lunes, 1 de febrero de 2016

EL JARDÍN DE LOS NARANJOS

Todos los libros se deben leer, y para nosotros, en especial aquellos que de un modo u otro, recuerdan a Calamocha, gran suerte la nuestra, El Jardín de los Naranjos, de Jon Lauko, escritor "calamochino", por la gracia de Dios, resulta imprescindible leerlo.


LEER una novela de Jon Lauko, leer algo que me recuerde a Calamocha, es un placer que como lector, quisieras nunca acabase, es como un oasis en medio del desierto, un descanso, el paraíso mismo, un lugar, sus novelas, donde quedarte y disfrutar, de la esencia de la vida misma.
Más aun, hoy si cabe, inmersos como estamos en esa travesía por momentos tan soez como atroz, por la que “obligados” caminamos la mayor parte de las veces, sin remedio, de mala gana, travesía en el desierto, en la cual parece se han convertido nuestros días.
Por ello, y por todo lo que a uno pueda recordarle la tierra donde vio la luz, amén de otras muchas más cosas, leer el Jardín de los Naranjos, ha sido una auténtica delicia. Con lo cual, ya lo he dicho todo.



Sin embargo, tanto lo uno como lo otro, con el paso del tiempo, se acaba, se acaba el libro, se acaban los días entre naranjos y conversación, y sigue el discurrir de la vida, cuyos aciagos días del momento, eso sí, en principio no se acaban, y aún se ven lejanos en su fin. ¿Se acabaran?, todo parece indicar que no.
Piensas en aquellos días sobre los que nos habla la novela, y la facilidad con que entre sus gentes rodaban cabezas, cortaban manos, volvían a rodar cabezas, juzgaban de inmediato, asediaban, iban a la guerra, impartían justicia y volvían a rodar a cabezas, eran unos barbaros, piensas, pero qué pensarían ellos de nosotros, ante tanto como vemos, oímos y al parecer no sentimos…
Claro está, que Jon Lauko nos había acostumbrado, y a mi aficionado, a la novela negra, y eso es lo que, al menos yo esperaba, día tras día, desde el fin de aquellas páginas del 23F, crímenes, asesinos, buenos y malos, si es que hay diferencia entre unos y otros.
Esperaba una novela negra y sin embargo, hace unos meses, Jon Lauko, dijo hasta aquí hemos llegado, y después de tanto esperar, de quien espera ya se sabe, desespera, nos sorprende sumándose a la moda de la novela histórica, válgame dios, pensé, como está el mundo, que desatino, volver a leer “historia”. Al menos, al ver que no formaba parte de ninguna trilogía, conseguí tranquilizarme. Dispuesto a leer la novela. Ahora una idea me ronda por la cabeza, mejor no pensar, pero y si  en su próxima aventura literaria, que a buen seguro, ya tendrá en borrador, ¿se sumara a la moda de la novela erótica? En fin… Dios dirá. Dios lo perdone.



En el discurrir del verano del año de Nuestro Señor 2015 después de la llegada al mundo en Belen de Jesucristo, nuestro salvador, el hijo de Dios, nuestro único señor, verdadero y todopoderoso. Vino a ocurrir un hecho realmente extraordinario y vino para poner luz y abrir un camino a la esperanza para todos nosotros en medio de la desolación reinante. Y así,  Don Francisco Rubio, quien vivía por aquellos días en esa Barcelona, que costaba tanto de definir como aun de creer, hijo que fuera de aquel maestro de escuela, que por unos años llegó a vivir en el Arrabal de Albónica, desde  Santa Maria de Albarracín, su primera tierra. Publicó en medio de aquel frio verano un libro, por el escrito, al dictado de sus recuerdos, que llevo por título El Jardín de los Naranjos y por añadido El Sable de la Dinastía.
Vuelta al relato.
Compre el libro a través de internet cuando ya llegaba la navidad, y por supuesto en papel, así cuando por fin lo tuve entre mis manos y lo abrí, vi algo diferente a los anteriores, lo mire de arriba abajo, leí algún párrafo, me fije en el tamaño de la letra, y pensé, vaya, da la impresión de que esta novela, a pesar de todo lo que pudiera haber imaginado, merecía una encuadernación de lujo, tapas duras y marca páginas. Y ciertamente así es.
En una prosa verdaderamente bonita, por momentos poética, fácil de leer, ágil, sin una palabra de más ni de menos, por momentos sin tregua…adiós gracias bien fragmentada en capítulos, con su introducción, historia paralela y relato. De no ser así, uno estaría condenado a leerla de principio a fin de un tirón.
De modo que muy leal y fiel a su tierra, el escritor Jon Lauko no nos cuenta una historia, si no muchas historias, una tras otra, sin descanso, a cual mejor, y por momentos, llenas de matices y sugerencias, quien espere encontrar una única historia, al uso tradicional, de planteamiento, desarrollo y desenlace, encontrara todo lo contario, una historia tras otra, en torno a Santa Maria de Albarracin. Conquistas, táctica y estrategia, asedios, cristianos, judíos, árabes, viajeros, guerreros, monjes... y una partida de ajedrez absolutamente increíble
Cada capítulo viene a tener su introducción, por parte del narrador, y su historia, o su relato, como bien escribe una y otra vez Jon Lauko: Vuelta al relato. Dicha introducción, es prácticamente imposible de seguir, adornada de fechas, estaciones, y nombres árabes, casi es mejor, leer sin pensar, y acercarse al relato. Escuchar sin pensar, como cuando mi madre quiere contarme algo importante y comienza:
Ahora que me acuerdo, no te he contado, y sé que te gustara, que el otro día, cuando ya había que salir andar con chaqueta, de vuelta a casa por la Cangrejera, que bajaba yo de allá arriba, me encontré con la hija de aquella mujer que venía tanto por casa a ver a tu abuela, ya sabes, la que estuvo cuando la guerra con la tía Felisa, a la que tanto quería, por aquel favor que le hizo a su marido, cuando se juntaron en no sé qué pueblo de Guadalajara, que luego se marcharon a vivir, por no sé dónde, mas allá de Santander, o no sé, al norte, pero que venían todos los veranos a Calamocha, a casa de sus padres, allá por el otro barrio, el caso es que, lo que nos alegramos de vernos, que estaba de paso en Calamocha porque había venido a vender unas tierras que ni sabía que eran suyas, que además las tenían por dónde íbamos a …
Mama, por dios, qué más da ya todo eso, cuéntame la historia.

