sábado, 12 de enero de 2019

Una artesa, una maleta de madera y un colchón.

Fue a mediados de 1974 cuando Pablo Albajez Foz se jubiló y cerro la herrería de La Portellada. Tal cual la dejo sigue todo y sobre la fragua aun cuelga el calendario laboral de aquel año a caballo entre el blanco y negro y el color, entre las caballerías y los tractores, el momento adecuado para dejarlo sin más. La vida en un instante.

Había nacido en 1909, así que su vida como la que vivieron mis abuelos fue prácticamente la misma, salvo por el hecho del que por el pueblo de mis abuelos Torrijo del Campo el uno  y Calamocha el otro pasaba la vida en forma de rio, el "Giloca". Un milagro tras otro, sobrevivir para contarlo es el resumen de sus vidas, y fue tanto una proeza como una cuestión de suerte vivir para alcanzar a jubilarse algo prácticamente increíble para ellos, dejar de trabajar y cobrar del gobierno. Con lo poco de fiar que fueron a lo largo de sus vidas los gobiernos que pacientemente soportaron, parecía difícil de creer vivir sin trabajar.

Pablo, nuestro primer protagonista llegada la edad y a falta de padrino fue llamado a quintas y el bombo le deparo en suerte salir de su entonces tan pobre tierra como hoy rica con destino a Valencia, concretamente a la ciudad de Manises, donde la incipiente aviación daba sus primeros pasos. Allí, herrero de profesión no le falto trabajo, entre esos aviones que hoy a vista de fotografía bien parecen de hierro forjados, instrucción, guardias, imaginarias. Era todo un manitas, y buen trabajador así que pudo aprender cuanto quiso y en los ratos libres en talleres, del arte del escaqueo en la mili nadie está libre y aun sin querer se aprende, se dedicó hacer relojes para toda la familia aprovechando los aviones desguazados y sus múltiples indicadores, aun hoy cuelgan de las paredes y siguen dando la hora puntualmente.

De paseo por Manises los ratos perdidos siguiendo los pasos igualmente perdidos de los veteranos recorrió los mismos lugares que todas aquellas quintas que le habían precedido y así apareció un buen día por una destartalada paraeta, una pequeña tienda a punto de hundirse en todos los aspectos a pesar de su buena salud, con cuatro chucherías y media docena de tonterías de esas tan necesarias para los soldados del próximo cuartel de aviación. A buen seguro el tendero y él se conocerían al hablar en su lengua materna y menuda sorpresa. El dueño de aquel imperio eternamente al borde del precipicio era el mayor de los hijos de los Senante Alcober de La Codoñera, pueblo que dista de La Portellada apenas unos treinta kilómetros, distancia en aquellos años y tierra cuasi eterna. Y así comenzó la amistad entre el soldado y aquel que había emigrado en busca de vida, de una barraca, de un poco de arroz, del sol y buen tiempo padre y madre de las buenas cosechas.

El soldado Pablo afianzo la amistad con su paisano civil entre martillazos, soldaduras y relojes encontrando tiempo para tener acceso en el cuartel a algo mas que hierro y chatarra. La cocina y el almacén de víveres donde siempre, aunque poco había algo que sacar y acercar a casa del mayor de los Senante Alcober, llena de chiquillos. Escaquearse y conseguir sin duda dos de los pilares que iban unidos a los nobles tiempos en que se daba todo por la patria. En cualquier caso no nos engañemos se daba más de lo que se "recibía".

Acabado el servicio militar Pablo volvió a La Portellada y continuo con su vida en torno a la herrería en aquellos años de fondo, tan en apariencia, interesantes, días de la segunda republica en un lugar tan apartado del mundo como aquel rincón de Teruel. La amistad con la familia Senante Alcober continuaba ahora de pueblo a pueblo.

Y así entre idas y venidas, encontraría a su mujer en Valdeltormo, Flora Albajez, hija creo ahora recordar también de herrero, una forma como otra cualquiera de acabar con la competencia cercana sin hacer mal a nadie. Mientras el amigo desde Manises comenzaba a subir con el camión a por aceite a su pueblo natal, comprar y vender.

