martes, 1 de marzo de 2016

De los Peribáñez de Luco

Saludo
BIEN  maño, entendido, ya me dirás en que puedo ayudar. Esta tarde te conoceré.
Primos
LOS dos nacimos en Luco, catorce años me lleva, él es quien manda, a mí me falta uno para los ochenta, así que echa la cuenta, y sabrás los años que tiene. ¡Y como manda ¡ te has dado cuenta?, manda y ordena. Yo a su lado, nunca mandare, el lleva la voz cantante, como debe ser, para eso, no solo es el mayor, sino que además, él lleva el apellido de la familia en primer lugar, y yo en segundo. Con eso, está todo dicho.
Por qué no nos ven hablar, dicen que no nos queremos (JA Labordeta)
LA vida da más vueltas que manda dios, mira donde estamos hoy, en Torrero, parecemos tontos, pensamos que nunca nos va a tocar, y no es así, pasan los años, y la familia va y viene, se junta y se separa, y al final, los que quedan se buscan. Y eso nos vino a pasar a nosotros después de años y años.
Entonces, cuando no había de nada, ni coches ni perras, a cualquier hora íbamos andando de un pueblo a otro a ver a la familia, luego llegaron, los coches, los trenes los autobuses, y con las prisas, dejamos de ir a ver a la familia.
Unos nos venimos a la capital, otros se quedaron en el pueblo y entonces, nos mandábamos recuerdos con unos y con otros, y cada uno vivía por su lado, cada vez nos veíamos menos, pero siempre que había ocasión,  preguntábamos y se mandaban recados, y por obligación, como esta de ahora, nos juntábamos en alguna ocasión…
El caso, es que no, por no hablarnos dejamos de querernos, y como primos, a lo que quisimos darnos cuenta, vimos que se nos había ido la vida. Y así llego ese día, en que alguien te dice, oye sabes que tu primo está en Zaragoza, y donde, en tal sitio, hombre, vecinos somos.
Desde aquel momento, años ya, en que me entere y lo busque, hemos estado juntos. Y él manda.
Guiñote.
SI llego tarde a la partida, me pone a caer de un burro, si llego antes y me ve sentado con unos o con otros, me llama y me dice, hoy jugamos con aquellos, y nos vamos a la otra punta del hogar, a esos déjalos me dice, y a los otros también, vamos a por aquellos, y no hay más que hablar…
Se juega con quien él dice, que para eso manda, y todos quieren jugar con nosotros, por ver si nos ganan, todos nos tienen ganas, pero no hay quien nos gane, somos los mejores. A mí se me escapa alguna carta de vez en cuando, y me dice de todo, o de casi todo, solo le falta decirme que no valgo ni para cuidar ovejas, y entonces lo provoco y le digo, ya está el Cabo de Gastadores, el tío del bigote, que al fin y al cabo es el primer recuerdo que tengo de él, al verlo llegar de la mili, allá en Luco en la puerta de casa. Aún guardo una foto suya en la que echa más bulto el bigote que él… pero a él, jamás le he visto echar la carta que no toca, aún tiene que ser la primera, vamos en arrastre y es capaz de decir que juego lleva cada uno. Es el mejor. Si nos jugáramos las perras seria otra cosa, nadie se nos acercaría, pero por un café con leche y un botellín de agua, tú me dirás.
De esas cosas que de pequeño se te quedan en la cabeza.
La una
UNA de ellas el respeto, cuatro años, entre el final de la guerra y lo que vino después, se pegó en la mili, matando hormigas con las botas en los Pirineos, se los recorrió todos de arriba abajo y vuelta a empezar, igual hiciese frio que calor. Así que no le digas de ir de excursión a los Pirineos.
Y al volver a casa, yo un crio, al verlo, me pareció un tío enorme, con ese bigote que se había dejado, y ese poco más de metro y medio que siempre midió, y aun mide. Y alguien cercano a casa, le pregunto, ¿cazaste muchos maquis?, y el tranquilo, ni se inmuto, simplemente dijo: ¿y para qué?, y el otro no supo que decirle. Dandole a entender, que todos somos lo mismo, que un día estamos aquí y el otro allá, y que quien más pierde, es quien se va, quien nos deja. Como hoy.
Y la otra, que hace dos.
SERIA que quien siembra recoge, y tal cosa ocurrió el día de su boda, cuando se casó con la más guapa y flamenca de Navarrete. Catorce años tenía yo, y otros catorce que me lleva, a esa edad se casó.
La primera vez que salí de Luco, fue ese día, y salí para ir a Navarrete, a la boda del primo, madrugamos toda la familia y en cuadrilla echamos andar, para llegar a la misa, ¡qué tiempos!  Y al acabar y salir de la iglesia, ocurrió, esa otra cosa, que por lo que sea, se me quedo grabada, y como era costumbre, antes de comer, los recién casados, dieron la vuelta al pueblo acompañados de los joteros, unos con la guitarra, otros con la bandurria y los cantadores de la familia, a casa de unos y de otros, de los parientes y amigos. En fin, a cantar y pasarlo bien.
Cuidado con cómo eran las jotas antes, que te echaban una canta en la puerta de casa y te colgaban el San Benito y la faena era tuya para quitártelo, no habido pocas riñas los días de ronda ni nada… Conque cuando su suegro dijo que le iba a echar una canta, yo que era un crio, lo primero que pensé, por lo que había oído contar, yo y todos, todos pensamos lo mismo, a ver que canta este hombre, aquí en su pueblo delante de medio Luco, a ver que le canta, si comemos aquí, todos como amigos, o salimos a palos.
Mira, se hizo el silencio, vamos que se podía cortar con un cuchillo, un tío, su suegro, como cuatro veces el yerno, todo serio, y dispuesto a cantar, las familias que se miran, y a ver que va a pasar aquí, porque según lo que cante, esto se acaba y nos volvemos a Luco, no andando si no corriendo, así que el hombre se preparó y cantó:
Si algún día en la calle me encuentras
No pases sin hablarme
Que el amor que te tengo es tan grande
Que la vida podría costarme
(Cantada aquel día por Fabián Grange, de quien ya nadie en la familia recordaba cantase jotas)
Mira, aquello fue, de lo mejor que he vivido, acabo de cantar y todo era aplaudir y abrazarse los unos y los otros, y yo que era muy poca cosa y un cobarde, de pronto comprendí cuanto nos querían en ese pueblo, gracias a él, se me paso el miedo de repente, y aprendí, que cuando uno es buena gente no debe temer nada, y de eso que piensas, yo de mayor, quiero ser como mi primo, que haya donde va, tiene todas las puertas abiertas, y él lo consiguió, ya entonces, siendo el primero para trabajar, el primero para ayudar, y siendo noble, muy noble… No me sé más jotas.
Y tú de Calamocha
PUES yo de Luco, no vamos a entrar en quien es mejor que quien, a los de Calamocha se les da la razón y punto. Allí hace más frio que en mi pueblo, y no hay nada más que hablar, pero en cambio no tenéis cerezas, y yo prefiero las cerezas al frio.
Un año que subimos a llenar los bidones de gasoil en el remolque del tractor, a la altura del Salobral, casi nos volvemos, muertos de frio llegamos pero muertos de verdad, aunque en un velatorio este mal decirlo, no he pasado más frio en mi vida, bueno, sí, hubo un día en que aun pase más frio, pues antes de que Calamocha llegase a los treinta bajo cero, el record del frio, lo teníamos en Luco.



