lunes, 15 de junio de 2015

La tarde en que murió el Abuelo José.

La tarde.

Recuerdo aquella tarde de finales de junio, de ello hace casi ya treinta años, entre libros y apuntes, camino de la selectividad, deje de estudiar pasadas las siete y salí por el Barrio Nuevo a la Calle Real, camino del Peirón, donde habíamos quedado en acudir todos de casa, a ver al abuelo José, lo suyo era cuestión de días, había resuelto dejarnos, morirse a causa de la edad, en su casa y en su cama, como siempre debiera ser.

Hacia bochorno, el sol se escondía entre las nubes y por un momento parecía que llegaría una tronada, la tarde se oscurecía y al instante se despejaba, entre a lo de Romances a echar la Primitiva y compre la Muy Interesante. Finalmente llegue al Peirón, a casa de los abuelos.

La puerta aparentemente cerrada, siempre estaba abierta, metí el brazo por el ventano, tire de la cuerda, la abrí,  entre al patio, “soy yo” dije, “pasa Jesusin, estamos arriba”, contesto mi abuela. Pase por la cocina antes de subir a verlo, la tele estaba puesta y la voz se oía con claridad, “Manolin, tú por aquí otra vez, los abuelos están arriba, mira tú que la entiendes, ponle el palillo a la tele y bájale la voz, está muy alta y molestara”. Era la Encarna la Miércolas, pasaba allí todas las tardes haciendo ganchillo y compañía a mi abuela. Coloque el palillo, la tele dejo de pregonar la faena de Julio Robles, espere sin sentarme a ver como mataba el toro, “nadie mata como él los toros” dijo la Encarna al tiempo que la mujer empezaba a ojear la Muy Interesante, “voy a verlos”, ya no me oyó o eso creí, entretenida ella con la revista  la deje estar… “Sube, sube, yo ya no estoy para escaleras, he bajao hace un rato, una pena maño, el Tío José se nos va”.

 El ramo de escaleras apenas eran diez o doce peldaños para llegar al rellano del piso, allí de un lado las habitaciones y de otro una puerta que daba paso a dos habitaciones comunicadas entre sí, y allí en la primera estaba en la cama mi abuelo y sentada junto a la puerta de la galería mi abuela. Había salido el sol y se colaba por la puerta, por entre las cortinas, iluminando toda habitación, por entre la cabeza de la cama, junto a la puerta que daba a la otra habitación, la luz en cambio era blanca. Me vio llegar mi abuela, pero fue mi abuelo quien primero hablo, se incorporó y dijo “hola maño, has merendao ya” y volvió a recostarse. Me senté en la silla junto a la cama y al cabo del rato mi abuela comento “aún conoce, pero está muy mal hemos llamado al médico” el sol se había ido ya definitivamente y estábamos medio a oscuras.

 Al cabo de un rato, el abuelo José rompió el silencio: “Cuidado, quietos, quietos, no salgáis, cuidado, cuiado, tiros, tiros, tiros, vuelve, vuelve,… ¡mi pierna, me han dado, me han dado, abajo, abajo, esconderos….” “Lleva así toda la tarde” dijo mi abuela resignada, y yo solo acerté a decir “parece algo de la guerra, pero al abuelo no le dieron”, al cabo del rato la Xaltación termino la conversación: “a saber de que estará hablando, igual es alguna marcha de las ovejas, de la guerra nunca conto nada, ni le pegaron ningún tiro, hubo suerte. Pero hijo hemos pasado por tantas, que acordarnos de todo sería una faena”.



Recupero parte de la consciencia al oírnos hablar, recordó que yo estaba allí, me miro y dijo “bájate a por un par de cervezas y súbete unas almendras y merendamos”.  La lucidez del momento era tal, que tontamente mire a mi abuela para preguntar “¿qué hacemos?”, “a tu abuela no le hagas caso, haz lo que te digo” dijo mi abuelo… “redios el tío el copón, que ahora de parte tarde no te podías fiar, que de todas botellas me chuperreteaba, que bueno está el moscatel decía … cuando pases con el camión, tráeme, tráeme pajarilla de esa tan buena de la ribera para ver si así me entra la gana comer, le decía a tu padre” mi abuela ya no se fiaba y hablaba en voz baja, “abuelo, vamos a esperar que venga mi padre, y entonces merendamos todos” fue lo primero que se me ocurrió contestarle para salir del paso. “Vale, vamos a esperar, vete a la casilla, anda a por la botella,  llégate a la Huerta Grande y llénala de agua, tengo sed” Ordeno.

Que yo recuerde fui una vez, de la Vega Los Postigos a la Huerta Grande a por agua, que yo le decía, “pero abuelo si llego antes a casa, y aquella agua da pena”… “no, ve, ve”…”tendré que bajar a por una botella de agua por si vuelve a pedir, o subo una cerveza”. Hablábamos con cuidado y mi abuela me interrumpió, “Calla, alguien ha abierto la puerta, será el médico”

Subió el médico, tal vez fuese Don Pedro, o el compañero de aquellos años, ya se conocía el camino, entro y mi abuelo lo saludo como si tal cosa, pensé que me haría bajar a por una cerveza para él, pero no, la conversación era distinta: “otra vez, aquí, a pincharme porque no como,… ya comeré cuando tenga gana”,…” Pero hombre aun no te han dado de merendar, pues te pinchare aunque sea para que te dejen descansar y mañana volveré a verte”, “Ni media docena de veces me habrán pinchado en toda mi vida”. Volvió a dormirse en apariencia, el médico aún se sentó con nosotros a descansar, llevaba mal día, y la tarde estaba pesada, en fin, lo que aguante, mañana si dios quiere, vendré a dar vuelta, me marcho que parece que viene alguien, y ya son más de las ocho, casi las nueve ya, como pasa el tiempo. Ahora descansara, no puede ser que aguante mucho, aunque estas naturalezas tan fuertes, ya se sabe, no se rinden, no dejan de trabajar”

Al tiempo que el médico se marchaba entraba la Tía Paca, llegaba de Zaragoza en el autobús de las “ocho”, el cual con parada en todos los pueblos llegaba a la media, se quedó en el umbral de la puerta dando  paso a Don Pedro, mi abuela, hizo ademan de levantarse, pero estaba agotada, no podía más, su hermana, mucho más joven y  ligera, alta y espigada, entro a saludarnos, sólo con sus ojos, allá donde mirase, lo iluminaba todo, “ya ves lo que hay, ahora le ha pinchado y ya está dormido, al menos hasta bien entrada la noche, así que vamos a bajar a preparar la cena y aprovechamos para descansar y charrar” estaba la Xaltación terminando de hablar en voz muy baja, cuando mi abuelo se incorporó y con total lucidez dijo: “Paca, maña que bien que hayas venido, y que bien te encuentro, que tal el viaje, como están todos. Pues alguien más viene, se siente la puerta, alguien me llama”. “¿Ande estas José?”. Se oyó. Nos quedamos asombrados mi abuela y yo de que la conociese con tan poca luz, de la conversación en sí, la inyección parecía haber hecho un efecto total durmiéndolo y sin embargo estaba más despierto. Se recostó en la cama y volvió a repetir:  “Cuidado, quietos, quietos, no salgáis, cuidado, cuiado, tiros, tiros, tiros, vuelve, vuelve,… ¡mi pierna, me han dado, me han dado, abajo, abajo, esconderos….” El Angel, el marido de la Encarna,  hija de la Miercolas, entro en la habitación, se quedó en la puerta, lo vio dormido y pregunto “¿Qué hace el peón, cómo va?”, venía a verlo casi todas las tardes. El abuelo esta vez no pudo incorporarse pero abrió los ojos, lo reconoció y hablo: “Hombre Angel, que tal, ayer también viniste, bájate con el zagal y subirme una cerveza, estamos esperando a Jose Maria para merendar pero no viene”. El Angel se acercó y nos miró, “lleva así toda la tarde” le dijimos, queriendo echar un trago de cerveza, ya no sabemos qué hacer si supiéramos que con eso se le pasaban todos los males. Insistía ya casi dormido, “bajar, bajar a por una cerveza y luego subir”,… Finalmente el Angel, yo que ya no podía más, dijo: “No se apure Tío José, que nos bajamos el chico y yo a merendar, y a ver si viene Jose Maria y a escape le subimos una cerveza, pero solo un trago, eh, que le acaban de pinchar”. “Bajar, bajar”. Y en apariencia se durmió de nuevo.

