sábado, 30 de marzo de 2013

domingo, 24 de marzo de 2013

Recuerdos de otras Semanas, también Santas


En esta tarde de Domingo de Ramos mis recuerdos se remontan a noviembre de 1989 y a los meses siguientes. Recuerdo con nitidez la fiesta de “Todos los Santos” de 1989. Me dio tiempo para visitar la feria, el cementerio, y sobretodo, despedirme de la familia por un tiempo todavía impredecible… ¡Paradojas de la existencia! A un hombre de tierra adentro, tierra sin mar, le cayó en suerte hacer el Servicio Militar en la Armada. Aquel mes de noviembre de 1989 la abuela María  tuvo dos nietos acuartelados: Paco, por Sabiñánigo, disfrutando del prematuro frío invernal del Pirineo y el que subscribe, contemplando los fríos y húmedos amaneceres en el CIM de Cartagena, mientras la formación esperaba el izado de bandera. Peor suerte tuvo la bisabuela Pascuala, que tuvo cuatro hijos en la guerra.


Y recordando  aquellos amaneceres silenciosos, amedrentados por toques de corneta y órdenes de mando, me vienen a la mente imágenes, escenas que permanecen recientes, a pesar de que los protagonistas de las mismas han envejecido más de dos décadas. Escenas ligadas a la instrucción, exclusivamente de orden cerrado, para demostrar a los Infantes de Marina, siempre arrastrados por los charcos, que la marinería desfilaba mejor. Imágenes de muchos compañeros, yo entre ellos, con pocas horas dormidas, subiendo y bajando escaleras a toda velocidad, quizá con la intención oculta de estar preparados para cualquier tipo de zafarrancho en los buques de la Armada.


Me vienen a la mente recuerdos, algunos muy surrealistas, como el de la piscina de dimensiones olímpicas, literalmente arrestada, y por lo cual quedamos exentos de los ejercicios reglamentarios de natación. Otros, más humanos e interpelantes, como los suboficiales, joviales y campechanos, con muchos años de Marina en las espaldas; y a cierta distancia de ellos y de la tropa, los oficiales, con apellidos de rancio abolengo, prematuramente envejecidos por la vida en la mar… También recuerdo a algunos compañeros, la mayoría veinteañeros, con muchas ganas de vivir. Pero me vienen especialmente al recuerdo los que cada tarde volvían a la escuela para aprender a leer y a escribir, analfabetos en la “Galaxia de Gutemberg” y también en la incipiente “Galaxia de Bill Gates”; también recuerdo a los que se inscribieron en la catequesis, casi todos del área metropolitana de Barcelona, y que hicieron la Primera Comunión, rigurosamente vestidos de marinerito. También recuerdo las Eucaristías “relámpago”, y la oración de la tarde, de carácter prescriptivo en los navíos de la Armada, y que durante unos escasos segundos llegaba a todas dependencias a través de la megafonía:

 

“Tú que dispones de viento y mar,
haces la calma, la tempestad.
Ten de nosotros, Señor, piedad.
Piedad, Señor. Señor, piedad.


Como dice el refrán, “si quieres aprender a rezar, lánzate a la mar”. Y cerca de la mar, en la capilla del Arsenal Militar, conocí a Pedro Marina Cartagena, el marino más veterano de la Armada. El resignado marino era una talla de Simón, el pescador de Cafarnaum, al que Jesús de Nazareth llamó Pedro y le dio la potestad de atar y desatar en la tierra. El buen Pedro Marina Cartagena, que así figuraba en los listados del Arsenal, tenía rango de “Oficial de Arsenales”, el estamento humilde de los operarios de la Armada, pero con nómina como cualquier otro funcionario naval. El momento cumbre de la vida rutinaria de Pedro Marina Cartagena llegaba con motivo de la Semana Santa. El Martes Santo todo el personal adscrito al Arsenal Militar, construido en el siglo XVIII por una paisano de Báguena, se concentraba en torno a Pedro Marina, y el Almirante de la Zona Marítima del Mediterráneo leía solemnemente la orden por la que se le concedía el “Franco de Ría”, documento que le permitiría disfrutar en la calle la Semana Santa Cartagenera, conminándole a tener muy presente la hora de vuelta a la vida cuartelera.

