viernes, 15 de abril de 2016

Los ocho errores.


A pesar de vestir toda su vida de negro, era, y aún hoy lo será gracias a Dios, madridista. Sin embargo, en aquellos años, el futbol, realmente era algo muy distinto a lo que hoy parece ser. Por ejemplo, no había necesidad alguna de ser de ningún equipo, y quien era de uno, con más o menos pasión, ni alardeaba de ello, ni se preocupa de mostrar el camino a seguir a los demás, a los que el futbol ni fu ni fa. Además en la tele, para bien, solo había un canal, y solían echar un montón de deportes, baloncesto, balonmano, vóley, hockey hierba y hockey patines, rugby, ciclocros, esquí, saltos, gimnasia,.. Aquel mundo sin color, era muchísimo más grande, que el colorido universo actual. Y gratis. Casi nada. Como para no echarlo de menos, al menos, valga todo, a la hora sentarte a ver la tele

La tele era en blanco y negro, y el Real Madrid y Barcelona, lógicamente, ya eran los equipos por excelencia de unos y de otros, sin embargo, sentíamos un mayor apego  por lo inmediatamente próximo, el Real Zaragoza y el Calamocha, el resto nos caía muy lejos, ¿Madrid?, ¿dónde estaba Madrid?, y ¿Barcelona?, tres cuartos de lo mismo, nada se nos había perdido por allí, y a su vez, cosa hoy rara, éramos todos un poco del At de Bilbao, ahí justo al lado de Zaragoza. Rara vez había futbol entre semana en la tele, y los domingos por la noche, el partido no dejaba de ser un incordio, antes de los Hombres de Harrrelson. La tarde de los lunes, en cambio, era magnifica, terminábamos los deberes viendo Estudio Estadio antes de cenar, sin prisa alguna, resumen tras resumen, tarjetas, infartos, pedradas, insultos, y la eterna moviola, ya eran entonces, el pan nuestro de cada día… Y a la derecha de sus pantallas, de color oscuro, la Real Sociedad, y a su izquierda, de color claro, el Burgos. Ostras, el Burgos, la ciudad a la que desde Calamocha, cualquiera sabría llegar siguiendo la carretera.

Los domingos, costaba levantarse, más en invierno, pero a eso de las once, ya estábamos camino de la iglesia, en concreto de la sacristía, donde hacia un frio de mil demonios, nunca mejor o tal vez peor dicho, vacía desde la marcha de Mosén Salustiano, todo abierto, parecía esperamos, se acababa así el silencio.

Empezábamos a llegar unos y otros monaguillos todos, nos sentábamos, charrábamos, y se nos ocurrían mil y una tropelías, armábamos un escándalo tremendo, lo revolvíamos todo, en especial el folio de las asistencias, el listado con nuestros nombres y una cruz por cada día que ayudábamos a misa, buscábamos el boli habitual para que no se notase la fechoría, y nos poníamos unas cuantas asistencias de mas, al llegar a cien, cien pesetas, llegaba el momento de cobrar, pero la mayor de las veces, dicha lista, se perdía y no había manera de cobrar, y al sentir la puerta, todos más tiesos que una vela, callados y bien sentados.

Falsa alarma, Valero, el Sacristán, llegaba, para encender la caldera del infierno, en unos minutos, podríamos quitarnos el abrigo, ahogados ya de calor, eso sí que era un milagro, a su vez, repartía sonrisas a diestro y siniestro, hablaba poco, y si lo hacía era para discutir de lo humano, que no de lo divino, con el cura cuando este por fin llegaba, de oficiar en las Monjas, con el periódico bajo el brazo.

Que escándalo, por dios, nos decía Mosén Feliciano cerrando la puerta, se os oye desde las gradas. Valero, te tengo dicho, que no permitas esto, que se estén callados o que se queden fuera, y siempre lo mismo,… y ahora qué, la media pasada, y el primer toque, sin tocar, ale, corriendo al coro a tocar, y sin tonterías, y Valero por dios, eso es cosa tuya. Va, venga, tira con la caldera, y escucha, una cosa te voy a decir, y ya lo sabes, lo mismo de todos los años.

Valero, cuando el carbón se acabe, se acabara. Y Valero, palada tras palada, llenaba la caldera a la espera del milagro, de que no se acabase. ¿Dónde estabas cuando vino el camión? El camión de las minas, con el carbón, pasaba cada tanto, y si no te pillaba en casa… el invierno se previa largo y frio.

