno sol el Chato el Esquilador dale que te pego peleando con las tumbas de los soldados. A lo que me di cuenta mi Tío Blas estaba ayudándole y hablando de los años de la incierta gloria, de la noche oscura y de la vendimia en Francia donde el Chato algún que otro año había estado. Mi Tío,  quedo encantando de lo bien que trataban a los soldados. Una pena todo.



Acabo ya, con mi abuela y las demás al volver del Cementerio llegando a donde ahora está el Bailaor esperando el cierzo, me despedía y me bajaba al Peirón, mientras ellas se volvían a casa, en aquellos años, las mujeres no pisaban “Los Viejos”, allí al pie de la carretera nos despedíamos, veía, la foto tengo por ahí, la placa de la falange y el rotulo de Calamocha y le preguntaba a mi abuela si antes, habíamos sido todos falangistas, a lo que ella poco más o menos y con desgana, la política nunca fue lo nuestro, contestaba, “y ahora somos unos sinvergüenzas, sin educación alguna ni saber estar, es lo mismo, la cosa no cambia, ni cambiara, no lo esperes. No sé qué es peor, si lo de antes, o de lo ahora cuando se confunde la libertad con el libertinaje”.

Aquel juego de palabras, resumen político de aquellos años, estaba en todos los corros del Peirón al Arrabal.  En realidad los mayores se preguntaban, ¿qué nos estaba pasando?, siempre nos parece una pena todo, lo que daría por saber cómo definirían en dos palabras, lo que hoy parece pasarnos.

Felicidades, hoy es el santo de los que no tienen santo.

De Los Años de la Cazalla. Muertos y muertos.

PD Una ley, sólo debiera haber una ley, decía mi Tía Nati cuando llegaba esta noche y encendía las velas por los muertos, por la familia. Ley que prohibiese ver morir a un hijo. Y ella, a quien se le murieron los dos, sabía de lo que hablaba. El resto de leyes sobran. Por ello, si te dicen que caí antes de llegada la hora, el cielo tendrá que esperar.

Recuerdos


Castellón, 1 de noviembre de 2014

jueves, 16 de octubre de 2014

A la fresca con Manuel en la puerta de Micheto

A falta de un par de semanas para San Roque el verano se resistía a entrar, aquel sábado final de julio habíamos llegado al pueblo, dado un paseo hasta al  huerto y de vuelta decidido volver a casa dando a su vez un paseo mayor, en realidad todo un rodeo pasando por la Plaza de la Iglesia, nueva aquel día y engalanada para el acto de proclamación de las reinas, pasando a su vez por el ya viejo Pasaje Palafox, en suma, acercarnos a lo de Micheto, antes de volver al Barrio a cenar.

Manuel sentado en un banco al pie de calle, nos recibió con alegría y cariño: Hombre ya llega el verano, como si con nosotros fuese a aparecer el calor, ya están aquí los veraneantes, venga más forasteros a dejarse las perras al pueblo, se ve que en Valencia la cosa de la calor está mal de verdad y os venís todos aquí en busca del fresco. Anda maño siéntate, y olvídate del sombrero, no te hará falta en todo el verano.



Sentado junto a él, comenzamos a charrar: Así había de hacer todo el año, dijó, este tiempo es muchísimo bueno, el calor justo para no tener que llevar chaqueta es lo mejor que hay, ni aun regar la calle como antaño es menester para estar a gusto a estas horas en la calle, una miaja de aire igual se echa en falta, pero no pases pena,  esto es lo mejor, y que tranquilidad, no pasa ni dios, aunque a escape echara a venir gente … ojala todo el año fuese así.

Hombre, tendrá que llover, dije yo por continuar la conversación, llover algo aunque sean cuatro gotas para que salgan los caracoles,  y en invierno, qué haríais, si todo el año fuese así, no tendríais de que hablar, echaríais de menos tú y todos, los hielos. Su respuesta, con toda lógica del mundo, fue inmediata.

Joder con los de la capital, los hielos dices que íbamos a echar de menos, para vosotros todos, todos para vosotros y bien gordos, que manía os dado a los de fuera con el frio, pues si no hay nada peor, andaros todos a cáscala a Luco y dejarnos estar … y de agua si me apuras lo mismo, nada, si no han quedado caracoles con los venenos, para que quieres que llueva, si no hay ni aun ribazos, así se seque el rio, la vega y el copón bendito, …

El tiempo que hace hoy es el que debería hacer todo el año y san se acabó. Lo demás, todo lo que necesitamos, hasta los  caracoles, están en las tiendas, y sin tener que agacharte y joderte los riñones ni ahogarte con el carburo, más baratos y mejores, a mi ya, para lo que me queda, me es todo lo mismo, leche que caldo teta, joderos como podáis, el que venga detrás que arree. Llevaros todos los hielos, todas las pedregadas y todo lo que haga falta, todo para vosotros, los caracoles también,  pero a mí, a mi déjame este tiempo, que yo ya he padecido bastante. El cielo me he ganado, aún sin ir a misa.