Como cada año, el buen Pedro Marina Cartagena regresaba impuntual a la hora prescrita en el “Franco de Ría”, y la rigidez de la disciplina castrense, de carácter ejemplarizante, caía sobre el galileo, sometiéndolo a un nuevo arresto de casi doce largos meses. ¡No conocí arrestos mayores! Ni siquiera en la Base Naval de Mahón, el temido destino en la Armada.

 
La Semana Santa, entonces y ahora, es cristocéntica, pero, sin dejar de mirar al Cristo de la cruz y del sepulcro vacío, es conveniente que miremos al buen Pedro, el pescador del mar de Galilea. Dentro del grupo de Jesús, Pedro es el apóstol soñador, atrevido, impetuoso, testarudo, dubitativo a veces, fanfarrón y pendenciero en alguna ocasión, cobarde en el momento final.  Pero Pedro es también el hombre en el que Jesús se fijó para que animase aquella historia incipiente que Él había iniciado. El “club de los doce” no fue precisamente un “club selecto” de sujetos de una reputación moral intachable.


Quizá es conveniente que en esta Semana Santa  nos quitemos el tercerol y el capirote, y reconozcamos, humildemente, que todos tenemos algo de la forma de ser y actuar del Pedro de aquella primera Semana Santa. También conviene recordar que Pedro, a diferencia de Judas, supo reorientar su vida, porque en la profundidad de sus recuerdos se sintió apreciado, amado, perdonado por Aquél que había muerto en la cruz, el patíbulo destinado a los criminales en el Imperio Romano. Es éste un momento oportuno para caer en la cuenta de que también en nuestra vida, el Cristo Jesús, al que seguimos en las procesiones,  nos ha apreciado, nos ha amado; basta evocar algunos recuerdos de nuestra existencia.

 


CIM. 6º/1989. 3047. Cartagena Naval.

viernes, 15 de marzo de 2013

La Plaza Del Peirón.

Cuando tienes entre manos algo bueno, no tarda en llegar un día en el cual comienzas a pensar, en tener algo mejor. Se ve que por mucho que tengamos, parece, con nada nos conformamos, algo en lo cual todos nos debemos llevar poco.
Calamocha es una Villa, como Madrid, proclamábamos con orgullo a los cuatro vientos en los años de la niñez, una Villa y no un pueblo como todos los de alrededor, nos apresurábamos a recalcar, aunque de hecho no nos lo creíamos, pues aquello por muchas vueltas que se le diese no dejaba de ser un pueblo.
Además las cuentas no salían, así nos lo decían en la Escuela, si una ciudad debía tener un determinado número de habitantes, nosotros nunca los tendríamos, de modo que como mal menor debíamos conformarnos con ser una Villa, tal y como todos los años el Programa de Fiestas se encargaba de recordarnos en el saludo del Alcalde de la Villa de Calamocha. El resto del tiempo, seguía siendo pueblo.
Un día, muchos años después, uno ya no estaba en el pueblo, éste, la Villa, se convirtió en ¿ciudad?, quizás por eso, por no haber estado allí, he tardado tanto en darme cuenta, de lo extraño que me resulta leer o escuchar, "ciudad de Calamocha".
Y cuando fue eso, cuando llego el cambio, cómo, por qué,... ¿es cierto?, últimamente me lo he estado preguntando y he tratado de recordar, de encontrar más bien, aquel día, de tratar de comprende como paso, como fue que Calamocha dejo de ser un pueblo, una Villa como Madrid para convertirse en una ciudad, ni más ni menos que como Barcelona, por decir algo. Ahí es nada.
..............................................................................................................................................

