viernes, 20 de septiembre de 2013

Yo, a Torrijo. No vuelvo.

Carta.
 
Mi querida tía, como no podrá ser de otra manera, estarás ahora en el cielo conversando con unos y con otros, sentada en algún fresco rincón del cual solo te moverás para buscar otro lugar más cómodo, ya padeciste bastante aquí en la tierra.
 
Querida tía, tan solo escribirle para darle la razón una vez más, quizás sea un poco tarde, pero qué le vamos hacer, ahora que he visto las fotografías, he comprendido, aquella frase que tantas veces le oí decir.
 
Yo a Torrijo no vuelvo, me fui para no volver, allí no se me ha perdido nada, recuerdos a todos, se que todos me quieren,  yo más a ellos, …
 
Quizás le sorprenda que haya tardado tanto, diez o doce años desde que se fue, ¡qué barbaridad, como pasa el tiempo!. No crea, en realidad no es así, lo primero que hice en cuanto se presento la ocasión fue preguntar por las fotos, y hasta por las cartas de Córdoba, ¿recuerda cuando las encontró y pudo enseñarlas a quien siempre dudada de todo cuanto contaba?
 
“Olvídalo, me dijeron, no era ni de fotos, ni de recuerdos, no hay nada, no era de esas, nunca guardó nada”. 
 
Cosas de la familia, la respuesta, cualquiera lo sabía, no era verdad, pero, sigue bastando con que a uno le digan una vez las cosas, para que lo deje estar, paciencia.
 
Así diez años después, estas fiestas de San Roque me lleve una alegría enorme, cuando me dijeron: “Te he traído el álbum que me pediste, hay poca cosa, un par de docenas de fotos”.
 
Recuerdo.
 
Pasan los años, se suceden los recuerdos, se echa de menos y finalmente terminamos por añorar a las personas por algo que hicieron o dijeron, por una mera anécdota en la cual se resume toda una vida.
 
Yo, a Torrijo, no vuelvo, me fui para no volver. Lo repetía de manera categórica año tras año, ya no solo para referirse al pueblo donde nació, el mejor del mundo, de ello nadie en la familia albergó nunca duda alguna, sino también, para sustentar otras muchas de sus historias. Aquello paso, cosas que pasan.
 
Durante más de cincuenta años vendría los veranos a Calamocha, las Fiestas de San Roque eran su pasión, “no hace falta que os lo jure, bien lo sabéis, nunca he visto el Baile San Roque, ni lo veré”, era Tremenda, con mayúsculas, toda la familia allí reunida, hablando de todo en interminables horas, hablando en español, valenciano, catalán y francés, eso era lo que amaba, la familia, la conversación, años y años pasando ella por la puerta de su primera casa cada verano y mirando para otro lado, cara el Cementerio. Jamás volvería a Torrijo.
 
La sola idea de tener que pisar al tierra donde nació, le cambiaba la cara, “callaros, no me hagáis repetir las cosas, ya lo sabéis, a mi allí no se me ha perdido nada”. A la vejez viruelas, su marido murió al poco de jubilarse, pero aun les dio tiempo de venir a Calamocha en su propio coche, un Seat Gordini, coche con más encanto, no hubo ni habrá en la familia jamás, aquel auto, como decían los abuelos, que ya de nuevo parecía viejo, los dejo tirados a la altura de Monreal, y hubieron de entrar a pedir ayuda, arreglarlo y continuar viaje, aquel suceso, así catalogado, pudo haber sido una autentica catástrofe de haberse roto el coche unos kilómetros después a la altura de Torrijo. “Ni que decir tiene que hubiéramos dejado el auto allí, y bajado andando a Calamocha”. Nunca nadie lo pondría en duda
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Contaba y no paraba una tras otra, mil y una calamidades, desde los años de la Incierta Gloria de Joan Sales, hasta nuestros días, recordaba con cariño por su nombre y apellidos a todos y cada uno, a decir de ella, de los cabrones que andaban por España en aquellos años de norte a sur y de este a oeste, también de alguna mala puta, que de todo hay y se encuentra uno en esta vida, a uno y otro lado del frente y más allá en Francia. Gente en cualquier caso, normal. La vida misma. Ayer como hoy, todo sigue poco más o menos igual. De mi nadie podrá hablar mal, pero no te digo que no exista quien lo haya hecho o haya tenido ganas de matarme más de una vez. Empezamos en un sitio, hubo que joderse, terminamos lo que empezamos, jodidos y perdidos, luego como todos cambiamos, y todo siguió igual, como al principio.
 
No había rincón de España, por grande ni pequeño donde no hubiera estado, y por fin dado con buena gente, a la que pedir favores, a la que años, décadas después devolver favores. 
 