Cuando Luco era el pueblo más frio de España
HACIA muchismo frio dentro y fuera de casa, y entrada la noche, nos fuimos a la cama, al piso de arriba de la casa, en el de abajo todo bien cerrado y el hogar encendido, y en el de arriba del todo, en el granero hasta los topes de paja para no dejar entrar el frio.
Y al cabo de rato sentimos que mi madre empieza a chillarnos, y venga levantaros todos, esta noche morimos todos, no os quedéis dormiros, agarrar las mantas y todos al hogar, a mi madre le parecía y a todos como luego supimos, que aquello era el fin del mundo. La pobre estaba fuera de sí, no fue persona hasta un par de días después, tenía miedo a dormirse y morirse de frio sin darse cuenta, … nos hizo bajar al hogar, echar más leña y pasar allí la noche junto al fuego, vestidos y con mantas por encima en un duerme vela que se hizo eterno, … en todas casas se veía el hogar encendido, el humo, aquel día en Luco, luego se vio, no hubo nadie que durmiera en la cama.
Mi madre todas las noches, se subía a la cama con un tazón de leche con algo de café, y allí antes de acostarse se lo bebía, y aquella noche, como siempre se subió con la taza la dejo en la mesilla, se acostó y a lo que fue a echar mano, no se lo pudo beber, se había helado en un instante. Aquello le impresiono de tal manera, que comenzó a gritar fuera de sí, que nos despertásemos, que nos abrigáramos y bajáramos todos al hogar, y sobre todo que nos moviésemos y no nos quedásemos dormidos, porque si nos dormíamos, moriríamos todos.
Al final, pasamos la noche, todos allí juntos al lado del fuego, y a lo que empezó a verse la luz de la calle y el sol, y la gente empezó a moverse y salir a la calle, vimos que todos contaban lo mismo, y en eso, que alguien cayo en la cuenta, y pensó en ir a la puerta de la iglesia, donde estaba el único termómetro que había en el pueblo, y allí que fuimos todos.
Era de día, con sol, y marcaba 28 grados bajo cero. No le dimos más importancia de la que tenía, allí se quedó el mercurio parado, ya ni subió ni bajo, allí murió.
De vuelta a casa, a mi madre no le dijimos nada, igual le daba ocho que ochenta, a ella se le había helado el tazón caliente y no necesitaba saber más, eso no le había pasado nunca, aún estaba fuera de sí, y aun tardo en volver a ser persona, de hecho aquel día, en casa cocinamos los hombres. Pobre mujer, casi se muere de miedo la noche más fría que acertamos a vivir.
De la tele y el periódico.
COMO no había de nada y de lo poco había mucho, nadie se enteró, de la temperatura de aquella noche, no es como ahora que te enteras de todo, quieras o no quieras, siempre miras el periódico o la tele por ver si sale algo de Luco, y te enteras de las cosas.
Estos años, han hecho muchas cosas allí, y hace cuatro días, salió en todos los sitios, lo del carnaval, los zarragones. Te han de gustar los carnavales, y a mí, la verdad no me iban mucho, a mi hermano en cambio sí, y mucho, él se vestía de diablo, con una tela de saco, la cara pintada con un corcho, un sombrero, y las tijeras de podar los árboles en la mano, daba miedo, y en la boca con una patata pelada, se hacía unos dientes la mordía y parecía, que se yo… Pero luego dejo de celebrase, a Franco no le iban esas fiestas, y tampoco es que la cosa después de la guerra estuviese animada para ninguno. Todo vuelve.

Volver
ME guastaría volver, si quiera por unos días, todos los veranos hasta el final, pero en el pueblo ya no queda nada, ni aún casi nadie, volver y abrir la casa, dar vuelta, sentarme en donde teníamos el hogar, quitarle el polvo a los retratos de la familia y santos que aún están colgados, ver las fotos que allí guardo, y recordar, no necesito tele, con ver las fotos tengo bastante, una y otra vez las veo, y me vienen a la cabeza las historias que guardan.
Volver al pueblo y encontrarme con unos y con otros, con los pocos que ya vamos quedando, charrar con todos, ya todos son amigos, el tiempo todo lo cura, estamos aquí de paso,  pasear, seguir el camino del rio a la Virgen del Rosario, llegar al Amazonas, el rio, donde deje la chopera y la di por perdida, cuando decidí no vender la madera. Me acordaba de lo que paso en la familia la última vez que la vendimos, y nos engañaron, nunca hemos sabido el precio de las cosas, siempre hemos trabajado por lo que nos han dado y nos ha parecido bien. Pero a veces las cosas, pasan de claro a oscuro.
Ya habrán muerto los chopos, y si no, morirán conmigo, decidí que sería así y así será cuando nos toque, no venderé, lo mismo que los cerezos de la viña, en mala hora arranque las cepas, debí también dejarlas morir conmigo. Casi me costó la vida, ver un día de paso, la viña mal labrada, los ribazos emparejados, y los cerezos destrozados, aun en pie por estar en alto y no llegar el tractor.
Nadie te pide la tierra, y eso que estas deseando darla, la cogen como si fuera suya, y la labran, se creen en el derecho, nada respetan, ya no hay hitas, ya no hay ribazos… yo no quiero dinero, quien necesite la tierra, ahí la tiene, la labre, pero la respete. No hay nada peor, y a todos nos ha pasado, a nosotros a los dos, ver lo que fue tuyo, de tus padres, de tus abuelos, lo que aún es tuyo, y a ellos tantos horrores les costó,  tratado como si no valiera nada.
Ya solo me quedan las fotos, cuarenta hay, algunas repetidas… en fin, es la cosa así, a nosotros también nos movió el hambre a labrar lo que no era nuestro, pero hoy, todo parece más fácil, y no es el hambre el que tira los ribazos. Es, tú ya sabes lo que es, tú ya me entiendes. Te duele.
Pero como vuelvo ahora al pueblo, yo a Luco y el a Navarrete, como vuelvo yo, solo, yo que vivo para contarla, perdida la familia en el camino, y la poca que queda su vida hecha lejos de todo, como vuelves si ya no conduces, sin tiendas, sin nada a mano, dependiendo en todo de los demás, con miedo, que uno ya tiene a todo, a lo que se encuentre, a lo que te pueda pasar, y a quien llamas, un favor se puede pedir un día, pero no a todas horas, y a quien llamas…si ya el único que te debe algo es que labra lo tuyo.
Adiós
SE está haciendo tarde, no parece que vaya a dejar de llover, se ha estropeado el tiempo, dicen que viene el frio, una pena, con el la temperatura tan buena que hacía, todo en flor.
Tendrás que atender a la gente, mañana nos veremos otra vez, siento no tener con quien ir y no poder acompañaros, hace unos días pase por casa a verlo, ya se veía el final, nació, en una cueva, en un pueblecito de Granada, (Fonelas), y lo vais a llevar a Navarrete, ¡que mejor sitio!, allí estará bien, buena gente, yo no os podre acompañar, me quedare aquí y después de la misa, con la luz del día, daré vuelta de la familia, les llevare unas flores.
¿A qué hora has dicho que es el entierro?

lunes, 15 de febrero de 2016

Tren a Valencia.