El momento esperado por todos llegaba cuando Mosén Feliciano por fin, se sentaba en aquella inmensa silla recién tapizada en cuero, como si fuese el trono de Inocencio X, a la espera de que Velázquez lo retratase, sentado, junto a la mesa, que presidia la sacristía, y otras sillas de menor rango, allí en la mesa, había dejado al entrar, el Heraldo de Aragón, pero, aunque todos queríamos verlo, nadie lo tocaba, hasta que él lo hacía.

Junto a él, nos sentábamos el resto, los que podíamos, otros de pie, en cualquier caso, todos alrededor, de la mesa de madera, pulida con el paso del tiempo de tantos monaguillos como en ella, antes que nosotros se habrían apoyado, unos sentados, otros de pie, lo mismo media, que una docena, a la espera de que el mosén, comenzase a pasar las hojas. Todos atentos, comenzaba la lectura. Reinaba el silencio por fin. Silencio que solo podía ser roto por alguna visita inoportuna.




El Heraldo de aquellos años, era un periódico inmenso, difícil de manejar, imposible leerlo en el aire con las manos abiertas, pues de tal modo era inabarcable, así que era necesario buscar un apoyo, ocupando toda la mesa, y el que más y el que menos, alcanzaba a leer algo si quiera fuese del revés, y asombrado comentarlo en alto.

De pronto alguien encontraba algo interesante a más no poder: “Hostia, una tele en color y en oferta cuesta, 1.200.000 pesetas”. A ver, ¿quién ha dicho eso? El bocazas, no tardaba en caer: yo no, lo dice ahí, señalando el anuncio. A ver si aprendemos a leer y hablar, dice 120.000 pesetas, que para nosotros es lo mismo que un millón, atiende a lo que dices y lees, a la próxima te vas fuera, con Don Joaquín a confesarte, porque conmigo no os atrevéis ninguno, os da vergüenza.

Venga, ir uno a dar el segundo toque, y sin hacer el Tarzan, por que ayer tarde, seguro visteis la película, tocar bien, dos toques al final, después de los cuarenta, tocar despacio que luego la gente se vuelve loca, echa a correr, y luego la misa que no empieza.

Llegados a la página de Teruel, y visto que no aparecía Calamocha por ningún lado, el pueblo, lugar tranquilo donde los hubiera, nunca salía en el periódico, ni siquiera en el Lucha de Teruel. Apremiado por el tiempo, cundía el desánimo y pasaba unas cuantas páginas de golpe, y por fin, ante nosotros, las puertas del paraíso. Los deportes.

Una doble página de aquellas daba para muchos titulares, así que el bullicio comenzaba a ser de campeonato, “si hoy gana el Real Zaragoza, casi habrá subido. El Real Madrid ayer empato. El Barça juega hoy con…Y la Real Sociedad, y el Bilbao”

Callaros todos, y dejarme leer el partido de ayer del Real Madrid, pobres, empataron, ahora que, mirar, aquí dice que los otros jugaron muy bien, y merecieron ganar… El Mosén, seguía con pasión, en un caso así, no puede ser de otra manera, al Real Madrid, y nos hablaba de los jugadores, de entonces y de las viejas glorias, los conocía a todos, y los conocía en persona, resultaba fascinante, a todos los había visto, allá en Madrid, dado que frecuentaban un bar, que regentaba su hermano… Van a venir a Calamocha, nos decía, van a venir a jugar aquí, nos lo han prometido, y vendrán.

Y vinieron, claro que vinieron.

Venga, se hace tarde, salir a tocar el tercero, y tú y tu cambiaros para ayudar, y vosotros para pedir, y poneros las sotanas de verano, y dejar las de invierno para los días de hacienda, ya valen pocas perras, y un día que me acuerde me las llevare a las Monjas, por si algún día venís alguno ayudar, que no venís ninguno, y así no paséis frio, y los días de hacienda también hay misa, y estoy yo solo. Venga, tomar el periódico, pero no me lo destrocéis.

Entonces, unos cambiándose, el menos listo, corriendo obligado a tocar el tercero, otros junto a la mesa, Valero entrando y saliendo de la caldera, las inoportunas vistitas que aguardaban como siempre a última hora, con alguna beata que pasaba a la sacristía para pedir una misa, los novios, que llegaban para las amonestaciones, el tiempo que se nos echaba a todos encima, y por fin, la página de los pasatiempos del Heraldo en nuestro poder.

Una, dos y tres, ya…. Se abría la página y ante todos, el juego de los ocho errores de Laplace. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… el octavo error, siempre se resistía, tiene que estar aquí, aquí no hay ninguna, tiene que estar en la cara…

Por favor, todos fuera, vamos salir, pasan de las doce, venga a misa ya… fuera, fuera… no esperéis, que luego haya propina, olvidaros de las asistencias, yo sé quién viene y quien no, por muchas asistencias que tengáis, a mí no me engañáis … Por cierto, siempre caía algo, al terminar la misa, repartia justicia monetaria, unas veces a unos, otras veces a otros.