Mientras en el caso de Jon Lauko y el Jardín de los Naranjos, la historia suele comenzar así, como si de la formulación de un problema matemático se tratase, que para eso, fue según cuentan las crónicas,  profesor de Álgebra. Dios y sus alumnos lo hayan perdonado:

Sa´id, el abuelo de mi señor el cadí Abû bakr ´Atiq (¡Dios se apiade de él, le perdone y salve!) odiaba a los nuevos amos de la Qasaba que habían arrebato la Meseta y loa Sahla toda a su hermano que fuera el último señor de la Santa Maria, quien sostuvo por tan poco tiempo el titulo de Husam al-dawla, el pusilámine. Yahia hijo del Du-l-ri´asatayn Abd al-Malik (quien con tanto valor y durante tantos años sostuvo su reino) hijo de Hudayyl Izz aldawla hijo de Jalaf hijo de Lubb hijo de Yahyà (quien gobernó tras la muerte del valeroso Merwan) hijo de Hudayl hijo de Isa hijo de Ubayd Allah el Noble hijo de Lubb el Cojo hijo de Hasìm hijo de Abd al-Malik hijo de Jalaf (de quien, a su muerte, tomó el poder su hermano Ahmed el Desterrado) hijo de Ibràhìm Ibn ben Razin el Africano. Y ese odio fue su perdición. (*)

Vuelta al relato

Caes en la cuenta y piensas, ¿quién fuera de Albarracín?, de las Tres Torres, de Santa María, lo mismo pensarían ellos, los de Albarracín, al leer Barrendero, Enterrador, Ferroviario, ¿quién fuera calamochino? para disfrutar aún más, si cabe, de la lectura, pero al cabo de unas pocas páginas, caminos, ríos, bosques, montañas, todo cuanto cuenta, forma parte ya de ti, uno deja de perderse y en el colmo de la buena suerte para un lector calamochino, de pronto aparece en la novela, la Calamocha de Lauko, la referencia a Albónica, un aliciente más para su lectura, emocionado señale la página, al menos una docena de veces…
Agradecido Jon Lauko a las tierras de la niñez. Cierras el libro, y piensas, Santo Cristo el Arrabal, que pena no sea una trilogía. Oh dios, todo poderoso y misericordioso y qué pena también hoy no rueden cabezas, como ayer. Si mi pluma valiera tu pistola. No, creo, que esta frase final, no va aquí. Perdóname dios, si he pecado, tanto de pensamiento como de obra, ya no sé lo que escribo. Aunque todo cuanto he dicho sea verdad.


(*) Todos ellos, con seguridad, ancestros tanto del bueno de Agapito como del algo menos bueno Momsieur Cambremer y el resto de personaje del universo Lauko.

Libros que hay que leer, ...

El JARDIN DE LOS NARANJOS
(El sable de la dinastia)
De Jon Lauko
Editorial Sekotia 2015

1 de febrero de 2016. Primer día a la espera de la nueva novela de Jon Lauko

viernes, 15 de enero de 2016

Frio del sábado noche.

Invariablemente todos los domingos de aquellos cada vez más lejanos años del despertar a la vida, sobre las diez de la noche, volvíamos a casa, tras pasar la tarde de marcha, aquella palabra, “marcha”, que habíamos aprendido los sábados, pegados al televisor viendo Aplauso. Eran tan sólo unas horas las que estábamos fuera de casa, media docena, muy pocas, de modo que volvíamos, “obligados”, y de mala gana, por una Calamocha apacible, que sobre esas horas decía basta, y se iba a dormir. Y volvíamos, como no, con ansias de más, que para eso éramos jóvenes y nos comíamos el mundo, siempre haciéndonos la misma pregunta.

Por qué Calamocha parecía ir en contra de toda lógica, de todo el mundo civilizado, en definitiva, por qué en el pueblo, se salía de fiesta la tarde de los domingos, en lugar de la tarde noche del sábado, en la cual uno se podía eternizar sin prisa alguna por ir a la cama, sin nada que hacer al día siguiente. Será porque hace frio, pensábamos, otra explicación no le encontrábamos, eso, o somos, éramos, tontos perdidos, salvo los sábados de verano, previos a las fiestas, la marcha había que buscarla los domingos a media tarde, hasta eso de las diez cuando en la Albónica Serrano hacía sonar Soy un Gnomo. 

Otro de los momentos cumbres, era el de las lentas, esos cinco o diez minutos, donde vergüenza y vanidad bailaban agarrados, Gnomo bajo cuyos acordes, cerraban al unísono todas las discotecas, todos los bares de música, dejándonos a todos nosotros a las puertas del cielo.

Quien podía trataba de alarga el domingo, y terminaba por cenar en los muchos sitios, que había, como el Parsan, Geminis, el Borrascas, La Paca y el Carril, el mismo Correos, y el Dalí… Pero la mayoría de la juventud, a dos velas volvíamos entre lamentos a casa, sin un duro, tal vez con poco menos de veinte duros, lo justo en mi caso, para comprar al día siguiente de vuelta a casa a la hora de comer en el instituto, el Zaragoza Deportiva en lo de Agudo, con aquel Real Zaragoza de Leo Beenhakker, que echo tanto de menos, como todo lo demás.

Lo dicho, era de tontos, al día siguiente, destrozados, los unos a currar, y los otros a estudiar. Siendo la mañana de los lunes, el principal tema de conversación entre unos y otros, aquel de “ayer no te vi, a qué disco fuiste”… Lo cierto es que había donde elegir, y encontrarte con uno o con otro, no era nada fácil.

Ya en la previa noche de los tiempos, unos años antes, la Albónica, gracias a su nombre, amén de la fiesta también conocimos un poco de historia, que la cultura no ha de estar reñida con la diversión, lidero la marcha calamochina de los jueves, vaya otro día para salir de marcha, si, los jueves, que Calamocha siempre fue así, del todo especial, al amparo de la inauguración del instituto y sus primeros profesores, llegados con ansia de conocimiento, de enseñar y aprender. Fueron ellos quienes dieron vida a tales noches, de la mano de los primeros garitos ochenteros, junto al Noa y el Pub Brujas, de espaldas al Refugio y sus cervezas con limón, luego devenido en el Pub Calamocha con una bolera de juguete para que los profesores del instituto en sus noches de farra, que en realidad parecían todas, tuvieran otro lugar donde jugar, ya que con los años, cada vez eran más, y como siempre pasó en todas las casas, menos avenidos, pub, con unos sofás inmensos, para ver las películas del videoclub la noche de los domingos, Pajares, Esteso, El Vaquilla, Rambo y compañía. Pub que acabo sus días, al nacer el Cerebro.

Yo por aquellos primeros jueves, que pronto cayeron en desgracia, como la misma recién estrenada libertad de la democracia, tenía diez o doce años, y recuerdo ver la Calle Zaragoza como nunca la volví a ver, con coches aparcados a ambos lados y en el centro, dejando el hueco justo en cada carril. Aquello no era libertad decían los abuelos, aquello era el más puro libertinaje, el cual no conducía a nada, bien sabían de lo que hablaban. Creo recordar además, que abría un jueves si, otro no alternándose con Las Brujas o tal vez con Las Vegas, la disco por excelencia, la primera.