A veces me duele, el alma se me va de las manos, en un ahogo dulce, y vuelven a mi recuerdos olvidados, como si lentamente mi vida fuese pasando, ese instante final del que hablan, años ya en mi caso, y con ello aparece, el miedo a olvidarlos, pero sobre todo, el miedo a no poder contarlos, y ello me hace escribirlos a mata caballo, como labraban mis abuelos, por mal de ganar algo más. De contar algo más en mí caso.
Así, esta mañana al ver el sol, he recordado la primera vez que lo vi. En realidad, aquella en la cual tome conciencia de ver el sol, un lejano día en el cual madrugamos para ir al médico en Teruel.
Yo hasta ese instante, me sentía el centro del universo, tan era así, que creía a pies juntillas, que el sol no solo giraba a mí alrededor, sino que además, salía para mí. Cuatro o cinco años tendría, camino de seis tal vez, cuando me quedaba mirando fijamente al reloj de cuerda, de esfera blanca y carcasa roja, cuyos números brillaban en la oscuridad al ritmo de un tic tac, que de noche se oía en toda la casa.
Reloj que mis padres de recién casados, le habían comprado a Juanito, el andaluz de Murero, aquel buen hombre, que era viajante y todo cariño y que desde Daroca se recorría toda la comarca día a día, capazo tras capazo, sabanas, ropa blanca,…lo que fuese menester, o tal vez se lo compraran a Santiago el relojero del Rabal, pues nunca se pusieron de acuerdo. ¿Juanito relojes?, sí, al principio vendía de todo para la cocina. Yo no entendía nada. Relojes, vajillas, camisetas… ¿cocina?
A esa edad, antes de las nueve de la noche, ya estábamos en la cama, y dado que la escuela la teníamos en la puerta de casa, nos levantábamos a las nueve en punto, de modo que sin querer, ni darme cuenta, le daba la vuelta al reloj, dormía hasta que cantaba el tocino reclamando la chura, mis buenas doce horas, pero dicho detalle, no me entraba en la cabeza, lo cierto es que me iba a la cama antes de las nueve  y me levantaba tan solo un poco más tarde, a eso de las nueve. Con el tiempo justo para medio lavarme la cara, con esa agua tan fría que salía del grifo, abrigarme, coger la cartera y las galletas con mantequilla y azúcar, para el recreo, y volver la esquina del Barrio camino de las escuelas, no sé por qué, pero aquellas galletas, se habían puesto de moda entre los párvulos, tan simple manjar nos resultaba delicioso.
Así aquella mañana en la que nos fuimos al médico a Teruel, mi madre me levanto un poco antes de las ocho, y para mi sorpresa, al abrir la ventana, vi que era de día, es más, había un sol espectacular sobre la rosada del tejado del corral de Miércoles y su cartel de Chatarras, trapos, papeles y botellas. Pero ¿cómo era eso posible?, cómo si me había ido a dormir a las nueve, me podía levantar a las ocho, antes de la hora en que me había acostado, y además ser de día,… A mi hermano le costaba dios y ayuda hacerme entender, que el día tenía más horas de las que yo pensaba, en concreto veinticuatro, pero yo en el reloj solo veía doce. Ver para creer.
De camino al autobús, seguía pensando en el reloj de casa, el que más cercando tenían, era al hacer la comunión, cuando te regalaban y comenzabas a llevar reloj en la muñeca, así que de jugar con el despertador de casa nada de nada, ¿seria verdad que los reljoes tenían más de doce horas?, Rabal abajo, con el frio de primavera, el sol, el pasamontañas, las manoplas, no dejaba de darle vueltas a la cabeza, alguna explicación debía tener, era de día, era de día, había sol, y el sol no salía cuando uno se levantaba, si no vete a saber cuándo,… al llegar a las Cuatro Esquinas, se oía el altavoz de los autobuses de Zuriaga, o como solían poner, de vez en cuando, en la propaganda de los programas de las fiestas, para sonrojo de Doña Pilar, Zurriaga, avisando de la llegada del autobús de las ocho. Las ocho y de día. Aquel señalado día en que vi la luz del sol, lo hice para dejar de ser el centro del universo. 
Pero si no me situaba en el tiempo, a duras penas lo hacía en el espacio, dicen que por aquellos días me conocía bien la carretera de Teruel, por los continuos viajes a los médicos, con frio, con nieve, y hasta un día que diluviaba y no pudimos pasar de Singra, en cuyas fuentes y canales, era espectacular ver correr el agua en medio del secano a través de esos medios tubos que hacían de canal, y lo salpicaban todo, donde mi padre llenaba la botella de agua y me daba a beber, solíamos parar a refrescarnos, subíamos en camión, en furgoneta y en coche y siempre de prestado, amén del autobús.
Sin embargo un buen día, pusimos rumbo a Golmés, un pequeño pueblo de la provincia de Lérida, a unos trescientos kilómetros de Calamocha, íbamos a ver al Tío Secretario, hermano de mi abuelo Casimiro, y con él a toda su familia, así que tomamos rumbo a Zaragoza, en el Renault 8 de mi Tío Jesús, íbamos los seis, casi nada, mi tío y mi tía delante y nosotros cuatro atrás, mis padres, mi hermano y yo. Poco equipaje llevaríamos, y poco bulto echaríamos, aquel coche tenía el maletero delante, el motor detrás, y unos asientos verdes de skay ideales para el calor. Llegando a Luco, viendo las primeras casas, apenas a diez kilómetros de Calamocha,  a pesar de la advertencia de lo largo que sería el viaje, no dude en preguntar, dando botes de contento, si ya habíamos llegado a Lérida. Mecagüen el crio el copón, que cosas tiene.
Y tenía más cosas, ya lo creo, pues una vez llegados a Golmés, y jugando en la puerta de casa con mi hermano y mi prima Maria del Mar, dicen que eche en falta algo, no se el que sería la verdad, el caso, es que decidí volver un momento a casa, a Calamocha, los deje allí jugando y tome el camino del Barrio.
No debí llegar muy lejos, pero según siempre han contado, tardaron un tiempo en notar mi ausencia, uno siempre ha pasado prácticamente desapercibido, así que al cabo de un buen rato, cuando por fin se dieron cuenta de mi ausencia,  comenzaron los nervios y las prisas hicieron presa de la familia en su punto justo “mecagüen el crio copón, habrá que atarlo”, decía mi tío Jesús, con gran sentido práctico,…No andara muy lejos, decía el Tío Secretario, todo el mundo sabe que venía mi familia, alguien lo encontrara.
Y donde estará, donde habrá ido, y por donde vendrá, vamos a buscarlo y que hacemos… unos por aquí, otros por allá,… y en ello estaban cuando efectivamente me llevo una mujer de vuelta a casa, susto pasado para todos, me traía de la mano, charlando conmigo, no sé qué le contaría o que me contaría ella, quien no paraba en piropos hacia tan maja criatura como era uno de pequeño, vamos que, se había enamorado de mí sin remedio. Si no lo quieren, me lo den y me lo llevo, conmigo estará bien, dijo al llegar… pero se ve que me querían, y no me dejaron marchar. De haberme dejado allí, Recuerdos de Golmés, se llamaría el blog, que cosas. Años después, vino a ocurrir algo parecido, no es que me volviese a perder, pero sí que estando ingresado en la Residencia de Teruel, una señora del norte, de Éibar, sin hijos, harta de cuidar a su sobrino con el que compartíamos habitación, le rogaba una y otra vez a mi madre, que me dejase, marcharme con ella. Recuerdos de Éibar, se llamaría el blog ahora…
Y así y todo, en mi titánica lucha por la comprensión del tiempo y del espacio, por encontrarme a mí mismo, un buen día, subí al tren.


