viernes, 2 de noviembre de 2018

Mesa y mantel

Eran los últimos días de la abuela ella y todos lo sabían así que no dejaban pasar ocasión alguna, cualquier escusa era buena para compartir una vez más la familia mesa y mantel. Un domingo cualquiera de un verano olvidado ante una mesa grandísima al fresco de la cochera y el calor de sus moscas nos sentamos a comer. En un momento de esos en los que dicen ha pasado un ángel, se hizo el silencio, y la abuela desde el centro de la mesa dijo: Ya no importa nada, que todo paso y quien mas perdió fue quien murió, pero en acabar de comer guardáis el mantel en el cajón de la cómoda donde ha estado siempre junto con lo demás y lo dejáis estar, y aunque yo ya no este no lo volváis a usar. La ropa blanca de ese cajón la trajo vuestro abuelo cuando la guerra se acababa y se iban a tomar Barcelona, de aquellos pueblos de la parte de Alcañiz, ande vas con eso le dije, en alguna casa lo echaran en falta, yo no lo quiero, si hubiera sabido de quien era le habría hecho devolverlo. Así que guardarlo o mejor pegarle fuego, aun siendo bueno, seria de una casa grande, ya todo apolillado no merece la pena seguir recordándolo"



La casa del Sabinet. Historia de una familia de derechas. Pedro J Bel 2007
Decidido a leer todo cuando tenga en letra impresa la palabra Calamocha, compre el libro y una vez localizado el autor en la red, le escribir preguntado el por qué:
"Mi tío Luis Bel, entonces estudiante de medicina, después de salir de Cambriles (cueva donde se escondió al comenzar la guerra) fue incorporado al ejército nacional y destinado al hospital militar de Calamocha como auxiliar sanitario. En el libro lo trato muy de pasada. Me encantará que lo leas, pero si sólo es por las referencias a Calamocha no vale la pena. Si es por las historias que cuento sí"
Tanto por Calamocha como por las historias que cuenta merece la pena leer el libro escrito por Pedro J. Bel Caldú quien a decir de su blog https://pedro2013dotcom.wordpress.com nació en Fórnoles (Teruel) el 1 de enero de 1945. Escritor aficionado desde su jubilación, estudio en el Seminario de Zaragoza los ciclos completos de Humanidades y Filosofía y el ciclo incompleto (dos cursos, de cuatro) de Teología. Licenciándose en Derecho en la Universidad de Barcelona, ciudad donde reside. Activo en las redes y bloguero también ha escrito La Caverna. Sociedad secreta Donde desarrolla una de las historias que contara en el libro que nos ocupa.
Don Pedro nos hablara de muchas cosas, con su familia como protagonista y con los años del jaleo de fondo, es decir, la Guerra Civil, y lo hará como lo hicieron con nosotros nuestros abuelos, contando lo que vieron y vivieron en este caso sus familiares, y por ende todo un pueblo, unos y otros, a derecha e izquierda de una comarca que vivió en primera persona la revolución anarquista que llegaba desde Barcelona. Aquello solo fue el principio de lo que estaba por llegar.
A veces me preguntaba como habrían sido aquellos días, meses, años, la eternidad de la guerra en uno de esos pueblos del Bajo Aragón presa de la utopía, del paraíso que tan bien nos siguen vendiendo aun hoy en día, de la anarquía, del comunismo en contraposición a lo que de algún modo conocía por la familia que vivió toda la guerra en la Calamocha de la otra España. Ahora ya lo sé, el libro ha respondido a todas las preguntas que pudiera hacerme.
El titulo es valiente, no corren hoy tiempos propicios para casi nada y menos aun para presumir de ser o haber sido una familia de derechas, lo cual se convierte en un aliciente mas para leer de principio a fin el libro que de estar novelado seria toda una gran obra, y aun sin estarlo lo es, ya que, al relato de los hechos por el autor, y a su minuciosa investigación se une el relato de primera mano por parte de los propios protagonistas que dejaron escrito en verso lo que vivieron.
Todo ello reflejado de un modo objetivo, al menos hasta donde es posible tratándose de recuerdos familiares, lo cuales en ningún momento parecen hayan sido escritos ni como justificación de nada de lo hecho, ni como venganza frente a terceros pues no es necesario ni lo uno ni lo otro cuando uno narra lo vivido.
Llegará la guerra con su revolución anarquista al pequeño pueblo de Fórnoles, ya previamente el autor nos habrá situado en el escenario echando la vista atrás y contándonos la historia de la familia y del pueblo. Con aquel verano del 36 comenzara la pesadilla para prácticamente todos, que lo que es fiesta para unos será luego dolor y viceversa.
La familia de Don Pedro, una familia normal, católica como todas hasta ese verano, y que venia apostando por el progreso del pueblo carecía sin embargo del entusiasmo revolucionario, tan es así que ira quedando progresivamente aislada y señalada. Hasta el punto en que se verán obligados a dejar su casa, su pueblo y marchar a esconderse en una cueva a donde poco a poco irán llegando otras personas en su misma situación, perdido todo cuando menos salvar la vida.

Sin embargo, para las casi treinta personas que alli se esconderán procedente de diversas familias, la cueva aun siendo lugar seguro no lo será si la guerra se alarga, ver su vida truncada, sus casas y sus tierras expropiadas les llevara a salir de ella e iniciar la huida hacia la zona nacional camino de un lugar seguro donde poder entrar a formar parte de su ejército salvador y poder volver para conquistar su pueblo.

Y es lugar seguro, esa meta a alcanzar cruzando la zona republicana y el frente no era otro que Calamocha, llegar una día a Portalrrubio, ya zona nacional y de allí a la seguridad de la Comandancia de la Guardia Civil de Calamocha, desde donde al parecer se había coordinado su fuga.
A pesar de todo para ellos la guerra acababa de comenzar.
Muy recomendable su lectura, da igual que uno sea de Fórnoles o de Calamocha, sea zurdo o diestro, hay cosas que conviene conocer, recordar y divulgar. Aun en lo trágico.
Como bien decía Pla poco más o menos, hay historias que mejor leer que haber vivido. 






martes, 23 de octubre de 2018

Zeus

El rey de los dioses, así me sentía yo como Zeus mientras leía la Interviú aquel mes de septiembre que abandone Calamocha con destino a Zaragoza, me jope para no volver más. Llegaba así al lugar donde me aguardaban los años de la universidad, luego ya se vería, pero en cualquier caso al pueblo no tenía pensado volver, aquellos años son por mi recordados hoy como los mejores de mi vida, si bien el día a día no fue tan fácil pues uno nunca supo que le depararía el futuro y si aquel esfuerzo iba a merecer la pena. 

Sentado sobre la cama del piso de la calle Latassa que sería mi casa durante los siguientes seis años comencé a leer, ni siquiera me fui a ver las páginas centrales como habría hecho tiempo atrás en busca de sus fotos a todo color. Fue la primera revista que compre en la papelería cuyo nombre he olvidado y en la que tanto aprendí. Hacía esquina con San Juan de la Cruz, con su fachada verde y sus grandes cristaleras contemplar su escaparate con los titulares era lo primero que haría cada mañana camino de la universidad.  

Han venido hasta de la Interviú” se comentaba por el pueblo cuando lo deje, y efectivamente, llegaron, tomaron alguna fotografía, hicieron alguna entrevista y publicaron un artículo. Todos sabíamos que aquella era una revista como dios mandaba en la que se podía confiar, y si quedaba algo por contar, aunque no nos importase ni fuese con nosotros allí estaría escrito. Aun la debo tener.