Pero un día de esos, día que por alguna extraña razón no se cansan de recordarnos una y otra vez, comenzó el jaleo, en España era sábado, pero allí tan apartados probablemente la cosa empezó el domingo o quien sabe si el lunes, y si, tal vez aquello se veía venir, pero cayo de golpe y porrazo un dieciocho de julio como otro cualquiera, el calor era lo de menos. Y aquella tan pobre como maravillosa tierra se vio castigada y ¡de qué manera! Cuanto mas pobre se es, peor para todo. Para uno hacerse una idea de cómo fueron aquellos días en esos maravillosos pueblos del Teruel mes cariños del mon baste leer La Casa del Sabinet, de Pedro J. Bel Caldú, natural de Fórnoles. El purgatorio en la tierra.

Y es ahora cuando en la historia, que tras escucharla una vez más hoy día de Reyes me decido por fin a escribir por temor a que sea olvidada y a que las muchas versiones que ya voy escuchando con el paso de los años me hagan dudar de todo, aparece el verdadero protagonista de esta historia hecha recuerdo, Don Antonio Senante Alcober, mosén, cura, escolapio, rector, muchísimas cosas a la vez, quien nació en La Codoñera en 1903, hermano de aquel tendero de Manises que dio en conocer el soldado Pablo mientras cumplía con la patria.

Aunque pueda parecer una contradicción, lo mejor para conocer la vida del padre Senante sea leer un extracto de la necrológica que con motivo de su muerte publico Jesús Lopez Medel en el Diario ABC el lunes 29 de enero de 1996

Padre Antonio Senante

El pasado lunes 22 de enero falleció en Zaragoza el padre Antonio Senante, Escolapio nacido en 1903, y perteneciente, por tanto, a la generación sacerdotal del 27, como monseñor Tarancón, don Casimiro Morcillo, el padre Llanos, el padre Aguilar, el beato Escrivá, el cardenal Bueno Monreal, etc

El padre Senante, licenciado en filosofía y letras por la Universidad de Zaragoza había estado en los colegios de Peralta, Logroño, Alcañiz y Calasancio y fundador del de Soria. Hablaba y enseñaba varias lenguas. Explico geografía, latín, historia.

Fue preceptor en el colegio de Escolapios de Daroca, de Antonio Mingote, quien paso la infancia primera en Daroca. Mingote y el padre Senante mantuvieron una relación de mutua compresión y gratitud. El padre Senante, como iniciador, promotor, profesor y amigo de Mingote, guardaba los dibujos de este, como si fueran "hijos" suyos. No fue al azar, o casual, este magisterio sobre Mingote, porque de la mano del Escolapio salieron otros pintores y escultores aragoneses famosos.

Fue capellán de las Madres Dominicas de Daroca cuando estaba de novicia "Sor Teresita del Niño Jesús" religiosa navarra, hoy en proceso de Beatificación.

El padre Senante, a sus 92 años, seguía celebrando misa, "haciendo" y contando chistes. Llevando la alegría a sus exalumnos. Y cantando jotas. En la pasada navidad, una gripe le llevo a un estado senil y angelical: hablaba y hablaba de Dios, de sus ex alumnos de sus hermanos sacerdotes.


A nuestro ensotado protagonista la guerra le pillo en casa a caballo entre Alcañiz y La Codoñera, y como en casa, ya se sabe, en ningún sitio, si ha de venir una guerra, sin duda que nos pille en casa y no en ningún otro lado. Sin embargo, fue mala suerte para él y para tantos otros y sin duda, lo peor que le podía pasar pues aquella zona se mantuvo fiel a la diosa república, a la utopía.  Y para alguien que como el que siempre vistió una sotana raída, los días que llegaban no parecían demasiado alentadores, sotana la cual debió correr a guardar a la espera de tiempos mejores.

Me contaba Miguel, de quien luego hablare, mientras comíamos en L´Arrosseria del amigo Sergio aquí en la calle San Vicente de Castellón hoy día de Reyes, una vez más la historia de lo que vino a continuación a propósito del padre Senante, y que yo recordaba de otra forma, con otros detalles, pero que en el fondo ya da lo mismo por que a uno la vida se le va en un instante, y al padre Senante, ese instante le llegaría allí entre su gente "republicana" de toda la vida metida de lleno en la vorágine de la guerra dispuestos arreglar el mundo comenzando por Teruel, porque Teruel, todo sea dicho de paso tradicionalmente siempre se queda atrás, siempre pierde el tren, y aquella ocasión no querían perderlo, querían cambiar la historia y ponerse a la cabeza en este caso de la utopía.