Viernes, 28 de junio de 1974
Aquel día pasamos a casa de Doña Pili, la maestra, quien vivía allí en el Barrio junto a nosotros, para recoger las notas del curso, los últimos días de clase, de segundo de párvulos, me los perdí, a buen seguro por algún achaque propio de tan tierna como feliz edad, el caso, es que ella, allí en la puerta de su casa, me dio las notas, un abrazo, y un par de besos, como diciéndome que ya estaba listo para comenzar a ver mundo, me esperaba a la vuelta del verano, ni más ni menos, que primero de EGB, si bien, antes, teníamos por delante las vacaciones, y nos íbamos, ese mismo día, a Valencia. A ver el mar. Mi tío Jesús nos esperaba con el coche para acercarnos al tren.
Al llegar a la estación, a mí ya me parecía estar lejos de casa, en cualquier lugar del mundo, era todo tan distinto a las calles del pueblo, tres o cuatro coches aparcados, un montón de gente, el matadero, el silo, y un bloque de pisos como los de la capital… ¡y aquello era Calamocha!, no me lo parecía esa es la verdad… El color rojo de la estación y de los pisos me impresiono y siempre me acompaño, como “rojo Calamocha”, además, frente a mí, el campo de aviación, con aquella veleta que marcaba la dirección del aire…
El tren vendrá por allí y os iréis por allí, vendrá de Zaragoza, cuando salga del túnel, veras la luz, asómate y lo veras… Asombroso, allí mismo estaba Zaragoza, tras el túnel, y un poco más allá, Valencia. Pero no era del todo así.
¡Un viaje en tren!, en realidad no se podía pedir nada más, enseguida subimos y nos sentamos en unos asientos enfrentados dos a dos, con una mesa plegable en el centro, donde comer, merendar y jugar, y el tren, que no espera a nadie, se puso en marcha camino de Valencia. Recorrer los poco más de doscientos kilómetros, que separan la capital del Reino de Calamocha nos costó casi nueve horas, salimos sobre las doce y media y llegamos cerca las nueve, toda una eternidad, pueblo a pueblo, estación a estación, subir, bajar, parar, arrancar, todo ello, pegado a la ventana sin quitar ojo al paisaje… Recuerdo perfectamente, de tantas y tantas veces como hemos revivido aquel épico viaje, la hora en el reloj de salida, la una menos veinte y la hora en el reloj de llegada, las nueve menos cuarto. La hora de dormir. Valencia estaba lejismos, esa es la verdad, y aun hoy, en tren, sigue estando prácticamente igual. No todo cambia.
Algún día debí darme cuenta y comprender que el día tenía veinticuatro horas, aunque nadie entonces usaba el término AM o PM ni se le ocurría decir a las veinte horas, por las ocho de la tarde, decididamente ahora todo parece más fácil, y los relojes son digitales mayoritariamente. Y también debi tomar conciencia del espacio, del lugar donde había venido al mundo. Calamocha. Pero no lo recuerdo.
El viaje de vuelta se os hará más corto, nos dijo mi madre, los viajes de vuelta siempre son más cortos. Tal afirmación no venía si no a complicarlo todo, si la distancia era la misma, debería durar lo mismo, volveremos en coche, dijo. El caso es que en coche o en tren no dijo ninguna mentira, los viajes de vuelta siguen siendo más cortos, todo un misterio, aunque en este caso, mi madre bien se podía haber callado, dos, tres semanas después, una mañana el Tete Manolo y la María vinieron a recogernos para llevarnos de vuelta al pueblo, todos a bordo del Seat 850 amarillo, lo mismo que el Renault 8 pero más cañero. Fue un viaje igualmente fantástico.
Salimos a primera hora de la mañana con el fin de llegar a la hora de comer a casa, estábamos esperando en la calle, desierta de coches y personas, cuando finalmente vimos aparecer el coche amarillo, y el Tete Manolo bajo para tratar de organizar el equipaje y los pasajeros, fue tan fácil, que no dudo en provocar a mi Tía Felisa, ¿quien no tiene o ha tenido una Tía Felisa?, afirmando que aún quedaba sitio para ella, y su inmensa humanidad, mi Tía, valenciana a mas no poder, todo lo valenciana que uno puede ser habiendo nacido en Torrijo del Campo, respondía al cariño del Tete en su propia lengua: Che collons, quina pasiensia te la Maria con tu, la mare que va, quina pena de home,… no me toques la figa que …
Recorrimos las calles desiertas de Valencia que desde aquellos días hasta hoy cuando vuelvo y me pierdo, me resultan tan familiares. Y nos pusimos en camino, el Tete, como era de costumbre en él, no paraba de hablar, y repartir cariño y hacía sonar la radio, todo un lujo… íbamos con tanta calma o rapidez como requerían las circunstancias, subiendo el Ragudo, todos vehículos ya en procesión, en caravana, cuando de repente otro Seat 850 amarillo , algo más sucio que el nuestro, que siempre brillo más que ninguno, nos pitó y adelanto, la gente joven no tiene conocimiento, dijo el Tete, iban a toda pastilla, por el lado izquierdo, con las ventanillas bajadas, cantando… bueno, debíamos ir a veinte por hora, no mucho más. El caso es que unos kilómetros más adelante, o tal vez metros, la caravana se detuvo, se paró, y se acabó. 

Allí comimos a pie de cuneta, jugamos a fútbol, algo ha pasado, decían los mayores,.., paso la grúa, y finalmente, volvimos a movernos… El otro 850 amarillo, el de los jóvenes, acabo en la cuneta, se cruzó de tal manera, que hasta que no llego la grúa no se pudo volver a circular… Veis lo que pasa dijo el Tete… En cualquier caso, ya habíamos echado el día, eso de que los viajes de vuelta son más cortos, aun siendo cierto no es verdad, paramos a merendar al llegar a Teruel… como nunca se sabe lo que puede pasar tanto mi madre, como la primera mujer que me tuvo entre sus brazos, la María la mujer del Tete, habían echado algo de comer, por si acaso… y a paso de burro llegamos cerca Teruel, paramos y merendamos… de modo que al hacer de noche entramos al Barrio.
Lo cierto es que hoy por hoy aún tengo un miedo a perderme tanto en el espacio como el tiempo, y tanto lo uno como lo otro, me sucede cada vez con más frecuencia. Me detengo, miro el reloj, pienso no puede ser, miro a mi alrededor, y me digo, qué hago aquí, a dónde voy. El día que me pregunte, ¿quien soy?, el blog se habra acabado.

lunes, 1 de febrero de 2016

EL JARDÍN DE LOS NARANJOS

Todos los libros se deben leer, y para nosotros, en especial aquellos que de un modo u otro, recuerdan a Calamocha, gran suerte la nuestra, El Jardín de los Naranjos, de Jon Lauko, escritor "calamochino", por la gracia de Dios, resulta imprescindible leerlo.


LEER una novela de Jon Lauko, leer algo que me recuerde a Calamocha, es un placer que como lector, quisieras nunca acabase, es como un oasis en medio del desierto, un descanso, el paraíso mismo, un lugar, sus novelas, donde quedarte y disfrutar, de la esencia de la vida misma.
Más aun, hoy si cabe, inmersos como estamos en esa travesía por momentos tan soez como atroz, por la que “obligados” caminamos la mayor parte de las veces, sin remedio, de mala gana, travesía en el desierto, en la cual parece se han convertido nuestros días.
Por ello, y por todo lo que a uno pueda recordarle la tierra donde vio la luz, amén de otras muchas más cosas, leer el Jardín de los Naranjos, ha sido una auténtica delicia. Con lo cual, ya lo he dicho todo.