Me fui del pueblo en autobús, el tren siempre quedo lejos para todo, nada ha cambiado, si acaso hoy aún está más lejos, ya no tiene sentido ni preguntarse de quién fue la idea de hacer una estación a desmano de todo salvo del frio, lejos de todos ayer y hoy, imposible llegar a ella andando ni con maletas de madera ni de ruedas. Un primer billete a Zaragoza en un autobús que paraba en todos los pueblos porque aún había vida si bien ya nos fastidiaba el hecho de que perdiese tanto tiempo para tan poca gente como subía o bajaba, mira que fuimos tontos, siempre con prisas. 

La Carmen la Moracha bajaba a Zaragoza en tren, al Charco que decía ella, llegaba a casa en el automotor de la noche jodida de frio como Arpa Vieja en los días de invierno, “si hará frio en esos cacharros” decía “no puedes ni quitarte el abrigo y para rematar de joderse la cosa, no había nadie que me trajese, hala baja andando a casa, en una noche así que ni aun a las zorras veras salir a la calle. Así que llevo los pies que no me los siento” Con aquellos abrigos que abrazaban la humedad y pesaban arrobas pero que tan apenas abrigaban, con el pañuelo a la cabeza, sin guantes, un bolso con una muda y el monedero, con falda y medias y con unos zapatos que lo mismo valían para ir a la misa de las monjas en verano que para el invierno. ¡Con el frio que hacia aquellos años! A pesar de que su casa está a unos pasos de la nuestra entraba primero a ver a mi abuela y contarle como había ido por la capital entre médicos “Dicen que estoy jodida, parece que quieran que me muera, ni puto caso. Que poco duelo nos tienen, y ¿cuándo no estemos, quien se quedara en el Barrio?, estos no (dirigiéndose a nosotros) que se irán a cáscala de aquí y harán bien. Y aquí en el pueblo ¿alguna novedad?”. “Bien, el otro día fuimos de entierro se murió…” Daba así las novedades mi abuela, siempre las mismas. “Uno menos, poca pena”. Al entrar, todo el frio del mundo llegaba con ella lo mismo que la alegría el optimismo y la risa.

Vete a saber dónde guardaría la revista, tendré que revisar la hemeroteca on line para ver con seguridad que contaba la letra impresa de aquellos últimos días de agosto de 1987 de Calamocha y de nosotros mismos cuando el pueblo vio sobresaltado su apacible discurrir. No debía ser gran cosa lo escrito a propósito de un tranquilo, pudoroso, avergonzado y callado pequeño pueblo de provincias, lugar donde como en casi todos nunca pasaba nada. ¡Que decepción, no sabían nada!, ni de ellos, los amantes del Jiloca como los llamaría posteriormente Luis Alegre, ni de nosotros.

Gargallo, el marido de la Moracha, hoy en Zaragoza dispuesto a cumplir en un par de años los cien, nos decía que tendríamos que joparnos, por mucho que nos gustase Calamocha deberíamos irnos un día u otro como el mismo llegado el momento se marcho de su pueblo, y con una mano delante y otra detrás se subió al Chispas y se bajo en la Estación Vieja, para casarse, trabajar y fundar una familia, en suma acabar allí en el Barrio de las Escuelas junto a nosotros. Bajar en bici de Fuentes Claras a Calamocha le pareció de pobres, y se vino en tren. Casi todos del Barrio nos marchamos.

Perico una vez callaba el emigrante de aguas arriba del Giloca, que de tal forma y manera se escribía cuando se dejó llevar por la corriente del tren, se dirigía a nosotros “siendo como somos de natural pobres sin tener tierras que no tenemos, sin saber echar mano si no es bajo amo, mal lo tendrán estos para quedarse aquí, que uno ha de intentar en esta vida ser algo más que sus padres y aunque no nos haya ido mal y hayamos salido adelante, no quisiera yo para ellos lo que aquí hemos tenido para nosotros sin salir del pueblo. Lo normal es que quieran ser más de lo que hemos sido nosotros y eso en el pueblo no podrá ser sin emporcarse las manos ni calzar albarcas así que otros vendrán y harán lo que dejen cuando se marchen” Y concluía, “a lo mejor te vas y es para peor, pero de eso nunca nos enteraremos”

Parecía estar claro que si queríamos ser algo en la vida nuestro amor por Calamocha tenia los días contados y un día u otro la abandonaríamos.

El pueblo vivió aquellos días finales de agosto con la sorpresa lógica de los hechos y con la incertidumbre de si los rumores que unían Calamocha con Báguena eran ciertos o no. Ajenos aun a la telebasura y a la inmediatez de las noticias fuimos afortunados, hoy un acontecimiento así tan alejados de la empatía como estamos seria tristemente distinto, tan es así que tan solo de pensarlo se me revuelven las tripas. La vida siguió prácticamente igual y una vez pudimos ver algo en la tele de Aragón y leer los periódicos, lo dejamos estar dentro de la categoría de cosas que pasan. 

Una historia en cierto modo triste en su inicio, pero al fin y al cabo una historia de amor, de las de toda la vida, de la que nunca nadie hizo ningún chiste ni se lo tomo a risa, a todos nos daban pena sus protagonistas de una forma u otra, tanto el que se quedaba como los que se marchaban, que vida iban a tener, a donde iban a ir, que sería del abandonado. El resto, política y religión, era una mera anécdota. Había sido un orgullo para el pueblo tener una diputada en cortes, y no una cualquiera si no la primera, y un orgullo también comenzaba a ser su historia de amor.

Estuve tentado de proponerle a mi padre, convertido ahora en contador de historias y cazador de recuerdos una maldad, simple y llanamente que marcase una fecha la de 1970 en un principio y la de este mismo año en el final y que hiciese una lista, no de nombres, no de personas sino de números, y contase cuanta gente vivía en aquel momento en la Calle de las Escuelas y cuanta vive hoy. Lo hice yo por él y el resultado fue desolador, ver los números y compararlos ha sido comprender de golpe y porrazo que cuando hablan de despoblación o de abandono, es más cierto de lo que parece. 



Es ahora mi padre, quien después de tantos años piensa en marcharse y cuenta o más bien descuenta y trata de adivinar los días que le quedan a la casa para ver esta su puerta trancada y sus ventanas cerradas, con todo lo que ello significara. No volverá abrirse, difícil será, asegura, y la casa nacida en 1947 cobijada bajo ella cuatro generaciones morirá por causas naturales, como si de una persona se tratase, la edad que no perdona, así viva Calamocha otros mil años, cosa que ya unos y otros empezamos a dudar, y que gracias a dios no alcanzaremos a ver. Por Júpiter deben andar ahora los calamochinos del futuro.

La estadística que no miente sumado a la vida que no perdona, cruel ella que ni a quien decidido quedarse respeto y tarde o temprano le obligo a abandonarla. Se encargaron de llegar al día de hoy parada final en la desolación. 

Soñé también supongo que, como todos con volver algún día, con un golpe de suerte que me llevase de nuevo al pueblo, pero aquello no paso, te marchas encuentras tu sitio y donde se esta bien, buen rato, ni se te pasa por la cabeza el volver, y menos al frio. Lees en los periódicos que se están quedando solos, te apena también ver lo que no quieres ver cada vez que vuelves, pero ni se te pasa por la cabeza el dejarlo todo y volver como hace alguno de vez en cuando y sale en los periódicos como ejemplo a seguir y mejor todavía si es un urbanita quien lo deja todo. La mayoría somos unos cobardes, también comodones, que le vamos a hacer, nacimos gabaches para casi todo. Pero uno ¿dónde va a volver?, a un lugar que ya no existe si no en la imaginación. Ni pensarlo. Dejamos que sean otros los que vayan y ocupen nuestro lugar, confiamos en ello, pero ya no queda ni eso, ya casi nadie va en busca de los trabajos que hicieron nuestros padres.