Cuando finalmente se dejaba llevar por la emoción termina hablando en valenciano, donando canya tot el mon, ya no había forma de  pararla. La mare que va, el para que torna i la filla, a on es la filla?. Se fue de Torrijo a Valencia.
 
La foto.
 
 
 
Quizás fuesen otros tiempos, no lo sé, sin embargo, hacerse un retrato en aquellos años, barato precisamente no seria, menudo capricho, quitarse de comer por una tontería así,  pasar hambre a cambio de la inmortalidad, ahí es nada, pura vanidad, tal vez inmoral. ¿Pero qué clase de padres eran aquellos?
 
Igual, que los de hoy, según nos dicen, pues andamos a un paso de no tener qué comer, mientras seguimos pagando facturas de todo tipo e innecesarias,… En cualquier caso mil gracias, a quien fuese, seria la abuela, como tantas otras veces, la que pagase, todo por tener un recuerdo de sus nietos, malcriarlos y echarlo todo a perder a base de caprichos. Si bien, viendo la cara de una de ellas, tan de buena persona como de mala leche, de mi bisabuela hablo, no creo yo que soltase las perras sino alguna que otra hostia y en cualquier caso, nunca las suficientes.
 
Ella, era la mayor y tendría unos 6 años, así que sería muy probablemente el año de 1927,  aun hubo más tarde otra hermana tan pequeña que no está en la foto ni se tendría en pie o tal vez ni habría nacido, no lo sé.
 
Aparece ella con la gravedad que da ser la mayor, limpia en comparación con el resto, y el pelo impecable, con el vestido a rayas, retal de vete tú a saber qué, su hermana que no se tendría en pie, sentada, con la cara borrosa, de haberse comido los mocos a falta de cosa mejor, y el hermano, caray con el hermano, los chicos ya se sabe, no son como las chicas, esa saya que lleva parece la llevo antes todo Torrijo, y con más mierda encima que el palo un gallinero. Eso si, bien peinado, faena tendría quien le pasara la liendrera. Los zapatos, no hay duda, serian prestados. Como para gastar en zapatos estaban. No sabían lo que eran.
 
Una vez pudo salir de allí, para qué iba a volver… Hoy, lo comprendo todo.
 
Al Este del Edén (1952)
 
Cuando un niño comprende por primera vez a los adultos,  (es decir cuando se abre paso por primera vez en su grave cabecita la idea de que los adultos no están dotados de una inteligencia divina, de que sus juicios no son siempre acertados, ni su pensamiento infalible, ni sus sentencias justas),  su mundo se desmorona y la desolación se apodera de él. Los dioses han caído y ha desaparecido toda seguridad. Y además no caen un poquito, no, se destrozan y se hacen añicos, o bien se hunden en las profundidades del estiércol. Es una tarea muy fatigosa la de reconstruirlos; ya no vuelven a brillar jamás con su antiguo resplandor. Y el mundo infantil, ya no vuelve a ser jamás un mundo seguro. Es una manera muy dolorosa de crecer.
 
John Steinbeck (1902-1968)
 
El Tío Juanito Steinbeck, no era de Torrijo, a cambio sabía escribir, nadie es perfecto, nació en Salinas, allá en California en los Estados Unidos y no era de Torrijo como digo, pero casi, bien sabia él, que uno es de allí de donde nace, de la gente que vivió en esa tierra antes que él, tanto familia como no, de la tierra en si, y que por muy lejos que se vaya uno, por mucha gente que pase por su vida. … seguirá siendo hijo, y viviendo allí donde nació.  
 
Los Años de la Cazalla. La niñez. Muerte, abandono, hambre.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

La Leyenda del Santo Cristo.