Hoy, cuando bajo de la Rabal al Peirón y entro en la plaza del "mismo nombre", todavía la vista se me va hacia la derecha, en concreto a la fachada de lo que ahora es Ibercaja y su eterno reloj, que ya apenas se ven, he de esforzar la vista, por estar ahora San Roque en todo su esplendor, como si allí siempre fuera fiesta, en medio.
A todas horas había algún corro en aquellas ventanas de la Caja de Ahorros que a media altura te permitían sentarte, a cualquier momento del día y casi cualquier día del año, a la fresca en verano y al abrigo en invierno, bueno, esto último no tanto. Era como el circo, al frio y al calor, el lugar de conversación. Los abuelos, entre semana y la gente joven las fiestas de guardar se encontraban allí para cascar.
Todavía crees que allí, en sus ventanas estarán ellos apoyados, incluso uno mismo, viendo  la gente pasar, también el tiempo, charrando, esperando, arreglando España, porque muy probablemente para las cosas del pueblo, hoy, como ayer, ya sea tarde y no haya remedio.
Mi Tío Antonio y el Sr. Enrique eran fijos en el rolde de la Caja de Ahorros del Peirón sobre todo las mañanas de verano en los días de hacienda, aprovechando su generosa sombra, muchos de esos días, yo  bajaba a comprar el Heraldo en Agudo camino de casa de mis abuelos donde no solía llegar, aburrido, sin saber qué hacer hasta la tarde cuando ya el calor dejaba ir al huerto, los veía, me acercaba y me sentaba a escucharlos.
 Uno solo hablaba cuando le preguntaban, el resto era aprender. El tedio de la tarde lo mataba ya en casa con el Heraldo en la mano, los siempre ilusionantes fichajes del Real Zaragoza, y las paginas con las reseñas literarias, de libros que nunca leí y por encima de todo, las páginas de Matías con las novedades discográficas, que nunca compre ni escuche. ¿Para qué compraría el periódico?. No lo sé.
Solía haber otros muchos y muy variopintos corros y trajín de gente que iba y venía de unos a otros, parecía que todos los abuelos del pueblo tenían allí la perras, la pensión, y las cómodas llenas de jabón y colonia Heno de Pravia, el pueblo olia a Caja de Ahorros y Monte de Piedad... así que no paraban de rondar la plaza, vigilantes,  alcahueteando como rabaleras, que unos llevan la fama y otros cardan la lana, pero ese corro, con mucho, parecía el más radical, también el de mayor nivel, quizás por el periódico, el más difícil de entrar, no todos se acercaban. Uno del pueblo, y el otro también, pero ya de capital, y ya se sabe, esos, los de capital tienen muchas leyes y un punto de falta de sustancia, mas viniendo de Navarrete su ascendencia y aún la mía.
..........................................................................................................................................