Uno vuelve de vez en cuando, pero no todos lo hacen, principalmente los días de verano donde todo es un engaño, empezando por el tiempo, por ese calor que a buen seguro es lo único que uno echa de menos, no así con el frio del invierno que viene a ser el resto del año, once meses, demasiado tiempo. Los días de las fiestas no faltan hombros para sacar a San Roque pero es agosto, meses atrás los pasos de semana santa van cojos y las calles vacías lo mismo haga frio que calor, y eso que Calamocha dicen es un pueblo grande. Oigo sonar las campanas del Santo Cristo, las pocas noches que allí duermo, pero no me levanto, tan solo me hago el firme propósito de asistir a su misa cuando mi madre ya no este, si dios quiere y queda un cura dispuesto a madrugar para tan poca gente como cree en dios o en Calamocha que para mi viene a ser lo mismo.

Debe ser el tiempo, loco, el otoño soleado, que llegadas estas fechas siempre echo de menos Calamocha de un modo especial, a veces me pregunto si puede hacer algo mas por ella, entonces y ahora, si pude y no lo hice y si falte a mi promesa de amor eterno que conlleva haber vivido allí los años de la infancia, tierra de nadie tan lejos a uno y otro lado de los días de verano. 

El caso es que he decidido volver al pueblo por un tiempo y ahí llevo días, meses ya leyendo uno tras otro libros, mayormente novelas que de un modo u otro pasan por Calamocha y una de ellas es La Dama Rosa de Margarita Barbachano donde narra dentro de la ficción aquellos días en que Damaso se quedo solo en la plaza del Peirón al frente del Zeus mientras Dolores, su mujer y Jeronimo el cura de Baguena se enamoraron y fugaron. El libro agotadísimo lo compre a través de internet de segunda mano, y me llego dedicado por la misma autora a su primer dueño, algún dia harán una película, sin duda lo merece, las historias de amor siempre triunfan, libro cuya lectura me ha devuelto a aquellos momentos finales de mi vida en el pueblo en los que yo aun enamorado de Calamocha también la abandone. Aquellos años ochenta parecen hoy los últimos días de Calamocha.






viernes, 21 de septiembre de 2018

El Otro Barrio


Aunque fui a nacer en el Barrio de las Escuelas por estas mismas fechas hace ahora tan solo cincuenta años. Los primeros meses de mi vida vine a vivirlos en El Otro Barrio, fueron tan solo dos o tres años que ya nadie alcanza a saber con seguridad cuanto tiempo fue, ni aun importancia tiene. Hasta que por fin un día nos trasladamos a vivir al Barrio, a la casa de mis abuelos, casa que ya era de mis padres.

Fueron aquellos unos instantes de mi vida de los que no tengo ni un solo recuerdo propio, todos son adquiridos, contados por mis padres, familia y aledaños, recuerdos que junto con un par de fotografías de aquella hoy vieja y entonces digamos nueva casa, es lo único que hay. Casa aquella, cosa extraña sin portaladas ni cochera abierta a la calle, pintada su fachada de un blanco inmaculado casi en su totalidad rematado con un zócalo azul marino, colores de los cuales el tiempo ha ido dando buena cuenta, tal cual aún puede verse hoy. Mismos colores que eligieron luego mis padres para la fachada de la casa de mis abuelos una vez reformada de arriba abajo y lucida la piedra original a cemento y tierra, vieja fachada desde el mismo día en que la levanto aquel caprichoso albañil de Caminreal que tan buen gusto tenia a decir de mi abuela Rosa a mediados de los cuarenta una vez acabada la guerra. Fechas aquellas en las que las casas del Barrio una tras otra se fueron levantando confiando sin equivocarse quienes nos precedieron en que llegaban otros tiempos.

¿Por qué le dicen Barrio si tan solo es una calle? Era la pregunta a la que siempre respondimos de la misma manera. Porque lo es. ¿Y qué más da? después de tanto tiempo como llamemos o no a las cosas, más aún a aquellas que tienen vida y más todavía si seguimos llamándolas como siempre se han llamado.

Así la calle de las Escuelas siempre fue el Barrio, la Calle Nueva el Otro Barrio, como si ella misma fuese el otro mundo, la eternidad, y la calle Ensanche, el Tercer Barrio, simplemente porque después del uno va el dos y luego el tres y más allá de la eternidad no está claro que haya nada ni para bien ni para mal. Fue al acabar el jaleo cuando uno tras otro se fueron levantando los Barrios y así una calle dio paso a la otra y esta a otra hasta un total de tres que conformaron el universo de nuestra niñez.

Aquellas tierras de eras y vega fueron convertidas en casas mientras el secano permanecía eternamente yermo, nada nuevo. Poco a poco todo se fue poblando y vivía tanta gente en cada calle que conformaban un Barrio en sí. ¡Qué grande llego a ser el Rabal! Calle Ramon y Cajal su calle principal, el Rabal de Calamocha. Así la llamaron a petición de los propios vecinos, quienes no dudaron en invitar al mismismo Don Santiago a su inauguración, aquello iba a ser algo grande, un premio nobel en Calamocha, finalmente por motivos de salud no pudo asistir y mando una carta de agradecimiento según pude leer días atrás. Cuanta vida tras sus muros y en sus calles guardo el Barrio Alto hasta hace tan solo unos años. Nosotros mismos en la Calle Escuelas teníamos por un lado el callejón de los Condas que partía el Barrio en dos, y por otro y más allá, los maestros y hasta los civiles, muchos de ellos tan de paso que nadie los recuerda, venga gente y mas gente, vacías las calles de coches llenas de zagales jugando.

Supongo que el Otro Barrio se llamó la Calle Nueva por que vino después de las Escuelas, pero nunca comprendí muy bien porque el Tercer Barrio se llamó el Ensanche supongo que a imagen y semejanza del ensanche barcelonés que salía en los libros del colegio, eso sí con décadas de retraso y más aún cuando aquel Tercer Barrio era una calle de principio a fin recta y más nueva, por el contrario el Otro Barrio, el segundo, cara el rio era y es estrecho y luego se va ensanchando.
De pequeño cuando iba a por la leche las noches de invierno y giraba el cuartel a veces daba miedo llevar la vista al final de la calle donde se ensanchaba cara la costera con el Santo Cristo a oscuras o medio oscuras, el fin del mundo mismo y el infierno sin más las noches de hoguera cuando para Santa Lucia o tal vez San Antonio, el Otro Barrio se llenaba o eso me parecía a mí de hogueras y trápala, sin importar el mucho frio

Los ya pasados días del Santo Cristo fui de un Barrio a otro como cuando era niño, me falto tal vez eso si la bicicleta ¿cómo era posible que lográsemos circular por las aceras de un Barrio a otro? sin caernos y apostatásemos por ello, me flato también alcanzar a poner pie en el Tercero, el cual por cierto me pareció estaba lejísimos y no me atreví a llegar hasta él. Sentí por primera vez que mi pequeño universo de la infancia comienza a parecerme infinito. Del Primero al Segundo por el Cuartel o por la esquina de Inocencio con sus árboles e inmensa acera allí donde comenzó el Pilero, una y otra vez, camino de casa de Joaquín.