Sábado. 14 de septiembre de 1492 
Dicen que contaba la historia, devenida con el paso del tiempo en leyenda, en cualquier caso, mentira, oral o escrita, escuchada o leída, por unos o por otros mil veces narrada, generación tras generación tan olvidada como recordada.  Cantada en sus inicios, por aquellos juglares que llegaban de la parte de Qa- Al-Ala-Tayud, cantada, escrita y contada, por el primer cronista del que hay constancia en Calamocha, un tal Ibn BLA´Sqo, que dio en afincarse aquí, hasta nuestros días.
De las hoy Cuatro Esquinas a también hoy el Poyo del Cid, que allá por finales del siglo XV en las afueras  de Calamocha, de la que mira hacia el Levante, sucedió algo extraordinario. 
El nacimiento del Rabal o las Fiestas del Santo Cristo, pues aún hoy en día se mantiene la duda de que fue antes, al suceder todo la misma tarde noche, en la que murió el Ala-Rabal.
Apenas un puñado de fuegos, de hogares repartidos por el Barrio Verde, la Poza de los Tres Deseos y la Calle del Tru-Jal-Raba, donde por todo ingenio, oculto, el nombre lo dice, un trujal, allí mismo donde siglos después apareciese la Virgen del Callejón, tan desconocida como milagrosa, y algún que otro pitañar más, pocos, al otro lado, en el Ara-Ñal de Q-At-Alan cara la Era del P-Al-Tre asomando a la amurallada Cerrada de Sancho.
Daban cobijo mayormente a más que pobres, mendigos, tan honrados como humildes ladrones, que vivían como podían, lejos de toda ley y Dios verdadero y que no haciendo nada la mayor parte de las veces, porque nada había que hacer, porque no había tierra ni peonadas, ni nadie de más abajo que les diese faena. Pudiera parecer a los habitantes de al lado, de la llamada Qua- Ala-Mocha, que estaban siempre de fiesta, cantando como lo hacían en las tierras del Sur de la península, allá en los confines de la Al-Bonica en el Ala-Rabal.
El hecho de que de vez en cuando desapareciese algún tocino, les libraba de males mayores, y es que el hambre, no espera y cuando se trata de comer, hay que comer.
Como el perro el rabalero, a ojos de la gente de bien, ni hacían ni dejaban hacer, poco era lo que respetaban, menos aun las fiestas de guardar, que el comer sabido es no espera y hay que procurarlo todos los días…. Aquel tercer mandamiento de Santificaras las Fiestas, lo tenían tan olvidado como el séptimo, del que eran fieles devotos.
Dicho de otro modo no se les veía por misa, arramblaban con lo que podían.
Y en aquellos años se podía perdonar prácticamente cualquier mandamiento, cualquier cosa salvo el hecho de no ir a misa, y aquello, aquel detalle (que te delataba como zancarrón), acababa domingo tras domingo, fiesta tras fiesta, con la paciencia del noble y cristiano pueblo de Calamocha, apiñado en torno a la Morería bajo la generosa sombra del otrora castillo de Musa. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
 
Aquel sábado 14 de septiembre de 1492, festividad del Santo Cristo en la Morería, a los, de lo que luego serían parte  del Barrio Bajo, a los de Calamocha de toda la vida, vino a terminárseles la paciencia y decidieron a la entrada del Coso agostados de palique, subir a pedir explicaciones y enseñar el camino de la iglesia a los haraganes zancarrones, de los pobres barrios de cara Al-Poyo.
Como aquel que dice, a tirar la primera piedra.
De la mano de Pascal Misifud, conocido como Gato, por sus vecinos conversos, caminaron juntos en un principio, se les acabó la paciencia a unos y otros, todos cristianos viejos, judío éste, el Pascal, que en estos de los gremios llevaba la voz cantante y pensó, "ya les toca, vamos para arriba a repartir estopa, si son pobres, ya les prestaremos, ...A por ellos"  
 
La cosa acabo como acabo, los del Ala-Rabal, no lo esperaban, y liose la de las Navas de Tolosa por la cantidad de piedras movidas aprovechando la cantera de la que luego, siglos después, seria llamada la Era de San Roque, en la parte baja del Ala-Rabal donde se libro batalla. Al resguardo de el calor.
Los de la Morería superiores en número, mejor organizados y con Dios de su parte, miraron hacia las tierras del A-Jutar, a sus ojos baldías, llenas de moreras y acogedores ribazos, objetivo encubierto de tan gran dislate, paso obligado del agua que regaba sus tierras, y dijeron “hasta aquí hemos llegado, a partir de ahora, a misa, esto es Calamocha y estos son sus Arrabales.”
 
Un puñado de aquellos del Barrio Verde y La Poza se marchó huyendo hacia el paraíso del sur, pronto de andar se cansaron, días más tarde en Al-Poyo, fue donde se asentaron, y fundaron el pueblo nuevo ya en el llano y de los pocos que quedaron aquella noche, heridos y maltrechos, ninguno se avino a entrar en razón, ninguno quiso doblar el Qan-Ton puerta de la Morería y bajar a misa, ni menos aún abandonar su tierra.
 