Nos bajamos el Angel y yo, él se iba a marchar pero aún se acercó por la cocina, yo necesitaba descansar un poco y pensé en subir la botella de agua de “la Huerta Grande” por si la inyección no terminaba de hacer efecto: “Coño tu por aquí, pues sí que has hecho tú la visita el doctor, que no has estado ni un minuto arriba, está dormido, está descansando por lo menos”, saludo la Encarna a su yerno… “nos ha pedido una cerveza el Tío Auge, y ya no saben qué hacer” le contestó… “Pues en esta casa no hay cerveza ni para el Tío José ni pa ti ni pa nadie, que ya es la hora de cenar”… “Calle, calle, quien puede pensar en echar una cerveza estando la cosa como esta,… nos hemos bajao por ver si se le pasaba”.

“Coño, callaros los dos, algo pasa ahí arriba, esos gritos, sube tu Angel, sube…ve ayudar”. No dio tiempo, apareció la Tía Paca en la cocina con los ojos apagados llenos de lágrimas y dijo: “Ya nos os cale subir, lo hemos visto morir, ha sido al bajar vosotros, al saber que le subiríais la cerveza y la merienda, se ha quedado tranquilo y se ha muerto, se nos ha ido el José. Parece como si me hubiera estado esperando al saber que venía”  Arriba sola, se oía llorar a mi abuela, mientras lo llamaba con la esperanza de que volviese.  ¡José, José!. No pudo volver, llega un momento, en que ya no merece la pena. La Tía Paca se sentó y apago la tele. Tendremos que hacernos al ánimo y subir.

 La noche.

Lo siguiente que recuerdo es estar sentado en el cuarto de la casa, comunicado con la cocina a través de una puerta, y justo frente a mí, otra puerta que daba al patio, donde sobre una mesa descansaba el cajón abierto, serian ya sobre las once de la noche, y allí estaba la familia y poco más, pues dada la hora de la muerte nadie en el pueblo se había enterado.

Habríamos cenado, charrado y descansado y dejábamos pasar el tiempo, el “pariente”, el primo José El Cerillas, se quedaba dormido, intentaba hablar, contar las historias de la vida que llegan con la muerte, y literalmente se le cerraban los ojos “copón bendito, me quedo dormido, no sé qué hostias me pasa, no puedo abrir los ojos, el pobre José se va a pensar que no quiero verlo”… seguía la conversación y se dormía, al final, la Juana, la mujer resolvió el misterio: “¿pero tú, que pastillas te has tomao”?,… “Coño, eso digo yo… ya nos pasa la que decía el Tio Cachurro, si uno ya ni ve, ni oye, ni na, ya no se para que vive, si no para dar mal como un tocino”…. “Anda duérmete y calla”. Se recostó en el sofá de balancín y empezó a roncar. Se oyó la puerta, y las pisadas de un perro.

 “José, maño, ande estas, soy yo”. Era el Tío Gregorio El Colín, el marido de la Encarna y Blas su perro, se adelantó, llego a los pies del cajón y se volvió, “¿Qué haces, te quedas o te vas, ya lo has visto?”. El perro debió decirle que se quedaba y se echó en el patio junto a la puerta. El Tío Colín camino hacia la luz del cuarto, y se acercó al cajón a ver al amigo José. Allí estuvo un buen rato, de espaldas a todos nosotros y con los brazos en jarra, movía la cabeza, le hablaba, miraba al cielo, y ya con los brazos gesticulando parecía pedirle cuentas al de arriba. Al volverse hacia nosotros, tenía la cara desencajada y había perdido su habitual pícara sonrisa envejeciendo años en unos segundos. Entro y se sentó en la primera silla que encontró, al ver que le daba el culo al cajón pidió que nos cambiásemos todos de sitio, para dejarle un hueco y poder ver todos, al pobre José.

“Santo Cristo l´Arrabal, llegara un día que no habremos de estar ninguno de los que estamos aquí. Buenas noches, por decir algo, que no he dicho nada. Copón bendito”. Recobraba la sonrisa y la cara se le rejuvenecía, y ante el silencio, prosiguió: “Para José y para mí, la cosa se empezó a torcer el día que a los dos con setenta años, que puede que tuviéramos entonces y sino cerca andábamos nos pusieron nuestra primera inyección, allá en la Residencia en Teruel cuando a los dos nos operaron de la dichosa hernia, joder que sanos estábamos entonces y fuertes….

Por cierto Xaltación, que ahí fuera me ha dicho el Auge, “que ande está el coñac, que además en esta casa siempre ha sido del bueno y las pastas, que saques algo, o es que no tienes nada preparado, que te pensabas, que no se iba a morir”, redios con el Tio José, aun muerto manda.

“Anda Jesusin, maño, que tiene razón el desustanciao este, y yo no me acordaba, aquí todos con el café y sin una pasta, abre el armario y saca, hay de todo, considera si no sabíamos que se moría, hasta él lo sabía… lo que no hemos hecho ha sido llamar a Villalba para que baje mañana Ramiro un cordero, ya sabéis que el padre, quería que el día de su entierro, comiésemos carne de cordero,… anda llamar, si no habrá que ir a lo de Cachola a comprar, y Ramiro, el consuegro, dijo que lo bajaría”.

Pronto la mesa se llenó de botellas y pastas, coñac de Osborne, un culo de Soberano, moscatel Carmelitano, ponche Caballero, y la botella de Licor 43 que nadie bebía, pero que estaba en todas la casas así como  todo el muestrario de pastas de Saboga. El Tío Colín enseguida lo tuvo claro, “pues yo mañana comeré aquí”. Llego el silencio, entre copas y pastas… solo roto por los ronquidos de José EL Cerillas.

 La vida.