Fue entonces cuando los recuerdos aparecieron mientras entre todos quemada ya la hoguera intentábamos revivir aquellos días que nos son imposibles de alcanzar, aquellos días de la perdida niñez.



Aunque el Guardia Civil seguía vestido de verde era fácil ver que aquello no era el uniforme habitual, iba también descubierto sin tricornio y sudaba como todos, de modo que desde la calle parecía una persona normal y hasta agradable a la vista, mucho más agradable que cuando atravesaba el Barrio junto a la pareja, capa y mosquetón camino del Minino y más allá del Peirón los días de invierno. A su marcha, era evidente que aquello no era lo suyo, a su marchica y poco a poco con unas enormes tijeras de podar en la mano y otras más pequeñas a mano para los troncos gordos, esquilaba al tiempo que emparejaba los setos que desde hacía años orlaban el cuartel. Tenía de este modo el civil un aspecto más normal, por decirlo de alguna manera fácil de entender se le veía jodido, mas humano, mas accesible, unos y otros que pasaban por allí no perdían la ocasión de saludarlo y animarle. 

Buenos días Señor Guardia. Buena falta le hacía y venga que ya no le queda nada y a la tarde cuando baje el calor a regar, que no le falte agua, que se emboten bien. Este Capitán está en todo. Lo va a dejar usted como un vergel

Buenoz diaz zeñor, muchas gracias, me lo habrá mandado el Capitán, pero esto zeño zerá cosa de la Capitana que le gustan mucho las flores. Que faena maz mala ¡No se acaba nunca!

Las ramas recién cortadas caían sobre la acera y dejaban una alfombra verde conforme avanzaba el guardia en servicio de poda que unía los dos Barrios, todos los setos a la misma altura le daban un aspecto señorial al rojo edificio del cuartel, donde Emili Bayo situó el final de su novela Tan tuyo como tu muerte, los arbustos de las atalayas una vez podados terminaban de darle una imagen casi mágica. En la faena al civil de turno se le iba todo el día y a la tarde aún de uniforme antes de arriar la bandera y cerrar las puertas a eso de las ocho, otros salían y le echaban una mano, limpiaban, regaban y charraban con quienes por la calle pasaban y admiraban el trabajo.

Los días de poda a la hora de pasar al Otro Barrio a casa la Teresa a por la leche, aprovechaba y creo recordar, si bien la mayoría de las veces solo recordamos lo que nos hubiera gustado haber vivido, caminaba sobre la minúscula acera pasando la mano por lo alto de los arbustos recién podados, olía a verde, a tierra, a vida y yo con tal que alcanzaba a ver lo que había al otro lado seguía mí camino, resultaba tranquilizante hacer aquello mientras me cegaba el sol de la tarde que se ponía. Al pasar junto a las puertas con respeto y miedo a partes iguales me separa de la acera no fuese a ser que me llamasen la atención, un momento después ya en el Otro Barrio volvía a tratar de alcanzar los setos, pero allí, la distinta orientación y el nivel del suelo hacía que fuesen casi inalcanzables para un niño mientras oía a las civilas, siempre en grupo caminar al otro lado en mi misma dirección, charraban alegremente con su cariñoso acento y yo aligeraba el paso para llegar antes que ellas cuando ya saliesen a la calle junto a los viejos cubos de basura, aquellos bidones metálicos cortados en dos con sus cuatro asas con todos los gatos del Rabal y algún  perro en armonía allí sentados aguardando la cena. A la espera de la leche, guardaban silencio, Teresa nos despachaba a escape y en medio de tanta faena como tenia, lo que menos parecía apetecerle era dar conversación, por el contrario, si Miguel aparecía por el patio o la cocina, no dejaba perder la ocasión de provocarlas.

Cuando estos días atrás recorrí ese mismo camino pensé que muchos de aquellos setos seguían allí desde el primer día, dicho de otro modo, eran más viejos que yo, pero hoy resulta evidente que todo es distinto a como lo conocí y asimismo bastante impersonal, a ratos hasta feo y triste, aunque feo no creo que sea la palabra, pero de bonito vi ya más bien poco. Ahora hay una valla, otros arbustos, setos de otras clases que semejan a cipreses, tierra sin nada y todo a tajo parejo, sin podar, a la espera de que llueva, a la espera como todos, del fin de sus días. Hasta la acera me pareció que no era la misma por donde de crio con la lechera en la mano caminaba hacia el Otro Barrio al atardecer, me pareció del todo imposible que nadie nunca haya podido hacer uso de ella. Hoy en buena parte es un camino de tierra de apenas dos palmos, hasta el rojo del ladrillo de su otrora regia fachada me resulto de un blanquecino fantasmal, cuasi mortal.



Camino de los restos de la hoguera me pare por un momento frente a la casa del Otro Barrio donde dicen vivimos, la luz hoy amarilla de nuestras calles antes era blanca, y eso lleva años despistándome. Así, la noche de hoy no es como yo recuerdo las noches de la infancia, es distinta, aquella luz blanca, convertía la noche de la calle en un lugar donde el tiempo parecía detenerse, invitaba a quedarse quieto a la fresca en verano y charrar y contemplar, o andar con suma tranquilidad en invierno dejando que el frio te hiciese sentir vivo frente al azul oscuro del cielo despejado, cielo raso de hielo, visibles sus estrellas. Ahora el amarillo brilla con fuerza y te ciega, te obliga a bajar la cabeza y hasta te impide levantar la vista para ver las estrellas sea invierno o verano. ¿Qué recordar frente a la casa?

Si recuerda mi hermano algo, el corral, un columpio que nos construyo mi padre aprovechando un árbol o tal vez bajo la viga de la bardera, los cubanos entre los que jugábamos. La calle y los amigos de su misma edad, cuando todos los barrios rebosaban vida, Manuel, Ernesto y la foto en un caballo de juguete sobre la acera, Pedro un año mayor. Pero todo nos lo han contado. Once días después de nacer yo, nació Joaquín, pasé con mi madre a su casa a verlo y fue el primer amigo que tuve. Entonces vivía a unos metros de donde luego viviría, también de alquiler bajo una sencilla y majestuosa fachada de piedra aun visible.

Por aquellas fechas justo unos años antes mis bisabuelos la Tía Martina la navarretina y el Tío Perico el Royo habían vendido la casa justo a unas puertas de donde ahora vivíamos, era la casa donde paso los veranos su nieta Pilarin, la Boneta, y su bicicleta, también tenía una avioneta pero eso ya lo conté y aquel es su Barrio, siempre lo será y lo recuerda. “Aún conoceré al bisnieto” decía el Tío Perico y así fue, nació mi hermano, lo conoció y como esos pocos afortunados que pueden elegir cuando morir, se dejó morir, con la navarretina pasaría algo similar, nací, me conoció y se marchó.