Un día es un día y una paliza es un rato, pensaron esos cuatro, que se quedaron, defendiendo lo suyo, el Ingenio del Trujal oculto y la entrada a la Mina.
 Ako El Rab, los Q  ´At Alan, los M´Ala Kos, la familia de  Es-Quelas, un puñado de recién llegados de lejanas montañas, conocidos como Los Serranos primeros cristianos viejos que dieron alli en asentarse, y alguno que otro más,  optaron por resistir, en justicia la siesta les impido huir, así, que allí mismo, decidieron los calamochinos de bien, amparados en Dios,  llevarlos a la hoguera, quemarlos y acabar con el problema. Un poco más allá de la hoy calle Ingenio decidieron pegarles fuego.
“Que se vean las llamas en Mont-Real.Que no huya el Renegado Giusepe Luigi Al Sancho, apresarlo si ha lugar, que venga y deje constancia de todo cuanto vea, qué pinte por fin algo que valga la pena". 
Dadas las pocas ganas de verse de los que allí vivían, no les fue difícil reunir a los de la misa, un buen montón de zarrios, y leña y en lo alto, cual brujas alcahuetas, que de todo pecaban los del Ala-Rabal, atados de pies y manos los cuatro que quedaron sin entrar en razón.
Fueron los críos de la Morería, armados con carracas y matracas, quienes se dieron un festín, los encargados de ir casa por casa arrancando todo lo que ardiese para ponerlo a los pies de la hoguera, jaleados por sus mayores. No hallaron piedad, ni aún las ratas, menos aún los pobres que allí habitaban,  ni entre las madres de los niños hubo compasión. Cohetes, tracas, petardos llegarían siglos después para aquella misma noche recordar todo su jaleo, todo su miedo, hasta que una tragedia tras otra, los silenciase, no hace tanto: “Lo mismo tiro el cohete para arriba, que lo tiro cara la puerta hacia el Cristo, que aquí yo hago lo que me viene en gana”… Aquel fue el último en sonar. Por su parte los zagales, sino de los nuevos tiempos, dejaron de pedir leña por las casas, ya no hay leña, ni aun en las eras,... ¡Ni muñeco que quemar hacen!.
Y hasta hace cuatro días, los zagales del Barrio Bajo corrían a pedradas a los del Peirón, cuando no era al revés, uniéndose otras veces, tomando el camino de Navarrete para tratar de conquistarlo, emulando a sus mayores de siglos atrás. Sin tomar jamás el camino que lleva a los parientes del Poyo del Cid.
 
 Y ya anocheciendo y para que escarmentasen, trabajasen y fuesen a misa, decidió el mas lanzado, el más valiente, el primero en todo salvo en acudir a la iglesia, seguir y no parar, pegarle fuego a la hoguera, tras rezar fuego amenazante en mano, una oración de esas que solo el sabia en pro de la salvación de las almas de los que se negaban a ser calamochinos… La primera salve que allí se dijo.
El que menos preocupaciones tenia, el Tío Preocopio, le decían, marino de fortuna llegado de Italia, contaba ser de familia noble emparentada con los Nerones ni más ni menos,… otro que vivía sin trabajar, pero en este caso, la ley y Dios, de su mismo pueblo, de Roma, le perdonaban, encendió la hoguera por fin.. Meses más tarde se diría pariente de un tal Cristobal Colon, su mismo padre resulto.
Buena fue la que prepararon, aquello ardió en un visto y no visto, y para sorpresa de todos, pasadas las llamas, agotada la leña y los zarrios, los ajusticiados seguían vivos, no ardieron bajo el fuego purificador, señal dijeron los justicieros de la Morería de que eran puros…
¡Milagro!. Ahora sí, era la hora de rezar, para evitar castigos divinos, todos a una. Misa a las nueve, allí mismo y no en la iglesia.
 
Aún salió por ahí un figura que aposto por aprovechar, antes de rezar y comulgar, las brasas para asar alguna costilla, longaniza y chorizo y alguna florecida morcilla con el fin de cenar todos en hermandad, con el fin encubierto de verlos cenar tocino a los que se salvaron de la quema.
 
Entrada la noche, no quedo duda alguna, Calamocha llegaba hasta la hoguera,… “Podéis quedaros, sois de los nuestros, podéis levantar sobre las cenizas un Peirón que diga esto es Calamocha y  vivir a su alrededor y vivir bajo su protección… vivir a la paz de Dios” 
Sin embargo, los ya calamochinos, los rabaleros orgullosos, “un Peirón, cuatro piedras,… tan poca cosa, eso lo hace cualquiera….”
Ellos que en una noche cerrada de invierno, despechados no de amor sino de hambre,  cavaron la Mina que atraviesa de Oeste a Este el Rabal,… para llevar el agua, para cruzar las Murallas del vergel de la Cerrada Sancho y procurarse sustento, no se iban a conformar con vivir junto a algo tan insignificante como un Peirón.
Y así en unos días, fanfarrones ellos,  edificaron la Ermita del Santo Cristo, con las piedras de la batalla.
Escrito queda, como llego el Arrabal a Calamocha como nació su ermita con la puerta orientada al Norte y no hacia el Este, no mira pues la puerta hacia donde sale el sol, si no hacia el pueblo calamochino, en contra de toda lógica cristiana, como muestra, tal vez,  de acogimiento hacia quienes suben de los barrios bajos a sus tierras, y sus fiestas a celebrar cada 14 de septiembre en honor al Santo Cristo, a festejarla ni más ni menos que con una hoguera y un infiel muñeco de paja, ya ausente, en lo alto.
Hay otra fiesta, no menor, pero si más familiar, cada mes de mayo, cuando los descendientes de aquellos que huyendo, quisieron curarse en salud y encontraron cobijo en el Poyo bajan a ver a sus parientes, bajan a la ermita. Son para los Rabaleros, los Curitos del Poyo.
En realidad fue la noche del Santo Cristo la fiesta grande de Calamocha hasta como aquel que dice, cuatro días, hasta que llego la peste a fines del XIX y hubo que pedir ayuda fuera, a Francia ni más ni menos, a Montpellier, donde un tal San Roque, finalmente se las vio y se las deseo, las paso canutas, pero acabo con la enfermedad y de fuera vendrán, que de casa te echaran, el Santo Cristo dejo de ser el patrón de Calamocha para ceder el puesto al bueno del francés, y así hasta nuestros días. Menos mal, que me queda el arrabal, debe el Cristo pensar.