Como niño, oía sus historias, principalmente a mi tío Manolo y no veía el día, de poder entrar… Las Vegas en su ubicación original, con esa fachada sacada de la Ruta  66  a su llegada a California, sus cubalibres de ginebra y Coca Cola, su irrepetible logotipo, sus camisetas, con aquella rubia desmelenada, camiseta que todos heredamos, y las pegatinas y viseras para el coche que todos parecían llevar. Y, en ella, contaban, las primeras actuaciones en directo, de grupos de los sesenta y setenta, que ya no logro recordar, pues solo conocí de oídas.

De por aquellos primeros días de los ochenta, un bar, un garito, más bien un pitañar, una peña abierta más allá de los días de San Roque, en el centro mismo de la Morería, más encanto imposible, cuyo nombre me ronda por la cabeza, sin conseguir dar con él, a buen seguro Emilita, una de las reinas de aquellas noches, lo frecuento y nos lo recuerde, era, como digo,  todo encanto, de principio a fin, el mismo cartel era una caja de madera con el nombre recortado y unas bombilla de colores dentro. Abierto con el buen tiempo, en una vieja casa, una peña de toda la vida, acondicionada a marchas forzadas habitación tras habitación, bodega incluida como si fuera un bar… Hoy abrir algo así, sería del todo imposible. Aquello, como todo lo bueno debió durar lo que dura un suspiro, poco o nada, mi tía Pilarin me llevo allí un par de veces, mientras festejaba y esperábamos a su media naranja, el maestro del sombrero mejicano y concursos cerveceros, entre el humo sabor chocolate y la conversación… por eso lo recuerdo, como un bar de tía y sobrino,… válgame dios, nada más lejos de ser cierto. Llegaban sin duda otros tiempos. (1)

Y por fin llego ese día, el de entrar por primera vez en una discoteca, o al menos uno de esos días que yo recuerde, seguramente debió ser antes, un poco antes, pero qué más da, digamos que por fin fue, un 21 de diciembre de 1983, como el primero que recuerdo haber entrado en una disco, en este caso en la Albónica, y recuerdo haberlo pasado en grande, viendo como España le ganaba a Malta en aquel 12 a 1. Era, como no, una fiesta del Instituto, con toda la comarca bajo un televisor, lejos de la pista de baile. No pudo haber mejor comienzo.

Esta navidad, una tarde de domingo de aquellas ya vividas, al llegar la noche, treinta años después volví al pueblo casi por casualidad, y no precisamente para salir de marcha, aquellos días, ya pasaron. El caso es que volví y lo hice un día, ya desconocido para mí, lejos de San Roque o Semana Santa, y uno, que se cree inmortal, o que cuando menos cree que su pueblo si lo es, al llegar, piensa que todo va a seguir igual, que tal vez hayan cambiado las personas, los bares o los coches, que por cierto ahora son más feos, y la música, del todo horrorosa la actual, pero que en esencia, todo seguirá eternamente igual.

Una y otra vez, como recuerda Eva, vuelves a Calamocha y crees, la vas a encontrar, tal y como la dejaste, tal y como la viviste, tal y como la recuerdas. Ello nos mueve a volver una y otra vez a los que un día nos fuimos, para tratar de ver y vivir, o cuando menos sentir, algo que ya no está entre nosotros. Y con ello, de aquí a la eternidad, no la damos sin remedio una y otra vez. Tontos.

Nada más lejos de la realidad, todo queda ya, personas y pueblo, a años luz de aquel despertar a la vida, me costaba creer lo que veía hace tan solo unos dias, o más bien lo que no veía. Recordaba el bullicio, el trajín de coches y personas, y hasta la música ochentera me rondaba por la cabeza a la vez que caminaba, pero ni frío hacía, y si bien no iba de marcha, tenía la ilusión de ver como estaría el pueblo un tarde cualquiera de domingo, más aun en plenas vacaciones navideñas. Deje el coche lejos del Peirón, previsor que siempre fue uno, y luego comprendí, que podía haber llegado y aparcado en mi destino tranquilamente, para ver a mi tío, así que ande todo el Rabal, Calle Real abajo, y si por un casual me caigo de mis pies, muerto, doy por hecho, no me habrían encontrado hasta la tarde de la Cabalgata de Reyes.

Ni una alma en la calle, ni  un coche, ni un ruido…. había oído hablar de que aquello que cantaba Mecano a propósito de Nueva York, ahora ocurría en Calamocha, pero no terminaba de creerlo. No hay marcha en Calamocha, tampoco frio y a la vuelta de unos años los jamones serán de york.


Solíamos salir de casa a eso de las cinco, con los últimos rayos de sol en invierno, sin duda los mejores, a veces sin cazadora, ni abrigo alguno, por no gastarnos unos duros más de los necesarios y andar luego perdiendo el dinero y el tiempo entre roperos o buscando entre montones de ropa. Andando hasta el Peirón, nos íbamos juntando con otros muchos que iban a en busca de su cuadrilla en el bar de turno. Ya venían también los primeros coches de otros pueblos, y algunas motos, bicis los mas jóvenes, y hasta había quien llegaba en tractor, jóvenes y no tan jóvenes, mozos viejos, de todos los pueblos, y hasta había quien, siendo del mismo Calamocha salía con el coche de marcha, cual Tony Manero, por si acaso, la tarde noche se complicaba, y vete tú a buscar un ribazo en pleno invierno. Ocasión, que nunca parecía llegar. Si bien un domingo cualquiera había gente, y más gente, cuando llegaba cualquier puente, y venían los “veraneantes” y estudiantes, el llenazo en todos los lados, era realmente impresionante, entonces, si lograbas entrar en un garito, ya no podías salir…

El quitarnos el frio, el café y las primeras cervezas, en nuestro caso siempre fue en el Correos de Manolo, guiñote y futbolín incluido, de modo que ya estábamos listos para los bares de marcha propiamente dichos, aunque poco a poco… Era imposible recorrerlos todos, pero un domingo tras otro lo intentábamos, de momento solíamos pasarnos a jugar a los bolos por el Noa, y escuchar la primera música disco de la tarde, hacernos el primer cubata, de ponche con chocolate. Y a partir de ahí…

La gente ya comenzaba a moverse desde los primeros bares, terminando el guiñote, y el futbolín en el Carril, el de los almuerzos a la hora del recreo en el Instituto, a última hora reconvertido en disco bar, de cuyo nombre no logro acordarme, o si, Gokulu (2) o algo semejante, que significaba, vete a saber qué…Hubo tantos garitos y tan buenos en tan poco tiempo, que resulta difícil hacerles justicia a todos a base de memoria, o el eterno Chato, el de los mil y un nombres, todos en vano, donde vimos ET, como no, en video, y en copia pirata, y también Superman, en una tele colgada en lo alto de la pared, sobre la puerta de los baños…como si la piratería fuera cosa de hoy… y la partida de billar en la Churrería, que nunca lo fue.