La Tía Matea su cariño y sonrisa como la abuela de unos y de otros y la casa de la Tía Presen con la puerta siempre abierta para que nuestras madres nos pudiesen llevar a ver los machos los días de las pataletas y comer allí en la cuadra. Caballerías, vacas, ovejas, en aquella calle siempre hubo de todo, solares yermos donde explorar, casas de piedra que aun hoy están y que a nuestro juicio nos resultan monumentales, casi cual catedrales. Queremos que nada cambie, también queremos que quienes en ellas vivieron, vuelvan. A ellos y a ellas a quienes ya casi ni acertamos a recordar ni aun poner cara ni nombre tratamos de ver la pasada noche de la hoguera, casas grandes, casas pequeñas, viejas y nuevas y la Casa de Serrano con el camión que entraba y salía poniendo fin a una era. Hubo un año que allí en el almacén de Serrano entrando por el muelle al llover se celebro la verbena del Santo Cristo, era un Barrio inmenso. ¡Cuanto por recordar y que bonito nos sigue pareciendo todo aquello que hoy creemos ver que esta en sus últimos días!

Quieto frente a la casa donde viví los primeros años de mi vida trate de recordar, de imaginar mis primeros pasos, mis primeros paisajes por así decir, yo y la casa, la casa y yo, el lugar donde dicen vivimos el ultimo terremoto que se dejó sentir en Calamocha cuando recuerda mi madre, la cuna en la que yo dormía se movió del sitio, mi madre lo vivió a mí me lo han contado y ahora yo lo cuento, dicen que así es la vida.

Allí quieto sin importarme la amarilla luz cegadora que hoy hay frente a la de entonces, deje de oír la música, me distraje, trate de verme allí años atrás fuera y dentro de la casa, pero nada, no pude recordar absolutamente nada, tan es así, que para mí es como si jamás hubiera vivido allí. Sentí pena de mí mismo si nada que recordar de un Barrio tan bonito como aquel. El Otro Barrio el del más allá, el de la eternidad.

Finalmente, oí mi nombre desde la esquina de Serrano y me marché, aquello parecía no tener sentido.

viernes, 24 de agosto de 2018

San Roque en noviembre


En el año 1918 hubo en Calamocha dos fiestas de San Roque, una en agosto, y otra en noviembre. Afortunados ellos, aun en su desgracia, de ver salir al santo y poder bailarle dos veces en un mismo año. La gripe fue la causa, la gripe española de la Gran Guerra que los calamochinos en su eterno empeño por arreglar España y el mundo trataron de solucionar por medio de su santo. Y así como recuerda quien se le contaron y también como dicen las crónicas, sacaron de nuevo en noviembre a San Roque esta vez para que pusiese fin a la gripe como lo había hecho con la peste unos años antes. Se cumplen ahora por tanto cien años de aquellos insólitos sanroques. Afortunadamente cien años después parece que no hay motivo alguno entre las desgracias para poder sacarlo de nuevo en noviembre, mes donde muy probablemente hasta la climatología sería mejor que la vivida en agosto, tampoco parece haber motivo alguno entre las alegrías centenarias para poder así conmemorar tan entrañable como raro hecho.

La noche del 13 hacía fresco, ni un alma por la calle cuando perdidos salimos a tomar algo de la mano del Dichero Olvidado pensando que el pueblo herviría en fiesta, nada más lejos de la realidad, hablamos por supuesto de lo que él quiso, Don Jesús es una de esas pocas personas, afortunadas ellas y nosotros, a las que hay que dejar hablar incluso cuando lleva poca o nula razón, o a consecuencia de la edad, vuelve a repetirse una y otra vez. Habíamos llegado a Calamocha a la hora de comer y esperado a que el sol dejase salir de casa para pasear por el ya obligado y esperanzador trayecto que se abre entre la Fuente del Bosque y la Huerta Grande  el camino junto al rio de la Calamocha de la esperanza, donde lejos de las redes sociales pude por fin saludar a Bea Ballestin y familia, y quede con ella para acercarle un regalo, la eterna novela por escribir, la vida de mi Tía Nati, ya leída por Conchi, Emilita, la Boneta, y por supuesto mi hortelano de referencia Pascual. Seguro de alguien me olvidare, ya me va siendo imposible recordar a tanta gente como saludo.

Finalmente terminamos la tarde en El Rincón de Luis, donde pude saludar a Joaquín Serrano y mandar recuerdos para su hermana, quienes están conmigo en el blog desde el primer día, años ya. Allí había quedado con  JMDJ, charramos un rato entre unas copas de vino blanco, cuando ya comenzaba hacer fresco. Calamocha en la literatura contemporánea fue el tema, sin duda apasionante, todo lo que huela a granero lo es, ver impresa la palabra Calamocha en libros y autores de otros lugares es muy de agradecer y lo vamos hacer.



Días antes de comenzar las fiestas fuimos conociendo los detalles y la verdad sea dicha no cundió el entusiasmo a través de ninguno de los cauces habituales. Como estrellas llegaban de nuevo y una vez más Los Inhumanos, posiblemente actuaban por quinta vez, y no hay quinto malo dicen, mismo camino que lleva Jesulin quien de nuevo llegaba como primer espada a la monumental calamochi y van dos. Además, gracias a las nuevas tecnologías que poco a poco van sustituyendo a la religión, daban frio y lluvia y por tanto el desánimo era manifiesto antes de empezar.

Más allá de los augurios y dentro del bono, un par de espectáculos musicales con los ochenta como base, por fin nos libramos de los tributos y ¡cómo no!, pompas y magia, sin duda alguna esto último casi lo mejor con permiso de La Banda del Otro y su magnífico espectáculo. Volvíamos a los ochenta, pero segundas partes no siempre fueron buenas.

Y amaneció el día 14 de agosto en Calamocha, el mas esperado del año con permiso de San Roque y lo primero que hicimos fue mirar al cielo a ver si caían capazos de sol o de lluvia o ¿por qué no? puestos en lo peor nevaba, las horas se hicieron eternas hasta la llegada del chupinazo. La Peña La Unión tuvo la genial idea de disparar en la hora previa 50 Salvas, una por cada año, cohetes verbeneros sin más, tan molestos quizás como las salvas, pero sin el brillo ni elegancia que tal vez merecía el momento. Como son jóvenes y vivirán el centenario le pondrá remedio a todo, pues a ojos de un extraño, de alguien ajeno a la Peña ha faltado algo en tan redonda fecha, algo con el pueblo y los viejos peñistas como protagonistas.

“Calamochinas”, grito en primer lugar la Mantenedora desde el balcón del ayuntamiento momentos antes de que sonase por fin el cohete anunciador, Maria Angeles también cumplió los 50 años y estuvo sensacional, volvería a echar Dichos y le echaron unos cuantos y ahora ya todo el pueblo espera que se cumplan y reparta el gordo de la lotería. San Roque dirá.

Es el momento del encuentro con unos y con otros, parece haber mas gente que nunca y la fiesta llega a todos los rincones, saludos y ausencias, nada nuevo, salvo que me encuentro con Pepe Tomas y nos ponemos a charrar de un tema que realmente nos apasiona, y que no es otro que la eterna Calamocha y así me pone tras la pista de lo que puede ser un bombazo, toda una historia de amor, he de darme prisa en acabar de leer Orgullo y Prejuicio de todas formas no conviene ilusionarse sin haber estudiado todo antes, y para eso esta el invierno y los días lejos del pueblo.


