martes, 23 de octubre de 2018

Zeus

El rey de los dioses, así me sentía yo como Zeus mientras leía la Interviú aquel mes de septiembre que abandone Calamocha con destino a Zaragoza, me jope para no volver más. Llegaba así al lugar donde me aguardaban los años de la universidad, luego ya se vería, pero en cualquier caso al pueblo no tenía pensado volver, aquellos años son por mi recordados hoy como los mejores de mi vida, si bien el día a día no fue tan fácil pues uno nunca supo que le depararía el futuro y si aquel esfuerzo iba a merecer la pena. 

Sentado sobre la cama del piso de la calle Latassa que sería mi casa durante los siguientes seis años comencé a leer, ni siquiera me fui a ver las páginas centrales como habría hecho tiempo atrás en busca de sus fotos a todo color. Fue la primera revista que compre en la papelería cuyo nombre he olvidado y en la que tanto aprendí. Hacía esquina con San Juan de la Cruz, con su fachada verde y sus grandes cristaleras contemplar su escaparate con los titulares era lo primero que haría cada mañana camino de la universidad.  

Han venido hasta de la Interviú” se comentaba por el pueblo cuando lo deje, y efectivamente, llegaron, tomaron alguna fotografía, hicieron alguna entrevista y publicaron un artículo. Todos sabíamos que aquella era una revista como dios mandaba en la que se podía confiar, y si quedaba algo por contar, aunque no nos importase ni fuese con nosotros allí estaría escrito. Aun la debo tener.

Me fui del pueblo en autobús, el tren siempre quedo lejos para todo, nada ha cambiado, si acaso hoy aún está más lejos, ya no tiene sentido ni preguntarse de quién fue la idea de hacer una estación a desmano de todo salvo del frio, lejos de todos ayer y hoy, imposible llegar a ella andando ni con maletas de madera ni de ruedas. Un primer billete a Zaragoza en un autobús que paraba en todos los pueblos porque aún había vida si bien ya nos fastidiaba el hecho de que perdiese tanto tiempo para tan poca gente como subía o bajaba, mira que fuimos tontos, siempre con prisas. 

La Carmen la Moracha bajaba a Zaragoza en tren, al Charco que decía ella, llegaba a casa en el automotor de la noche jodida de frio como Arpa Vieja en los días de invierno, “si hará frio en esos cacharros” decía “no puedes ni quitarte el abrigo y para rematar de joderse la cosa, no había nadie que me trajese, hala baja andando a casa, en una noche así que ni aun a las zorras veras salir a la calle. Así que llevo los pies que no me los siento” Con aquellos abrigos que abrazaban la humedad y pesaban arrobas pero que tan apenas abrigaban, con el pañuelo a la cabeza, sin guantes, un bolso con una muda y el monedero, con falda y medias y con unos zapatos que lo mismo valían para ir a la misa de las monjas en verano que para el invierno. ¡Con el frio que hacia aquellos años! A pesar de que su casa está a unos pasos de la nuestra entraba primero a ver a mi abuela y contarle como había ido por la capital entre médicos “Dicen que estoy jodida, parece que quieran que me muera, ni puto caso. Que poco duelo nos tienen, y ¿cuándo no estemos, quien se quedara en el Barrio?, estos no (dirigiéndose a nosotros) que se irán a cáscala de aquí y harán bien. Y aquí en el pueblo ¿alguna novedad?”. “Bien, el otro día fuimos de entierro se murió…” Daba así las novedades mi abuela, siempre las mismas. “Uno menos, poca pena”. Al entrar, todo el frio del mundo llegaba con ella lo mismo que la alegría el optimismo y la risa.

Vete a saber dónde guardaría la revista, tendré que revisar la hemeroteca on line para ver con seguridad que contaba la letra impresa de aquellos últimos días de agosto de 1987 de Calamocha y de nosotros mismos cuando el pueblo vio sobresaltado su apacible discurrir. No debía ser gran cosa lo escrito a propósito de un tranquilo, pudoroso, avergonzado y callado pequeño pueblo de provincias, lugar donde como en casi todos nunca pasaba nada. ¡Que decepción, no sabían nada!, ni de ellos, los amantes del Jiloca como los llamaría posteriormente Luis Alegre, ni de nosotros.

Gargallo, el marido de la Moracha, hoy en Zaragoza dispuesto a cumplir en un par de años los cien, nos decía que tendríamos que joparnos, por mucho que nos gustase Calamocha deberíamos irnos un día u otro como el mismo llegado el momento se marcho de su pueblo, y con una mano delante y otra detrás se subió al Chispas y se bajo en la Estación Vieja, para casarse, trabajar y fundar una familia, en suma acabar allí en el Barrio de las Escuelas junto a nosotros. Bajar en bici de Fuentes Claras a Calamocha le pareció de pobres, y se vino en tren. Casi todos del Barrio nos marchamos.

Perico una vez callaba el emigrante de aguas arriba del Giloca, que de tal forma y manera se escribía cuando se dejó llevar por la corriente del tren, se dirigía a nosotros “siendo como somos de natural pobres sin tener tierras que no tenemos, sin saber echar mano si no es bajo amo, mal lo tendrán estos para quedarse aquí, que uno ha de intentar en esta vida ser algo más que sus padres y aunque no nos haya ido mal y hayamos salido adelante, no quisiera yo para ellos lo que aquí hemos tenido para nosotros sin salir del pueblo. Lo normal es que quieran ser más de lo que hemos sido nosotros y eso en el pueblo no podrá ser sin emporcarse las manos ni calzar albarcas así que otros vendrán y harán lo que dejen cuando se marchen” Y concluía, “a lo mejor te vas y es para peor, pero de eso nunca nos enteraremos”

Parecía estar claro que si queríamos ser algo en la vida nuestro amor por Calamocha tenia los días contados y un día u otro la abandonaríamos.