- El Uno. Joder mira quien viene por ahí.
- El Otro. Así lo parta un rayo, maño, no creo que se acerque, que me estabas diciendo.
- El Uno. Nada, lo de los descamisaos desustanciaos estos, el Felipe y el Guerra, que buena se va a preparar cuando lleguen. Coño el cura otra vez, hale, con Dios. Mira que echa paseos el tío. No le falta faena.
- El Otro. De mal en peor va esto, va a ser verdad eso de "españoles no se os puede dejar solo", has visto las botellas de vino, ya te regalare una. Mira el zamacotan aquel, sale del Chato y se va a la Churrería. Venga, tírale. Si lo viera quien yo me sé. Habrá que ir con el cuento.
- El Uno. Vamos hombre no me jodas, déjalo estar, que yo les voy a votar. Del almuerzo al vermú, la vida es para cuatro.
- El Otro. Coño y yo también les voy a votar. Calla..
- El Uno. Mira, mira, que viene por ahí.
- El Otro. Qué cosa más guapa tú. Y que no saluda ni a dios. Manda huevos, que ya nadie conoce a nadie.
- El Uno. No sé si yo también les voy a votar. Normal que nos vuelvan la cara, a un par de viejos chochos como nosotros.
- El Otro. Pues no se lo merecen, el votar digo, porque ni han hecho ni han dejado hacer, como el perro del hortelano, a estos otros pobres del Centro.
- El Uno. Yo a esos también les vote. Mira aquel tú.
- El Otro. No si yo también les vote, lo que no se es para que votamos, que yo ya me canso.
- El Uno. Joder y este meapilas que entra todos los días a la Caja, qué hace, meter o sacar, chaval, asómate tú que guipas más a ver lo que hace y nos quedamos tranquilos
- El Otro. Pues si no tiene una puta perra, ya jodio la herencia y a mi ver ha vendido todo el campo, la vega le queda, pero no tardara en pegarle fuego, ni menos aun le van a dar, chico no me lo explico
- Un coche que pasa: Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii
- El Uno. Mecagüen el copón que susto me ha dado, parecía que se subía a la acera, quien era ese cabrón.
- El Otro. Coño no lo has conocido al atolandrao ese,. el de todos los días, quien va a ser maño.
- El Uno. ¿Ya es la una?, ya salen de trabajar de los terrazos.
- El Otro. No falla.
- El Uno. Y los civiles ahí aparcaos a la sombra del kiosko sacándole brillo al tricornio. me pongo malo niño, podían decirle algo. Que no me regales nada que te la estampo, me has sentido, mira, redios, que viene la Concha Velasco.
- El Otro. Si los civiles ya no pintan nada, quien se lo iba a decir hace cuatro días. Venga a cáscala a Luco todos de aquí, mone que dicen los valencianos, a comer, chico, yo siempre fui de Sara Montiel. Ya lo sabes.
- El Uno. Venga niño déjalo, ya si eso, nos vemos en el Casino a la tarde, que ya nos cansamos de oír siempre la misma cantinela, que parece que chochees. Que conociste a Sara Montiel, pues vale, para que te vamos a llevar la contraria, ¿verdad maño?. Otra mentira como las del periódico que trae este y otra igual que aquella vez que dices que en los toros en Zaragoza, te sentaste al ladico mismo de la Duquesa de Alba.
- El Otro. Anda olvídame, a la tarde igual truena, menuda sofoquina, me voy, joderos como podáis, tu tira para el Rabal, no te quedes aquí con este desustanciao, y peor persona, y dile a tu padre, que se acuerde de lo mío, que mire a ver quien tiene por ahí en algún pueblo un jamón de tocina curao en una artesa con yeso para estas fiestas, que parece que me apetece.
- El Uno. Joder, macho, que cosas pides, será por jamones.
- El Otro. Tú que entenderás,. mira, aun sale ese otro ahora del Chato, toda mañana que se ha cascao ahí. redios que pocas faenas tienen algunos, ya se ha dejao ahí el jornal antes de ganarlo. Si lo viera su padre, que pronto se jodio chico, hay que ver lo que son las cosas.
- El Uno. Adiós pues, tu mañana vuelves y nos cuentas lo que trae el periódico, que no hablas nada, todo mentiras serán, no hace falta que lo leas, mentira será, que lo que hoy es blanco, mañana es negro. Haz caso a los mayores.
En aquellos días podías comprar el periódico al medio día y leerlo por la tarde sin tener la sensación de que todo cuanto leías ya se había quedado anticuado, incluso al día siguiente podías leerlo. Esa sensación casi angustiosa de tener que saber lo que ha pasado al momento siguiente de ocurrir, si no antes, es nueva, es el sino de nuestro tiempos, aquellos días, se podía esperar, en la certeza, también, de que todo cuanto leyeses, seria mentira.

..............................................................................................................................................

Cuando la Caja de Ahorros, años después, ya Ibercaja reformo su fachada, las repisas de las ventanas donde apoyarse desaparecieron, aquello fue un error tremendo por su parte, en el que se suponen no repararon en toda su magnitud, iban a perder la hegemonía, y el pueblo iba a dejar de serlo. Error sólo a la altura del que se cometió cuando las Escuelas Viejas se convirtieron en como se llamen ahora con la consabida catástrofe para quienes aun pueden recordar su antigua fisonomía. Una fachada lo cambió todo.
De modo y manera que resultaba ya imposible encontrar acomodo en el tradicional rincón, el mentidero del Peirón fue poco a poco desvaneciéndose, de hecho casi estuvo a punto de desaparecer, hasta que decidió reinventarse, con tal de no morir, por parte ya de otras personas, otras gentes, tal vez ya otras inquietudes  y definitivamente en otro lugar.
Aquel movimiento estático de opinión, se traslado unos metros, más allá, y encontró acomodo en un nuevo rincón, apareció otro Banco, con unas ventanas con repisa, y el pueblo no dudo en hacerlo suyo. Me resulta extraño, ver ahí a la gente sentada, charrando y sentir el vacio del lugar tradicional.
Definitivamente Calamocha dejo de ser un pueblo, para ser algo más que una Villa, más incluso que Madrid, el día que llego La Caixa, con sus ventanas, su sombra, su abrigo, para dar cobijo a los nuevos corros ahora más cosmopolitas, donde es fácil escuchar varios idiomas, multicultural en suma, allí mismo también, una marquesina de autobús, como corro de tertulia, junto a un paso de cebra, y hasta sol en invierno. ..
Se seguirá, imagino, hablando de lo mismo, de la consabida cantinela de "chico no sé qué va a ser esto ni a donde vamos a ir a parar, lo que hay que ver, mira aquella flamenca, mira aquel trápalas...vamos como el cangrejo, de culo. Y del pueblo mejor no hablar, que luego todo se sabe"
Si, decididamente aquel día Calamocha se convirtió en una ciudad, nada menos que como Barcelona.
De Los Años de la Cazalla. El mentidero de la Plaza del Peirón.

viernes, 1 de marzo de 2013

La Conserva.