Siguió la fiesta con la carroza a la cola, ese velador, confesionario, mirador, lo que fuese, todo glamour y encanto lleno de un puñado de valientes que se echaron el pueblo al hombro y lo representaron de un modo estupendo, camino del Peirón y los pañuelicos sobre el monumento. Luego la charanga, que no San Roque a este ya no se le espera, se encamino un año mas hacia ese pueblo durmiente y silencioso en que se ha convertido la Rabal de puertas y ventanas cerradas y calles desiertas, ya están prácticamente todos descansando juntos allí donde reposan los mejores calamochinos, Rabal casi ajeno a la fiesta de no ser por ese instante charanguero y el titánico esfuerzo de los cabezudos por llegar a todos los rincones amen del templo del vermú el Minino. Acompañe en su salida por dos veces a la Comparsa y hay que reconocer el trabajo y la ilusión que derrochan. Batalladores bajo el sol, la dulzaina y el tambor, vara de avellano en mano, llevan la fiesta a casi todos los rincones en esas horas del centro del día donde cae el sol de lleno y no apetece otra cosa que no sea el careo del bar.




A las ocho y por primera vez en ese horario jotas. Llenazo hasta la bandera y otro éxito que se apunta con razón o sin ella el Dichero Olvidado. Cuando el año pasado tuvo la osadía de presentar su libro a esa misma hora y día escucho de todo menos bonito, y lo hizo si más, con el fin de que la gente mayor sentada tuviese un lugar donde pasar el rato. Fue todo un éxito aquello y las jotas y es de imaginar que han llegado para quedarse. Tan ese así la cosa que la presentación de la segunda parte y fin de la trilogía Los Días del Jarbe que inicialmente había previsto para ese día, la pospuso sine die al saber que el ayuntamiento había programado las jotas. Toda una maniobra genial para silenciar a Don Jesus al menos en fiestas.

Un rato después no me quedaba otra, ni a mi ni a nadie que no fuera marchar hacia la plaza de la iglesia como se hacia en el siglo pasado a ver el concierto de Los Inhumanos, tras tomar un pacharán casero con Reme y compañía en la Balsa frente a la peña cuyo balcón no descansa ese día y está más concurrido que el del ayuntamiento.

“Buenas noches Calamocha hemos vuelto” dijo el cantante al comenzar el concierto. Y fue como volver a tener a veinte años, ósea terrible, sinceramente estamos mejor ahora, al menos nosotros, el tiempo ha pasado para todos pero no sé si para ellos un grupo que ya cuando venia nos hacia una ilusión tremenda pero siempre nos quedaba la idea de que cualquier orquesta de verbena tocaba sus canciones mucho mejor que ellos, pero ahí estaban los auténticos, que apenas han envejecido o evolucionado técnicamente, por un momento fue absolutamente genial, pero la verdad sea dicha, apenas se oía nada, apenas sonaban, en fin, lo mismo que en el siglo pasado, si bien el repertorio ha aumentado.

Por ellos por tanto parece no haber pasado el tiempo o haberlo hecho de un modo diferente a los demás, eso sí nos devolvieron si quiera por un momento a las fiestas de nuestra juventud en un escenario magnifico como es la plaza de la iglesia, cuya torre antaño iluminada estaba tristemente apagada. ¡Como se echan de menos aquellos sanroques! y su insuperable trajín artístico y como eche de menos el frontón y la casa del gorrión que ya no están y dejan pasar toda la humedad del rio, ¡la virgen, que frio!

Creo que, terminado el concierto, se acabó el día. El escenario del Peirón estaba desierto sin orquesta ni música enlatada y allí no había nada más, ni aun gente quedaba. Nuestra generación los conocía, pero el resto que ya son mayoría no, y nosotros llegados a los cincuenta empezamos a echar de menos pasodobles, mexicanas y a Paquito el Chocolatero un día así, siquiera por un rato y si hay sillas, mejor que mejor, mientras esperamos sentados a aquellos que nunca vimos  Alaska, Loquillo, Los Secretos, Hombres G, Celtas Cortos, Coke Malla, Miguel Bose… y tantos otros, por soñar que no sea.

De modo que lo mejor del concierto fue el reencuentro con Conchi, aburrida ella también, se alejo de las primeras filas de la jarana hasta dar conmigo y charrar largo y tendido, ¿cómo no? de Calamocha y nuestros días de gloria, he de ponerme a escribir ahora es demasiado tarde para dejarlo, me insistió en ello y con razón. Hablamos justo en ese momento en el que parece que las fiestas no van a tener fin y duraran eternamente, llegara la Virgen, San Roque, pero nunca acabaran… prometimos volver a vernos, tomar un café con merengue de Reynaldos mas otro año será. Es la noche mágica del 14 de agosto cuanto todo parece empezar y que nunca tendrá fin, noche tan efímera como las mismas fiestas. Ojalá todos los días fuesen San Roque, pero no lo son. Supongo que el cantante terminaría el concierto diciendo “Gracias Calamocha Volveremos”. Amen.


Todavía, lo mismo que hay quien no es capaz de diferenciar a San Roque de San Cristóbal aun viviendo la fiesta a tope, hay quien piensa que la mañana del 15 amanece en Calamocha cuando canta el tocino y te despierta el hambre a la hora de comer y que todo cuanto pueda haber es un aburrimiento total. Nada mas lejos de la realidad, hay de todo y todo bueno.

Para no perderse nada hay que madrugar mas que el día San Roque y salir de casa con la ropa de mudar hecho un pincel, si ya se sabe, son actos religiosos, pero hay gente para todo, y la misma procesión del Baile, aunque no lo parezca, lo es. A las once sale la ofrenda del Santo Cristo, pronto la fila alcanzara del Rabal al Peirón, crece año tras año en un acto sencillo y emotivo, y además les regalan una pulsera, todo un detalle, en realidad no se puede pedir más. Después llega la misa, canta la Coral y cada vez lo hace mejor y arrastra mas gente, la iglesia se queda pequeña, y para acabar la mañana, hay procesión con la Virgen de la Asunción, la de la cama, otrora invitada de piedra a la procesión de San Roque y hoy estrella principal de su día.



Finalmente, este año no entre a misa y nos marchamos al primer vermú al Marzos, tras charlar y comprar las fotos del día anterior a los gemelos de Mercafoto que llevaban retratando las fiestas desde 1987, es entonces cuando recibo un wasap que con gran acierto me obliga a ir a la procesión, “ve a ver la procesión y me cuentas”.  Que yo recuerde es la primera vez que asisto desde que unos diez o doce años atrás viene celebrándose al dejar de salir la cama el día grande de las fiestas, y lo que veo me gusta y mucho.


Ofrenda, misa y procesión, es el tercer acto en apenas dos horas, todos ellos actos religiosos, y para este último es ya la hora del vermú, cae el sol a capazos, menos mal que no hay que segar ni trillar y uno puede pensar que sobra alguno, pero no. La procesión resulta un visto y no visto, sale bajo el himno de España y yo esperando en la Castellana veo como se marchan cara las Monjas, la vuelta al revés y en unos quince minutos están de nuevo subiendo las gradas ya precipitadamente desnudas de ornamentos esta vez sí bajan por la Castellana.


Marchan uniformados bajo los sones de la banda municipal que suena a gloria bendita cuando se trata de procesiones festivas, como esta lo es, resulta bonita, colorida y entrañable, lógicamente a su paso las calles están desiertas, es mala hora para todo y a falta de jamón ni van tirando petardos, ni reparten caramelos, lo cual, a esto último me refiero, lo otro sigue absurda y absolutamente prohibió, aseguraría la presencia infantil, bastaría por tanto repartir caramelos a la altura de la Calle Mayor y la Moreria para llevar un montón de niños alrededor previa a la salida de los cabezudos.

El verlos cruzar la calle Mayor del revés resulta precioso lo mismo que verles aparecer por la Castellana, blanco y azul celestial, un buen puñado de gente les ha visto salir y espera pacientemente apurando la sombra su llegada y entrada a la iglesia que pone fin a unas horas tan intensas como cargadas de ese otro fervor religioso del cual poco a poco se va desprendiendo la procesión del día grande.