Sin embargo, tanto lo uno como lo otro, con el paso del tiempo, se acaba, se acaba el libro, se acaban los días entre naranjos y conversación, y sigue el discurrir de la vida, cuyos aciagos días del momento, eso sí, en principio no se acaban, y aún se ven lejanos en su fin. ¿Se acabaran?, todo parece indicar que no.
Piensas en aquellos días sobre los que nos habla la novela, y la facilidad con que entre sus gentes rodaban cabezas, cortaban manos, volvían a rodar cabezas, juzgaban de inmediato, asediaban, iban a la guerra, impartían justicia y volvían a rodar a cabezas, eran unos barbaros, piensas, pero qué pensarían ellos de nosotros, ante tanto como vemos, oímos y al parecer no sentimos…
Claro está, que Jon Lauko nos había acostumbrado, y a mi aficionado, a la novela negra, y eso es lo que, al menos yo esperaba, día tras día, desde el fin de aquellas páginas del 23F, crímenes, asesinos, buenos y malos, si es que hay diferencia entre unos y otros.
Esperaba una novela negra y sin embargo, hace unos meses, Jon Lauko, dijo hasta aquí hemos llegado, y después de tanto esperar, de quien espera ya se sabe, desespera, nos sorprende sumándose a la moda de la novela histórica, válgame dios, pensé, como está el mundo, que desatino, volver a leer “historia”. Al menos, al ver que no formaba parte de ninguna trilogía, conseguí tranquilizarme. Dispuesto a leer la novela. Ahora una idea me ronda por la cabeza, mejor no pensar, pero y si  en su próxima aventura literaria, que a buen seguro, ya tendrá en borrador, ¿se sumara a la moda de la novela erótica? En fin… Dios dirá. Dios lo perdone.



En el discurrir del verano del año de Nuestro Señor 2015 después de la llegada al mundo en Belen de Jesucristo, nuestro salvador, el hijo de Dios, nuestro único señor, verdadero y todopoderoso. Vino a ocurrir un hecho realmente extraordinario y vino para poner luz y abrir un camino a la esperanza para todos nosotros en medio de la desolación reinante. Y así,  Don Francisco Rubio, quien vivía por aquellos días en esa Barcelona, que costaba tanto de definir como aun de creer, hijo que fuera de aquel maestro de escuela, que por unos años llegó a vivir en el Arrabal de Albónica, desde  Santa Maria de Albarracín, su primera tierra. Publicó en medio de aquel frio verano un libro, por el escrito, al dictado de sus recuerdos, que llevo por título El Jardín de los Naranjos y por añadido El Sable de la Dinastía.
Vuelta al relato.
Compre el libro a través de internet cuando ya llegaba la navidad, y por supuesto en papel, así cuando por fin lo tuve entre mis manos y lo abrí, vi algo diferente a los anteriores, lo mire de arriba abajo, leí algún párrafo, me fije en el tamaño de la letra, y pensé, vaya, da la impresión de que esta novela, a pesar de todo lo que pudiera haber imaginado, merecía una encuadernación de lujo, tapas duras y marca páginas. Y ciertamente así es.
En una prosa verdaderamente bonita, por momentos poética, fácil de leer, ágil, sin una palabra de más ni de menos, por momentos sin tregua…adiós gracias bien fragmentada en capítulos, con su introducción, historia paralela y relato. De no ser así, uno estaría condenado a leerla de principio a fin de un tirón.
De modo que muy leal y fiel a su tierra, el escritor Jon Lauko no nos cuenta una historia, si no muchas historias, una tras otra, sin descanso, a cual mejor, y por momentos, llenas de matices y sugerencias, quien espere encontrar una única historia, al uso tradicional, de planteamiento, desarrollo y desenlace, encontrara todo lo contario, una historia tras otra, en torno a Santa Maria de Albarracin. Conquistas, táctica y estrategia, asedios, cristianos, judíos, árabes, viajeros, guerreros, monjes... y una partida de ajedrez absolutamente increíble
Cada capítulo viene a tener su introducción, por parte del narrador, y su historia, o su relato, como bien escribe una y otra vez Jon Lauko: Vuelta al relato. Dicha introducción, es prácticamente imposible de seguir, adornada de fechas, estaciones, y nombres árabes, casi es mejor, leer sin pensar, y acercarse al relato. Escuchar sin pensar, como cuando mi madre quiere contarme algo importante y comienza:
Ahora que me acuerdo, no te he contado, y sé que te gustara, que el otro día, cuando ya había que salir andar con chaqueta, de vuelta a casa por la Cangrejera, que bajaba yo de allá arriba, me encontré con la hija de aquella mujer que venía tanto por casa a ver a tu abuela, ya sabes, la que estuvo cuando la guerra con la tía Felisa, a la que tanto quería, por aquel favor que le hizo a su marido, cuando se juntaron en no sé qué pueblo de Guadalajara, que luego se marcharon a vivir, por no sé dónde, mas allá de Santander, o no sé, al norte, pero que venían todos los veranos a Calamocha, a casa de sus padres, allá por el otro barrio, el caso es que, lo que nos alegramos de vernos, que estaba de paso en Calamocha porque había venido a vender unas tierras que ni sabía que eran suyas, que además las tenían por dónde íbamos a …
Mama, por dios, qué más da ya todo eso, cuéntame la historia.

Mientras en el caso de Jon Lauko y el Jardín de los Naranjos, la historia suele comenzar así, como si de la formulación de un problema matemático se tratase, que para eso, fue según cuentan las crónicas,  profesor de Álgebra. Dios y sus alumnos lo hayan perdonado:

Sa´id, el abuelo de mi señor el cadí Abû bakr ´Atiq (¡Dios se apiade de él, le perdone y salve!) odiaba a los nuevos amos de la Qasaba que habían arrebato la Meseta y loa Sahla toda a su hermano que fuera el último señor de la Santa Maria, quien sostuvo por tan poco tiempo el titulo de Husam al-dawla, el pusilámine. Yahia hijo del Du-l-ri´asatayn Abd al-Malik (quien con tanto valor y durante tantos años sostuvo su reino) hijo de Hudayyl Izz aldawla hijo de Jalaf hijo de Lubb hijo de Yahyà (quien gobernó tras la muerte del valeroso Merwan) hijo de Hudayl hijo de Isa hijo de Ubayd Allah el Noble hijo de Lubb el Cojo hijo de Hasìm hijo de Abd al-Malik hijo de Jalaf (de quien, a su muerte, tomó el poder su hermano Ahmed el Desterrado) hijo de Ibràhìm Ibn ben Razin el Africano. Y ese odio fue su perdición. (*)

Vuelta al relato

Caes en la cuenta y piensas, ¿quién fuera de Albarracín?, de las Tres Torres, de Santa María, lo mismo pensarían ellos, los de Albarracín, al leer Barrendero, Enterrador, Ferroviario, ¿quién fuera calamochino? para disfrutar aún más, si cabe, de la lectura, pero al cabo de unas pocas páginas, caminos, ríos, bosques, montañas, todo cuanto cuenta, forma parte ya de ti, uno deja de perderse y en el colmo de la buena suerte para un lector calamochino, de pronto aparece en la novela, la Calamocha de Lauko, la referencia a Albónica, un aliciente más para su lectura, emocionado señale la página, al menos una docena de veces…
Agradecido Jon Lauko a las tierras de la niñez. Cierras el libro, y piensas, Santo Cristo el Arrabal, que pena no sea una trilogía. Oh dios, todo poderoso y misericordioso y qué pena también hoy no rueden cabezas, como ayer. Si mi pluma valiera tu pistola. No, creo, que esta frase final, no va aquí. Perdóname dios, si he pecado, tanto de pensamiento como de obra, ya no sé lo que escribo. Aunque todo cuanto he dicho sea verdad.


(*) Todos ellos, con seguridad, ancestros tanto del bueno de Agapito como del algo menos bueno Momsieur Cambremer y el resto de personaje del universo Lauko.

Libros que hay que leer, ...

El JARDIN DE LOS NARANJOS
(El sable de la dinastia)
De Jon Lauko
Editorial Sekotia 2015

1 de febrero de 2016. Primer día a la espera de la nueva novela de Jon Lauko

viernes, 15 de enero de 2016

Frio del sábado noche.

