sábado, 22 de mayo de 2021

Tierra calamochina I

 

Te escribo esta carta, padre, porque tengo la seguridad de que estás en los cielos, sitio ideal para leer lo que la mano de un hijo escribe con temblor. Por lo demás, siempre te gustaron mis cartas. Tampoco te contaré en ella ninguna novedad, puesto que ahí donde ahora estás al parecer se edita un periódico, titulado Eternidad, en cuyas páginas de «Sucesos» se publica en letra pequeña todo lo que hacemos.

Querido padre: El tiempo ha pasado cruel y rápidamente. ¡Un año ya! de tu marcha a la Cañadilla. De aquella tarde de tu postrera despedida donde los rayos de luz en un quiero y no puedo se abrían paso entre las nubes y sus lágrimas en forma de lluvia. Última luz que alcanzaste a ver y tal vez sentir al cerrarse tu nicho una víspera de san Isidro cuando nos dejaste definitivamente y pasaste a ser tierra calamochina esa que tanto amaste.

He decidido escribirte la presente, aunque estés al corriente de todo, para darte cuenta de un modo sencillo de cómo van las cosas por aquí del lado de quienes en una constante y vana ilusión nos creemos tan afortunados como vivos




La crónica del año dirá bien poco. Tan poco que unos años después la habremos olvidado. Tal vez el mayor recuerdo de estos días será una pregunta: ¿cómo pudo sucedernos algo así? precisamente a nosotros que bien sabíamos lo que era por recordarlo cada 16 de agosto.

Tal como viviste tus últimos días así han sido los demás hasta hoy. Encerrados la mayor parte del tiempo. Esperando una vacuna a falta de un santo redentor. Acabo pronto, con decirte que no hubo fiesta de san Roque te digo todo. Tampoco ardió la hoguera del santo cristo y desde septiembre cuando fuimos a por mama. Quien a duras penas se animó y paso allí en casa dos meses, ya no hemos vuelto. ¡Y si!, una vez más, tenias razón, la tierra nos volvió el color cuando dejo de ser culta. Sin fiemo, sin sudor, sin más agua que la caída del cielo el brillante y fértil ocre marrón, el color calamocha se perdió y se tornó blanquecino, albónica tierra de paso. Su nuevo tono hace que ya no se pueda distinguir del camino. Así seguirá por la eternidad.

Con el nuevo año llego el frio, una nevada en enero como cuando eras zagal y un hielo tras otro trajo la muerte a un Calamocha que se tiño de negro. La pandemia se hizo presente, algo que nunca pensamos fuese a suceder, la desolación contaba los contagios por docenas cada día. Resulto terrible hasta que llegado febrero comenzó a escampar. Pero no hubo respiro, entonces nos enteramos de que un tren al que nunca subiremos tal vez vaya a pasar por la vega a la vera del rio de la vida. Al menos se terminó por fin la residencia y se anunció la llegada del Matadero Aragón a los terrenos del campo de aviación donde de crio metías las ovejas las noches sin luna en el cielo ni luz en la tierra. Aunque siempre habrá quien vea en esa misma tierra yerma nuestro ser. Ya en abril por fin las vacunas llegaron y eso nos dio un respiro y una débil esperanza, si bien no pensamos que lo quede de año vaya a ser muy distinto al anterior. Como era de imaginar también cayeron las ultimas heladas que lo dejaron todo pardina y ahora que llega el buen tiempo la vida sigue y quedamos a la espera de alguna que otra pedregada.

Todo lo que veo me hace sufrir, pero si estuviera ciego sufriría lo mismo

PD Párrafo inicial y frase final escrita por José María Gironella en Carta a mi padre muerto.

 

Publicado en El Comarcal del Jiloca 14 de mayo de 2021

viernes, 14 de mayo de 2021

Correo Agde Calamocha



 Hoy una foto de la familia, no entiendo por qué en un día como este me he acordado de ella. Esta es su pequeña historia

Dedicatoria: A mi prima con cariño más sincero y a mi hermana. Maria en Agde 26 de julio de 1943
A veces las cosas no son lo que parece, en realidad parece una idílica estampa veraniega, unas vacaciones en la costa francesa al lado de la playa y mandaban una todos los años, también fotos de estudio, pero no es así




La foto está tomada en el Campo de Concentración de Agde, refugio de los exiliados anarquistas y de hecho, de los tres el pequeño nació allí

En Calamocha mi madre y su prima Nati, hermana de Maria quien envía la foto, se fijaban en los trajes, los peinados los zapatos, … y se miraban así mismas y sentían envidia. Querían estar en su lugar

Y mis abuelos Rosa y Casimiro que mandaban todos los meses a través de la Cruz Roja paquetes sobre todo con ropa y comida, leche en polvo, para el pequeño no tenían duda alguna de que ni aquella ropa, ni aquellos zapatos, ni aquellos peinados eran suyos, ni mucho menos aquellas sonrisas

Y tenían razón, uno tras otros a todos los niños, también a los padres, que también engalanados para la ocasión enviaron sus fotos, los retrataban. Cuenta Maria que había montones de ropa, y de zapatos, entraban por una puerta se quitaban lo suyo, se mudaban, cuando ya se habían duchado, les arreglaban el pelo, les daban un caramelo, sonreían, les hacían el retrato, dejaban la ropa y zapatos, se ponían lo suyo, salían por la otra puerta y días más tarde enviaban la foto, por supuesto censurada, no podían poner en la dedicatoria ni en la carta ni en esa ni en ninguna, nada que rompiese la magia.

Los protagonistas de la foto siguen entre nosotros y Maria no para de sonreír cada vez que cuenta la historia. Pensando que por algún rincón de España habrá otras muchas fotos con los mismos vestidos y zapatos por que todos escogían los mas bonitos