Mira, lo que te decía, ya echa a pasar la gente, todas estas van a misa, son muchísimo beatas, mira otra más, ahora sale mi mujer que también se va, otra que tal baila y aquellos veraneantes de Zaragoza, también van, no sé qué les dan allí, pero se les había de caer la iglesia encima, ale, buenas tardes a los del charco, rezar por nosotros, muy ahorrada vas niña, llévate la chaqueta, que en la iglesia hará un frio del copón.  Y pasar a comulgar venir cenadas… Que bien se está oye.

Calla que me estoy acordando de una, tu ni habías nacido, de recién casaos, ahí arriba en el rabal, cuando vivíamos en la esquina del Barrio Verde un día de esos de verano de los de antaño, que había hecho una calor de tres pares de cojones, una sofoquina de esas de las de antes que no sabías ande meterte cuando tiraba hacerse de noche, que en casa no se podía estar y en la calle menos aún, que hervía el Santo Cristo entero, como te cuento, que estábamos allí sentaos unos cuantos en la fachada del Gato ande la carnicería y en eso que vino del matadero el este, ahora no me sale, coño el vecino que vivía allí en la esquina, aparca la bici en la palanca de los machos, echa a provocarnos, que si mal trabajadores, que si esto que si lo otro, sofocado como un mulo que venía y eso que bajaba costera abajo desde allá arriba, y nos echa en cara que ni la calle habíamos regado, coño si ya se había secado, que lo esperáramos que a escape se sentaba con nosotros, y en eso que entra a casa a refrescarse y sale con el pozal lleno hasta arriba del agua del pozo y dice venga vamos a remojar esto un poco, mira agarra desde su puerta con el cubo para arriba y nos suelta todo el jarve hacia nosotros, y en eso, que claro, entonces no había neveras, eran otros tiempos, y a mi ver la mujer le había metido el porrón con el vino en la caldereta al pozo para que se refrescase para la hora de cenar, si lo que se hacía entonces, y mira, el agua que se nos venía encima y el porrón de por medio volando cara nosotros, ande vas, tira para allá, cuidado,… mecagüen el copón, claro uno para un lado, otro para otro, todos allí en el corro y el pobre padre del Gato, que estaba un poco teniente de una oreja y que con la otra no oía, y que ni veía ni olía que estaba ya mayor, a lo que quiso darse cuenta, mira que la calle es grande, pues nada, con el porrón al canto de la cabeza, que menos mal que llevaba el hombre la boina, que si no allí mismo fenece de un golpe de calor. No te creas que no hubiera sido gorda esa,…


Por eso te digo maño, que este tiempo es el mejor, y donde este el vino que se quite el agua, déjate de lluvia, hielos y demás que solo traen desgracias, no nos vaya a pasar la del pobre Gato. Ya vuelven de misa, de noche ya, la hora cenar, que pena todo, con lo bien que estamos aquí.

jueves, 2 de octubre de 2014

El Amigo del Poyo.

Los franceses, y mi Tío Blas estaba entre ellos, eran la parte de la familia que además de perder la guerra, lo había perdido todo, exiliándose a Francia, a la cuna de la libertad, igualdad y fraternidad, a la república de La Marsellesa, himno que tanto y tanto cantaron cuando no sabían francés. Luego tras cruzar los Pirineos, se les fueron las ganas de cantar y finalmente hasta de bailar. Aquel país resulto no ser el paraíso que soñaron. La utopía nunca fue tal ni aquí ni allí. Si acaso, los días de la infancia en Torrijo.

En aquel verano ni Tío Blas, todo él era la revolución, campechano, trabajador, cachondo, mejor persona imposible, caminaba con paso firme hacia los ochenta años, y al llegar de vacaciones a Calamocha dijo “esta navidad, le escribí una misiva con cuatro letras a mi amigo el del Poyo y le dije que una tarde antes de San Roque iría a verlo y charrar un rato, a ver como esta, recordar aquellos años, y despedirnos por si faltamos ya uno u otro, un día de estos”.

A mitad de camino entre Calamocha y el Poyo a donde nos dirigíamos en pleno mes de agosto, una tarde después del guiñote a eso de las cinco, justo antes de las fiestas de San Roque, andando bajo el sol, allá por los primeros años ochenta, por fin me quedo claro, de qué iba toda esa trápala.