Las Vegas, ya bajo el reino de los cubatas de JB y Coca Cola, había encontrado una nueva ubicación unos metros más abajo. En la original años más tarde aparecía el Madison, y fue surcando los años, y adaptándose, New Vegas, Kisby, y como no, el Casual, que el orden de los factores no altera el producto, y no sé cómo mas dio en llamarse, mil y un nombres en mil y una noches de muisca, de disco a disco-bar, de pagar y consumición a gratis, con su final en la PK2 … con el no menos, gracias a dios eterno Don Manuel, hoy alma pater de la Pastelería Micheto, su americana y su faria de portero, sin entrada, sin sello, sin salida, no se le colaba ni uno y como no, aquel DJ que llegaba en el autobús de Zaragoza con un montón de discos bajo el brazo, a cual  mejor, todos los fines de semana, quien se le daba un aire más que razonable en todo, al célebre Abellán.

Gran invento los disco bares, para todos nosotros, entrada libre, casi nada…la Albónica reconvertida, también cambio de nombre, Archie, se llamó en algún momento… gratis total, lo mejor que nos podía pasar, para recorrer todos los garitos libremente… en decidir en el orden parar disfrutarlos, se nos iba media tarde. Sin embargo, lo mejor que nos podía pasar, aún estaba por llegar, y así, apareció la Scanner, nueva a estrenar de arriba, abajo… era pagando y la llenábamos.

No había quien nos entendiera, esa es la verdad. Con el Zona 5 a su vera, el Vértice, el Desván el Boulevard, mas allá el Menta y el Baraka, cuando el Paseo San Roque era un camino hacia la oscuridad de la Huerta Grande. En cuyos lares un buen día, también, contamos con un mini golf al aire libre, una idea tan genial como tan avanzada en su tiempo, que no tardo en caer en desgracia, de haber triunfado el golf entre nosotros, hoy el Campo de Aviación, lo seria de golf, y nos lloverían autobuses de turistas en busca de sol y pelotas, jamón y capeas. Hasta en algún momento, en la parte de atrás del Chato hubo un Pub, de esos con poca luz, para ir con la novia… por dios, cuanto y que bueno… ya todos ellos, como bares, para quedar, nos hacíamos mayores y hasta los disco bares, empezaban a quedarnos grande, ya buscábamos la tranquilidad, el café, la cerveza y el contar batallitas. Las conquistas, quedaban atrás.

En realidad, desde las primeras tardes que salimos, aun siendo unos críos, siempre volvimos los domingos a casa, sobre las diez, hora en la cual el Señor Teodoro subía a la gasolinera para hacer el turno de noche, un poco antes, en los futbolines que regentaba en la calle Mayor, había parado la cinta de música de Albano y Romina del radiocasete, para escuchar los resultados de la jornada de futbol, era la hora de volver a casa.

Un día cerro, adiós a los futbolines, al pinball, al come cocos y las primeras máquinas de marcianos, aunque luego llegaron otros recreativos en otros sitios, ya no fue lo mismo, cerró como siempre a eso de las diez para no volver abrir jamás, hace unos meses el destino dejo de nuevo a la luz el viejo rotulo original pintado en la fachada, y nos trajo un montón de recuerdos, durante años tapado por el cartel del Brindis Pub, el templo por excelencia, ya no de la marcha, si no de la movida calamochina, que surgió en su lugar. Con su aparición, toda una religión a seguir por todos nosotros fue discurriendo a su lado.

Aquel bar, de luz tenue, casi claustrofóbica, parecía abierto las 24 horas del día, los 365 días del año, vino a convertirse, en el centro de todo, para cualquiera, y en especial para la gente de fuera, era el lugar por excelencia donde quedar a la hora de salir de marcha, todo el mundo lo conocía, el lugar para quedar y comenzar, o para comenzar y no parar.

Lo cierto, es que entrar, dada lo ingente y fiel de su devota parroquia, era la mayor parte de las veces, tarea imposible, los fieles parecían parte del decorado, siempre estaban ahí, aparentemente inmóviles, en su sitio, de modo y manera que había que volver sobre los pasos perdidos en busca de consuelo espiritual en los infiernos del Rincón de Mari Carmen, el Misa de Doce, otro lugar de culto y recuerdo para todos nosotros, a un paso o dos, aparecía el Nebraska ya a nivel terrenal, donde sonaba Rockabilly. Ciertamente, en aquellos años, a un paso o dos, nunca nos faltó de nada, todo nos gustaba, de todo teníamos, fuimos unos afortunados.

En realidad, unos pocos años después de aquella primera vez que entre, o entramos cualquiera de nosotros, en una discoteca, todo comenzó acabarse, víctima del paso del tiempo, nosotros mismos habíamos crecido y cambiado, y cuando volvíamos de donde fueses que hubiésemos encontrado un nuevo hogar al pueblo, cada vez nos costaba más hallar nuestro sitio, comenzábamos a perdernos en nuestro propia casa, en Calamocha, ya no sabíamos ni dónde ir, ni que hacer la tarde de los domingos, comenzábamos a sentirnos fuera de lugar.

Una domingo de aquellos, de vuelta al pueblo, el Brindis, se reinvento así mismo, y nos dio una nueva oportunidad, a la postre la última, tras, supongo fracasar en la aventura del cine, a pesar de los llenazos que se cuentan hubo para ver a la Pantoja en la pantalla grande, a quien, por cierto, también vimos en carne mortal unas fiestas, pero eso, ya es otra historia. Una tarde de domingo, vio la luz el Cinemascopas, el último gran garito, mejor Bar, donde uno se pudo encontrar a gusto, cuyas escaleras de entrada, orientadas hacia arriba, daban paso a las mismas puertas del cielo. Allí por fin, estábamos, cabíamos, todos.


Notas:


1.- Pascual Royo, Padrino del Blog desde el primer día, me recuerda lo que olvide y yo a su vez, recuerdo otras cosas ...

El Mininos en Calamocha supuso un hito entre los de su generación, un eterno entrar y salir, un trajín a cualquier hora hacia la Morería de la gente otrora joven, y que ahora están a las puertas del hogar de la tercera edad, lo que siempre conocimos como“los viejos”, (allá donde vayan o se sacan un as de la manga o ya nada sera lo mismo), aun añoran ese ir y venir, ese soplo de aire fresco y chocolate, un guateque completo, una cerveza, a cualquier hora, abrigados aun en verano, con una cazadadora vaquera de la Boutique, otro nombre rompedor, otro hito, no una tienda cualquiera, algo más, allá en las Cuatro Esquinas, que tiempo después acabo por uniformarnos a todos, en los años de la movida, aun guardo en el armario una camisa ochentera, para las grandes ocasiones. No hace tanto me la puse, por ella no pasa el tiempo.