 
 
 
 
 
 

martes, 20 de agosto de 2013

Diario de todo aquello que ya nos falta. San Roque 2013.


14 De Agosto. Día del Perro de San Roque.

 

A media tarde subo Rabal arriba, a mis espaldas más allá de las Cuatro Esquinas un mar de blanco y rojo grita ¡agua¡ agua¡ y se oye algo que debe ser música, no me cruzo con nadie, las puertas están cerradas, las casas a medio hundir, lleva el Rabal el mismo camino que todos nosotros, cuesta abajo, por fin ya casi en la entrada al Barrio, me saluda la Carmen, sale pronto a la fresca, primero frente a su casa,  luego cambia la silla a su portal, manda el sol.

“Que tal todo y todos, que alegría veros otra vez, habéis venido a las Fiestas, yo como siempre he estado no lo sé pero vosotros, si no se venís, imagino que lo echaréis en falta, que luego a lo largo de año, será como si os faltase algo. Hay que venir”.

 

Más tarde en las Ferias, me doy cuenta, no hay Autos de Choque, tal vez no sea la primera vez, tal vez hayan faltado otros años, pero no lo recuerdo, echo de menos su ruido, la sirena, los choques,… El caso es que no recuerdo ya la última vez que subí a uno.

Los de la foto, ya están jubilados, bien críos eran, y ya llegaban a Calamocha los Autos de Choque. Los echo en falta.

15 De Agosto. La Virgen quiere ser Rabalera.

Inevitable después de todos estos días, que en algún momento la prosa salga “dichera”  .

Son las once en el Santo Cristo
Bajamos a la plaza en silencio
No suena la música, no encontramos a la Banda
Da igual solos nos dejen, conocemos el camino a la plaza.
 
Dejamos las flores con cierta tristeza
Menudo desastre, todo una pena
Suenan las jotas, llega más gente
Sin remedio la Virgen despierta, triunfa el oferente


 
Entramos a misa, toca conocer al cura
Me preguntan: ¿Por qué van vestidos de Semana Santa?
Contesto, sus pecados tendrán, aquí todas semanas son una penitencia
La Coral ni luce ni brilla ¿dónde está?, pero canta de maravilla.
 
Los pobres del Rabal las gracias damos
Por salir de Ofrenda y de Ronda de alegría lloramos
Las de pago no son jotas, ¡qué barbaridad!.
En el escenario, ni polvo ni desentonos, cuán lejos de la realidad.
 

16 De Agosto. San Roque. Día del Remolachero.

Acaba la procesión y quedamos para tomar café una tarde de estas, pero ya del año que viene, no corre prisa, nada de lo que hablemos o recordemos, tiene ya remedio...

 

Creo que finalmente fueron tres vermús, tan es así, que de la procesión, de su ir y venir, apenas recuerdo nada, lo mismo de todos los años. Como en los toros, silencio.

Primero y segundo fueron ambos en el Mirador, en cualquier caso, allí al marchar, de Vinaroz me saludaron, miles de gracias, de pura emoción me costaba respirar camino de casa, seguiremos recordando, pues no todos los días es San Roque, y el año fuera de Calamocha se hace eterno y de vez en cuando hemos de volver la vista atrás.

Y el ultimo vermú ya en casa con Mateo y familia, sin prisas, sardinas y anchoas del cantábrico que tras varios años hemos logrado apañar, vermú al que se unió un pobre de entre Valladolid y Madrid que vagaba por el pueblo añorando al Hombre del Tambor de la Banda de Encinacorba y su savoir faire a la hora del Bolero. Calamochino de adopción, Cuasi lo mejor de los fiestas. Remolachero Integral.