Estaba, muy equivocado, mi Tío y yo no íbamos hasta allí con al intención de reorganizar  él, por segunda vez, el III Escuadrón de la XXVI División de Caballería de la extinta Columna Durruti, y terminar así lo que por una u otra cosa, los mayores, dejaron sin acabar en el jaleo del 36, reorganizarla en una calurosa tarde de agosto con el consabido fin de lanzarnos a la conquista y revolución de Aragón, a terminar lo que empezaron en sus años de juventud. Nada más lejos de la realidad.

Y así andando, nos fuimos al Poyo, un par de gorras, una cantimplora y a caminar. En cuanto veía un campo de panizo se metía dentro, mal asunto decía, yo siempre fui más alto que el panizo, será cosa de la tierra, esta es mejor, en Francia no hay mata de panizo a la que no le saque un palmo.

Y seguíamos camino, saludaba a todo el mundo, y no dejaba de asombrarse por todo, el campo era su pasión, de vez en cuando, en realidad a todas horas, daba con alguien que en aquellos años había estado como él en el jaleo,… y ¿dónde estuviste?, y ¿cómo te fue?, que vaya todo bien… ¿eres francés no?, de papeles solo.

Y si después de ir no está su amigo, le decía yo con todo el pesimismo posible dado el calor reinante, no digas tonterías, le dije que iría y me estará esperando. Ni siquiera quiso llamar por teléfono para avisar de que íbamos esa tarde, para él aquello era perder tiempo y dinero, sobre todo dinero, además paseando aunque fuese bajo el sol, siempre aparecía alguien interesante con quien charrar un rato y miles de cosas que ver.

Para mí, lo más asombroso de todo era que todas  y cada una de las personas con las que charraba habían combatido en el Bando Nacional, frente a él que lo hizo en el Bando Republicano, y se hablaban de uno a otro con un cariño inmenso, como si ambos hubiesen luchado por lo mismo.

Quien aquí se quedo a pesar de estar en el bando de los vencedores, también perdió la guerra trataba de explicarme, si bien no hubo de pasar por todas aquellas tragedias, que nos llevo el cruzar a Francia.

Ambas partes, a mis ojos de crio, nunca se reprocharon nada ni menos aún rivalizaron en torno a quien lo había pasado peor, ni si habías hecho esto o dejado de hacer aquello.

Tus abuelos, me decía y todos estos compañeros, no pudieron elegir donde luchar, pero todos pensábamos igual. Quien más perdió, fue quien murió. Pasó lo que paso, y aquello jamás tiene que volver a repetirse.

Sin embargo, íbamos al Poyo a reencontrase con su amigo de la guerra, yo estaba hecho un lio, el contaba lo mismo que contaban nuestros abuelos, y sin embargo a veces veías documentales en la tele donde se oía todo lo contrario, odio, rencor, buenos y malos, tan diferente a lo que oías con ellos… hasta me había comprado meses antes en lo de Agudo, el libro de Gabriel Jackson “La República Española y la Guerra civil”… del cual salvo los números, no entendía nada.

Así que estaba deseando llegar al Poyo para ver y oír la realidad de todo aquello, allí, los dos amigos, pondrían las cosas en su sitio y siendo los dos del mismo bando, todo cambiaría, volvería al discurso que siempre estaba presente en casa cuando los Franceses eran mayoría, “la guerra la perdimos nosotros, y el que gano hizo lo mismo que habríamos hecho nosotros. Lo que le dio la gana”.

Llegando a nuestro destino, me debió ver tan perdido, que de un modo sencillo lo aclaro todo: No hombre, el amigo que vamos a ver, el mejor amigo que hice en la guerra, con quien pase los últimos meses, combatió en el Bando Nacional.
Aquellos años de Jaleo

Y entonces empezamos a oír Blas, Blas,… allí a la entrada del Poyo sentados a la sombra un montón de abuelos y entre ellos su amigo esperándolo. Nos recibieron, lo recibieron, con la mayor de las emociones y el cariño posible. Habían pasado más de cuarenta años.

Y allí, mi Tío recordó como se habían conocido:

A nosotros allá en Barcelona, el jaleo se nos acabo pronto, en el 36 enseguida nos echamos para adelante y fuimos los primeros en venir por aquí, por toda esa parte del Bajo Aragón con la Columna Durruti, hasta Herrera de los Navarros llegue a estar alugn día de aquellos, yo casi me veía entrando a caballo en Torrijo,… pero en cuanto se torció un poco la cosa, ya no hubo nada que hacer, de vuelta a Barcelona, los rojos se adueñaron de todo, mandaban los comunistas, y nosotros nos negamos a entrar a filas y ya no salimos de allí mientras  duro el jaleo. A mi cuñao lo hicieron preso los comunistas y me costó el oro y el moro que lo soltasen del barco aquel en el que lo metieron, y a mí, allí en Barcelona, lejos ya del Frente, no me quedo más remedio que hacer lo que me mandaban, como a todos, así que como en aquellos años estaba fuerte como un toro y media casi los dos metros, me pusieron a recibir y cuidar de los presos que llegaban del Frente, y así fue como nos conocimos.
Cada vez que venía un tren o un camión con presos del bando nacional allí donde yo estaba, el encargado de asomarse a ver el percal que venía era yo, llevando detrás de mí a media docena de tíos como yo, pero bestias de carga por lo que pudiera pasar. El simpático y el que hablaba, siempre era yo. Conmigo nadie pasaba miedo.