El pueblo vivió aquellos días finales de agosto con la sorpresa lógica de los hechos y con la incertidumbre de si los rumores que unían Calamocha con Báguena eran ciertos o no. Ajenos aun a la telebasura y a la inmediatez de las noticias fuimos afortunados, hoy un acontecimiento así tan alejados de la empatía como estamos seria tristemente distinto, tan es así que tan solo de pensarlo se me revuelven las tripas. La vida siguió prácticamente igual y una vez pudimos ver algo en la tele de Aragón y leer los periódicos, lo dejamos estar dentro de la categoría de cosas que pasan. 

Una historia en cierto modo triste en su inicio, pero al fin y al cabo una historia de amor, de las de toda la vida, de la que nunca nadie hizo ningún chiste ni se lo tomo a risa, a todos nos daban pena sus protagonistas de una forma u otra, tanto el que se quedaba como los que se marchaban, que vida iban a tener, a donde iban a ir, que sería del abandonado. El resto, política y religión, era una mera anécdota. Había sido un orgullo para el pueblo tener una diputada en cortes, y no una cualquiera si no la primera, y un orgullo también comenzaba a ser su historia de amor.

Estuve tentado de proponerle a mi padre, convertido ahora en contador de historias y cazador de recuerdos una maldad, simple y llanamente que marcase una fecha la de 1970 en un principio y la de este mismo año en el final y que hiciese una lista, no de nombres, no de personas sino de números, y contase cuanta gente vivía en aquel momento en la Calle de las Escuelas y cuanta vive hoy. Lo hice yo por él y el resultado fue desolador, ver los números y compararlos ha sido comprender de golpe y porrazo que cuando hablan de despoblación o de abandono, es más cierto de lo que parece. 



Es ahora mi padre, quien después de tantos años piensa en marcharse y cuenta o más bien descuenta y trata de adivinar los días que le quedan a la casa para ver esta su puerta trancada y sus ventanas cerradas, con todo lo que ello significara. No volverá abrirse, difícil será, asegura, y la casa nacida en 1947 cobijada bajo ella cuatro generaciones morirá por causas naturales, como si de una persona se tratase, la edad que no perdona, así viva Calamocha otros mil años, cosa que ya unos y otros empezamos a dudar, y que gracias a dios no alcanzaremos a ver. Por Júpiter deben andar ahora los calamochinos del futuro.

La estadística que no miente sumado a la vida que no perdona, cruel ella que ni a quien decidido quedarse respeto y tarde o temprano le obligo a abandonarla. Se encargaron de llegar al día de hoy parada final en la desolación. 

Soñé también supongo que, como todos con volver algún día, con un golpe de suerte que me llevase de nuevo al pueblo, pero aquello no paso, te marchas encuentras tu sitio y donde se esta bien, buen rato, ni se te pasa por la cabeza el volver, y menos al frio. Lees en los periódicos que se están quedando solos, te apena también ver lo que no quieres ver cada vez que vuelves, pero ni se te pasa por la cabeza el dejarlo todo y volver como hace alguno de vez en cuando y sale en los periódicos como ejemplo a seguir y mejor todavía si es un urbanita quien lo deja todo. La mayoría somos unos cobardes, también comodones, que le vamos a hacer, nacimos gabaches para casi todo. Pero uno ¿dónde va a volver?, a un lugar que ya no existe si no en la imaginación. Ni pensarlo. Dejamos que sean otros los que vayan y ocupen nuestro lugar, confiamos en ello, pero ya no queda ni eso, ya casi nadie va en busca de los trabajos que hicieron nuestros padres.

Uno vuelve de vez en cuando, pero no todos lo hacen, principalmente los días de verano donde todo es un engaño, empezando por el tiempo, por ese calor que a buen seguro es lo único que uno echa de menos, no así con el frio del invierno que viene a ser el resto del año, once meses, demasiado tiempo. Los días de las fiestas no faltan hombros para sacar a San Roque pero es agosto, meses atrás los pasos de semana santa van cojos y las calles vacías lo mismo haga frio que calor, y eso que Calamocha dicen es un pueblo grande. Oigo sonar las campanas del Santo Cristo, las pocas noches que allí duermo, pero no me levanto, tan solo me hago el firme propósito de asistir a su misa cuando mi madre ya no este, si dios quiere y queda un cura dispuesto a madrugar para tan poca gente como cree en dios o en Calamocha que para mi viene a ser lo mismo.

Debe ser el tiempo, loco, el otoño soleado, que llegadas estas fechas siempre echo de menos Calamocha de un modo especial, a veces me pregunto si puede hacer algo mas por ella, entonces y ahora, si pude y no lo hice y si falte a mi promesa de amor eterno que conlleva haber vivido allí los años de la infancia, tierra de nadie tan lejos a uno y otro lado de los días de verano. 

El caso es que he decidido volver al pueblo por un tiempo y ahí llevo días, meses ya leyendo uno tras otro libros, mayormente novelas que de un modo u otro pasan por Calamocha y una de ellas es La Dama Rosa de Margarita Barbachano donde narra dentro de la ficción aquellos días en que Damaso se quedo solo en la plaza del Peirón al frente del Zeus mientras Dolores, su mujer y Jeronimo el cura de Baguena se enamoraron y fugaron. El libro agotadísimo lo compre a través de internet de segunda mano, y me llego dedicado por la misma autora a su primer dueño, algún dia harán una película, sin duda lo merece, las historias de amor siempre triunfan, libro cuya lectura me ha devuelto a aquellos momentos finales de mi vida en el pueblo en los que yo aun enamorado de Calamocha también la abandone. Aquellos años ochenta parecen hoy los últimos días de Calamocha.