“Ya que nadie habla, hablare yo, dijo el Tío Colín, así pasaremos la extranochada,  ir a meterme a la cama con la Encarna no me apetece que la noche es muy larga, si fuera más joven, ella quiero decir, pues aun…, José y yo éramos tal para cual, tan pronto nos queríamos, como nos queríamos matar, o todos buenos o todos malos…  muchísmo trabajadores los dos, el con más genio que yo y yo con más picardías, a él muchas veces le bastaba con echar cuatro juramentos,… a mí me iba más el careo. Ahora en estos años, cuando nos juntábamos en la calle ahí abajo enseguida me guipaba bien sabía dónde encontrarme a la hora en que pasaban las jovenzanas del instituto,… se te va la fuerza por los ojos desustanciao me decía, no era de los que se callaba no, aunque tampoco hablase tanto como yo, que si no… en algún camino nos habrían encontrao alguna noche… “macho viejo, coneja joven, cría segura” le decía yo, la fuerza se nos iba ya por la boca además de los ojos. Venga a trabajar y tragar…  ya se sabe, que nosotros los pobres con cuatro pesetas ya teníamos un duro, pero el que se ganaba el jornal con el sudor de los otros, ese no, para ese un duro no eran cinco pesetas, y siempre queria más,… José, le decía yo, que metan los zagales las ovejas en la Dehesa… no, no… hacia él, y luego a escape las entraban. Si yo hubiera entendido la mitad que él de ovejas, nadie, nadie las conocía mejor que él, mecagüen el copón, y la tierra igual, pero nunca le gusto fanfarronear… Fijaos lo que os digo, que a escape iremos todos pa arriba, pero que cuando lleguemos, el Auge ya tendrá apañao un atajo ovejas, las mejores del cielo, con cuatro pellejos que le habrán dao, y de la tierra que no haya querido nadie, habrá hecho un vergel como la Cerrada Sancho, … Y en cuanto suba yo, la prepararemos, le llamare la atención, pleitearemos otra vez, “José maño,    deja ya de trabajar, descansa”. Que parao no sabía estar. Que en esta puta vida no hemos hecho nada más que sufrir y padecer para morir,… la de la mujer, que si no se casa le toca sufrir, y si se casa le toca padecer, pues lo mismo los demás. Solo ahora, a la vejez, parece que echemos el mal pelo fuera… pero  ya tarde mecagüen el Santo Cristo, que diría él, no miento. Oye, que yo he jurao mucho pero jamás me he cagao en el Santo Cristo, me decía el Tío José y razón tenía que nunca le oi faltar a los del Rabal.  Trápalas y costodias, … aún me acuerdo que él era el único que me daba la razón, con lo de la hita que habían movido los sinvergüenzas de Bañon comiéndose medio monte, coño, los únicos donde podían comer las ovejas… aquello, aquello fue peor que lo de la Dehesa… pero  José lo tenía claro, que todos me decían que era yo un busca ruidos y un metomentodo, pero él, pastor desde que supo andar,  como yo, lo sabía, porque de pequeño con las ovejas la hita no estaba allí, que la habían movido los de Bañon, un obús cuando la guerra, sinvergüenzas, yo lo sabo, yo lo sabo me canse de decirlo a todo cristo, pero nada…  aquello costo pleitos, bullas y pedradas, que no te dejaban echar las ovejas, y hubo que ir a los ayuntamientos y hacer venir de Madrid con los mapas… y al final que paso, pues que teníamos razón y me la dieron, que los de Bañon habían movido la hita que separa el termino de Calamocha del suyo y se nos habían comido medio monte, … Y ya pudimos volver a echar las ovejas, y que paso, que los de Bañon las seguían metiendo, pero qué, nada, yo nunca les llame la atención como hicieron ellos,….El Tio José y yo éramos así, poco o mucho, había para todos… así es la vida, así es como debe ser… Como la tarde en la que el Blas y otros puteros mataron al Chuti… José maño, que ha pasao esto, y tengo al Chuti en la puerta de casa, pues nada me dijo, yo con un disgusto que pa que con los cojones en la garganta, que si hubiera sido el Blas el muerto, yo no lo hubiera sentido tanto, si la que pasa…si fuera una oveja nos la comeríamos dijo, ya voy a por él, y lo enterrare en la Vega los Postigos al pie del peral, que llegar a viejos como nosotros no es nada fácil, así es la vida Gregorio, peor era cuando a los zagales se les reventaban las ovejas…

Pasada la una de la noche, camino de las dos, me marche a dormir al Barrio calle Real arriba, sin dejar de mirar las estrellas del cielo ya despejado.



La Mañana.

Aquel día, soleado, de verano, comimos cordero, a salto de mata, pero cordero  al fin y al cabo, cada uno donde pudo y a la hora que pudo, era esa la comida de los días grandes, de San Roque, de San Isidro, del día en que se esquilaban las ovejas,… de las fiestas en casa. Ramiro, el consuegro de Villaba sentado en la pila del corral, junto al viejo pozo no paraba en elogios hacia el animal que él mismo había criado, “que buen cordero, que costillas más buenas, y que pan más bueno hay en este pueblo, este de quien es del Churro o de Saboga, aunque a mí me parece que se llevan poco los dos…. Qué bien hemos comido, que razón tenía el pobre José con mandarnos comer cordero a todos el día de su entierro, cuando yo me muera he de dejar dicho que se haga lo mismo… pena, ninguna, si morimos cuando nos toca, con la edad que tenemos qué queremos…”. Se reía entre dientes, nunca mejor dicho, pues le faltaban unos cuantos, se reía con pena y nos miraba para que le diésemos la razón.

La casa era ya un continuo trajín de gente, un ir y venir de un lado a otro, mientras apurábamos las costillas y preparábamos el café, en aquellas cafeteras enormes que siempre hicieron el mejor café del mundo, café para toda la familia… conforme se acercaba la hora de marcharnos a la iglesia, llegaban los últimos parientes, vecinos, amigos,… y volvían las lágrimas ante lo inevitable del entierro. Cuando uno se  marcha de su casa para no volver.

Deje a Ramiro entre las costillas y el café, y me salí a la calle, la puerta de casa también estaba concurrida llegaban entonces mis primos Manolo y Pili, uno levantaba un par de palmos del suelo y la hermana algo menos, así que su madre, tejió un pequeño revuelo cuando los llevo hasta el cajón y los aupó un par de veces a cada uno para que vieran al abuelo; Habría que preguntarles si lo recuerdan y si aquella noche pudieron dormir o no. “Tenéis que verlo, tenéis que verlo”. No les dio opción, lo vieron.

 Se acercaba la hora de marchar hacia la iglesia cuando vi llegar al otro consuegro, a Valentín el Chichin, apenas podía andar, mover su inmensa humanidad debía ser un suplicio y andar desde su casa hasta allí, un infierno, cansado como un perro, sin poder respirar a penas, emocionado y sin la eterna sonrisa que le acompañaba, desde la esquina de la calle, al pie de la costera me hizo señas para que me acercase: Así que le dije: “Pero hombre, no ha querido que lo trajeran y se viene andando, lo hacíamos en la iglesia” cuando pudo contesto: “Quería venir, y quería venir andando, a despedirme,… y de pocas me muero, pero aquí estoy, … ¿llego a tiempo o han tapao el cajón ya?”. Al menos pude darle la alegría de no haber hecho el camino en balde: “Aún está abierto, aún llega a tiempo, estamos esperando que llegue la hermana de mi abuela, la Carmen y el Álvaro de Valencia”. “Pues vamos maño, vamos que lo cierran”. Me volví y vi el Peugeot 505 aparcando en medio de la calle y a mi Tío Álvaro y la Tía Carmen, entrando en casa. Luego, el cajón se cerró.