El caso es que yo iba siempre de camión en camión o de vagón en vagón, preguntando ¿hay alguien de Teruel?, ¿alguien de Teruel por ahí?. Y yo pensaba, aquí venga a entrar gente y más gente y no voy a dar con ningún paisano.

Había miedo, mucho miedo, luego yo también estuve en el lado contrario, en el de los presos, y la verdad no se sabe cómo acertar, cuando a uno le preguntan, lo mejor callar por si acaso, pero este, que tenéis aquí, no se calló, fue el único que encontré y fíjate que pasarían unos cuantos.

Y entonces dijo, “yo soy del Poyo”, y yo le pregunte, ¿y más arriba del Poyo que esta?, y el dijo “Fuentes Claras”, y ¿luego? “Caminreal”, y ¿después? “Torrijo”,… Y me acerque a él y le dije, pues de allí soy yo, ahora cuando bajéis al patio, me formas a todos los compañeros y te quedas fuera de la formación.

Había que andarse con ojo, si no buen pelo nos hubiera corrido a él y a mí, si hubieran notado algo, buena estaba la cosa ya, pero para eso estábamos los amigos del pueblo, así que en cuanto podía le llevaba algún chusco o si me enteraba de cualquier cosa, se la hacía llegar.

Oye, pedirán voluntarios para esto o para lo otro, procura que no te cojan que os llevaran a picar, oye, pedirán gente, tu allí el primero, que os llevaran a vendimiar y podrás comer todo lo que quieras, oye, esto, lo otro, toma ropa de abrigo, unas botas, un chusco, unas nueces, almendras… y un cigarro cuando se podía.

La cosa ya se veía que iba a acabar como acabo, pero allí estábamos el uno y el otro  aguantando, hasta el final casi, cuando ya nos despedimos: Oye de madrugada pedirán gente y os harán recoger todo con la excusa de llevaros a otro puesto, tu deja que salgan cuatro o cinco y sales también, con un poco de suerte os cruzaran al otro lado, os van a cambiar por presos de los nuestros, y en nada esto se acaba y vuelves a casa, acuérdate de pasar por Calamocha a ver a mi hermana o si subes a Torrijo a mis padres y mi otra hermana, diles que estamos bien, pero que no nos esperen, que de la familia no falta nadie, y hacemos cuenta de marchar a Francia, mi hermana y yo.

Aquella tarde el tiempo entre recuerdos se me paso volando, no tengas prisa, cuando nos echen de menos ya vendrán a buscarnos, era ya de noche, habíamos dado cuenta de jamón y conserva y la conversación continuo hasta que oímos a mi padre pitar con el coche en la calle. Y una vez más obligados por las circunstancias se despidieron. Yo no tenía prisa alguna, de hecho aún estaría allí escuchando.

Por su parte, el amigo del Poyo, conto como llego hasta allí, como fue hecho prisionero, a paso agigantados uno dejaba de creer en todas y cada una de la películas de guerra que había visto, los sábados por la tarde, tiros, heroísmo, buenos y malos… Teníamos preparada una emboscada a los rojos, y estábamos apostados a dos alturas en una ladera, nosotros abajo listos para asaltar los camiones y los compañeros de arriba preparados para empezar a disparar y cubrimos, … y a lo que nos dimos cuenta, el comboy se nos vino encima, nos habían dicho que eran cuatro gatos y resulto ser medio ejercito republicano, mirases anden mirases, una barbaridad de camiones y soldados, eran muchos más que nosotros, tiramos la vista para arriba y los que nos debían cubrir, cogieron y se joparon, ellos que podían, hicieron bien, pero nosotros, si tirábamos para arriba malo, nos verían y nos matarían, y si tirábamos para abajo peor, así que agarro el que nos mandaba que era de los nuestros y dijo, ¿qué hacemos aquí?, pegamos cuatro tiros y nos llevamos a otros tantos por delante, antes de que nos maten a todos, o salimos con los brazos en alto y que sea lo que dios quiera, si nos dan matarile mala suerte y si no, pues lo que venga, si pudiéramos irnos como los de arriba nos iríamos, pero no podemos. 