Por el curso 79-80, a la par de la inauguración del deseado Instituto, recuerdo que cursaba quinto de EGB, y otro garito, vino a revolucionar la apacible vida del pueblo, y amenazar nuestra existencia, nuestra vida misma presente y futura, todo ello supongo como efectos colaterales de la anhelada democracia, libertad sin ira, y así, entre el Rabal y el Peiron, apareció, un bar de los antes nunca vistos tan cerca, elegante y de poca luz, con el bonito nombre de El Broche de Oro, menudo escándalo. Un bar de capital. 

Bueno en realidad no tanto, pero si, dio bastante que hablar, para que nos entendamos, no era un Pub, la palabra de moda, tampoco la mas patria, de Tasca, ni un bar tradicional, sino que era algo así, como una “barra americana” ​No se hablaba de otra cosa, si no de quien entraba y de quien salia, y a donde íbamos a parar. Un bar así, solo trae follones, decían los mayores, pues yo he sentido que en Daroca quieren poner una carcel. Era el acabose. Todos se morían por entrar, al bar, me refiero, y todos entraron en cuanto hubo ocasión. A oler, mejor conocer que te cuente. Pero nosotros eramos unos críos,y la puerta siempre estaba cerrada.

En clase, nuestra maestra, Doña Pili, mas de una vez y dos, acabo por poner orden, y tratar de explicarnos que eran esos bares, poniendo paz entre las conversaciones que oía, y nuestra innata curiosidad, al respecto de las historias que se contaban, cuando quienes, entre los repetidores habían logrado asomarse al interior, o bien habían oído algo, y nos explicaban que era eso del Broche de Oro, un lugar, donde besar a una mujer costaba 500 pesetas, según decían las buenas lenguas, y ademas, había que consumir algo, de modo que se necesitaban un montón de perras, solo para entrar. Era como un saloon del viejo oeste... Con esa definición, todos lo entendimos.


Así de pronto, paralelamente,nos dejamos llevar y nos entro un profundo puritanismo tan de sopetón, que acabamos por elevar una queja a Madrid. La cosa se nos iba de las manos, hasta en nuestro mismo pueblo... todo estaba cambiando tan rápido, pero la tele colmo el vaso de nuestra santa paciencia, llegaban los primeros desnudos a la tele, los Payasos de la Tele nos los habían cambiado de los sábados a la tarde de los jueves a la hora de los deberes, y como broche de oro, esto y aquello otro, en la tele a media tarde nos aficionamos a ver la serie, Clochemerle, en clase al dia siguiente no hablábamos de otra cosa, cuyo titulo al completo era el Urinario de Clochemerle...Menudo escándalo, eso no "debéis verlo, no merce la pena, es una tonteria". No tardamos en escribir una carta entre todos, guiados por el buen camino de los maestros de varios cursos, para quejarnos a Madrid, de la programacion de la Tele, a los periódicos, … una carta en la que nadie creía, y de la que nunca tuvimos respuesta. Pues nos lo pasábamos demasiado bien, como para quejarnos... El bar cerro, mucho antes de que pudiéramos entrar. 


2.- El bar se llamaba cokulu y eran las primeras sílabas de los que regentaban el bar Cotoño,kubala y Luis y entre Casual y PK2 estuvo el MAMA YA LO SABE que junto a PK2 tuvimos el placer de abrir sus puertas.
Tengo sobrinos de casi treinta años que todavía me preguntan por todo esto que has comentado con cara de que aquello no podía ser posible. En realidad yo tuve el honor de vivir todo o casi todo y este relato ha sido como un buen regalo. Muchas gracias.
(Oscar Pamplona)
Mil gracias por el comentario, ¡como ha pasado el tiempo!, del Cokulu, recordaba que eran siglas y como tales, algo significaban, pero ni si quiera fui capaz de asociar, Ku a Kubala. Y ahora que lo dices, si “Mama ya lo sabe”, y luego PK2, pero ya por aquellos días, yo estaba estudiando en Zaragoza y comenzaba a perderme en mi propio pueblo cada vez que volvía…

Y estas navidades, como ves, si que me perdi, no vi nada ni nadie, las paredes de los garitos dejadas de la mano de dios, las puertas cerradas… en fin, si no hay gente, no hay negocio, es ley de vida.

Fue muy raro, o duro comprobar lo que todos dicen, “que ya no queda nadie en el pueblo”… Confiemos en que la situación cambie, a mejor.

Y vuelvan de una otra forma los momentos en el Noa, como aquel Brasil España del mundial de México y el gol fantasma, por dios, acabado el partido el silencio del bar daba miedo… el Principe hoy Rey, que paso por allí, aquel billete de mil pesetas,.. y las historias que nos contaba tu padre de los tiempos en que estuvo interno en Villarreal…

Luego casi todos nos fuimos del pueblo, y cuando ya vimos que no volveríamos, un día, sin más remedio en mi caso dije aquí en Castellón me quedo, y compre un piso,… Por cierto, fue tu hermana quien me lo vendió.

Recuerdos y mil gracias por el comentario y leer. Y si es necesario, vuelve a contar una mil veces a los sobrinos, aquellos días de marcha


viernes, 1 de enero de 2016

BESTIARIO CALAMOCHINO ( I )

Letra M: Mínimo Buenavida
(En cada familia, cuando menos hay uno de tal nombre, si no dos, tres ya resultaría tan excesivo como insoportable)
Don Mínimo Buenavida, si bien, en realidad nunca gozó del título de Don, ni falta alguna le hizo, ni prevé en lo que le reste de vida, hacer uso de tal distinción, siempre resultó conocido por todos como "El Mínimo", y entre sus más allegados y que a un tiempo más le quisieron, por el difícil y tierno diminutivo de El Minimico.
Hizo en pocas palabras a lo largo de toda su vida, de la elegancia su bandera, comenzando por el bien vestir, y siguiendo por el bien comer, conformando entre ambos, los pilares básicos de su apacible existencia. Demostrando a todas luces, para asombro de propios y extraños que la falta de cartera y el bien vivir, en algún momento del propio destino se encuentran y caminan inseparablemente de la mano, hasta el fin de los días. Solo hay que saber las trochas, y encontrar la adecuada. 
Y en cuanto a trabajar, por hablar del otro pilar básico de cualquier vida, vino hacerlo, al parecer, como todos, cuando no hubo más remedio, pues siempre creyó en lo que bien le enseñaron desde la cuna, que quien no llora no mama, y que pidiendo, mejor que preguntando, a cualquier sitio se llega. Que para levantarse uno si quiera a por un trozo pan, o a por un vaso de agua, siempre hay tiempo y si no hay más remedio, se haga y se levante uno, pero si alguien a tu alrededor puede hacerlo por ti, bastara con pedirlo. Y gente dispuesta a su alrededor, doy fe, hasta nuestros días, siempre la hubo para bien propio.
Vino a caer en este mundo de pie, y lo hizo con cierta gracia, porque lo suyo fue, y sigue siendo eso precisamente, caer en gracia cosa que se notó en él desde el mismo momento en que viera la luz una vez acabada la guerra, que con él, jaleo alguno nunca fue. Tranquilidad y un paso después de otro. De modo que, espero la llegada de la calma una vez pasada la tempestad para presentarse entre nosotros, una buena mañana allá por San Juan, lejos del frío, a eso de la hora de comer.
Tras él en la familia no llego nadie más, como queriendo decir el destino, que como él ya no habría otro, cerrándose así el círculo familiar con su presencia que todo vino a iluminar. Llego, como el menor de un montón de hermanos y de hermanas, como eran las familias de entonces, tocándole el papel más llevadero en aquellos años, el del pequeño, el de zagal, y por ende, el del débil, el consentido en una única y cierta palabra…