Pablo Albajez volvió a ser soldado, "republicano convencido" como vecino de La Portellada, baste ver el grafiti de la fragua, "Viva la Republica", no era cuestión de que alguien pudiese dudar ni de él ni de nadie de su alrededor, si la tierra era republicana ellos también lo eran, y la bata de proletario de toda la vida como primer uniforme no deja duda alguna de su revolucionaria forma de pensar, si bien no era tonto y no se fue a la guerra hasta que no tuvo mas remedio que ir de invitado, esto es, por obligación.

Feliz parece en la foto, felices los dos y muy probablemente convencidos del triunfo final, remendando material de guerra sin parar, gran fotógrafo sin duda, y ya eran menester ganas para ir tirando fotos que no tiros por aquel recóndito Teruel, aquel que disparo la cámara, un artista. Si las fotos hablasen, nos dirían que en ese momento a Pablo lo único que le preocupaba era como ayudar, que hacer en suma con su amigo el padre Senante. Construir un agujero tras el fuego de la fragua era ya la única solución que veían, y en ello andaban cuando apareció el artista dispuesto a retratarlos, un lugar seguro donde refugiar al cura cercado por los "suyos" dispuestos los muy leales a hacer méritos frente al salvador ejercito llegado de Barcelona dueño y señor de aquellas tierras destinadas a ser las primeras en alcanzar la gloria de la utopía.

Recuerda Miguel el punto final de aquella historia justo en el momento en el cual en La Codoñera fueron en busca del "saco de carbón" con el fin de llevárselo, darle matarile y dejarlo tirado en una cuneta como si tal fuese un saco de carbón caído de un camión a la espera de ver quien se acercaba a recoger tan preciado botín. Alguien sabia que ese día el padre Senante andaba escondido en la casa familiar, la casa de sus padres y ahí fueron a buscarlo. Y con el tiempo justo se enteraron, tan justo que no había lugar donde esconderse que no fuera a ser descubierto, con lo cual, despedirse era ya lo único sensato que se podía hacer, ni aun tiempo para rezar había, pues pondrían la casa patas arriba y lo encontrarían. Ya estaban en la puerta de casa los que venían a buscarlo cuando a la familia lo único que se les ocurrió, como en un mal chiste de humor negro, fruto de la desesperación fue esconderlo en una artesa del patio de entrada a la vista de todos. Y allí se metió pensando en buena lógica que ya tenia hasta el ataúd para subir al cielo.

No fue cosa de un rato si no de toda una vida, los rebuscadores llegaron y dejaron sus trastos sobre la artesa, junto a la entrada de la casa, allí se instalaron y allí hablaron y decidieron que hacer mientras iban y venían. No dejaron títere con cabeza, lo revolvieron todo, la casa patas arriba y las de al lado también por si se había escapado por los tejados o quien sabe si por las gateras, gritos y carreras de un lado a otro, juramentos y "mecagoendios traer al saco carbón que está aquí" por parte de los iluminados cabecillas.
Pero el saco carbón, que lo vio y escucho todo, no apareció. Nadie miro en la artesa que tenian a sus pies, mientras pacientemente esperaba el final. "Sal de una vez tan solo queremos que puedas ir al cielo y ser feliz"

Termina Miguel esta parte de la historia con el convencimiento de que aquello fue obra de dios, pues tan a la vista como estaba resulta imposible que nadie reparara en abrir la artesa, donde, aunque a duras penas, bien cabía una persona. También piensa Miguel, que simplemente nadie de entre quienes fueron a buscarlo y debían mirar, miro en la artesa porque todos sabían que estaba allí y allí querían que siguiera. No recuerda que ocurrió después, ni como cruzaría las líneas camino de la zona nacional en busca de libertad, tal vez termino en Calamocha, andado las noches como ocurre con los protagonistas del libro de Pedro J Bel Caldú, en su huida desde aquella tierra al frente de Portalrubio y de allí a un lugar seguro y como dios manda: Calamocha, después Zaragoza.