La merecida siesta queda reducida a una clase de ornitología cuando descubre Paquito al ir a buscar las albarcas y la alforja para la ronda jotera de la noche un pájaro de mil colores atrapado en la pajera y nos proponemos liberarlo para que así continúe su camino hacia África, una oropéndola camino de Tanzania que parece haber hecho escala en el Rabal, hacemos lo que podemos, que no es poco, y rendidos le dejamos al menos un pozal de agua para que lleve mejor el calor confiando en que por sí sola encuentre la salida tal y como encontró la entrada, abrimos todo y nos marchamos. Quedamos ya para la paella del Santo Cristo y a los postres entre canción y canción, repasaremos mates, pues se examina el día 25 y se lía con las ecuaciones. Jesulin y otro esperan en la plaza.



A Jesulin lo acompañó Antonio Romero de México, quien no estaba anunciado en el cartel y del cual no supe nada hasta días mas tarde cuando pude localizarlo en la red, hacia su presentación en España, y no pudo ser mejor, corto dos orejas a su segundo y puerta grande, de modo que Calamocha apareció en todos los medios mexicanos del mundo del toro, habrá que seguirlo de cerca y desearle suerte, que llegue a figura y que un buen día pueda decir, “la primera vez que toree en España fue en un pueblo llamado Calamocha, junto al Maestro Jesulin de Ubrique, quien también corto dos orejas, pero todos los besos, abrazos y fotos fueron para él, sonrió a todo el mundo y derrocho simpatía y amabilidad a raudales a nadie le dijo que no, se gano hasta el ultimo peso”. Fue una tarde fenomenal, y una merienda estupenda junto al rey de la cerveza Inocencio Casamayor y familia reconocido crítico taurino local y gran orador de recuerdos. Juntos comenzamos diciéndole de todo a uno de los atléticos subalternos de Jesulin hasta que finalmente caímos rendidos a sus pies y le lanzamos una cerveza bien fría que se había ganado con creces a falta de tener a mano un barril. Suerte a los dos.


Y tras los toros llego el follón en la puerta del pabellón del recinto ferial al no poder entrar de primeras al espectáculo de las pompas por lo delicado del mismo, nadie sabía nada, también es mala suerte, ¿cuándo en Calamocha ha empezado algo a su hora?, rara vez esa es la verdad, en fin, fueron llegando wasap y decidimos no ir y evitarnos disgustos, acudimos ya a media noche para el espectáculo Hits, vuelven los ochenta, estas sentado, estas bien, pero echas de menos mirar al cielo y ver las estrellas, estas encerrado, hace calor, retumba, no termina de ser un escenario festivo, calor y ruido. Mientras por todos los corros no se oía otra cosa que no fuera “dan agua para mañana”



Y llovió el día San Roque, pero por la tarde, no por la mañana, ¿Quién recuerda ver llover en la procesión? Muy probablemente nadie. Contaba mi Tío Antonio que hubo un año que no salió por que les cayó una tronada a destiempo, eran aquellos días de antes de la guerra cuando en poco tiempo la procesión salió tanto bajo el Himno de Riego como del Cara al Sol y que allá por los días de la república o los otros triste San Roque por unos y por otros dejo que lloviese y con el santo a la espera de salir abiertas las puertas de par en par la docena escasa de bailadores tras el himno de rigor le bailaron un rato y se marcharon a casa a la espera de que escampase en todos los sentidos. Raro es pues que llueva la mañana de San Roque pero no lo es tanto, de hecho sucede con frecuencia que llueva por la tarde, como así seria.

Me duele San Roque y lo alcanzo a la altura del Cantón. El día sin duda es ideal para el Bailador, pero la ausencia de sol le resta ese carácter épico, por momentos deportivos en tanto que competitivo, que ya tiene la procesión, acompaño al santo entre las primeras filas disfrutando tan solo a ratos, con aquellos que han llevado con su empeño, buen hacer, entusiasmo y décadas de sudor el dance de San Roque a lo más alto como Fiesta de Interés Turístico de Aragón. Me pregunto si habrá algo similar a nivel nacional y si algún día lo alcanzaremos. Pero aún queda mucho por hacer.

No tardo en fijarme en los detalles, esos que en un principio entre la grandiosidad del dance en si pasan desapercibidos y me pregunto por qué nos cuesta tanto alcanzado aquel objetivo de ser fiesta de interés turístico dar un paso más y creérnoslo, dejar de mirarnos a nosotros mismos y mirar por el pueblo y su procesión, hablo de la tan traída y llevada uniformidad, principalmente pañuelos de todos los colores y fajas sin color alguno precisamente entre las primeras filas que vienen soportando el peso del baile.

Bonito es el detalle de haber bailado durante décadas con el mismo pañuelo o faja, o con el heredado de algún pariente e ir haciendo una muesca en el cada año, pero eso era antes, ahora corren otros tiempos, pañuelos de mil colores, fajas sin color, empiezan a estar de más, ahora el Baile declarado Bien de Interés Turístico es algo más, exige algo tan fácil como cambiar de chip, la mentalidad, mirar más allá. La uniformidad resta individualidad, pero engrandece al grupo, y el Baile, es de todos.



En la cuesta de San Roque me fijo en el monumento al peñista, es bonito y un gran acierto en todos los sentidos, ese es su lugar y no dejo de preguntarme las cenizas de cuantos calamochinos descansaran ya en la cuesta que nos acoge desde que años atrás alguien me confesase su última voluntad. “Aquel es el único lugar que te garantiza disfrutar de San Roque mientras haya fiestas de aquí a la eternidad”.

Sin embargo, realizan un pequeño homenaje al salir de vuelta la procesión y no parece que ese sea el momento adecuado, mejor quizás cuando se sube a San Roque el día la vaca, ahora toca fiesta y alegría, la tristeza y el recuerdo en un día así pueden esperar.

Alguien me para y me comenta: “Te has dado cuenta, no ha sonado el campanico de la ermita”. Lo cierto es que no me había dado cuenta pero tenía razón, el comentario general sigue siendo “va a llover” y la gente mira sus móviles con total fe, y yo miro al cielo y lo veo aún con el sol escondido, todo despejado.


Salvada la carretera en la calle Zaragoza la procesión trata de organizarse, militarmente hablando de formar, bastaría con marcar en el suelo, cuatro líneas, cuatro cruces, aquí la bandera, aquí San Roquico, aquí los más pequeños, y así hasta San Roque, y cogerle un año la media a la procesión y entonces juntar a todos y echar a tocar y bailar. De modo y manera que este año prácticamente no consiguen formar en todo el trayecto de vuelta. La procesión completa a su regreso del más joven al más viejo roza el desastre. La milicia sanroquera esta lejos de llegar a ser un ejército regular.

Es una pena, solo parecen importar las primeras filas que bailan bajo el santo de mitad procesión hacia el principio cunde el desánimo y hay que mimarlo porque lo hacen de quitarse el sombrero en todos los aspectos, apenas se baila, se anda y se corre de un lado a otro tapando huecos, no pueden hacer otra cosa, no les dejan, la procesión se corta, ya no existe a la altura de la calle Mayor y ya prácticamente se camina hacia las gradas a la espera del resto y poder volver a bailar. 