Con su nombre, la familia lo quiso dejar todo claro, y con su apellido una clara premonición de lo que luego vendría Mínimo Buenavida. Llegaba pues, con buen pie a este mundo, heredando el nombre del hermano que le precedió, unos años antes, nombre que lejos de convertirse en una losa, le abrió el camino entre la familia a pasos agigantados. No es que hubiera dos Mínimo en la familia, dos hermanos con el mismo nombre, como si con uno no viniese a ser suficiente, si no que muerto el mayor, nacido él, heredo su nombre, cosa tan natural como habitual en aquellos años de la postguerra.

Y quien se acuerda ya del Primer Mínimo Buenavida que hubo. En realidad nadie, una placa en el cementerio para limpiar y clavar cada uno de noviembre, y bien poco más, el tiempo se encargó de hacer su trabajo y borrar ya cualquier recuerdo objetivo que hoy se nos pueda hacer comprensible.

Si murió, aquel primer Mínimo Buenavida, al nacer, si el mismo día del bautizo, si abrazado al abuelo que cayo un aciago día al suelo, muerto de perlesía, si un mal bicho en la cuna le pico, si unas fiebres… quien sabe ya, lo único cierto es que se marchó y dejo su nombre al siguiente, y al que vino por entero, la suerte le cambio.

También llegase a contar, que lo dieron a cambio de comer, en los años del estraperlo, sobraban bocas en la familia, apretaba el hambre, de tal forma y manera que acabo por la tierras de Valencia subido a una barca en la albufera y que luego prófugo en la edad de quintas marcho a América, y es más hasta se dice que hizo fortuna en la Argentina, cosa fácil, todos debimos irnos, y que alguna vez volvió para San Roque y es más, creyeron verlo, y hasta hay quien cree que algún día, cuando por segunda vez muera y muera de verdad, la fortuna argentina volverá a casa en forma de parné. Pero de todo esto que cuento, cualquiera con dos dedos de frente sabe que no es así. Aunque Minimo Buenavida, aquel que aún vive, espere que un día su suerte, que nunca fue mala, cambie, en forma de herencia llovida del cielo del hemisferio austral, donde cuando aquí es invierno, allí es verano. Asombroso.  
Su niñez se alargó hasta la inevitable, en aquellos años, llegada del servicio militar obligatorio, la mili, dispuesta a romper la vida entre los suyos, la familia misma, luego veremos que no.

 Los años hasta ese día, pasaron uno tras otro pero para él todos fueron iguales, los suyos tenía depositadas en Mínimo Buenavida todas las esperanzas de un destino mejor al suyo. Sus hermanos y hermanas de sol a sol se deslomaban trabajando mientras él, bajo el regazo materno, esperaba su momento, llamado como estaba a ser alguien en esta vida, la de todos, alguien de quien la familia pudiese presumir entre los parientes y vecinos. El que podía, él que lo tenia todo a su alcance, la escuela misma donde aprender letra, para hacerse un hombre de provecho lejos del campo, las bestias, y los jornales, Mínimo Buenavida iba a ser el crio pequeño del que la familia pudiese sentir el orgullo de por fin, haberlo hecho bien, de justificar tanto esfuerzo de los demás para con él.

Pero a Mínimo Buenavida, en realidad nunca le falto un plato y un vaso de vino en la mesa, a la hora de comer, ni nadie  le supo negar nunca nada a tiempo, en pro de que la cosa no se torciese y fuese a salir mal, se enfadase y no se aplicase, todo en pro de que él un día devolviese a la familia tanta atención como recibía, haciéndose un hombre de provecho. El orgullo de cualquier madre. Todo fue en balde.
Ya coincidiendo con la llamada filas de Mínimo Buenavida se empezaba a vislumbrar entre la familia el negro porvenir que a ella le esperaba, no así al pequeño Mínimico, con todo a su alcance, bien instruido por los suyos en el oficio de vivir, la familia iba perdiendo toda esperanza de ver sus sueños hechos realidad, y se encomendó, a falta de poder hablar con dios, al ejército, allí cambiara, allí aprenderá, allí harán de él un hombre, de que alguien, en fin, lograse hacer de él, lo que la familia a todas luces no había conseguido, un hombre de provecho.

Siempre recuerda, que la primera vez que se calzo las botas militares se dio cuenta que aquello no iba con él, no por ser la mili, si no tal vez, por ser la vida real, por tener una obligación. La culpa como siempre, de todo cuanto le pasaba, era de los otros, en este caso, del chusquero de la compañía, que por hacer la gracia le dio dos números por debajo del suyo, así que, en tanto salía de la compañía cayo al suelo entre las risas de "solidarios" reclutas y crueles veteranos. Joder, pensó, pues siempre pensó como hablo, a base de juramentos y palabras malsonantes, hoy es mi día de suerte, mecaguen la puta de oros, algo me he jodido, que andar no puedo. Yo si que me voy a reír.
Las aventuras del buen soldado Mínimo, entre las armas, no habían hecho si no comenzar y acabar a un tiempo, sin dar un solo barrigazo, sin marcar una vez el paso juro bandera y se calzo de nuevo las botas militares, meses mas tarde, cuando ya pudo andar y alguien se acordó de él y le encontró un destino apropiado como ayudante del Capitán Caballero De La Vida, quien nada más abrirle la puerta de casa lo mando de vuelta al cuartel. Márchese, mejor al cuartel, o mejor a su casa, y espere a que le llame. Déjeme una dirección. Y a falta de una le dejo tantas como hermanos y hermanas tenia amen de la de su madre. Pues esa es otra, nunca se le conoció domicilio fijo alguno.

Por decirlo de otro modo, lo calo al momento, peor el remedio que la enfermedad, pensó el Capitán, tenerlo bajo sus órdenes en casa le iba a salir la torta por un pan. Probablemente fue la única persona a la que no engaño. Meses después, el Capitán Caballero De La Vida, lo mando llamar, esta vez,  la cuarta dirección, resultó la buena, “A partir de la fecha de hoy, todos los domingos, a las cinco de la tarde, ruego me espere en la Puerta Los Perdidos. Acuda con vestimenta apropiada para las tardes de hípica. Es una orden.”.
Del resto de su vida hasta hoy, puede decirse, que fue más de lo mismo, sumando a lo aprendido en los años de la niñez, el pedir y alcanzarlo todo sin  mover un solo dedo, el saber hacer y vivir de la madurez, a través de su mentor el Señor Caballero De La Vida. Tan necesario el un conocimiento como el otro para moverse en el futuro con soltura y vivir así la vida como un domingo sin fin.