No recuerdo nada más, ni la llegada de la funeraria, ni la iglesia ni el cura, ni el camino al cementerio ni esa última imagen que queda de cualquier entierro, cuando tapian el nicho… nada, absolutamente nada. La llegada de los de Valencia, que pasaban los veranos en aquella casa, junto a mis abuelos es el punto final. Pasado San Roque, los “valencianos” se marchaban a la Puebla de Valverde. Se acabaron los sanroques para siempre.

La Abuela Xaltación moriría casi el mismo día, cinco años después, sin embargo, murió en Teruel, y no llegue a verla, los últimos exámenes de la carrera lo impidieron, el cajón llego al Barrio, a la Calle de las Escuelas ya cercana la hora de comer y de allí salió la funeraria… hice un montón de café, en aquella cafetera tan extraña, de la otra familia, que años atrás nos había traído de Francia la Tia Nati. Aquel día, el último café se lo serví a Manole, a Paco, el vecino del huerto. No recuerdo más. Nada. Absolutamente nada.

FIN


De los años de la Cazalla. La tarde en que murió el abuelo José.

lunes, 1 de junio de 2015

La curva Tornos.

La mañana del Santo Cristo subimos a Caminreal íbamos a por un jamón a lo de Isidro, al final echamos el viaje en balde, ¿o no?. Conducía yo, y después de años y años volvimos a la conversación de siempre.

Así, mi padre no paraba de decir la cantinela de siempre que él no lleva el volante: en la vida vas aprender a conducir, llevas el auto forzado a más no poder, fíjate en las revoluciones, y el ruido que hace, que poco cuidáis las cosas, y lo que gasta así, redios es que no vais aprender. Al menos mi hermano me apoyo y dijo  “yo no oigo nada”, otro que tal dijo mi padre, a que te mando a Luco le dije yo, a que paro y te bajas a Calamocha matando hormigas… Cállate. Pero no se calló.

Empezó a recordar, la primera vez que salió a la carretera.

Recuerdo que bajo mi pariente Lacruz de las oficinas y dijo, “José Maria, tu vete a casa y a la mañana cuando quieras, vienes a por la furgoneta y te vas a Bello a los Peirolones que te la cargaran de pollos picantones y los llevas a la fonda que los quieren para estas fiestas. ¿Has estado en Bello alguna vez?, ¿sabes donde esta?, pasas la Estación y te vas cara Tornos, ¿y los Peirolones sabes qué son?, es igual, toma las llaves y cuando llegues a Bello, preguntas, cargas y te vuelves”

Unos meses antes de irme a la mili, al vender las ovejas, entre a trabajar en los piensos allí en la Balsa, Piensos San  Roque, Piensos Z, Pygasa… Y mi tío Lacruz no hacia otra cosa que decirme, y “ande vayas, en al mili sácate el carné”, pues bien, sin el carne me vine, y entre otra vez a los piensos, y el pariente otra vez con la cantinela a mi a y a los demás “Menuda juventud, que hagáis el favor de sacaros el carné”.

En eso estábamos pensando, ninguno le veíamos futuro ni creíamos que algún día tendríamos coche. Al final ya medio obligados, nos sacamos el carné porque nos lo pagaron, no por otra cosa “que juventud, na mas piensa en beber cerveza , comprar cacahuetes en Benito el Val y llevarlos al horno de Blasco”. Y era verdad, no necesitábamos más, todos pensábamos jubilarnos allí tirando de saco.

Y luego la que pasa, teníamos el carné y no nos dejaban ni subirnos a las furgonetas, a echar la siesta. Meses pasaron hasta aquel día que bajo el pariente y me mando a Bello. Yo ni me acordaba ya ni de marchas, ni embragues, ni leches.

Así que me fui a casa, pero considera iba a dormir, con el sueño cambiado que llevaba y con los nervios menos aun. Trabajábamos de noche para no dejar al pueblo sin luz, necesitaba la fábrica todo lo que producía Sixto en el Molino, y para encender la maquinaria el pueblo debía estar dormido o los plomos se saltaban, no había para todos. A dormir, ya lo creo que dormí aquella noche.

A la mañana cuando ya no había nadie en la Balsa me fui a por la furgoneta, no quería que me viera nadie, ni aún las ratas, la puse en marcha y enderece para arriba, cruce el paso a nivel de la Estación Vieja, que estaba abierto, ya contaba con ello y no parar hasta Bello y yo venga a písale, a cáscale todo lo que podía, yo más feliz que una perdiz y más contento que chupillas que por fin conducía, y toda la carretera para mi.



Pero amigo, correr es fácil, pero frenar, a mecagüen la leche, las pase putas de verdad, en cuanto deje atrás la Rambla de la Cirugeda, el llano que se acaba, y yo que ya no sabía que hacer, tiro a frenarle, la medio freno, pillo la curva, la primera que había cuando ya la carretera tiraba a empinarse camino Tornos, tiro a reducir de marcha, me echo a poner nervioso, se sale, no entra, va la DKV, se me va para todas caras y se para el motor, pero ella no se paraba.

Mira, no sabía qué hacer, ni atine a frenar siquiera, ni a girar el volante, nada, yo solo veía que me iba para abajo, otras vez para la Estación Vieja, y venga para abajo, ya me veía en el Peiron, hasta que, oigo un ruido tremendo y ella sola se paro, el culo contra unas carrascas, las ruedas de atrás en la cuneta, las otras en el aire. El fin del mundo. Aquello iba a ser el fin de mis días, una dijenda en todo el pueblo.

 Esta si que va a ser buena, pensaba, cuando se enteren en la fabrica me van a decir de todo, estos que no han tenido cojones para sacarse el carné, y yo aquí haciendo el paripé. Así que, lo que pasa en esos momentos, de todo, pensé en irme a Bello andando y traerme los pollos como si fueran ovejas, pero como iba hacer eso, nada, a Calamocha andando y contar lo que pasaba.

Solo me faltaba llorar, mecagüen el copón bendito, ya estaba dispuesto a volver al pueblo a pata, claro entonces por las carreteras no pasaba ni dios, igual me pegaba allí todo el día y no veía una alma, así que cuando ya me iba a bajar, siento el ruido de un camión, y tiran a pitarme que ya me había visto desde lo alto y paro allí mismo:

“Pero, José Maria, maño, que te ha pasado, ande vas”. Coño que para ser agosto va el tiempo muchismo jodido y he pillado aquí una placa de hielo y se me ha ido a cáscala la furgoneta.

Era el pobre Rando, el padre de la parienta la de la frutería, unos años mayor que yo y que llevaba un camión de los grandes para lo que eran aquellos tiempos, y enseguida lo dispuso todo, se bajo, escudriño todo y me hizo subir a la DKV, y echar mano al volante “si supieras la que me paso a mi la primera vez que me subi a un camión” me decía para tranquilizarme, …

A lo que me quise dar cuenta, aquel camión suyo, que sería de cuatro o cinco toneladas, poco más que la furgoneta, ya estaba en la cuneta por el campo a través, como las cabras, acelerando y echando humo a todas caras, que madre la que vamos a preparar aquí, y él venga alli, zancochando para adelante y detrás, y en un instante, puso la cabeza del camión al culo de la furgoneta y me saco a la carretera y el salió de allí como si tal cosa, y ni un rasguño ni su camion ni la furgoneta, fue en un visto y no visto, “venga a por los pollos, maño, me hacía, … ya me traerás uno que se te escape”. Yo todo era darle las gracias, y el venga a reírse y darme animos.