A propósito de la conserva cada vez que aparece en la mesa, nos resulta difícil ponernos de acuerdo, poco menos que imposible, esa es la verdad, siempre le damos vueltas a lo mismo: Lomo, Longaniza o Costilla, en aceite... para gustos los colores y también la conserva.

 A mí me va más esto, a mi aquello, a mi lo otro. Sobran las razones. La costilla por estar pegada al hueso, el lomo por aquello de que una vuelta en la sartén le da el ser, o bien la longaniza borracha de aceite. Para terminar con aquello de: ¿cuánto hace que no comemos patatas fritas con el aceite de la conserva?. Hoy nuestro cuerpo, sería incapaz de soportar tanto sabor.
 
 

Ni el día de San Roque, ni el día de Navidad, ni el mismo día en que se mataba el tocino se comía tan bien, como el día en que se echaba la conserva, se comía y se cenaba, día que llegaba un par de semanas después del mondongo, joreado todo en el granero, en aquellos inviernos, en los que hacía frio y cierzo de verdad, la carne había vuelto el color y estaba lista.

Deja bajar a la bodega a por una botella de Delapierre y echamos un jarve de champan. día grande, el día de la conserva.

El trajon a mano y poco a poco se cortaba con la chuela de hacer la leña para la Gloria la costilla, se repelaban los costillares, y se iba comiendo tal cual, toda una tentación, y con el cuchillo del jamón el lomo y la longaniza igualmente se troceaban, luego una vuelta en la sartén y un humo y un olor a gloria bendita que ni en las puertas del cielo se debe uno sentir tan bien, como al entrar en la cocina el día de la conserva.

 Y el lomo, la longaniza y la costilla ya por fin, una vez enfriadas, se metían en las tinajas de barro con aceite de girasol del Bajo Aragón, Pétalo se llamaba en aquellos días, el de oliva era caro y manimpleao para estos menesteres y tras ellos se subía al granero, para cuando fuera necesario echar mano de ella.

Y allá para San José, entonces fiesta grande, cuando se abría el espaldin, ya se podía catar con todo su sabor y empezar a comer, del tocino del invierno, ya iba quedando poco.

Y aún siendo conserva, aún siendo en aceite, en algo todos nos ponemos de acuerdo, caduca, por decirlo de un modo actual, allá por el mes de agosto, después de sufrir el rigor del verano en el granero comienza, en esos días a consumirse la carne apurada, como todos, por el calor y se rancea se echa a perder que dirían los abuelos, aunque precisamente a ellos, nunca les llegara ocurrir tal cosa.

Es con las carolinas de julio y agosto cuando la conserva alcanza todo su sabor, si bien, nosotros ya no sepamos apreciarlo en toda su magnitud, suerte que hemos tenido, pues la comemos en casa, la mayor parte de las veces, por no cocinar, y hasta sin hambre, en lugar de echarla de merienda y salir al campo, con la hoz en una mano y la zoqueta en la otra a segar, como hicieran nuestros abuelos.
 
Entonces sí, con calor, baldaos de trabajar y con todo el hambre del mundo, se convertía en el mayor de los manjares, acompañado de la bota de vino y algún corrusco de pan a medio florecer.

Una pena todo, que diría aquel, con lo buena que esta, sin embargo, seria de tontos ponernos a segar por tratar de apreciarla más. El tiempo dirá. mal está la cosa, dicen. Igual nos toca.
 
 

De vez en cuando aun llega por casa una tenaja de conserva, siempre hay quien la ve y pregunta, llama la atención, pero ni la han probado ni se atreven a comprar, que es, como se come.

