domingo, 1 de mayo de 2016

Cuando el agua de la Cirujeda, corría por el pueblo.

Invierno del año 2013, sobremesa de un domingo en Castellón, el café, la retacia, los recuerdos, lejos de Calamocha, lejos en apariencia de todo…
A veces, me da miedo preguntar, 
en especial, por los temas de la salud, 
pienso que si no pregunto, 
todo seguirá igual que antes, 
que nada cambiara, 
que pasara el tiempo para todos, 
pero no para nosotros. 
Valiente tontería. 

HACE un montón de años, 
un médico, más joven que yo, me dijo: 
has tenido mucha suerte. 
Le faltó decir, “has tenido una suerte loca”, 
como aquella historia que cuenta a veces mi padre en boca del Tío Vitos. 
Otro día, tal vez la recuerde. 
El caso, es que aquel joven médico, tenía razón.

HOY por fin, armado de valor he preguntado por Juan. 
Bien, pero mal, ha dicho mi madre, 
una frase que habré oído cientos de veces, 
o mal, pero bien, tanto da. 
¿Qué tal esta?, ¿cómo va?, 
bien pero mal, mal pero bien, 
vamos tirando, que remedio queda. 

Y así, con él, con la familia, he vuelto a recordar una vieja historia, esas cosas que te vienen a la cabeza, sin saber muy bien el por qué, en realidad, es su final, cuando el “trabajo” de aguador, se queda en la familia.

La historia, escuchada.
EL Tío Vitos, el padre de Valero, sacristán, aguador, agostero, lo que hiciera falta con tal de poder tirar para adelante, sacristán y pintor el pobre hijo, quinto mío, era muy amigo del abuelo, y a cualquier hora estaba el bueno de aquel gran hombre por casa con el Tío José, mi padre.
Allí puerta con puerta las dos familias en el Peirón, confesándose, mano a mano charrando con el porrón de por medio,  el Tío Valero aunque se pegaba media vida en la iglesia, aguantando misas y más misas, a todo aquello no le tenía más apego que el justo, y a lo otro el apego que da la necesidad, como aquel dice, punto en boca. Para echarlos al río a todos.
Y a buen sitio venía a parar, él bien lo sabía, al abuelo todas aquellas cosas en las que se devanaba el pobre del Tío Vitos no le iban gota, y del resto de los trajines que se llevaba el amigo, con la gente de dineros del pueblo, aun menos, pero era lo que tocaba, unas veces sufrir y otras padecer, no había otra que salir adelante.
Aun me parece que los veo allí a los dos en le patio de casa, dale que te pego, pasándose el porrón de mano en mano y echando juramentos a todas caras, no se dejaban ni a nada ni a nadie sin repasar.
¿Cómo?, le decía mi padre, cómo si estas que no puedes ni tatear, más jodido que Arpa Vieja, y hace un frío de tres pares de cojones, como que te vas a ir a la Cirujeda a por agua para estos cabrones,… para que se curen, para que echen el mal pelo fuera sus mujeres, vamos hombre no me jodas, te va a dar un pelo y te vas a morir tu como las vacas, estirando la pata como un animal a mitad de camino, por darles gusto a ellos, mándalos hacer hostias, que se vaya a cáscala a Luco, por un día que beban el agua de la misma que los borregos, de la fuente del Bosque, del pozo, nada les va a pasar, que beban lo que bebemos nosotros, a ver si así les entra el conocimiento y las ganas de trabajar…
Haremos una cosa. Insistía mi pobre padre.
Tú agarras la burra y los cantaros y enfilas para la Cirujeda, como haces siempre, y una vez que haya salido el sol y eche a regalar, te dejas ver por el pueblo, y a lo que entres al camino y llegues a la palanca, miras de que no te vean y te amagas y me esperas, no es menester padecer, yo ya echare a buscarte con el carro y te llevare unos cantaros de agua del pozo, y allí llenamos tus cantaros con el agua de este pozo y a la hora que toca, a la de todos los días, cada uno por su lado te vuelves cara el pueblo y tú haces la ronda y les vendes el agua a los señoritos, ya verás… tética monja, ya verás como remozan, ya.
En pleno invierno, así como estas, vas a ir a la Cirujeda para darle gusto a estos, que no tienen coquines para nada, no te amuela, que se jodan como todos, si un día no puedes ir, no vas y punto, que vayan ellos, que no tienen faenas, que manden a otro, que te lo echaran en cara me dices, pues no faltaba nada más que oir eso, copón bendito, matarlos a todos es lo que debíamos haber hecho, no te parece niño, qué me dices pues, trae, suelta el porrón, que no te hace falta beber más, que toses mucho, deja el vino y bebe algo de coñac maño.
Pero hombre José, que también era muy sentido el pobre Vitos, como voy hacer eso, donde has visto tu hacer semejante cosa, a unos pobres desgraciaos como nosotros, eso lo harán las malas gentes, los cabrones, los que beben el agua…no te digo que no, nos lo hagan, pero nosotros, si no podemos ser malos ni aun queriendo…Ire, a por agua.
Y entonces mi padre le contaba la historia de cuando él era crío y había estado de agostero en casa de los Ruizes, del padre de Pepe y Joaquin, para tratarle de hacer ver, que solo era agua, y que en el fondo no era nada malo, que no eras mala persona por hacerlo, ni engañabas a nadie, nada más lejos de la realidad, simplemente, se trataba de que no abusasen de uno… El amo Ruiz decía una cosa, si fuera vino, pero el agua, que sabe toda igual, ya me dirás tú.
Al día siguiente, como otras muchas veces, por Calamocha, entre la gente de bien, corrió el agua del pozo
De Los Años de la Cazalla. Las cosas de los señoritos.
Cuando falto el pobre Tio Vitos, fue la Tía Joaquina (*) la suegra de Juanico, la parienta, ya viuda, la que empezó a echar viajes y más viajes a la Cirujeda para bajar agua y venderla casa por casa a los señoritos y nuevos ricos, no fuera a ser que el agua de los pozos les envenenase el alma…
Más de una vez y dos, fue el abuelo Casimiro con el carro a echarle una mano, de modo que es fácil imaginar que más de una vez y dos no beberían precisamente la bendita agua de la Cirujeda…. Pues tu abuelo el torrijano, amigo de todos, campechano, trabajador incansable, mejor persona imposible… hizo carrera en los años del estraperlo, se las sabia todas, y el agua del pozo de casa el Tio Perico, no me digas porque, siempre tuvo fama en el Barrio de ser la mejor de todas, mejor que la de la Cirujeda.
Continuara, con en el agua de la Casa Baja,la del Tio Ruiz y también con los conejos de la Masada…



A Pascual, el último Aguador de la Cirujeda, a quien le debía una historia, o tal vez dos o tres, desde que este verano pasado nos encontramos en la fuente.

Mari Carmen Gómez Anda que no echó viajes y viajes mi abuela Joaquina, con su burrica, a coger agua de la fuente para los señores y nuevos ricos, de aquel entonces. Lloviera, Nevara, frió o calor y algún susto en el camino, de algún mal nacido, que por ser viuda, se le acercaban y no con buenas intenciones. Pero ahí, estuvo mi abuela, con su entereza y su valentía, que después de quedarse viuda y ser echada por los Ángulos, de la Huerta Grande a la calle, supo sacar adelante a sus dos hijos. Cuanto te he querido abuela Joaquina.

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