Le metí primera y tire para arriba, no le cambie más, no me llegaba la camisa al cuello y aun fui pensando y dándole vueltas a al cabeza todo el viaje, ya verás me decia yo, ahora Rando lo contara y mañana seré el hazmerreir de todos. Pero nunca lo conto, y si yo no os lo cuento ahora, jamas se habría sabido. Papa, no lo has contado cientos de veces, tantas como veces vamos en el coche y no conduces tu.

Tornos 13, Bello 21, kilómetros, la señal que había en las Cuatro Esquinas tenia escrito eso, pues así fue, me plante en Bello en primera, sin cambiarle, las caballerías en Tornos me adelantaba, iba disfrutando del paisaje, y allí en Bello, al primer paisano que vi, le pregunte, y sin parar la DKV ni nada los cargue y me vine para abajo, “pero quédate almorzar, párala”, …nada de vuelta a casa en primera, no le pegue fuego al motor de milagro, y los pollos un sofoco de cojones.

Aún le saque segunda al cruzar el paso a nivel de la via, que lo pille cerrado y casi me da un mal de tener que parar, pero aún me anime, que ya me vi en casa, y pensé, si pasa algo, de aquí a la fonda me llevo los pollos pastando, y le saque segunda cara la Balsa. Joder que mañana lleve aquella primera vez, mira que se pasa mal a veces cuando no se sabe cómo van las trochas.


Y ya ves, unos meses después, andaba yo con la DKV por la Castellana de Madrid, en aquellos años de las ferias y merengues. Que correrías por la capital, del Valle los Caídos a los cabaretes, y venga merengues a todas horas, si ya me parece que te lo he contado alguna vez, coño, si ya lo tendrás escrito. Venga tira, que no vas aprender a conducir en la vida. Redios, que vergüenza. Nadie nace aprendido, pero los hay que no aprenden en toda su vida, y tu eres uno de ellos. Tira aparca ahí.

sábado, 16 de mayo de 2015

Monsieur Cambremer. Un calamochino más.

Castellón, viernes 16 de enero.

Aparcando el coche, en la penumbra del garaje observo como se enciende la pantalla del móvil, es un mensaje, un sms, único conducto seguro hoy en día a la hora de establecer una comunicación, “Tok gim. Spramos”. Tardo en leerlo y aún más en descifrarlo. “Toca gimnasio. Te esperamos”.



Es allí, sentado tras la cristalera, donde leo las primeras cien páginas, de Estación Paris del Jon Lauko, un calamochino más. De vez en cuando levanto la vista, el vecino ciclista siempre ha dicho que los gimnasios están llenos de municipales, bomberos, nacionales, y por supuesto guardias civiles, lo mejor de cada casa sin duda alguna..

Hasta él mismo, el vecino, debe ser agente doble, miro desconfiado, ¿qué pensaran ellos de mí? Un tío con gafas, raro, poca cosa, con un abrigo de color rojo nada discreto del que ha sacado un libro con la foto de Tejero en la portada, aquí el más tonto hace relojes, hay quien las mata callando… ellos tras también observan.



El resto del libro, de la semana, se convierte en una pesadilla, un constante mirar atrás, pienso, imagino cosas, trato de ver, me falta tiempo, ganas tal vez, necesito saber que pasa, el final en si, es lo de menos, lo vi. en la tele. Llevo el libro en el bolsillo a todos lados. ¿Pero como se suceden los hechos?

Viernes, 23 de enero.

Es el momento, todo despejado, el libro y yo mano a mano, tiene las de perder,… y pierde, pero también me gana. Lo acabo. The End. Enciendo la tele, y busco Mientras Nueva York duerme. Y tras la escena de seducción a un borracho Dana Andrews, yo también me duermo.

Trato de ponerle cara a Monsieur Cambremer, ese encantador mal nacido, pero no puedo, me pregunto si Bogart, en la cumbre de su carrera habría aceptado el papel de un canalla como el francés. No lo creo, por más que soltase aquel tiro a destiempo al comienzo de Los Violentos Años Veinte. El no era así. Era un tipo duro, si, pero no un “francés”.  



Y mira que hay malos en la historia del cine, en los que encontrar una cara que poner al personaje estrella, o a uno de ellos, en realidad es una novela coral, o de gallinero, un plano secuencia de Berlanga, personaje estrella del Sr Lauko. Si algo nos gusta al leer una novela tras otra “perpretada” por un mismo autor, bien lo sabia Galdós,  es encontrarnos con un personaje conocido de otra, y ahí esta Monsieur Cambremer, lo mismo que en Donostia, alardeando ya de su buen hacer desde la primera novela de Lauko, en la cual tampoco logre ponerle una cara, ni en blanco y negro ni en color.

Se impone volver a leer Barrendero Ferroviario Enterrador, da igual el orden,  y desvelar el misterio,  repasar los zagales que en ella aparecen y ver si tal vez, lejos de ser francés, semejante y frío personaje, no es otra cosa, que un calamochino más.

Con el resto del gallinero me es más fácil, esa manía de uno de ponerle cara a todo el mundo, quienes hemos hecho la mili tenemos un repertorio sobrado de caras al uso, para dar y repartir entre militares y civiles próximos a ellos, además, vivimos lo hechos, y durante años nos nutrimos de la Interviu, y no por las gachís, nunca se les vio nada, si no  ávidos de saber la verdad, al respecto del 23 F y el Banco.

Con la parte femenina, soy más benévolo y tiro de repertorio del olvidado, por nuestra parte, cine quinqui español, para mi magnifico, y como estrella invitada Ida Lupino, hace en la parte final de la novela lo que hoy en día se dice un “cameo” como mala, malísima, agente cuádruple, o vete a saber qué. Y en cuanto a Nº 1, al pie de la escalera hasta el último momento, un tipo tan casi duro, como inútil, tan eficiente como incompetente, el amigo perfecto, el bueno de Jack Lemon ya entrado en años.



Son doscientas paginas, de un constante ir y venir, de fechas, lugares y nombres, suelo perderme, pero para mi no es algo nuevo, sigo adelante, no vuelvo atrás, voy a los hechos,… las personas, son lo de menos. Me llegan los recuerdos de aquellos días, la tele, las revistas, lo que se hablaba,…caray, que pronto hemos olvidado todo. Parece ya todo tan lejano, no mintieron entonces, nos engañaron, probablemente si, lo mismo que hoy. No sé por que nos enfadamos, es lo normal. Lo hacemos todos, ¿Lauko estaba en el ajo? Lleva bigote, estaba en la flor de la vida en aquellos años, vivió en Donostia, en Barcelona, … nació, casi en Calamocha, cual será su verdadero nombre, ¿Cambremer?.