Llovió a la tarde, y los abuelos si hubieran tenido treinta años menos se habrían ido a buscar caracoles, aun asi, hay quien fue, y se llevo algo más que caracoles, calabazas, pepinos, lo que quiso, pero el destrozo que hizo por el Ajutar no tiene nombre. “Eso es de no tener sustancia”, se quejaba el agraviado.

17 De Agosto. San Roquico que estas en los cielos.
 
En la puerta de la iglesia el amigo Pepe me recuerda que antaño en lugar de roscos llevaba uvas, que unos días antes les torcían el mango para que enverasen y así poderlas colgar de la  peana.
 
Se marchara a las islas en misión  especial, siguiendo el rastro de un calamochino celebre. Ya nos escribirá ya nos contara.

 

Viva San Roque
Glorioso Patrón San Roquico
Tantos años como tengo
Tantos como te bailo
 
¿Cuanto queda para la plaza?
Llevo ampollas en los pies
Rozaduras de la camisa
Me quiero ir a casa
 
Quiero mis zapatillas, quitarme la faja
Mi camiseta de tirantes ponerme
Mi pantalón corto ponerme
Me quiero ir a casa
 
No se oye la música
Todos nos gritan
Lo hacemos mal, parecen enfadados
Qué de donde somos
Qué a dónde vamos, asi no se baila
Me quiero ir a casa
 
Prefiero la Semana Santa
Inocencio y Otilo nos hacen reir
En sus procesiones salir
Me quiero ir a casa.
 
Viva San Roquico
 

Bailan los hijos, por empeño de los padres, pero verlos sufrir. Te rompe el corazón. Cuando acabe nos vamos.Veremos si volvemos.
 
Día también en que un buen mozo de Monreal con planta de Torero, bien vestido y con corbata, el solito, conquistó Calamocha. Si no me equivoco Héctor Allueva "Piña" o algo así .


 







De menos a más, suyo fue el mejor recorte de la tarde, quien iba a pensar que en la puerta de casa hubiese un Torero. El de Santa Isabel, si no me engaño, fue quien lo saco a hombros. Y hasta sabrá cantar jotas… Mi trabajo me costo, hacer comprender a la chiquillería, que una cosa es recortar y otra muy distinta saltar, que lo uno es arte y lo otro deporte. Para gustos los colores.
 
Recuerdos a la Puebla de Alfinden.

 

18 De Agosto. Día del Dicho, Patrón de Calamocha. San Roque vuelve a casa.

Desayuno, me lo encuentro, en el Fogaril, allí, junto a Mandi, llega también el Chico de la Tele, Señor ya, cuyo nombre no sé, pero todo el mundo conoce. Vengo de comprar el Heraldo, el Comarcal , cañao, madalenas y unas pastas de anís en Micheto, si no vengo a casa con todo eso, parece que me falta algo.

Tiene al lado la botella de remolachero, pero la cara que lleva no es de beber, es de no dormir y darle vueltas a la cabeza, toda la noche cavilando. No dejo de acordarme de la “dueña”, la amiga de la infancia de mi madre, fotos y más fotos de recuerdo, este año ya no pudo asomarse a ver la procesión pasar. Mi madre empezó a llorar en invierno cuando hasta aquí llegaron las malas noticias…



Después de 25 años de silencio el Dichero Olvidado, agarró el Palitroque en la Castellana para volver a echar un Dicho, y como antaño, no lo soltó hasta que otro Dichero se lo pidió, resultó emocionante escucharlo, pero más aun verlo seguir el compas del Bolero hacia el Cantón. Parecía que saldría el Vainas a darle el relevo o el Señor Alto de las gafas.


La Charanga de la Peña la Unión le dió la cena y la noche, se sentía como la moza a la cual el día de San Juan, sin venir a cuento, le ponen en la puerta el cardo borriquero más grande que se haya podido cortar jamás entre el Salto y el Salobral. Moza a la cual, el resto del año vendrán los mozos a pedirle favores, una noche tras otra, y no sabrá decir no.

“Respeto a nosotros a mismos, y más al prójimo, si ahora no creen en dios, tal vez más tarde crean, en cualquier caso dios cree en ellos, y yo sí que creo, y esas cosas no me hacen gracia, como broma está bien, un rato y a casa, pero fue eterno…. A rondar a su pueblo”.

 


VIVA SAN ROQUE
 
Con suavidad y cariño,
un  mensajico a La Unión
y a su charanga de este año
gentes sin educación.
 
Si no saben de respeto
y de intelecto no hay más
a tocar a vuestro pueblo
y dejar la barca en paz.
 