Señor este, el militar, presa fácil en los años venideros entre la familia de Mínimo Bueanvida, el mismísimo demonio se diría, a la hora de señalarlo como responsable de todos los males que sobre el pequeño Minimico se cernieron tras su paso por el cuartel, que lejos de hacer de él, lo que la familia no pudo o no quiso o no supo, que cada uno piense lo que quiera, un hombre de provecho, devolvieron a su madre, un consentido con un gusto exquisito  por el buen vivir, sin oficio ni beneficio, sin una perra, y apasionado de la hípica, el habano, los sombreros y zapatos de claque, las tarde de timbas, las noches de farra, entre otras muchas nimiedades, como su mismo nombre.

El resto de su existencia hasta nuestros días, y la misma tarde de San Roque en que me lo encontré rendido en el sofá, no digo que no sería entretenido dar cuenta de ellos, pero necesitaría tanto un tiempo como una paciencia, que ya no tengo, por contar la vida de quien por ella paso, como pasa el gato maula por la cocina, sin esperar nada en concreto, a ver que cae, soba que te soba, entre las piernas de quien cocina. 

Trabajo en cualquier caso más de lo que quiso, si bien a ojos de la gente de bien, de esa que se dice  normal, yo entre ellos, no dio un palo al agua, guiado por el paradigma militar del escaqueo, la civil picaresca. A escondidas trabajo algo, cuando nadie le tendió una mano, cuando tuvo que quedar bien, cuando la necesidad apretó… dinero al plato y poco más. Más bien el trabajo lo busco a él, al revés, en contadas ocasiones debió ser. 

Así del dinero ganado, jamás se le vio pagar nada, que no se pudiera comprar en un bar, eso de trabajar, y sudar unas pesetas que dar al gobierno, por que si, por que lo pida y diga que lo necesita, nunca lo tuvo por decente, a sabiendas, que sería mal empelado, cuando no robado, bien por el recaudador, bien por su gestor, y cuánta razón tenía…

Gasto cuanto gano, y lo gasto en sus cosas, la ropa de mudar, y la comida, pues comió cuanto pudo, sin avaricia alguna, pero siempre de lo mejor que había a su alcance, bebió como no, cuanto más caro mejor y fumo habanos por doquier y tabaco de contrabando de los años de la Base, e hizo como no, de la hípica su pasión dominical en recuerdo de su Capitán, de su amigo Caballero De la Vida, su vital mentor capitalino, cuya familia, esposa, hijas, hermanos, le culpo de su final cirrosis negándole el saludo último, cuando le dieron tierra un 25 de julio de hace años. Quizás esa fue otra de las pocas veces, que alguien le dijo no a algo.
Con el tiempo falto la madre, antes marcho el padre, luego algún que otro hermano y hermana, y de las muchas direcciones que tenía, ya apenas tenía dos o tres que dar, por si alguien le quería buscar y darle algo. A pedir no vengas, solía avisar cuando daba una y otra dirección. Pero todo había cambiado tanto ya, que de hecho llevaba años, alejado del que fuera su mundo, olvidadas sus aficiones más mundanas, refugiado en el buen comer y beber, veía pasar los días con el fantasma de la vejez acosándole, ¿Qué será de mí? Pensaba

Cercado sin remedio, reconoció que cedió por primera vez en su vida, cuando esta ya se le escapa de las manos, y firmo un contrato de trabajo, iba por fin a cotizar para el retiro, algo que nunca le preocupó… por primera vez lo vio claro, se quedaba solo, y se encomendó a la legalidad. El estado nunca muere, el estado no me dejara solo, pensó como tantos otros antes que él. Y el estado en su infinita bondad, para quien lo dió todo por su país, en interminables tardes de domingo, lo acogió entre sus brazos, y sin más le dio una pensión, una ayudica, pues su edad para trabajar ya había pasado… “joder una paga todos los meses, dijo, en mi vida me veré en otra como esta”. 

Y creyó sería una buena idea el subir a la capital una vez más como antaño, al tercer mes de cobrar, con el hortal recogido, mudao hecho un pincel y la cartera llena para darse un postrero homenaje de cara al invierno, ahora que por fin era ya un hombre de provecho, con sueldo fijo y de por vida y así al poner el pie en el tren mareado de la emoción se fue al suelo, como aquel primer día de mili.
Un postrero golpe de suerte le devolvió a la vida en un primer momento, que tal vez no sea con el tiempo si no un engordar para morir. Viajaba en el mismo tren un bisnieto del afamando médico de Celama, Ponce de Lesco, ojo avizor para no pasarse la parada en la que bajaba. Llegando a la Villa de Albónica por primera vez en busca de información para su tesis doctoral en torno a las diferencias genéticas que acompañan el sabor, del cerdo rosa común frente a su hermano el de la pata negra, para gustos los colores, también en el jamón. El joven, a diferencia de sus antepasado se había decantado por la carrera de veterinaria, en contra de la voluntad de toda su familia, sin embargo, su primer diagnóstico una vez lo devolvió a la vida fue sin duda el más certero: Este hombre ha vivido mucho.
Fue quizás cosa de dios, del destino, del paso del tiempo, como queramos llamarlo, o de la misma vida, que desde el mismo momento en que llego a ser un hombre de provecho, empezó a cobrarse viejas deudas, ella, la vida, que no es como el Estado, y que no ha de buscar voto alguno, dio curso a lo inevitable. 

Así el bajón en los meses siguientes, fue tal, que golpe tras otro, comenzó Mínimo Buenavida a vislumbrar el final de sus días, con tanta resignación como dignidad, en contra de lo que cabría pensar, recibiendo golpe tras golpe, con la caballerosidad que a pesar de todo siempre le acompaño. Esta vez me ha tocado a mí, fue la frase que más escucho la poca familia que aún le quedaba. Adiós a los últimos caliqueños de los bares escondidos, pues ya no había en pie tabacalera alguna, ni nacional ni extranjera que para su gusto, supiese hacer tabaco, adiós, al coñac francés, a los dulces, al marisco, a la carne de cerdo, y ternera, a la sal… a cada análisis, a cada visita al médico, una nueva pastilla, una nueva prohibición, … y siempre en pie el diagnóstico inicial: “Usted, Don Mínimo Buenavida, a pesar de ser aún joven, y no haber cometido grandes excesos, ha vivido mucho”.
Y así, encarando el futuro con tranquilidad y realismo, lo encontré la tarde del pasado 16 de agosto día de San Roque, cuando lo visite. Abrí la puerta de aquella vieja casa, otrora casi un palacio, parada y fonda, posta, tienda, … hoy en ruinas, del todo inhabitable, reducida a un cuarto bajo en el patio que hace las veces de todo, rodeado de trastos y basura, con la estufa encendida, viendo los dibujos animados de Disney Channel, tumbado en aquel viejo sofá de escai, que su amigo el Capitán Valiente de la Vida le trajo en la baca de aquel 1500 desde el Sepu a casa el verano que decidieron ir a ver el mar y comprobar in situ, si todo cuanto decían era verdad, a propósito de las suecas.
Yo lo miraba, allí tumbado en el sofá, rodeado de lo que fue una vida, y el me miraba, hola que tal, bien, jodido, anda, no te sientes, cambia de canal… y ya nos lo habíamos dicho todo. 