Aquí, esta, el ocho, ya los tenemos todos. Mayúsculo escándalo,… pasatiempo resuelto, camino del altar.

¿Conoces a ese?

Pues claro, que los conozco. Increíble, lo que teníamos ante nosotros. Del todo increíble. Mosén Feliciano tenía razón, dijo que el Real Madrid iba a venir, y vino. Estaba justo frente a mí, no todo, tan solo una parte. En cualquier caso yo me veía solo ante el todo poderoso equipo de la capital, un cobarde y vergonzoso crio como yo, solo ante el peligro.

Sería un sábado o domingo por la mañana, quien sabe ya, entonces se trabajaba todos los días y yo, junto a mi padre estaba reparando el camión en Talleres Abad. Mi padre había entrado el Avia 7000 de Matinsa de culo unos metros en el taller, y al cabo de un rato, un Austin Victoria rojo, entro y se paró en la puerta. Ven baja a ver si conoces a esos dos.

De la oscuridad del interior del taller a la luz del umbral de la puerta donde dejaron el coche, ya sin resuello se paró al entrar, el Asutin al cruzar el puente de la vía se quedó al borde del desastre,  por alguna tontería, nada grave resulto la avería, yo los veía como dos gigantes, como una aparición, tenía ante mí, a ese tipo de personas, que solo puedes ver en la tele. Concretamente a Juanito y Santillana.

Mientras Santillana amigablemente daba parte de la avería, y explicaba que llegaban para ver jugar al Calamocha con el Real Madrid de veteranos, Juanito se acercó a mí y a mi padre para saludarnos mientras no dejaba de interrogarme, y mi padre hacia lo que buenamente podía, para que yo dejase de ser un gabache y hablase: ¿cómo te llamas?, ¿nos conoces?, ¿de qué equipo eres?...

Como decirle que era del Calamocha de Arrua, de Emilio Gracia su cerebro, y de Mosen Ciriaco, el cura del Poyo que jugaba de lateral,  socio, además, no se podía comparar un equipo con otro, o del Zaragoza, o lo peor de todo, como decirle que mi padre nos había regalo la equipacion del Barça, porque en ninguna tienda había otra, y queríamos un traje de futbolista.

Al final Juanito resolvió la situación de un modo maravilloso, se marchó hacia Santillana y el coche, abrió, el maletero y volvió con un viejo balón de futbol, de esos de antaño, que de tantas patadas, como le habría dado, había perdido todo el color.

 Venga, vamos a jugar, a mí me parece que eres un poco del Barça… y empezó a pasarme el balón, ahora por fin, yo hablaba y me reía, después del miedo pasado, de las preguntas y de cuando se fue hacia el coche, a saber con qué intenciones. Por un momento Juanito llego a parecerme el hombre del saco.

Pronto al hombre del balón, se le unió Santillana,  yo ya había confesado todo, tenía el traje del Barça porque no había otro, y a mí lo que me gustaba era jugar de portero, así, que siguiendo sus indicaciones, me puse de portero en el morro del Avia, y empezamos a jugar en serio, Juanito avanzaba por un extremo de taller, yo salía a cubrir el hueco, me tiraba a sus pies, y él se la pasaba a Santillana, y gol. Me dieron una paliza de campeonato. No puedo decir que les deje ganar, no fue asi, claro que ellos tampoco se dejaron hacer un gol.

En fin, yo creo que a partir de hoy, serás un poco del Real Madrid… Arreglado el coche, poca cosa, repartiendo abrazos se marcharon. Increíble.

Me pregunto si quedara hoy algún jugador de primer orden, que lleve en el maletero un viejo balón de futbol, por si llega la ocasión de dar unos pases, un jugador que haya pisado  un taller, o tan solo un jugador al que se le haya estropeado el coche alguna vez, un jugador que vaya a un pueblo perdido, simplemente por amistad, porque se lo hayan pedido unos amigos, para hacer feliz a la gente, o simplemente un mosén, que los domingos antes de misa, tenga a un grupo de monaguillos en torno a la página de deportes de un periódico … El caso, es que un hecho así, unas simples patadas a un balón por parte de un crio y un jugador de renombre, hoy en día, seria portada en los periódicos, y saldría en todas las televisiones.

Queda ya todo tan lejos, ha pasado tanto tiempo desde el día en que pude ser portada del Marca.
 

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