VIVA SAN ROQUE

A la altura del Cantón, doy por terminas las fiestas, vuelvo a casa, una pena, pues se quedan los de Calamocha, los del pueblo, que uno, como tantos, ya no lo es, ni aun habiendo nacido allí, y comienzan los Dichos de verdad, los que si te critican te apañan, y se te alaban te joden.

Cortos, con rima, y con dicción y en ellos las cosas del pueblo, las que importan. Defienden por fin a los niños, “maltratados” en el empeño de los padres a la hora de que bailen y  ellos se cansan, y a nosotros se nos acaba la paciencia, decimos lo de siempre al año que viene, lo dejamos, que bailen los de casa.

Oigo luego en la tele, el Dicho de las jotas, y la ofrenda, la Calamocha pobre, la de siempre, quiere salir adelante, me emociona, oigo luego a Inocencio, mil gracias por estar siempre ahí…

Qué pena que estos y el resto de Dichos no se echen cuando tocan, el Día San Roque, con toda Calamocha allí presente, los que viven todo el año, los que están de paso y los que volvemos.



Recuerdos al Esquilador, ya lo echo en falta.

 

miércoles, 14 de agosto de 2013

La Palanca de Los Molinares.

"A Jarve, pasare por La Palanca"
 
Cada tanto, conforme te alejabas del pueblo hacia las tierras de labor, había una Casilla, una Palanca, en medio de los campos, aprovechando cualquier cornejal sin cultivar, tierra de todos y de nadie, allí, caprichosamente en apariencia, surgía una. En aquellos días, todo nos estaba por descubrir.
 
Te sorprendía el hecho de que ninguna tenia puerta, era casa de todos y de nadie, y era también inevitable acercarte entre curioso y gabache, para asomarte a su interior  como si entrases en un castillo abandonado esperando, con temor a ser descubierto,  encontrar algún tesoro.
 
Ya entonces aquellos viejos pitañares y cuchitriles, estaban a medio hundir, hacia ya años que los unos por los otros, la casa sin barrer, no se arreglaban, uno se llevaba unas tejas, otro unas vigas, al fin y al cabo eran suyas, ellos las habían heredado de sus padres y abuelos, arreglado, y finalmente, dejado agonizar y hundir, porque ya no tenían utilidad alguna, y nunca hemos estado para tirar, ni antes ni ahora. Tractores, coches, la maquinaria, lo cambió todo, también a buen seguro a las personas, acorto las distancias y hasta el tiempo. Venció.
 
Nadie, ni agosteros ni del pueblo,  dormía en ellas los días de siega cuando se trabajaba de sol a sol, con tal de no perder ni un minuto de luz, y ya nadie se resguardaba en ellas, ni hombres, ni caballerías, los días de tormentas, con miedo a que un mal rayo les partiese como le paso al pobre aquel, esa maldita tarde que en días asi se recordaba invariablemente, mala suerte, se concluía, una lástima, a charrar, fumar, cascarle un trago a la bota del otro y esperar a que escampase. Tal vez algún vagabundo norteño o portugués perdido, camino del dorado de la tierra y el tiempo valenciano, fue su último morador. Este ha sido un verano de Palancas, de tormentas, y algún día quien sabe si hasta con San Roque al hombro, se habrá de correr hacia la más próxima.  
 
A charrar de lo que traía el tiempo, de ribazos y de pleitos, de cacicadas, de animales y malas cosechas, de quien necesitaba de una paliza, y quien de dos, del baile del domingo y de la tia aquella que si se entiende o no con algún civil solterón, y del cura, también mozo viejo, solterón, a quien era menester darle una paliza como a un macho, porque no dejaba de caer piedra verano si verano también por mas que las beatas rezasen, ni una perra por ningún lado, una pena no saber de letra… Que malo ha sido siempre, ser pobre. Mañana será otro día.
 
 
 
La fotografía es del año 1994, en realidad no he vuelto por allí desde entonces, por temor, miedica que sigue siendo uno, a ver lo que no quiere ver, lo que es fácil de imaginar, que se ha hundido, que ya no está.
 
Cuando mandé el recado: “a Jarve, pasare por La Palanca”, en realidad no hacía otra cosa si no enviar un mensaje a través del teléfono móvil escrito,  no ahorrando letras sino mas bien movido por las prisas veraniegas y las escasas ganas de hacer cualquier cosa, que diferencia con aquellos que pasaban las noches y las tormentas en la Palanca, el calor, en suma, que me ahoga ahora.
 