La cosa acaba como acabo,  de por medio  no podía faltar la historia de amor, algún que otro muerto, miedo, la inútil jerarquía militar cuando se trata de tu o los demás y esa escena final del libro, sin duda lo mejor, ya lo advirtió Steimber en su final de Las Uvas de la Ira, letras, escena para recordarnos, que la vida sigue, y hay futuro, a uno y otro lado, del bien y del mal, tarde o temprano, entre todos, “alimentaremos” nuevas historias, que ya nos sonaran, cuando las volvamos a vivir, golpes de estado, atracos y amores nos esperan. Vida, libros, cine en blanco y negro

Al final, sin olvidar la jeta de mala leche de un Lauko a media sonrisa, sin inspiración pegado a una maquina de escribir,  tras una cortina de humo, para Monsieur Cambremer opto por la cara de Walter Matthau, en la película, Aquí un Amigo, su habitación, su fusil…. Bang. Pero para entonces, ya he terminado la novela. Y enciendo la tele y me duermo.

Sr Lauko, si ese es su nombre, haga usted el favor, de ponerse a escribir, y por favor, mande un abrazo al Señor Cambremer, que se cuide, ya estará mayor, y que le cuente lo que sepa… y luego, ruego, nos lo haga saber

Mil gracias y recuerdos




Estación Paris de Jon Lauko

viernes, 1 de mayo de 2015

Cuando las vacas daban leche.

A las ocho en invierno, la luz artificial de la calle, en aquellos años era blanca a juego con las estrellas, y el cielo de un azul inmenso, hacia frio. Mirar hacia ese cielo lo añorare siempre y a las nueve en verano, el sol caía por Santa Bárbara y te cegaba, hacía calor, empezaba a refrescar tan solo un poco más tarde, a veces el horizonte brillaba de un rojo intenso maravilloso, las puertas mismas del cielo se adivinaban más allá del cerro.

A esa hora, todos los días del año, año tras año, pasábamos al otro Barrio a por la leche, a casa de la Teresa. Cuando el cuartel no estaba vallado, simplemente resguardado por un seto, seto que los guardias regaban y podaban constantemente, siempre uniformados.

Cruzábamos de un Barrio a otro al caer la tarde con la lechera en la mano, a por leche, leche de vaca, y lo hacíamos a través del patio del cuartel, atajando el tener que doblar la esquina y rodearlo. A veces, me juntaba con la Amada, y caminaba junto a ella, pausadamente, charrando, rodeando el cuartel, ella me preguntaba cosas, como hacen los mayores con los niños, con el fin de charrar, yo le contestaba con la mirada  hacia al suelo, o al cielo, seguíamos el mismo camino. No había nadie.

Si íbamos solos, mirábamos a uno y otro lado del patio del cuartel, y lo atravesamos con cierto temor y tan deprisa como nos era posible, los guardias, rara vez nos llamaban la atención, pero sus hijos, aquellos con los que compartíamos pupitre, si nos veían, corrían a por nosotros, se agachaban, agarraban una piedra, y había muchísimas y la lanzaban al aire, aquel era su territorio. No podíamos pasar.

Estábamos en guerra. Jamás hubo una tregua, ni tan siquiera un partido de futbol amistoso, entre ellos y nosotros. Nada. Ellos, a su vez, en la medida de lo posible, no ponían un pie en ninguno de los dos Barrios que limitaban “su territorio”, de eso nos encargábamos nosotros a uno y otro lado del cuartel, pero, todo esto, ya es otra historia. Cosas de críos.

Ya en el otro Barrio, la puerta de casa de la Teresa era de madera, y estaba siempre abierta, nada más abrirla olía a gloria, al pasar al estrecho pasillo donde te servía la leche, olía a leche fresca, mientras se adivinaba el trajín entre las cuadras y el resto del pasillo en forma de L camino de las cuadras, de un ir y venir, con las cántaras llenas de leche recién ordeñada, trajín de hora punta. Mientras la sartén en el fuego, llenaba la cocina de vapor dando buena cuenta de unas patatas con cebolla, cuyo olor, tan bueno como el del resto de la casa, a veces echo tanto de menos, que  no me queda más remedio, que prepararme esa misma cena, a eso de las ocho en invierno. La cena de Miguel, el amo de la casa.

La Teresa me decía de vez en cuando: Maño, haz el favor de venir con una lechera como todo el mundo y no con las botellas de la Pitusa, vale más el tiempo que se tarda en llenar que otra cosa,… mira la cola que me preparas, y todos tenemos faenas, será por lecheras, si tendrá tu abuela el granero lleno, y si no ya te daré yo una. Venga, anda escape. Ya hablare yo con tu abuela, ya. Además hoy hay calostros, nos ha parido una vaca, y estas civilas no quieren, y en la botella no te los llevas, así que vete a escape y vuelve con una lechera como dios manda. Y yo, volvía con el coceleches, el más grande que teníamos y nos lo llenaba hasta los topes de tan suculento manjar, mejor que el arrope sin duda. Ya hablare yo con tu abuela, ya. Volvíamos a lo de siempre. Día grande aquel en que paria una vaca y comíamos calostros.

Acudíamos todos los días a por un litro de leche, y a veces eran dos, el segundo lo pagábamos en el inter, el resto al final de mes, ya no recuerdo el último precio de aquellos años, si a mí ver, si serian poco más de diez duros o qué, casi lo mismo que vale la leche de oferta hoy, bueno, lo que sea que hoy nos vende y compramos.

Pero qué me dices, esa era mi abuela que ponía el grito en el cielo, cada vez que a la Teresa se le ocurría subir el precio de la leche, esta mujer, aún no ha sentido en la tele que va a subir el pan, que ya nos está subiendo la leche, ( el precio del pan, estaba regulado y subía, por orden del gobierno, muy de vez en cuando todos los años como aquel que dice) pues al final, tendremos que ir a la tienda como todo el mundo, ya la pillare yo, ya la pillaré, ya. Y si no, mira, con irnos dos puertas más allá, a cualquiera de sus vecinos que también venden leche, san se acabó.

En el otro Barrio parecía había más vacas que personas, era sin duda casi el último rincón de Calamocha con leche fresca. Coñe, no sé qué me digo, si la Teresa hará la de todos, se pondrán de acuerdo los del Barrio y la subirán, así es como debe hacerse, y los demás a pagar por señoritos, por no tener que sacar la cuadra de las vacas. No tenemos sustancia.

Los días que cambiaban la hora no sabíamos muy bien a qué hora acudir, pues al parecer, las vacas, también tenían su horario y no era fácil hacerles cambiar de hábitos, también el día de Navidad, o alguno otro festivo, acababa todo manga por hombro, a la hora de ir a por la leche. Las vacas son muy sacrificadas, hay que estar siempre encima, aseguraba mi abuela, pero claro, si quieres hacer perras, tirar para adelante, hay que tener animales en casa, con la tierra solo se malvive. Mira nosotros, si no hubiera sido por ellas, miseria y compañía. Mi abuela, las dos, habían sido cocineras antes que monjas, las dos habían tenido en casa vacas. Se las sabían todas.