Es entonces cuando les cuento todo lo ya escrito y termino por añadir, hoy en día, como mejor esta es en los macarrones, haces un sofrito con cebolla y tomate y le pones troceada la conserva, un poco de cada cosa. También resulta un manjar hacerte un bocata de tortilla francesa con un trozo de lomo, por no decir de comer de todo un poco junto con una tortilla de patata, todo frio, por supuesto, sin calentar,.. Pero quizás ya como mejor este sea con pan y tomate, pues la conserva con el tomate tanto natural como frito, el casero, hacen muy buenas migas.

viernes, 15 de febrero de 2013

El Viejo y el Mar


Quizás de críos pocas cosas nos gustasen más, que el hecho de poder salir a pescar cuando llegaba el buen tiempo y abrían la veda, una vez pasado San José.

Nada había en el rio que mereciese la pena, sin embargo, éramos la ilusión personificada, la bici, la caña, el morral, unas lombrices y a pescar. Con paciencia y una caña, pescador.

A pescar algún día algo que no fuese un triste y bigotudo samarugo o una fina madrilla del color del arco iris si la mirabas hacia el sol, quien sabía si pescar algo como podía ser una trucha, y de un kilo al menos, ya puestos a pedir.  Aquella posibilidad era nuestra ilusión, todo un sueño, un sueño que nunca se vio cumplido.

Del Puente Romano al Salto, cualquier lugar con el agua remansada y un poco de profundidad, era un buen sitio para lanzar el anzuelo, los plomos y el corcho, el mismo ojo del Puente Romano, el pozo de la revuelta en el camino de la Fuente del Bosque, el Ratero, el Pozo los Hoyos, la Y Griega, y algún que otro repocete a trasmano, entre el Rincón y los confines del pueblo, ya en el Salto,…

Ir a pescar al Salto, era como salir al mar, allí íbamos con cantimplora y merienda, la rellenábamos en la fuente de la Masada para poder pasar la tarde, y a pescar, de haber algo grande, todos lo sabíamos, debía estar allí, lejos de todo, solo era cuestión de paciencia, de encontrar el lugar y el día adecuado.

Nunca hubo nada en ningún sitio, en el Salto tampoco, pero de haberlo, tenía que estar allí, bueno, nunca hubo nada, en aquellos años, antes, al parecer entre esas alejadas aguas de la presa, el canal, el rio y la casa, había pesca a mansalva. Así lo contaba, así lo aseguraba Manuel, su abuelo se lo había dicho.

Sentados junto al rio, por parejas, en grupos, en cualquier caso nunca solos, por si alguno se iba al agua echarle una mano y pedir ayuda, pasábamos las horas con la esperanza de pescar esa trucha de más de un kilo que solo veíamos en sueños y que se nos resistía. Manuel hablaba, mientras masticaba, siempre llevaba algo en la boca, alguna raíz de junco:

Acordaros, la lombriz hay que pincharla en el anzuelo por el culo, para que pueda nadar en el agua y trate de escaparse, entonces los peces la ven moverse y van a por ella, si no, no se mueven y no pican...

 Deberían abrir la veda cuando empiezan las vacaciones, ahora ya no queda nada, mientras estamos en la escuela se nos llevan todo, entre el Tío Caminero, el Boto y el del Banco aquel, se llevan todo, menuda injusticia, y ahora nosotros parece que no sepamos pescar. ¿Qué ande vamos nos dicen? A pescar y se ríen de nosotros.

En este tiempo ya no veras a ningún mayor salir con la caña, solo a nosotros, señal de que no queda nada…y no salen, no por que haga calor, no salen porque ya lo han pescado todo, solo quedan los barbos viejos, esos que nunca pican y alguna trucha despistada, que a esa sí, la podemos pescar, porque se les oye chupar y saltar a cazar mosquitos, alguna hay, que se ven, pero solo nos pican los mosquitos… los mosquitos y esos barbos diminutos llenos de raspas que ni los gatos se pueden comer.