Y ¿quién es Miguel?, la persona que todo esto recuerda y que ya tiene más de ochenta años, y tantas veces nos ha hablado del padre Senante y contado mil y una anécdotas suyas, unas vividas junto a él, otras escuchadas a sus mismos protagonistas.

Miguel fue el único hijo del matrimonio tal vez oficiado en su día por el padre Senante entre Pablo el herrero de La Portellada y Flora de Valdeltormo. A quien eso de la fragua, el humo, los martillazos, no le gustaban gota, vamos que no pisaba la herrería ni poco ni mucho para desesperación de su padre que veía en el zagal el fin de sus días, sin oficio ni beneficio preocupado por quien iba a heredar un oficio como aquel heredado a su vez de sus abuelos. Eso de trabajar parecía no ir con él crio, en cambio resultaba aplicado en la escuela.

El padre Senante entre idas y venidas atento a todo, se dio cuenta y espero pacientemente a que el pequeño Miguel cumpliese los catorce años y terminase la escuela, y sin más se presentó aquel verano como venía haciendo todos en la casa de La Portellada a dar vuelta de la familia más que de los amigos y les dijo a Pablo y Flora que le comprasen al mozo una maleta de madera y un colchón y que llegado septiembre volvería y se lo llevaría con él para que viese mundo y aprendiese, y asi en adelante donde fuera uno iría el otro, uno enseñando y otro aprendiendo. Y qué otra cosa se podía hacer en aquella tierra sino emigrar o cuando menos salir a estudiar. Pablo comprendió que la marcha del hijo sería el final de un modo de vida que muy probablemente ya no llevaba a ningún sitio, mientras Flora pensaba que tal vez dios le diese un hijo cura de modo y manera que tenía más que segura la salvación.  Si se me hace cura, te sacare de la artesa, le debió decir cariñosamente Pablo cuando los vio marchar, mientras el padre Senante se despedía con un irónico "será lo que dios quiera", y Miguel demasiado pequeño para hablar, pensaba, "hare lo que me de la gana", como así fue. El caso es que permanecieron juntos de una u otra forma el resto de sus días que fueron muchos.

Miguel creció y aprendió junto al padre Senante de internado en internado arrastrando la maleta y el colchón de uno a otro. Primero Alcañiz, después Soria y finalmente Zaragoza. Nada dotado en este caso para las artes ni oficios, ni aun las simples manualidades, ni dibujo, ni escultura, ni aun fotografía, otra de las pasiones del padre Senante, Miguel sin embargo destaco en las ciencias, los números eran los suyo amen de cantar jotas.

Allí en Soria se saco el titulo de Magisterio a indicaciones del padre Senante, de modo que a la mañana del día siguiente en que le dieron el titulo comenzó a dar clase en los escolapios. Pero en el aula no todo eran números y aunque no era como estar en la fragua, se aburría, de modo que entre uno y otro encontraron la solución en preparar las oposiciones de entrada en la Caja de Ahorros de Soria. Por supuesto aprobó. Dios estaba de su parte.

Comenzó entonces a trabajar en la Caja por las mañanas y también algunas tardes en las que recorría los pueblos de Soria ejerciendo de comercial en busca del dinero que había bajo los colchones con especial atención a las artesas, las tardes que tenia libres el padre Senante no dudaba en invitarle a dar clase de repaso en el internado donde seguía viviendo a cuerpo de rey año tras año.

Aquellos días de Soria acabaron para ambos cuando al padre Senante lo trasladaron a Zaragoza y misteriosamente a Miguel también. El padre había hablado previamente con el señor Sinués, y ¡que no haría por Miguel!, para que le buscase un soriano en Zaragoza dispuesto a marchar a su tierra y así cambiarse uno por otro, y de tal modo ambos llegaron al charco de donde ya no se moverían ni uno ni otro.