Así que nada, sacamos un trapo blanco, de ande pudimos y salimos con las manos en alto y la guerra para nosotros se acabó. Ojala lo hubiésemos hecho el primer día. Tuvimos suerte, y yo mas de dar con tu.

Los Años de la Cazalla. Compañeros de Guerra

sábado, 20 de septiembre de 2014

FE

La tarde noche del Santo Cristo, en los instantes antes del momento cumbre de las fiestas, de encender la hoguera, vestido aún de paisano, se asomo el cura al altar y dijó:

“Buenas noches, (hizo una pausa a la vez que se hacia el silencio y recorrió con la vista la ermita, para continuar) veo que estamos todos, (debió verme a mí), en el programa dice Salve a las nueve y cuarto, pero si queréis, (eran y cinco), me cambio y empezamos”. Se cambió y  empezó.



La Salve siempre fue esa misa inoportuna y a destiempo que retrasaba el encendido de la hoguera, algo que los críos del arrabal  habíamos estado esperando desde el mismo día en que acabara San Roque.

La ermita se llenaba de abuelas de negro  con pañuelo a la cabeza que caminaban encorvadas y cogidas unas a otras del brazo, se llenaba también con algún que otro beato, en su constante llegada parecían adueñarse de todo el Barrio, no solo de la ermita, subían hasta del Peiron, y tu temías, que esos cinco minutos que iban desde el sonar de las campanas a su salida, al cohete anunciador de la hoguera, no terminasen jamás, como si los de dentro, a tus ojos de niño los dueños de todo, se negasen a salir, a que la hoguera se encendiese, como si su fiesta no fuese con la de los demás. Estaba equivocado, la Salve, la hoguera, son, o debieran ser, una misma cosa.

Quiero pensar, que no era la primera vez que asistía, que volví a la Salve después de tantos y tantos años, quiero por tanto pensar que alguna vez de zagal vencido por la curiosidad la vi desde el coro ahora cerrado, lo mismo que la misa del día siguiente, a la que nunca falte.

Eso es en realidad lo que yo quería, volver a subir al coro, y no pude. Así que me quede sentado en su puerta, lo más cerca posible, allí donde el Nazareno pasaba sus días hace unas décadas.

Pero no solo quería subir al coro, quería hacer algo más, aunque no me convencía, no me terminaba de parecer decente, fijarme en quien estaba o dejaba de estar rezando, fotografiarlos con la mirada, guardarlos en la  memoria, tal vez ya, buscándome a mi mismo, o tratando de encontrar alguna abuela o beato de aquellos.

La gente que entraba a la Salve siempre me pareció la misma, además el cura dijo “ya estamos todos”, y eso me incluía a mí, el no echo a nadie en falta, ni me extraño, allí estaban todos aquellos que esperaba. Yo ya era uno más.

Ya soy uno más de aquellos que de niño me parecían unos “visitantes” inoportunos, abuelas, beatos, esa gente que va a misa y que de fiestas no quiere saber nada, o eso me parecía a mí.

Por megafonía anunciaron el sorteo del jamón y me quede solo, a mi alrededor se marcharon dos o tres personas, no me toco, tampoco me lo merecía, alguien me vio allí sentado y se acerco, empezamos hablar, estaba cansado y agobiado al verme solo, tarde en reconocerla, hablamos de la Fe  y el corazón, me sucede con cierta frecuencia, me preguntan, y la mayoría de las veces no sé qué contestar, el antes, el después, algún consejo, y suerte que no falte.

 La Salve nos interrumpió pero ya estaba todo dicho, había que tirar para adelante y volver al sitio un año después como si tal cosa. Nos despedimos, y así se hará. Salí algo desorientado, la Salve, su canto en latín,  me emociono, la conversación también.



Para más inri de emociones, al salir de la Salve y caminar hacia la hoguera, me vi envuelto en una procesión de fuego y demonios, que a las puertas del infierno parecían llevarme, no sé muy bien si en castigo a no haber asistido a la Salve durante todos estos años, o por haberlo hecho.


En cualquier caso, entre la Fe y el fuego, debí quedarme en aquel banco del Santo Cristo cual Nazareno y olvidarme de la hoguera. 

Señor Nuestro Procopio que estas en los cielos, cigarro, mechero, bálago y papel. Yo que voy llegando a los cincuenta, ya he visto la hoguera en cuatro lugares diferentes, pero a nadie encenderla como a usted.


jueves, 11 de septiembre de 2014

Rumba Catalana

A mediados de aquel mes de agosto ya pasado San Roque, madrugamos,  y pusimos rumbo a Barcelona, carretera y manta. Menudo palizón, aún más en aquellas circunstancias. Íbamos de entierro.