Invariablemente todos los domingos de aquellos cada vez más lejanos años del despertar a la vida, sobre las diez de la noche, volvíamos a casa, tras pasar la tarde de marcha, aquella palabra, “marcha”, que habíamos aprendido los sábados, pegados al televisor viendo Aplauso. Eran tan sólo unas horas las que estábamos fuera de casa, media docena, muy pocas, de modo que volvíamos, “obligados”, y de mala gana, por una Calamocha apacible, que sobre esas horas decía basta, y se iba a dormir. Y volvíamos, como no, con ansias de más, que para eso éramos jóvenes y nos comíamos el mundo, siempre haciéndonos la misma pregunta.

Por qué Calamocha parecía ir en contra de toda lógica, de todo el mundo civilizado, en definitiva, por qué en el pueblo, se salía de fiesta la tarde de los domingos, en lugar de la tarde noche del sábado, en la cual uno se podía eternizar sin prisa alguna por ir a la cama, sin nada que hacer al día siguiente. Será porque hace frio, pensábamos, otra explicación no le encontrábamos, eso, o somos, éramos, tontos perdidos, salvo los sábados de verano, previos a las fiestas, la marcha había que buscarla los domingos a media tarde, hasta eso de las diez cuando en la Albónica Serrano hacía sonar Soy un Gnomo. 

Otro de los momentos cumbres, era el de las lentas, esos cinco o diez minutos, donde vergüenza y vanidad bailaban agarrados, Gnomo bajo cuyos acordes, cerraban al unísono todas las discotecas, todos los bares de música, dejándonos a todos nosotros a las puertas del cielo.

Quien podía trataba de alarga el domingo, y terminaba por cenar en los muchos sitios, que había, como el Parsan, Geminis, el Borrascas, La Paca y el Carril, el mismo Correos, y el Dalí… Pero la mayoría de la juventud, a dos velas volvíamos entre lamentos a casa, sin un duro, tal vez con poco menos de veinte duros, lo justo en mi caso, para comprar al día siguiente de vuelta a casa a la hora de comer en el instituto, el Zaragoza Deportiva en lo de Agudo, con aquel Real Zaragoza de Leo Beenhakker, que echo tanto de menos, como todo lo demás.

Lo dicho, era de tontos, al día siguiente, destrozados, los unos a currar, y los otros a estudiar. Siendo la mañana de los lunes, el principal tema de conversación entre unos y otros, aquel de “ayer no te vi, a qué disco fuiste”… Lo cierto es que había donde elegir, y encontrarte con uno o con otro, no era nada fácil.

Ya en la previa noche de los tiempos, unos años antes, la Albónica, gracias a su nombre, amén de la fiesta también conocimos un poco de historia, que la cultura no ha de estar reñida con la diversión, lidero la marcha calamochina de los jueves, vaya otro día para salir de marcha, si, los jueves, que Calamocha siempre fue así, del todo especial, al amparo de la inauguración del instituto y sus primeros profesores, llegados con ansia de conocimiento, de enseñar y aprender. Fueron ellos quienes dieron vida a tales noches, de la mano de los primeros garitos ochenteros, junto al Noa y el Pub Brujas, de espaldas al Refugio y sus cervezas con limón, luego devenido en el Pub Calamocha con una bolera de juguete para que los profesores del instituto en sus noches de farra, que en realidad parecían todas, tuvieran otro lugar donde jugar, ya que con los años, cada vez eran más, y como siempre pasó en todas las casas, menos avenidos, pub, con unos sofás inmensos, para ver las películas del videoclub la noche de los domingos, Pajares, Esteso, El Vaquilla, Rambo y compañía. Pub que acabo sus días, al nacer el Cerebro.

Yo por aquellos primeros jueves, que pronto cayeron en desgracia, como la misma recién estrenada libertad de la democracia, tenía diez o doce años, y recuerdo ver la Calle Zaragoza como nunca la volví a ver, con coches aparcados a ambos lados y en el centro, dejando el hueco justo en cada carril. Aquello no era libertad decían los abuelos, aquello era el más puro libertinaje, el cual no conducía a nada, bien sabían de lo que hablaban. Creo recordar además, que abría un jueves si, otro no alternándose con Las Brujas o tal vez con Las Vegas, la disco por excelencia, la primera.

Como niño, oía sus historias, principalmente a mi tío Manolo y no veía el día, de poder entrar… Las Vegas en su ubicación original, con esa fachada sacada de la Ruta  66  a su llegada a California, sus cubalibres de ginebra y Coca Cola, su irrepetible logotipo, sus camisetas, con aquella rubia desmelenada, camiseta que todos heredamos, y las pegatinas y viseras para el coche que todos parecían llevar. Y, en ella, contaban, las primeras actuaciones en directo, de grupos de los sesenta y setenta, que ya no logro recordar, pues solo conocí de oídas.

De por aquellos primeros días de los ochenta, un bar, un garito, más bien un pitañar, una peña abierta más allá de los días de San Roque, en el centro mismo de la Morería, más encanto imposible, cuyo nombre me ronda por la cabeza, sin conseguir dar con él, a buen seguro Emilita, una de las reinas de aquellas noches, lo frecuento y nos lo recuerde, era, como digo,  todo encanto, de principio a fin, el mismo cartel era una caja de madera con el nombre recortado y unas bombilla de colores dentro. Abierto con el buen tiempo, en una vieja casa, una peña de toda la vida, acondicionada a marchas forzadas habitación tras habitación, bodega incluida como si fuera un bar… Hoy abrir algo así, sería del todo imposible. Aquello, como todo lo bueno debió durar lo que dura un suspiro, poco o nada, mi tía Pilarin me llevo allí un par de veces, mientras festejaba y esperábamos a su media naranja, el maestro del sombrero mejicano y concursos cerveceros, entre el humo sabor chocolate y la conversación… por eso lo recuerdo, como un bar de tía y sobrino,… válgame dios, nada más lejos de ser cierto. Llegaban sin duda otros tiempos. (1)

Y por fin llego ese día, el de entrar por primera vez en una discoteca, o al menos uno de esos días que yo recuerde, seguramente debió ser antes, un poco antes, pero qué más da, digamos que por fin fue, un 21 de diciembre de 1983, como el primero que recuerdo haber entrado en una disco, en este caso en la Albónica, y recuerdo haberlo pasado en grande, viendo como España le ganaba a Malta en aquel 12 a 1. Era, como no, una fiesta del Instituto, con toda la comarca bajo un televisor, lejos de la pista de baile. No pudo haber mejor comienzo.

Esta navidad, una tarde de domingo de aquellas ya vividas, al llegar la noche, treinta años después volví al pueblo casi por casualidad, y no precisamente para salir de marcha, aquellos días, ya pasaron. El caso es que volví y lo hice un día, ya desconocido para mí, lejos de San Roque o Semana Santa, y uno, que se cree inmortal, o que cuando menos cree que su pueblo si lo es, al llegar, piensa que todo va a seguir igual, que tal vez hayan cambiado las personas, los bares o los coches, que por cierto ahora son más feos, y la música, del todo horrorosa la actual, pero que en esencia, todo seguirá eternamente igual.

Una y otra vez, como recuerda Eva, vuelves a Calamocha y crees, la vas a encontrar, tal y como la dejaste, tal y como la viviste, tal y como la recuerdas. Ello nos mueve a volver una y otra vez a los que un día nos fuimos, para tratar de ver y vivir, o cuando menos sentir, algo que ya no está entre nosotros. Y con ello, de aquí a la eternidad, no la damos sin remedio una y otra vez. Tontos.