Mi otra abuela muchos años atrás de todo esto que cuento, cuando tenia vacas allá en el Peirón


Al llegar con las botellas, a casa mi abuela hervía la leche en aquel coceleches rojo por fuera y azul por dentro, parcheado por el estañador infinitas veces, tantas como pasaba por el Barrio, unas veces era algún señor gitano, de aquellos que también compraban a duro las pieles de conejo, las paredes de los corrales estaban llenas de pieles secándose, del conejo de la paella de todos los domingos, otras aquel afilador de gafas de culo de vaso y moto colorada, que un buen día, cansado, dicen se echó al tren.

La leche es lo mejor que hay, no sé por qué habéis de ponerle colacao o café si sola es lo mejor, el día que la Teresa se quite las vacas, no sé qué haremos, ir a la tienda, como todo los demás, o dejar de beber, pues no te dicen tonta por comprar la leche en su casa en lugar de en la tienda como hacen todas ya, que si hay que hervirla, que si esto, que si lo otro, que si al final sale más caro ir a casa la Teresa. Redios, nosotros mientras podamos no iremos a la tienda,  a por ese mejunje que les venden, mira que son tontos.

Para poder beber la leche había que hervirla, mi abuela encendía el fuego y se quedaba frente a él a la espera de que hirviese,  la leche era menos de fiar que las putas de las gallinas decía, si te vas a escape hierve y la pierdes toda, y al precio que la pagamos es una jodienda. Contemplaba como subía y de vez en cuando decía: Coño, niño, te has fijado si ha ido alguien nuevo a por leche, si ha cogido otra familia más, alguna civilanca, la Moracha me ha dicho que ha sentido que ha venido un guardia nuevo, de por allá abajo como todos, y son media docena entre chicos y chacos, seguro que lo ha enganchao la Teresa por el cinto para venderle la leche.

A mí no me quedaba más remedio que asentir y darle la razón, en la cola, junto con las civilas había una mujer que no conocía y con acento andaluz. Redios, proseguía mi abuela, pues no hay cama para tanta gente, si se ve enseguida, esta leche de hoy lleva más agua que otra cosa. ¿Abuela cómo le va a poner agua a la leche, yo no la he visto hacer eso nunca?. Oye maño, no me jodas tú también, mira ni aun nata te vas a poder comer hoy, y aquello sí que era imperdonable, pocas cosas había más buenas, que la nata de la leche con azúcar, mejor que la leche condensada de La Lechera, esto no es ni leche, no ha sacado nada de nata. El agua se le pone en la cuadra, que yo también lo he hecho, y a nadie se le dice que no, cuando viene a comprar, se le echa más agua y punto. En fin, se estira la leche, y ya la pillare yo, ya la pillare, ya.

Entre tanto "ya te pillaré, ya te pillaré" termine por creer que un día me pillarían en medio, que un buen día, mi abuela Rosa y la Teresa se encontrarían en el Rabal y ardería el Santo Cristo. Evidentemente se encontrarían más de un día y dos, pero nunca ardió, hablarían de lo que realmente importa, de la salud, de lo mal que estaba todo, y de aquello que se habla en el Rabal, "niña, sabes quien esta muy malico en Teruel, ... sabes quien esta preñada otra vez... vamos no me jodas, pobrecico, redios pero qué me dices, mira que tienen pocas faenas algunas..."

Qué se pensaran estos franceses, nos ha jodido, parece mentira, ellos dicen que allí en Francia todo el mundo va a la lechería y que la leche es de vaca, como la de la Teresa, que no hay cosa más buena, que no compran jamás en la tienda, niña verdad será, son tan modernos, aún se creen que aquí nos chupamos el dedo, (cada vez que venían los parientes de Francia, nos traían una especie de medalla de cristal del tamaño de un cenicero que se ponía en el fondo del coceleches y evitaba, según decían, que la leche al hervir saliese del mismo), era cuestión de fe, la leche se seguía saliendo, lo cual corroborara la tesis de mi abuela, esto de la Teresa es leche, y lo de Francia, vete a saber que, … la leche cuando hierve se sale, aquí y en todos lados, jodidos franceses, que cachondos que son, a saber que beberán.

A veces la cosa era más complicada y no se solucionaba solo con agua,… a veces ibas a por leche y te volvías de vacío. Abuela, dice la Teresa, que a una vaca le ha dado un pelo, vamos que se ha puesto mala, y a otra lo mismo, que compremos leche en la tienda durante un par de días, hasta que vuelvan a dar. Y nos íbamos a Casa la Paca y Rafael a por un par de botellas, leche Ram. Algo extraordinario. Los primeros vasos que nos bebíamos eran deliciosos, tenía un no sé qué, el cual por otra parte ya no he vuelto a saborear, también entonces la leche embotellada debía ser otra, y pedíamos beber siempre  Ram, pero al día siguiente, sin nata, sin el sabor de siempre,… echábamos de menos la leche de la Teresa, no había comparación posible. Pero si el agua sabe toda igual, como la leche puede ser tan diferente, qué les pasa a las vacas que no son de Calamocha. Era lo único que se me ocurría pensar.

Hombre, por fin, me vienes con lechera, un día sorprendí a la Teresa,… ahora tu abuela empezara con la cantinela de que le falta leche y que no echo bien la medida, pues le dices que te ha dicho la Teresa que no, que por eso venias con botellas, que lo sé yo, ya pillare yo a tu abuela, ya.  Al llevar botellas de litro, no había posibilidad, no había otra que llenarla hasta arriba, al ser lechera, siempre se podía echar de más o menos. De la lechera grande que salía de la cuadra volcaba en un cazo de litro y de ahí a la lechera o botella, pero no por no derramar nada, no llenaba del todo el cazo de litro, sino que lo hacía en dos veces,… y en la segunda, en la chorreada, unas veces iba más y otras menos. Y mi abuela vigilante miraba la línea del coceleches la cual no mentía, por debajo de ella faltaba leche y por encima daba igual. Hoy se nota que he ha echado la leche la Pili y no su madre, a ella le hace menos duelo, hoy el litro esta sobrado.

Mi abuela, murió con un vaso de leche, de esa misma leche, en la mano, una mañana de invierno mientras desayunaba. Poco después fueron desapareciendo las vacas de las casas y como todos, en casa, terminamos por comprar en la tienda.

Hoy, aún sigo buscando el sabor de aquella leche de la casa de la Teresa con la que crecimos, con la certeza de que no lo encontrare jamás, con la certeza también, de que la mañana que la encuentre, yo también me iré al cielo.


De los Años de la Cazalla. La muerte. Días de Leche y Rosa.

viernes, 17 de abril de 2015

La habitación donde nací.


Tiene su gracia, no estaba previsto que naciera en Calamocha, pero yo quise nacer allí. Tuve esa suerte, pude elegir y elegí Calamocha. Te cuento.

A mi padre la guerra le pillo cumpliendo el servicio militar en Madrid, de permiso en Teruel, y no le dejaron reincorporarse a su cuartel, así que lo reclutaron los nacionales, y sirvió y conoció como motorista mensajero al Coronel Rey D, Harcourt quien rindió Teruel a los republicanos. Preso por los rojos quedo mi padre en el castillo de Mora de Rubielos, mientras a nosotras, a la familia de mi padre, nos evacuaron a Valencia donde nos derrotaron de nuevo y vimos terminar la guerra como republicanas, siendo que la empezamos como nacionales.