Cuando la muerte llega a causa de la edad, cuando se ve venir, uno se hace a la idea, hasta el protagonista supongo, y se dejan pasar los días, a la espera del desenlace, en nuestro afortunado caso, al no ser el protagonista, a la espera de que el teléfono sonase y alguien al otro lado dijese, lo que todos sabíamos, ha muerto, por fin ha descansado.

Una pena, pero, qué se le va hacer, es la vida así, salud que tengamos, bien podría haber vivido algún año más, pero ya para qué, mañana será el entierro, nos dijeron, a eso de las cuatro. Ha sido enormemente feliz. No vengáis no hace falta, estamos tan lejos, ya nada se puede hacer. Concluyeron.

Considera, que decían en Navarrete, pueblo que fue uno de sus primeros destinos como Secretario Municipal, si hará años de aquello, que hasta había Ayuntamiento, en tan bello rincón de Teruel donde fuera a nacer una de sus hijas, allí frente al horno, considera no íbamos a ir.

Nos metimos en el coche de madrugada y pusimos rumbo a la Avenida del Paralelo. Y de qué íbamos hablar, si no de lo que traía el tiempo, en este caso, el muerto, el Tío Secretario, tan largo y apacible viaje estuvo lleno de recuerdos, de historias, de cariño, os acordáis de, y aquella vez, y aquel día… Toda una vida, tantos lugares recorridos y tan gran familia tres dan para mucho.

Paseando y escuchando Años 90
Recuerdo, llego un momento en el que la conversación giro en torno a llamémosle Y1, es decir, el primer yerno que tuvo, quien fue alguna vez por Calamocha y dejo entre todos una grata impresión, se ve que era un cachondo, un buen tío vamos, y se cascaba unos tragos en la bota que ardía el hacha, llegó hasta con una barca para navegar en la Laguna y conquistar Berruecos y  Gallocanta, joder con los catalanes. Finalmente, no llevamos a cabo tan gran empresa como era aquella de surcar las aguas. Estaba casi seca.

Y1 enseguida cogió acento maño al tiempo que mi Tío Jesús y mi padre siempre ávidos de conocimiento, mejoraban su catalán básico a pasos de gigante, collons, fill de puta, molt be tot,… Luego cosas, que pasan, la cosa no funciono en el matrimonio de Y1 y acabo cada uno por su lado, afortunadamente para todos, aquello era Barcelona, una gran ciudad, en aquellos tiempos grises, y el separarse entraba ya dentro de lo normal, si eso en aquellos años pasaba en un pueblo, aseguraban, era tanto una dijenda como una jodienda para todos. “Estos catalanes están muy avanzados, ya lo estaban en el 36 cuando el jaleo”. Aseguraba mi abuela, para quien todo entraba siempre dentro de la normalidad de las cosas de la vida.

A Y1 llegó un día, muchos años después de aquello, que la salud le abandono, lo supimos porque a pesar de todo, la relación con la familia continuo y cada tanto a pesar de estar tan lejos, nos llegaban noticias, su recuerdo aún perduraba. En el fondo siempre lamentamos no haber podido navegar por la Laguna en pro de la conquista de todos aquellos pueblos.

La Conquista de Gallocanta Años 70

En la vida es menester, como en todo, suerte, le llego la enfermedad, una tras otra y no había manera de echar el mal pelo fuera por su parte. Siempre que llegaban noticias en torno a él eran malas. Que mala pata, pobre…con lo fuerte y sano que estaba, y los  tragos que se cascaba allá en la Laguna.

 Y en aquellas estábamos cuando fue mi madre quien dijo aquel dia camino de Barcelona, charrando en el coche dijo, pues sabéis que hace ya tiempo, pero años hará ya, que no cuentan nada de Y1, casi parece raro, tanto como hablamos, y el caso es que yo no me acuerdo de preguntar, y con lo buena persona que era, no creo que sea porque se hayan dejado de hablar después de tanto tiempo…
Se hizo el silencio y la dudas empezaron a llegar, ¿Qué había pasado?, ¿qué había sido de él?

 En momentos así, la familia recurre a mí, y confía en mi memoria heredada de generación en generación a través de las tías Fidela, Felisa y Nati, memoria de las cuales parezco ser el depositario, cosas de Torrijo. Me tome un tiempo y dije:

Pues yo diría, que se murió hará cosa de un par de años, para unos San Roques, echamos de menos que no llamaran por teléfono ni lo cogieran y resulto que era porque estaban de entierro.

De nuevo se hizo el silencio, pero fue muy breve, todos empezaron a recordar  y hablar a un tiempo, se ataron cabos, y sin duda alguna, estaba muerto, todos recordaban, asociaban algo a su muerte, un par de años atrás, casi por esas mismas fechas, el día de la muerte, el entierro, la causa, el después,...