Una pena, un día como hoy, sin sol, nublado o con lombrices o con miga de pan, tenían que picar y ni por esas, se lo han llevado todo, seguro que los mayores de noche vienen a pescar, si a nosotros nos dejaran, entonces de noche, si alumbras con una linterna al anzuelo, te hartas de sacar truchas…

Mi abuelo ya lo decía, en aquellos años, de noche no salía de la casa, por no tener que echar a la gente que venía a pescar, del Poyo, de Calamocha, venia todo quisqui… mi abuelo, cuando vivía aquí, se hartaba de comer truchas, pozales de cangrejos, pollas de rio, anguilas, entonces había de todo y tanto, que nunca uso caña…por eso se ríe de nosotros cuando nos ve salir a pescar. Luego desde que los desagües van a parar al rio, se ha muerto todo, hasta los topos. No hay nada.

Las mejores truchas dice mi abuelo que las cogía aquí en el canal, cerraba un poco la tarjadera allí en la presa durante el día cuando no se necesitaba agua para las turbinas, cuando no tenia que fabricar electricidad  y a pozales las sacaba, y en invierno, como entonces se podía pescar todo el año, y si no daba igual, porque nadie le veía, por no mojarse desde la casa bajaba un cesto atado a una soga con cuatro migas de pan al remanso de la casa y al cabo del rato lo subía lleno de truchas, y las pollas de agua, le criaban en el corral de casa, entre las gallinas…

Y cuando veía alguna trucha más grande de lo normal, le ponía jarcias en los lugares de paso, allá en las compuertas, donde más cubre,  y la enganchaba, esa es la forma de coger las más grandes, a plomada o con jarcias, seguro que ahora si vamos, alguno tio tiene alguna puesta, aunque no se pueda pescar así…

Mi abuelo, un día, cogió una trucha enorme, tan grande que cuando fue a sacarla estaba aun viva y le mordió la pierna, fue allí en el rio, desbrozando después de una riada, por eso desde aquel día, mi abuelo cojea algo, si os fijáis bien, lo notareis…

Seguía y no paraba…nada picaba, ya ni los mosquitos. Había muchismo de todo, se ponía las botas de regar, iba de la presa a casa y las sacaba llenas de truchas, y algún cangrejo…

Resulto inevitable mientras leí El viejo y el mar de  Ernest Hemingway, que al pescador en su lucha con el mar, le pusiese la cara de su abuelo, el Tio José.
 

El pescador de Hemingway, aunque solo es su barca, también hablaba, también recordaba, mientras, como nosotros, esperaba que el mayor de los peces, que jamás había pescado, mordiese el anzuelo.

El viejo recordó aquella vez, cuando, en la taberna de Casablanca, había pulseado con el gran negro de Cienfuegos, que era el hombre más fuerte de los muelles. Habían estado un día y una noche con sus codos sobre una raya de tiza en la mesa, y los antebrazos verticales, y las manos agarradas. Cada uno trataba de bajar la mano del otro hasta la mesa.

Se hicieron muchas apuestas y la gente entraba y salía del local bajo las luces de queroseno, y él miraba al brazo y a la mano del negro, y a la cara del negro. Cambiaban de árbitro cada cuatro horas, después de las primeras ocho, para que los árbitros pudieran dormir. Por debajo de las uñas de los dedos manaba sangre, y se miraban a los ojos y a sus antebrazos, y los apostadores entraban y salían del local, y se sentaban en altas sillas contra la pared para mirar. Las paredes estaban pintadas de un azul brillante. Eran de madera, y las lámparas arrojaban las sombras de los pulseadores contra ellas. La sombra del negro era enorme y se movía contra la pared según la brisa hacía oscilar las lámparas.

Las apuestas siguieron subiendo y bajando toda la noche, y al negro le daban ron y le encendían cigarrillos en la boca. Luego, después del ron, el negro hacia un tremendo esfuerzo y una vez había tenido al viejo, que entonces no era viejo, sino Santiago, el Campeón, cerca de tres pulgadas fuera de la vertical. Pero el viejo había levantado de nuevo la mano y la había puesto a nivel. Entonces tuvo la seguridad de que tenía derrotado al negro, que era un hombre magnífico y un gran atleta.

Y al venir el día, cuando los apostadores estaban pidiendo que se declarara tablas, había aplicado todo su esfuerzo y forzado la mano del negro hacia abajo, más y más, hasta hacerle tocar la madera.

La competencia había empezado el domingo por la mañana y terminado el lunes por la mañana. Muchos de los apostadores habían pedido un empate porque tenían que irse a trabajar a los muelles, a cargar sacos de azúcar, o a la Havana Coal Company. De no ser por eso, todo el mundo hubiera querido que continuara hasta el fin. Pero él la había terminado de todos modos antes de la hora en que la gente tenía que ir a trabajar.