Todo ello con el marco de fondo de estar aquel día en Calamocha y hablar, recordar y escuchar palabras que en cualquier otro lugar ni encuentro ni uso lo uno por olvidadas y lo otro porque no me van a comprender, “lo que hablamos comunicamos”, la finalidad en cualquier momento y lugar no es otra que hacerse entenderse, nadie parece esperar ya que le comprendan, en realidad había escrito, decía lo siguiente, y el receptor del mensaje, así lo entendió y aún comprendió:
 
 “A la hora en que se pone el sol en verano, a la hora en que nuestros abuelos salían a  las Monjas a Jarve, decían ellos, para pedir el turno de riego para la zaica de la Orillada, pasare a echar un Jarve, un trago de agua y charrar de lo que vemos en el pueblo, San Roque nos libre de criticar ni a nada ni a nadie, nos vemos en  la Caseta que tienes en el campo”.

martes, 23 de julio de 2013

Revienta Sapos. El Juego.

 
Dudó el abuelo un instante, para mí toda una eternidad, interrogado con insistencia por los nietos, habidos ellos de encontrar alguna celebridad entre sus mayores. Veremos cómo sale de esta, pensé, no sin cierta maldad, tendrá que rendirse y decir la verdad. No le caldra otra solución.
 
Nunca en la familia hubo nadie que destacase en el terreno de lo que sería el juego, entendido como deporte. Somos del montón, cuasi patosos, la cosa es así, lo más normal del mundo, es menester  haya de todo.
 
A escape y sin problemas, el abuelo lo resolvió con una brillantez enorme, sin mentir ni echar mano de la imaginación. Nos asombro a todos. A mí el primero.
 
En la familia había habido un fenómeno del juego, del deporte, y uno, a mi edad,  lo desconocía todo.
 
Aquellos eran otros tiempos, advirtió, y eso de hacer deporte, no se estilaba, a vuestra edad, yo ya iba de pastor, y mi padre lo mismo, vuestros padres tuvieron más suerte, pero no pasaron de darle patadas a un balón o jugar al escondite en la puerta de casa, también eran otros tiempos los suyos, nada que ver con lo de hoy y el trajín que os lleváis… a pesar de todo, nos lo pasábamos en grande.
 
Escuchar, os voy a contar una historia y así podréis contarla y presumir por ahí, mi padre, tu abuelo, por mi, vuestro bisabuelo, por ellos, allá en Calamocha, hará cosa de sesenta años o más, el otro día, como aquel que dice si no me acordaría, era el mejor del pueblo jugando al Revienta Zapos. El deporte de los Trujales. Así lo definió. Un fenómeno.
 
Todos los veranos, continuo, corroborando sus recuerdos, Fulanito, cuando viene a pasar unos días para las fiestas, y nos encontramos en Los Viejos o ande sea, me lo comenta, tu padre era el mejor, mi padre y mi tío, jamás lograron vencerlo. Cuanto echo de menos aquellos días, cada vez que bebo un trago de vino recio, me acuerdo, en la vida no se me olvidaran jamás aquellas trápalas que se llevaban los mayores en los Trujales jugando al revientasapos.
 
 
Los Hocinos de vendimiar. Nada queda ya.
 
 
El asombro corrió paralelo a la expectación entre todos, había una celebridad en la familia, alguien invencible en el extraño juego, para nosotros ya deporte, del Revienta Zapos, del cual lo desconocíamos todo, pero nos daba lo mismo. Habíamos dejado de ser unos desmanotaos en esto del juego.
 
A continuación el abuelo, trato de explicarnos en qué consistía tan apasionante deporte.
 
Veréis, vuestro bisabuelo era el que se apostaba, jugaba y siempre ganaba, ponía las rodillas en tierra y luego los codos, y luego estaban los otros dos que lo trababan, echaban la espalda al suelo y el uno el tiraba los pies a la cabeza y el otro a los riñones.
 
El juego empezaba y el que estaba a cuatro patas trabao, sin poder usar ni las manos ni los pies tenía que tratar de levantarse, mientras el uno le agarraba el cuello con los pies y el otro le pisaba los riñones, y además estos, se abrazaban para hacer mas fuerza si se ponían en el mismo lado, si no uno a cada lado,  y venga los demás en el Trujal a la hora de la merienda a animar a mi padre para que se levantara.
 
Podía con todos, esa es la verdad, tardaba poco o mucho pero acababa levantándose a puro de tirar de riñones, y entonces, al levantarse los otros caían como sapos al suelo…
 
En todas calles había Trujales y en cuanto veían pasar a mi padre lo llamaban para que entrase a jugar un rato, era la temporada de jugar al revientasapos la de pisar las uvas y hacer el vino.
 
Andaban locos todos cascándole al mocle, al anis con mosto, y jugando, pasabas por un Trujal y ya oías chillar a todos, venga ya están reventando sapos. En fin, puede parecer fácil, pero no lo es, y si no probar a ver qué pasa, lo dicho el Tio Auge tenia mas cojones que una burra capada.
 
Abuelo, no digas palabrotas.
 
¿Qué coño he dicho maña?