Aclarado el asunto del pobre Y1, todos descansamos y el Tío Jesús pidió la palabra, venga, para ande sea que me estoy pisan, vamos a conocer mon, para una vegada que salimos de casa no vamos hacer el viaje a tirón, como los valencianos que pasan por Teruel si dejarse una puta perra, comiendo a todo el sol en las cunetas, vamos a dejarnos los cuartos, que dicen los catalanes, que la buchaca esta llena, para por ahí en cualquier área de servici. Dios lo tenga en su gloria al gran Y1 pero, que no nos espere. Paramos y seguimos.

Finalmente al mediodía empezamos a recorrer las calles de Barcelona, tan enorme ciudad parecía recibirnos con los brazos abiertos, sin casi circulación, no perdíamos detalle, aunque yo iba más pendiente del plano que de los edificios, el Tío Jesús, más de medio siglo después de que su madre abandonase sus repetidas estancias, guerra incluida, en Barcelona, el mejor sitio en aquellos años para emigrar sin duda, escudriñaba todo al detalle y parecía conocerlo todo, por aquí vivía fulanito, por allá los de Monreal, allá los franceses,… Y en eso llegamos al Paralelo, el cual por cierto estaba desierto, tan era así, que al detenernos en un semáforo junto a un coche de la policía preguntamos si se  podía aparcar, y allí mismo, en la puerta de casa, dejamos el coche. Más hospitalidad era imposible.

Habiéndonos dicho que no hacía falta que fuésemos, habiendo dicho que no iríamos, cualquiera podía imaginar, que iríamos, así que dada lo hora que era, ya comenzaban a echarnos de menos, la hora de comer y como era el deseo del Secretario, la familia tenía el restaurante reservado contando con nosotros, pero antes pasamos por su casa.

Me encontraba  recostado sobre el capó del coche situando el plano de Barcelona, dos metros cuadrados de papel tan útiles como difíciles de manejar a sabiendas de que su casa estaba a tan solo unos metros, cuando sentí a mi Tío Jesus parlar con un variopinto grupo de personas, con melódicos acentos, no me lo podía creer, ya estaba haciendo amigos, se despidió de ellos, se acerco y dijo: dos carrers mes a baix y a la esquerra la primera. Aquí me parece que por muy grande que sea el carrer, los únicos catalanes que hay somos nosotros, concluyo. Estos ninguno, ni encara lo parlan.

Al recibirnos mi Tia, la viuda, lo primero que dijo, fue más o menos lo esperado: “ya veréis lo guapo que lo han dejado, y para que venís, si no hacía falta…Cuando lleguen todos nos bajaremos a comer, hay sitio para todos, contábamos con vosotros, no podía ser de otra manera. El Secretario estará contento”

 Efectivamente comimos todos juntos en uno de esos restaurantes que pueblan Barcelona, uno de esos de pasillos y salas imposibles tras una fachada no menos imposible, “un tallat amb una miqueta de coñac, o encara millor, portame també una copa”. A pasos agigantados mi Tio Jesús no perdía el tiempo, todo era aprender, en este caso el catalán. Para las personas mayores, para tal vez para otras generaciones, lo importante siempre era aprender, lo que fuese, con tal de saber algo más cada día. Llego la hora de ir al cementerio  y comprobar lo que mi Tía decía una y otra vez “ya veréis lo guapo que lo han dejado”.

Y2 todo amabilidad se ofreció a guiarnos, fue a por su coche y mientras lo esperábamos el Tío Jesús matando el tiempo hizo una de esas preguntas que ya a tales horas, después de tanto tiempo, no venían a cuento, ¿pero este catalán tan majo que nos va a guiar es Y2 ó Y3, seguro que trae un coche de aquí hasta allá?...

 Al cabo del rato se acerco un coche y empezó a pitar, al tiempo que mi Tío se cabreaba, “che collons, aquí estamos aparcaos nosotros y estamos a la sombra, tira pa allá pardal?

 Era Y2 que pedía que lo siguiésemos, comenzó así la percusión del Opel Kadet Colorao  matricula Palma de Mallorca, que un día fuera realmente rojo,  vermell mediterrani. Mi Tío enmudeció, joder con los catalanes, tienen perras porque no se las gastan, con el saquillo que tendrán estos…chaval échale un lazo que lo perdemos…. Acelera Torete. La mare que va, que tío tu, como le pisa…

Las desiertas calles de Barcelona tan largas como son, las atravesamos en un visto y no visto, los semáforos dejaron de existir, por allí, a la derecha, pucha, baixa, cambeate de carril, media volta, … “El gacho nos va a dar la comida, con lo bien que hemos comido y el copón de coñac que llevo encima, de corbata los llevo. La madre el cordero, no para, no…se ve que no lleva aire acondicionado y así le correrá algo”.