Después de esto, y por mucho tiempo, todo el mundo le había llamado el Campeón y había habido un encuentro de desquite en la primavera. Pero no se había apostado mucho dinero y él había ganado fácilmente, puesto que en el primer match había roto la confianza del negro de Cienfuegos. Después había pulseado unas cuantas veces más y luego había dejado de hacerlo. Decidió que podía derrotar a cualquiera si lo quería de veras pero pensó que perjudicaba su mano derecha para pescar. Algunas veces había practicado con la izquierda. Pero su mano izquierda había sido siempre una traidora y no hacía lo que le pedía; no confiaba en ella.

El viejo y el mar Ernest Hemingway 1951

viernes, 1 de febrero de 2013

El Cajero.

Presumía mi amigo Javier de hablar un español perfecto, no en vano, se dice fue allí en La Rioja donde ambos nacieron.

En la dura y apacible convivencia diaria de la vida de aquellos años que pasamos juntos, alguna de las palabras que me oía le hacían interrumpirme y me pedía explicaciones entre ofendido y curioso por tan gran afrenta a la lengua de Cervantes, por mi perpetrada:

"Perdona querido, como puedes hablar así, como si fueras un cantinero, perdona, pero esa palabra, puedo por el contexto adivinar el significado que le atribuyes, pero esa palabra no existe. Es lo que siempre te digo: si tuvieras acento aragonés, serias lo más parecido a Don Paco Martinez Soria. Misteriosamente no tienes acento alguno, por eso es una pena que hables con esas palabras, tú que puedes hablar un español perfecto, como yo".

Que una palabra no exista, para un purista como él, quería decir que no estaba en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, o en su caso en el Maria Moliner, aunque por ser esta ilustre señora, aragonesa, tenía mi amigo a su diccionario por algo "secundario", prescindible más bien, máxime cuando localizo su pueblo natal a pocos kilómetros de Calamocha.

Para su sorpresa, no tanto como para la mía, una tras otra, las rancias palabras calamochinas, existían, estaban pues en el diccionario.




De modo que una tras otra las palabras aparecían tanto en mi conversación como en el diccionario: festejar como noviazgo, cochera como garaje, cornejal como un trozo de tierra y a escape, como correr..cubo, pozal, caldereta, patio, corte,...no acabaria nunca.

Un día pronuncie la palabra "cajero" como la tierra que hay bajo un salto de agua. Aquel día fue el último, ya nunca más trataría de corregirme, lo recuerdo bien, tanto el porqué, le hablaba del cajero de la Serrana al pie del huerto, (Una pena no encuentro la foto), como lo que estábamos haciendo, jugar a la ajedrez, yo avanzaba con las fichas blancas que conformaban el ejército francés saliendo a defender Paris en taxi, frente a sus tropas invasoras, recreando la Gran Guerra, al insistir en la palabra y dar por muerto a uno de mis soldados, "peones", dejándolo abandanodo en un "cajero del Somme". Cesó por un momento de jugar, a pesar de ir con ventaja y dijo:

"Por ahí no paso, los huevos me juego, entendidos como cojones, los míos, que no me voy acoquinar,como dirias tu. La palabra cajero no tiene nada que ver con lo que tú dices, terraplén, barranco, si quieres, pero no cajero, esa forma de hablar, esa palabra así usada, no es sino un localismo, una forma de mal hablar de vosotros los calomochinos, que no calamochenses ni calamochanos. Eso no existe".

Salió con paso firme hacia su habitación, en unos segundos estaba de vuelta, y dijo:

"El futuro de mis hijos esta en tus manos, dice el diccionario en una de sus entradas para la palabra cajero: En acequias o canales, parte de talud comprendida entre el nivel ordinario del agua y la superficie del terreno. A dios pongo por testigo, que si me dejas seguir festejando, si no me conviertes a escape en eso que llamas un mozo viejo, jamás osare corregir tus palabras."

Le perdone y me dejo ganar. Pero, siguió tratando de corregirme, siguió buscando y encontrando las palabras del calamochino en el diccionario. Siguió aprendiendo en suma. Escudriñando palabra a palabra cuanto yo decia.