Encontré por fin donde sentarme y seguí contemplando aquel cuartucho, aquella casa, aquel cubil, con más mierda que el palo un gallinero. Ahora que no había nadie que le hiciera las faenas propias y ajenas. Estaba por fin solo.
Se incorporó, se medió sentó como pudo en el sofá y habló sin que yo le preguntase nada: Aun estoy de médicos, arriba y abajo, pero lo que me dijo el primero, el del tren, cuando me levanto, sigue valiendo, llevo mucho vivido y si como parece la cosa, no me atinan, y aunque he decidido hacerles caso en todo cuanto dicen, si llega un día en que la cosa no se endereza, si como estas mañanas que llevo, no puedo ni levantarme, si durmiendo no descanso, y despierto me duele todo, mira, ahí está todo cuando necesito. 

Y señalo el viejo armario de sus abuelos, en el cual con una puerta en el techo esperando que alguien la llevase al sitio treinta años después de caerse la última bisagra, se veía la muda con un par de trajes de domingo, alguna bufanda de seda, bastones y sombreros amen de la escopeta. 

Me pegare un tiro y me iré. Enfermo no seré una carga para nadie, ya he cundido bastante estando sano, como para que ahora la poca familia que queda tenga que estar pendiente de mí, como lo ha estado siempre. Una cosa es dar faena con salud y otra en la enfermedad, y hoy, el que más y el que menos en la familia esta jodido. Un tiro y se acabó, una mañana te llamaran y te dirán, que el pobre Mínimico Buenavida, se levantó temprano, se mudó y se pegó un tiro. Hazme caso, no me tengas pena.
Y así, con la certeza de que por fin entre unos y otros, a la familia había llegado un hombre de provecho lo deje postrado en el sofá, con la escopeta a mano, a la espera. Dejando el tiempo, pasar. Todos dejamos el tiempo pasar, si pararlo pudiéramos, o mejor, volver atrás. Me fui tranquilo, esa es la verdad.

Hace unos días, esta misma navidad, pase nuevamente a verlo.
Seguía igualmente postrado en el sofá, esperando, sin duda lo que mejor se le ha dado en esta vida, esta vez esperaba que le cayera del cielo un tazón de caldo. Me mando echar la cadena de la puerta, envolver las cortinas de las ventanas, y después se levantó, me acerco sin problemas una silla, saco un trozo pan, un poco de lomo y el porrón que no falte, para hablar largo y tendido, de lo que el tiempo le había traído. Principalmente pena.
Los médicos son unos tíos cojonudos, me han tenido estos meses como puta por rastrojo de un sitio para otro, que ni aun vivir me han dejado, que si ahora esto, que si luego lo otro, que si esto no te lo tomes, que si de aquello dos pastillas, que si come esto, que si lo otro, que bebas poco, que fumes menos. 

Menudos cabronazos, los unos y los otros, pues lo poco que me dan, se me va en medicamentos, vamos que de la paga no me queda una puta perra, a la fuerza ahorcan, los vicios también me los han quitado, pero, mírame ahora y acuérdate como estaba por San Roque, me han quitado veinte años de encima y de propina me han cascao otros veinte años mas de vida, a mi, que me creía que no me iba a morir, y me había de pegar un tiro. 

Por cierto, mira, ya no tengo escopeta, los hijos de puta que mandan no me dan el permiso de armas, y la he tenido que vender, se les ve buena gente, se les ve que me quieren, y no querrían que una mañana me pegara un tiro, por que miedo no creo que me tenga, que yo he sido siempre muy tranquilo para todo, joder que país este, que ni aun matarte conforme dios manda puedes, de pegarte un tiro nada, si quieres te ahorcas como un cobarde, pero ande tiro yo en esta casa una soga para colgarme, de cojón, me tocara como a todos, morirme de viejo en la cama. Ahora si que me han jodido bien, la cosa echo a ponerse fea desde el mismo día en que prohibieron fumar en el bar. Jodidos políticos, así les lleguen todos mis males...

Conque en esas estamos, coño ya me ves, de puta madre estoy, y mira que limpio y recogido lo tengo todo, y sin un pariente cerca, que eso es lo mejor, que nadie me dice nada, ni una palabra mas alta que otra.

A todo el mundo le doy pena, me tienen lástima, y a uno, eso es lo mejor que le puede pasar, ahora todos se desviven por mi, por que no me falte de nada, por el pobre Minimico, que si te hace falta algo, que si cualquier cosa que necesites, que no te muevas, que ya me levanto yo, que si esto, que si lo otro, ya ves, la cuadra en la que he vivido siempre ahora limpia como una patena, yo que nunca he movido un dedo, esto es jauja, he tenido una suerte loca.

No me veo en nada, ahora mismo estoy esperado me pasen un tazón de caldo para comer, y a la noche me han dicho que me pasaran un poco de asado, joder, algo bueno, aunque no me acuerde, habré hecho yo en esta vida para que ahora me lo paguen así, pero ya te digo yo que mayormente, dar lastima es lo mejor que hoy uno puede hacer, y más que lastima pena. 

No me falta de nada, por eso te he mandado echar la cadena y las cortinas, porque no quiero que me vean todas estas beatas del copón bendito aquí de palique con tu, y en cuanto te vayas, me capuzo otra vez en el sofá, y a la tarde, pasara el meapilas este que algo se huele, pero que se joda y me corte leña para la estufa. Y ese jamón que traes, ¿es para mi?, yo también te doy pena, joder que bien va la cosa, mira ahí, la despensa llena, conservas que me pasan, el arcón lleno que me ha tocado encenderlo otra vez como en los buenos tiempos, cunado lo tenia hasta arriba de gambas, coño hasta mermelada sin azúcar me pasan.. venga, que en cualquier momento me trae la tía esta la sopa, me voy al sitio, al sofá a sudar y dar pena, y tu tira para arriba con el jamón, y cuelgalo en el granero de atrás, y sobretodo mira de que no te vean, y no lo pongas al lado de la ventana, tíralo para atrás, con el otro que me dieron. A nadie le importa saber lo que tengo.