A duras penas conseguimos no perderlo de vista, de pronto Barcelona despareció y nos encontramos en medio del monte subiendo y bajando rodeados de arboles. “Esto deben ser los Pirineos ya, me parece que el pardal este sa perdu”. Y así sin más novedad, llegamos al cementerio de Collserola, sanos y salvos.

“¿Os va agradat el paseo” Dijo Y2. Masa, maño, masa, molt bé, le contesto mi Tio.  En aquellos momentos mi Tio ya solo hablaba catalan.

Una vez abierta la puerta y pudimos pasar, mi Tía, la viuda, insistía una y otra vez, “veis que guapo esta, hasta parece más joven”… Al cabo de un rato, ya sin saber que decir ninguno, habiéndonos despedido y dado las gracias, por tan buenos ratos pasados, comidas, conversaciones, paseos, … mi Tía reparo en el cuello de la camisa, lo veía torcido y repetía una y otra vez “esta torcido, una pena” , “esta torcido, vaya de que cosas me preocupo”…y se reía, y seguía con la misma cantinela, entonces el Tío Jesús dijo: Pero no le vamos a pegar fuego al pobre Secretario de aquí a nada, pues déjelo estar, todos lo vemos bien.

Lo dicho puede parecer y ser una barbaridad, pero responde al más puro y franco humor socarrón aragonés, entre Calamocha, Torrijo y Pozuel quedaba todo,  mi Tía empezó a reírse, y no había manera de hacerle callar, menudo espectáculo por momentos, “tienes razón, tienes razón, dejémoslo estar que lo van a tapar ya” medió mi madre para recordarnos a todos donde y para qué estábamos allí. Silencio y andaros fuera. Salimos al pasillo.

Se estaba mejor y más fresco dentro, en el cuarto pequeño junto al ataúd, pero debíamos guardar las formas y no quedo más remedio que sentarnos en el pasillo en unos enormes sofás de piel que abrasaban por estar bajo unas grandes cristaleras, “al final arderemos nosotros”.

Sin tiempo para respirar se acerco un empleado del complejo hasta nosotros, temerosos de que nos fuese a llamar la atención, el Tío Jesús, quiso adelantarse pero no pudo levantarse y quedo perplejo ante lo que oyó:

Joder con el noi este, ¿qué ha dicho?, que podemos firmar, que hay un libro de recuerdos, la madre que los pario a estos catalanes, de tan europeos que son, parecen americanos… Y qué coño vamos a poner, Enhorabuena, Felicidades, No nos esperes,… anda pequeño, por mi, ve tu y escribe algo, allí esta.

Pero no llegue a ir. Fue entonces cuando nos quedamos mirando el libro de firmas, los libros, y la cola era inmensa, de hecho, debíamos ser los únicos que no estábamos allí. Fue entonces como digo, cuando mi Tío enmudeció, le cambio la cara, se puso blanco, le tiro un manotazo a mi padre, que me dio a mí y que aún me duele cada vez que cambia el tiempo o voy de entierro. Se levanto y se puso a cantar aquello que cantaba, Peret.

“No estaba muerto, que estaba de parranda…” Mecaguen la puta maños, mirar el muerto.

Y1, el cachondo no estaba muerto, estaba vivo, el gacho de la barca…Mi padre se moría de la risa, a mi Tío le volvían a entrar ganas de ir a mear, pero no podía ni moverse, yo miraba en la dirección que señalaban, hacia el libro de firmas, y evidentemente estaba vivo, de lo poco que recordaba, no había duda era él… además, cantaba de lo lindo con unos pantalones rojos, una americana azul y una camisa con topos poco más o menos, parecía un “Manolo del 92”, entrado en años… Tirar y avisar a vuestra madre, no vaya a ser que al verlo del susto se muera.

Tal era el escándalo que preparamos que Y1 y el resto de gente empezó a mirar hacia donde estábamos, había sido todo culpa mía, yo lo había dado por muerto y todos me creyeron, pero estaba vivo, Y1 inmediatamente reconoció a mi padre y mi Tío, dejo todo lo que tenía entre manos y tiro pasillo adelante hacia ellos, que hicieron lo mismo y se fundieron en un abrazo.

Cuanto me alegro de veros les decía. Nunca podrás saber lo que nosotros nos alegramos de verte. Dijeron ellos. Así debió empezar la larga conversación que mantuvieron con el cachondo de la bota, la barca y Gallocanta al que unas horas antes habíamos dado por muerto…


Fin de la historia del entierro del Secretario, a pesar de ser un entierro, no acabo en boda, pero tuvo un final feliz. Nos reímos mucho, esa es la verdad.

Los Años de la Cazalla. El fin