Ella paso la guerra con mi padre y su familia en Teruel donde decidieron que no se iban a separar pasase lo que pasase como hacían otras familias. Mi abuela paterna se portó de maravilla con mi madre y mis tías también, allí se casaron por lo civil y después vino lo que vino. En fin, nada más acabar la guerra, mi madre cogió un tren de la época y allá que llegamos al pueblo, a Calamocha.

Mi madre joven como era no quería parar y también quería ver a su hermana Isabel que estaba en Cuencabuena, y otra vez agarro, maleta en mano y preñada apunto de parir y tomo el camino de la estación nueva, pero quiso el destino que  entrara a despedirse de las tías Lacruz que vivían junto al Santo Cristo y hasta ahí llego la Manola, mi madre, ellas que la vieron, no le dejaron dar un paso más, con toda la razón del mundo.



Aquella noche, de vuelta al Peirón, en casa de mi querida Tía Exaltación debí decir ahora o nunca, y me puse en marcha, a las dos llegue llorando de alegría por ver la luz en Calamocha.

Entonces me cogió la Tía Paca, y dijo, se llamara Pilar, a nadie pregunto, era la cosa asi, la madre nunca ponía el nombre, siempre era la madrina o algún familiar cercano, el que te llevaba a bautizar y ponía el nombre. Pilar.

Cuentan que paso todo el pueblo a visitarnos, siempre me contaron que pasaron hasta las mujeres de los Guardias Civiles a vernos y que me todas me hicieron muchos jerséis, las civilas cariñosamente decían aquello de “esta rojilla, esta rojilla guapa que ha venido a nacer aquí”. Como veníamos de Valencia éramos rojos.

Cuando vino mi padre a conocerme a Calamocha, se cabreo, primero por no ser un chico como el quería, y luego el nombre no le gusto nada, el quería Manolita como mi madre, pero ya era tarde y el no pintaba nada allí. La cuestión la zanjo, una vez calmado con las siguientes palabras ante mi madre:  “Pues es bien fea”.

Así durante toda su vida, entre tu abuela y yo, hubo una cierta complicidad  un cariño muy muy especial siempre recuerdo que cuando iba a su casa me enseñaba la habitación donde nací aquel  17 de abril de 1939, dos semanas después de acabar la guerra.


 “La chica de la bicicleta que quiso ser piloto” 



De los Años de la Cazalla. Nacer en Calamocha

domingo, 29 de marzo de 2015

Conforme Dios manda.

Éramos ya mozos, de todo esto que te cuento,  aunque aún no habíamos entrado en quintas, seria allá por el principio de los años cincuenta poco más o menos, cuando llegadas estas fechas de la Semana Santa, todos, chicos y chacos, mayores y pequeños, recuerdo que teníamos que ir "obligados" si o si, a la iglesia a ver al bueno del Cura y confesarnos, y ojo con no ir, que allí tenía la lista, y conforme acudías a cumplir te tachaba y listo otro año más. Si no acudías, te hacían la cruz, y ya podías atarte los machos.

Así que la Tía Marcelina y la abuela Xalatación, aquel día, me acuerdo como si fuera hoy, mano a mano las vecinas allá en el Peirón, no hacían más que decirnos, venga maños ir y no hagáis caso a nada, que si este no va, que si aquel tampoco, que al final van todos, ir y quitároslo de encima cuanto antes y un estorbo menos, no cale que le deis más vueltas. Si total no creáis que el Cura tiene ninguna gana de veros, que a mí me parece que como todos los sacos de carbón, no tiene ganas de verse, si fuese por él, ni misa cantaría. Pero le obligan.

 Y qué ibas hacer, pues ir, mira qué remedio te quedaba, total una tontería como otra cualquiera de las muchas con las que toca cargar a lo largo de esta santa vida, para que te querías complicar, y luego dar explicaciones a unos y otros, a los beatos del pueblo que con la lista en mano, al Cura ni le iba ni le venia, era el que menos le importaba, pero a los beatos, como te digo, a las fuerzas vivas, daban un mal, señalando a unos y a otros… 

Ibas y a cáscala a Luco, a chiflar a la vía del Bao, y como un día es un día y  una paliza es un rato aquel año agarramos los dos nada más comer, fuimos los primeros en presentarnos ante el Cura. Los malos ratos a pasarlos cuanto antes, y procurando que no nos vieran para luego contarles a todos, que aquello no iba con nosotros, que ya podía esperar el Cura senado en el confesionario, que no iríamos a contarle nada ni aun que viniesen los civiles a buscarnos, además los teníamos, el Cuartel, en la puerta casa, y eramos de confianza.



Conque nada, llegamos a la iglesia, echamos a trapalear de un lado para otro, y mecaguen el tío el copón que no está, que aquí no hay nadie, tira a buscarlo, échale un  lazo. Así que nada, al final, con miedo, nos asomamos a la Sacristía y allí estaba echándose un rosquete el hombre, con un frío que hacia terrible. Pero a escape nos guipo el gachó y en eso que el vecino le dijo: “Buenas Mosén, venimos a confesarnos, para que nos borre de la lista, le esperamos ahí fuera, ya saldrá cuando acabe. Iré yo primero”.

De eso nada, dijo el cura, los dos a la vez, y aquí ahora mismo, venga pasar, pasar, todos a dentro, ¿hay alguno más?, …se ve que el hombre estaba allí a gusto o tenía prisa o más faenas que nosotros y quería acabar cuanto antes, no os sentéis que no hace falta, venga que queríais:

Y en eso el vecino, echa hablarle, yo primero dijo, confesarnos, a eso hemos venido a confesarnos por Semana Santa, este y yo, total que empieza a soltársele la lengua, se le va de golpe la vergüenza y empieza con la cantinela: “Ave María Purísima. Padre yo…”.

Mira como si lo viera, agarra el cura, recién despertado de la siesta como estaba, durmiendo que estaba que no dormido… y empieza a gritar, cállate, callaros los dos, que vosotros ya sois mozos y os conozco, a mí con tonterías ninguna que os enderezo en un abrir y cerrar de ojos, cállate, callaros lo dos y decirme, sinvergüenzas, decirme y no mi mintáis, ¿vosotros vais al baile?. Pensaros que contestáis, que Dios lo sabe todo, y yo también.

Nos quedamos los dos sin saber que decir, porque claro, a la vista estaba que el tío se levantaba y nos dabas dos hostias a cada uno por penitencia, dijéramos lo que dijéramos y nos mandaba a casa y santas pascuas, y ya tanto insistir el Cura que el bueno del vecino acertó a decir:

Si Mosén, vamos al baile, pero bailamos conforme Dios manda.

Y que le quiso decir. Virgen Santa. Aún me parece que lo estoy viendo al tío, se agarra el Cura la sotana se levanta más furo que un jabalí y se viene hacia nosotros y venga a chillarnos, que lo sentirían de San Roque al Santo Cristo.

Enteraros de una vez por todas, Dios no manda bailar de ninguna de las maneras. Fuera de aquí los dos y no volváis jamás. Bailar conforme Dios manda, habrase visto que par de desustanciaos, si os agarro os avío. Fuera, fuera.

De Los Años de la Cazalla.


La última confesión.


Domingo de Ramos Año 2015