Este año en Semana Santa hubo un gran acierto, y ese no fue otro que el hecho de que no hubo ningún organizador entre medias de la procesión y esta permaneció unida con algo tan sencillo como que cada cofradía se preocupase de guardar la distancia mínima con la que llevase delante. El Baile es distinto, pero bien podrían bailar de principio a fin de esa otra procesión una docena de parejas mayores y que cada una tuviese bajo su mando a un grupo de niños, pequeños y grandes y a su vez ellos mas experimentados evitasen los huecos bailando codo con codo entre ellos. Así los pequeños junto con la ayuda que ya reciben podrían fijarse a su vez por tener cerca en parejas bailadoras experimentadas.



Acabó la procesión sin llover y los mas pequeños y no tan pequeños pudieron bailar un rato en la plaza que les valió por toda la procesión. Una misa a escape, de campaña, bajo la generosa sombra del frontón serviría para que muchos conociesen que después de la procesión hay misa, algún día hasta yo me quedare, pero lo cierto es que da pereza entrar.

En la plaza había rejones, y ya se sabe, a la gente le gustan los caballos y se llena hasta la bandera así que allí fuimos confiados en San Roque pues cualquiera sabia que iba a llover bastaba mirar al cielo, sin paraguas, sin chubasquero. Ya sentados esperando el inicio del festejo entre las gradas se oía aquello de “igual llueve y nos toca correr al pabellón”.

De repente llovió a capazos como nunca, afortunadamente Santa Barbara evito el granizo y nos echamos a correr cara el pabellón deportivo que por cierto y como tocaba estaba cerrado, no todos habían pensado lo mismo que nosotros los confiados, así que nos chupamos de arriba abajo refugiados en los servicios y donde pudimos a la espera de que alguien viniese a rescatarnos.



Calado hasta los huesos llegue a la Aragonia y al ver a la Charanga Los Mataos correr despavorida en apariencia perdidos y sin rumbo salí y rescate a una parte, de modo y manera que hasta que dejo de llover, largo rato, porrón y jamón, casualidades de la vida, la genial Charanga era de Burriana, una maravilla, confiemos en que vuelvan, así que no tardamos en salir medio familia, Nules, Moncofar, Museros, la Vall, … en fin pueblos donde paso los 360 días del año restantes. Uno de ellos al ver un cartel con las fiestas de Lechago sintió curiosidad por tan bonito nombre y le conté la leyenda de su fundación a cargo de Nuestro Señor Jesucristo, asimismo le llamaron la atención ver tanto jamón y tanta tienda junta y le vine a explicar que ninguno de ellos podía volver a casa sin un buen pernil bajo el brazo dado que Calamocha es al jamón lo que Villarreal a la cerámica.

De parte tarde volvió a llover y con gran acierto tras el fenomenal espectáculo de La Banda del Otro en la cama es donde mejor se está, las fiestas a mis años se hacen largas, eternas, lo mejor es descansar lejos del ruido, dicen que estuvo muy bien, el espectáculo de los Ochenta Principales, total a los diez minutos me habría tenido que marchar maltrecho mi pobre corazón de tanta nostalgia.

La mañana de San Roquico lució el sol, la lluvia había desaparecido y comenzó la procesión, y desde un principio opte por seguir las primeras filas, a los mas jóvenes, al futuro, y resulto maravilloso.


La procesión en el Cantón, como ha hecho siempre, como es tradición, en un ya aburrido trayecto gira hacia el Peirón, le da la vuelta al monumento y regresa a la iglesia, cuando todo acaba las autoridades y la Banda, prácticamente solos suben al Santo Cristo a rezar la Salve y así darle las gracias a  Dios, al jefe del pueblo, al Santo Cristo, porque las fiestas han trascurrido bien, y así lleva haciéndose la procesión la tira de años, años que tampoco son muchos.

Me pregunto como recordaba Inocencio si algún día la procesión el día San Roquico girara el Cantón hacia el Rabal, y así subirá San Roque al Santo Cristo, al menos por segunda vez en su historia, bailaran con él las desiertas calles del Rabal se abrirán las viejas ventanas donde ya no hay gente para entreabrir la persiana sin hacer ruido y asomarse y los balcones de par en par desvencijados a su paso se llenaran bajo la generosa sombra de la calle Ramon y Cajal. Se cantará a su llegada la Salve con una ermita hasta arriba y se volverá a la plaza por el mismo Cantón viendo llegar la procesión a través de la engalanada Castellana. Seria emocionante para todos.



La procesión mas corta, sin interrupciones entre las filas luce mejor, hay muchos Dichos mas incluso que el día anterior y rompen el ritmo con frecuencia, las filas jóvenes se quejan quieren bailar, es su día. El Dichero puede parar la procesión y decir lo que quiera así que toca callar, pero ante ciertos Dichos no se guarda silencio, ¿será porque no gustan?, en especial las esquelas, a dios gracias va habiendo menos, junto a los insoportables Dichos de temática nacional. Si los calamochinos pudiéramos arreglar España y el mundo, hacer algo en torno a aquello de lo que nos hablan, pero no creo que podamos. Además las fiestas son para olvidar y disfrutar en la medida de lo que se pueda, no es ni el momento ni el lugar de ciertos vates mientras quede un descosido por el que llamar la atención a las autoridades y pueblo en general y por tanto coser, entre las cuatro esquinas del pueblo,  de la estación a la ermita, del Barrio el Bao a la Cañadilla.


Las primeras dos docenas de Bailadores zagales y zagalas de entre cuatro y unos doce años van prácticamente todos uniformados, da gusto verlos, alguno por desconocimiento no va como toca, pero el año próximo seguro que lo hará, bailan y aprenden, es emocionante.




Y lo que viene a continuación es realmente maravilloso. Así veo unos cincuenta, sesenta bailadores, el noventa por ciento o más son mujeres, chicas de entre 12 y 16 años que son el futuro y que cuando la Peña celebre su centenario deberán bailar bajo el santo. Van todas impecablemente vestidas de blanco con su faja azul oscuro y su pañuelo rojo y negro y además bailan divinamente como años atrás les enseñaron en las primeras filas, son sin duda lo mejor de la procesión, y son quienes un día deberán estar bajo el santo. Todo un espectáculo.


Maravillado no me fijo en el resto, aunque luego va igualándose algo aunque siempre a favor de las mujeres la proporción de chicos y chicas al llegar a los veinte años en adelante. Hasta que llegan las primeras filas donde los hombres son mayoría, si bien hay una mujer entre ellos, ya muy cerca de la peana a dos, tres pasos y a quien pacientemente un día esperamos verle bailar bajo la capa de San Roque.


Me marcho finalmente con un buen sabor de boca, en unos años la procesión será perfecta de arriba abajo se habrá completado la transición, mandaran las mujeres, “calamochinas” como bien dijo la mantenedora.


Quedaba la tarde con unos desangelados recortes no acompaño ni el tiempo, algo fresco ni las vacas salvo el toro final que embistió con ganas. Los recortadores eran todos del terreno, y esperábamos ver alguno que otro de Castellón y Valencia, pero resultaron todos aragoneses, entre ellos uno de Monreal. Hace años ya lo gano uno del vecino pueblo, pero este año no fue el caso, no lo pasaron a la final y aun no entiendo el porqué, no solo lo hizo bien si no distinto a los demás, lo cual es de agradecer. Otra vez será. Quedaba la magia para cerrar San Roque y sus días mágicos.

La mañana del sábado 18 si mire la pantalla del móvil al levantarme, decía que estábamos a 8 grados. Era el momento de volver a casa y esperar noviembre.