Y se aposentaron en el Calasancio de la calle Sevilla donde Miguel vuelta a empezar por la mañana a trabajar en la caja y por las tardes a dar clases y después de cenar hacer la primera imaginaria hasta dejarlos a todos acostados y en perfecto estado de revista las instalaciones. Seguía viviendo a cuerpo de rey, pero todo cansa. Un día se armo de valor, y le dijo al padre Senante que dejaba el internado y las clases y se marchaba a una pensión en la calle Mayor de buena reputación a la que le había echado el ojo.  Necesitaba tiempo, espacio y alejarse de tanta sotana y santo varón, si bien el padre le dijo "no te pienses que por irte a otra parte me voy a olvidar de ti o te vas a olvidar de mi". Del todo imposible.

Allí conoció a Gloria su mujer, hija de un hombre de los de antes, Don Paulino, uno de esos hombres que solo el "Giloca" pudo dar, de tan múltiples oficios conocidos como desconocidos, emprendedor, tratante, echado para adelante, lo que fuera menester y ande fuese ir, sol y sombra, soldado del bando nacional encargado de la conquista del Bajo Aragón, a quien ahora se la iban a devolver, del Poyo y del Cid nada más y nada menos al mando en ese momento de la pensión, Miguel lo mismo que hizo su padre años atrás, Pablo al casar con la hija del herrero de Valdeltormo y así terminar con la competencia, saco cuentas y pensó que casándose con la hija del dueño la pensión seria gratis. Pensado y hecho llamo al padre Senante y oficio la boda. Luego llegarían los bautizos, las comuniones y ahí estaba siempre el cura de la artesa para oficiar, contar chistes, cantar jotas y de paso charrar en su lengua materna con el que para el era como "su hijo".

Recuerdan que el padre Senante era extraordinario en todo, dibujante, pintor, fotógrafo, conversador, contador de chistes, jotero, siempre el primero para todo. Una vez "retirado" visitaba con frecuencia la casa de Miguel, la calle Mayor, ya se sabe, a un paso del Pilar hizo que se viesen un día si otro también, y los domingos a comer y recordar. Mientras los días de hacienda pasaba para ayudar en los deberes a Raquel y Mayte, las hijas de Gloria y Miguel. Recuerda Raquel que venia dispuesto a comerse el mundo y ayudar en las tareas de la escuela pero antes se sentaba en el sofá y de allí no se movía sin parar de hablar, mientras tomaba un café con leche y madalenas, y cantaba las excelencias de las madalenas a la hora de acompañar el café con leche, aseguraba que no había manjar igual, mientras Gloria le recriminaba que solo daba faena, que no ayuda nada y que con tanto hablar sus hijas no podían hacer los deberes y cuando fueran mayores el ya no estaría para hacer favores, y lo remataba con la cantinela de siempre "y a usted no le da vergüenza salir a la calle con una sotana tan raída, como es posible que le dejen salir con semejante saya". A lo cual el padre día tras día respondía, que a su edad, si de joven no lo habían hecho nadie se iba a fijar en el y que en la residencia eran de su misma opinión la sotana estaba para pegarle fuego, pero el discrepaba. Hacia cuenta de darles la extremaunción a todos y por tanto una tras otra gastar las sotanas que atesoraba en el armario.

Ya en sus últimos días el padre Senante vivio en el Colegio Cristo Rey, de vez en cuando Miguel, quien por aquel tiempo vivía encerrado en su propia artesa dados que año tras año iban a buscarlo los mandamases de traje y corbata y le decían "Señor Miguel, salga y vea mundo, jubílese, es por su bien, queremos que disfrute y sea feliz"   de modo que cada dos de enero era destinado a una nueva sucursal como un simple cajero, igual que hiciera el de la sotana Miguel no salió hasta verse a salvo cumplidos los 65 años, un héroe para sus compañeros que lo despidieron con honores. Miguel se pasaba a ver al padre Senante y cuando al de la saya raída se le hacia el rato tan largo como el pasado en la artesa lo llamaba por teléfono y le decía: "Miguel vendrás a por mí, y me sacaras de aquí, me llevaras al Pilar". Y Miguel acudía a su llamada y lo llevaba a la basílica.

El padre Senante decía que al Pilar había que ir a dar las gracias, no a pedir, que tanta gente como iba y pedía era imposible que fuese atendida por dios, mientras que dando las gracias es más fácil llegar a él.

Gracias

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