Nada más lejos de la realidad, todo queda ya, personas y pueblo, a años luz de aquel despertar a la vida, me costaba creer lo que veía hace tan solo unos dias, o más bien lo que no veía. Recordaba el bullicio, el trajín de coches y personas, y hasta la música ochentera me rondaba por la cabeza a la vez que caminaba, pero ni frío hacía, y si bien no iba de marcha, tenía la ilusión de ver como estaría el pueblo un tarde cualquiera de domingo, más aun en plenas vacaciones navideñas. Deje el coche lejos del Peirón, previsor que siempre fue uno, y luego comprendí, que podía haber llegado y aparcado en mi destino tranquilamente, para ver a mi tío, así que ande todo el Rabal, Calle Real abajo, y si por un casual me caigo de mis pies, muerto, doy por hecho, no me habrían encontrado hasta la tarde de la Cabalgata de Reyes.

Ni una alma en la calle, ni  un coche, ni un ruido…. había oído hablar de que aquello que cantaba Mecano a propósito de Nueva York, ahora ocurría en Calamocha, pero no terminaba de creerlo. No hay marcha en Calamocha, tampoco frio y a la vuelta de unos años los jamones serán de york.


Solíamos salir de casa a eso de las cinco, con los últimos rayos de sol en invierno, sin duda los mejores, a veces sin cazadora, ni abrigo alguno, por no gastarnos unos duros más de los necesarios y andar luego perdiendo el dinero y el tiempo entre roperos o buscando entre montones de ropa. Andando hasta el Peirón, nos íbamos juntando con otros muchos que iban a en busca de su cuadrilla en el bar de turno. Ya venían también los primeros coches de otros pueblos, y algunas motos, bicis los mas jóvenes, y hasta había quien llegaba en tractor, jóvenes y no tan jóvenes, mozos viejos, de todos los pueblos, y hasta había quien, siendo del mismo Calamocha salía con el coche de marcha, cual Tony Manero, por si acaso, la tarde noche se complicaba, y vete tú a buscar un ribazo en pleno invierno. Ocasión, que nunca parecía llegar. Si bien un domingo cualquiera había gente, y más gente, cuando llegaba cualquier puente, y venían los “veraneantes” y estudiantes, el llenazo en todos los lados, era realmente impresionante, entonces, si lograbas entrar en un garito, ya no podías salir…

El quitarnos el frio, el café y las primeras cervezas, en nuestro caso siempre fue en el Correos de Manolo, guiñote y futbolín incluido, de modo que ya estábamos listos para los bares de marcha propiamente dichos, aunque poco a poco… Era imposible recorrerlos todos, pero un domingo tras otro lo intentábamos, de momento solíamos pasarnos a jugar a los bolos por el Noa, y escuchar la primera música disco de la tarde, hacernos el primer cubata, de ponche con chocolate. Y a partir de ahí…

La gente ya comenzaba a moverse desde los primeros bares, terminando el guiñote, y el futbolín en el Carril, el de los almuerzos a la hora del recreo en el Instituto, a última hora reconvertido en disco bar, de cuyo nombre no logro acordarme, o si, Gokulu (2) o algo semejante, que significaba, vete a saber qué…Hubo tantos garitos y tan buenos en tan poco tiempo, que resulta difícil hacerles justicia a todos a base de memoria, o el eterno Chato, el de los mil y un nombres, todos en vano, donde vimos ET, como no, en video, y en copia pirata, y también Superman, en una tele colgada en lo alto de la pared, sobre la puerta de los baños…como si la piratería fuera cosa de hoy… y la partida de billar en la Churrería, que nunca lo fue.

Las Vegas, ya bajo el reino de los cubatas de JB y Coca Cola, había encontrado una nueva ubicación unos metros más abajo. En la original años más tarde aparecía el Madison, y fue surcando los años, y adaptándose, New Vegas, Kisby, y como no, el Casual, que el orden de los factores no altera el producto, y no sé cómo mas dio en llamarse, mil y un nombres en mil y una noches de muisca, de disco a disco-bar, de pagar y consumición a gratis, con su final en la PK2 … con el no menos, gracias a dios eterno Don Manuel, hoy alma pater de la Pastelería Micheto, su americana y su faria de portero, sin entrada, sin sello, sin salida, no se le colaba ni uno y como no, aquel DJ que llegaba en el autobús de Zaragoza con un montón de discos bajo el brazo, a cual  mejor, todos los fines de semana, quien se le daba un aire más que razonable en todo, al célebre Abellán.

Gran invento los disco bares, para todos nosotros, entrada libre, casi nada…la Albónica reconvertida, también cambio de nombre, Archie, se llamó en algún momento… gratis total, lo mejor que nos podía pasar, para recorrer todos los garitos libremente… en decidir en el orden parar disfrutarlos, se nos iba media tarde. Sin embargo, lo mejor que nos podía pasar, aún estaba por llegar, y así, apareció la Scanner, nueva a estrenar de arriba, abajo… era pagando y la llenábamos.

No había quien nos entendiera, esa es la verdad. Con el Zona 5 a su vera, el Vértice, el Desván el Boulevard, mas allá el Menta y el Baraka, cuando el Paseo San Roque era un camino hacia la oscuridad de la Huerta Grande. En cuyos lares un buen día, también, contamos con un mini golf al aire libre, una idea tan genial como tan avanzada en su tiempo, que no tardo en caer en desgracia, de haber triunfado el golf entre nosotros, hoy el Campo de Aviación, lo seria de golf, y nos lloverían autobuses de turistas en busca de sol y pelotas, jamón y capeas. Hasta en algún momento, en la parte de atrás del Chato hubo un Pub, de esos con poca luz, para ir con la novia… por dios, cuanto y que bueno… ya todos ellos, como bares, para quedar, nos hacíamos mayores y hasta los disco bares, empezaban a quedarnos grande, ya buscábamos la tranquilidad, el café, la cerveza y el contar batallitas. Las conquistas, quedaban atrás.

En realidad, desde las primeras tardes que salimos, aun siendo unos críos, siempre volvimos los domingos a casa, sobre las diez, hora en la cual el Señor Teodoro subía a la gasolinera para hacer el turno de noche, un poco antes, en los futbolines que regentaba en la calle Mayor, había parado la cinta de música de Albano y Romina del radiocasete, para escuchar los resultados de la jornada de futbol, era la hora de volver a casa.

Un día cerro, adiós a los futbolines, al pinball, al come cocos y las primeras máquinas de marcianos, aunque luego llegaron otros recreativos en otros sitios, ya no fue lo mismo, cerró como siempre a eso de las diez para no volver abrir jamás, hace unos meses el destino dejo de nuevo a la luz el viejo rotulo original pintado en la fachada, y nos trajo un montón de recuerdos, durante años tapado por el cartel del Brindis Pub, el templo por excelencia, ya no de la marcha, si no de la movida calamochina, que surgió en su lugar. Con su aparición, toda una religión a seguir por todos nosotros fue discurriendo a su lado.

Aquel bar, de luz tenue, casi claustrofóbica, parecía abierto las 24 horas del día, los 365 días del año, vino a convertirse, en el centro de todo, para cualquiera, y en especial para la gente de fuera, era el lugar por excelencia donde quedar a la hora de salir de marcha, todo el mundo lo conocía, el lugar para quedar y comenzar, o para comenzar y no parar.

Lo cierto, es que entrar, dada lo ingente y fiel de su devota parroquia, era la mayor parte de las veces, tarea imposible, los fieles parecían parte del decorado, siempre estaban ahí, aparentemente inmóviles, en su sitio, de modo y manera que había que volver sobre los pasos perdidos en busca de consuelo espiritual en los infiernos del Rincón de Mari Carmen, el Misa de Doce, otro lugar de culto y recuerdo para todos nosotros, a un paso o dos, aparecía el Nebraska ya a nivel terrenal, donde sonaba Rockabilly. Ciertamente, en aquellos años, a un paso o dos, nunca nos faltó de nada, todo nos gustaba, de todo teníamos, fuimos unos afortunados.

En realidad, unos pocos años después de aquella primera vez que entre, o entramos cualquiera de nosotros, en una discoteca, todo comenzó acabarse, víctima del paso del tiempo, nosotros mismos habíamos crecido y cambiado, y cuando volvíamos de donde fueses que hubiésemos encontrado un nuevo hogar al pueblo, cada vez nos costaba más hallar nuestro sitio, comenzábamos a perdernos en nuestro propia casa, en Calamocha, ya no sabíamos ni dónde ir, ni que hacer la tarde de los domingos, comenzábamos a sentirnos fuera de lugar.

Una domingo de aquellos, de vuelta al pueblo, el Brindis, se reinvento así mismo, y nos dio una nueva oportunidad, a la postre la última, tras, supongo fracasar en la aventura del cine, a pesar de los llenazos que se cuentan hubo para ver a la Pantoja en la pantalla grande, a quien, por cierto, también vimos en carne mortal unas fiestas, pero eso, ya es otra historia. Una tarde de domingo, vio la luz el Cinemascopas, el último gran garito, mejor Bar, donde uno se pudo encontrar a gusto, cuyas escaleras de entrada, orientadas hacia arriba, daban paso a las mismas puertas del cielo. Allí por fin, estábamos, cabíamos, todos.


Notas:


1.- Pascual Royo, Padrino del Blog desde el primer día, me recuerda lo que olvide y yo a su vez, recuerdo otras cosas ...

El Mininos en Calamocha supuso un hito entre los de su generación, un eterno entrar y salir, un trajín a cualquier hora hacia la Morería de la gente otrora joven, y que ahora están a las puertas del hogar de la tercera edad, lo que siempre conocimos como“los viejos”, (allá donde vayan o se sacan un as de la manga o ya nada sera lo mismo), aun añoran ese ir y venir, ese soplo de aire fresco y chocolate, un guateque completo, una cerveza, a cualquier hora, abrigados aun en verano, con una cazadadora vaquera de la Boutique, otro nombre rompedor, otro hito, no una tienda cualquiera, algo más, allá en las Cuatro Esquinas, que tiempo después acabo por uniformarnos a todos, en los años de la movida, aun guardo en el armario una camisa ochentera, para las grandes ocasiones. No hace tanto me la puse, por ella no pasa el tiempo.

Por el curso 79-80, a la par de la inauguración del deseado Instituto, recuerdo que cursaba quinto de EGB, y otro garito, vino a revolucionar la apacible vida del pueblo, y amenazar nuestra existencia, nuestra vida misma presente y futura, todo ello supongo como efectos colaterales de la anhelada democracia, libertad sin ira, y así, entre el Rabal y el Peiron, apareció, un bar de los antes nunca vistos tan cerca, elegante y de poca luz, con el bonito nombre de El Broche de Oro, menudo escándalo. Un bar de capital. 

Bueno en realidad no tanto, pero si, dio bastante que hablar, para que nos entendamos, no era un Pub, la palabra de moda, tampoco la mas patria, de Tasca, ni un bar tradicional, sino que era algo así, como una “barra americana” ​No se hablaba de otra cosa, si no de quien entraba y de quien salia, y a donde íbamos a parar. Un bar así, solo trae follones, decían los mayores, pues yo he sentido que en Daroca quieren poner una carcel. Era el acabose. Todos se morían por entrar, al bar, me refiero, y todos entraron en cuanto hubo ocasión. A oler, mejor conocer que te cuente. Pero nosotros eramos unos críos,y la puerta siempre estaba cerrada.

En clase, nuestra maestra, Doña Pili, mas de una vez y dos, acabo por poner orden, y tratar de explicarnos que eran esos bares, poniendo paz entre las conversaciones que oía, y nuestra innata curiosidad, al respecto de las historias que se contaban, cuando quienes, entre los repetidores habían logrado asomarse al interior, o bien habían oído algo, y nos explicaban que era eso del Broche de Oro, un lugar, donde besar a una mujer costaba 500 pesetas, según decían las buenas lenguas, y ademas, había que consumir algo, de modo que se necesitaban un montón de perras, solo para entrar. Era como un saloon del viejo oeste... Con esa definición, todos lo entendimos.


Así de pronto, paralelamente,nos dejamos llevar y nos entro un profundo puritanismo tan de sopetón, que acabamos por elevar una queja a Madrid. La cosa se nos iba de las manos, hasta en nuestro mismo pueblo... todo estaba cambiando tan rápido, pero la tele colmo el vaso de nuestra santa paciencia, llegaban los primeros desnudos a la tele, los Payasos de la Tele nos los habían cambiado de los sábados a la tarde de los jueves a la hora de los deberes, y como broche de oro, esto y aquello otro, en la tele a media tarde nos aficionamos a ver la serie, Clochemerle, en clase al dia siguiente no hablábamos de otra cosa, cuyo titulo al completo era el Urinario de Clochemerle...Menudo escándalo, eso no "debéis verlo, no merce la pena, es una tonteria". No tardamos en escribir una carta entre todos, guiados por el buen camino de los maestros de varios cursos, para quejarnos a Madrid, de la programacion de la Tele, a los periódicos, … una carta en la que nadie creía, y de la que nunca tuvimos respuesta. Pues nos lo pasábamos demasiado bien, como para quejarnos... El bar cerro, mucho antes de que pudiéramos entrar. 


2.- El bar se llamaba cokulu y eran las primeras sílabas de los que regentaban el bar Cotoño,kubala y Luis y entre Casual y PK2 estuvo el MAMA YA LO SABE que junto a PK2 tuvimos el placer de abrir sus puertas.
Tengo sobrinos de casi treinta años que todavía me preguntan por todo esto que has comentado con cara de que aquello no podía ser posible. En realidad yo tuve el honor de vivir todo o casi todo y este relato ha sido como un buen regalo. Muchas gracias.
(Oscar Pamplona)
Mil gracias por el comentario, ¡como ha pasado el tiempo!, del Cokulu, recordaba que eran siglas y como tales, algo significaban, pero ni si quiera fui capaz de asociar, Ku a Kubala. Y ahora que lo dices, si “Mama ya lo sabe”, y luego PK2, pero ya por aquellos días, yo estaba estudiando en Zaragoza y comenzaba a perderme en mi propio pueblo cada vez que volvía…

Y estas navidades, como ves, si que me perdi, no vi nada ni nadie, las paredes de los garitos dejadas de la mano de dios, las puertas cerradas… en fin, si no hay gente, no hay negocio, es ley de vida.

Fue muy raro, o duro comprobar lo que todos dicen, “que ya no queda nadie en el pueblo”… Confiemos en que la situación cambie, a mejor.

Y vuelvan de una otra forma los momentos en el Noa, como aquel Brasil España del mundial de México y el gol fantasma, por dios, acabado el partido el silencio del bar daba miedo… el Principe hoy Rey, que paso por allí, aquel billete de mil pesetas,.. y las historias que nos contaba tu padre de los tiempos en que estuvo interno en Villarreal…

Luego casi todos nos fuimos del pueblo, y cuando ya vimos que no volveríamos, un día, sin más remedio en mi caso dije aquí en Castellón me quedo, y compre un piso,… Por cierto, fue tu hermana quien me lo vendió.

Recuerdos y mil gracias por el comentario y leer. Y si es necesario, vuelve a contar una mil veces a los sobrinos, aquellos días de marcha