viernes, 15 de abril de 2016

Los ocho errores.


A pesar de vestir toda su vida de negro, era, y aún hoy lo será gracias a Dios, madridista. Sin embargo, en aquellos años, el futbol, realmente era algo muy distinto a lo que hoy parece ser. Por ejemplo, no había necesidad alguna de ser de ningún equipo, y quien era de uno, con más o menos pasión, ni alardeaba de ello, ni se preocupa de mostrar el camino a seguir a los demás, a los que el futbol ni fu ni fa. Además en la tele, para bien, solo había un canal, y solían echar un montón de deportes, baloncesto, balonmano, vóley, hockey hierba y hockey patines, rugby, ciclocros, esquí, saltos, gimnasia,.. Aquel mundo sin color, era muchísimo más grande, que el colorido universo actual. Y gratis. Casi nada. Como para no echarlo de menos, al menos, valga todo, a la hora sentarte a ver la tele

La tele era en blanco y negro, y el Real Madrid y Barcelona, lógicamente, ya eran los equipos por excelencia de unos y de otros, sin embargo, sentíamos un mayor apego  por lo inmediatamente próximo, el Real Zaragoza y el Calamocha, el resto nos caía muy lejos, ¿Madrid?, ¿dónde estaba Madrid?, y ¿Barcelona?, tres cuartos de lo mismo, nada se nos había perdido por allí, y a su vez, cosa hoy rara, éramos todos un poco del At de Bilbao, ahí justo al lado de Zaragoza. Rara vez había futbol entre semana en la tele, y los domingos por la noche, el partido no dejaba de ser un incordio, antes de los Hombres de Harrrelson. La tarde de los lunes, en cambio, era magnifica, terminábamos los deberes viendo Estudio Estadio antes de cenar, sin prisa alguna, resumen tras resumen, tarjetas, infartos, pedradas, insultos, y la eterna moviola, ya eran entonces, el pan nuestro de cada día… Y a la derecha de sus pantallas, de color oscuro, la Real Sociedad, y a su izquierda, de color claro, el Burgos. Ostras, el Burgos, la ciudad a la que desde Calamocha, cualquiera sabría llegar siguiendo la carretera.

Los domingos, costaba levantarse, más en invierno, pero a eso de las once, ya estábamos camino de la iglesia, en concreto de la sacristía, donde hacia un frio de mil demonios, nunca mejor o tal vez peor dicho, vacía desde la marcha de Mosén Salustiano, todo abierto, parecía esperamos, se acababa así el silencio.

Empezábamos a llegar unos y otros monaguillos todos, nos sentábamos, charrábamos, y se nos ocurrían mil y una tropelías, armábamos un escándalo tremendo, lo revolvíamos todo, en especial el folio de las asistencias, el listado con nuestros nombres y una cruz por cada día que ayudábamos a misa, buscábamos el boli habitual para que no se notase la fechoría, y nos poníamos unas cuantas asistencias de mas, al llegar a cien, cien pesetas, llegaba el momento de cobrar, pero la mayor de las veces, dicha lista, se perdía y no había manera de cobrar, y al sentir la puerta, todos más tiesos que una vela, callados y bien sentados.

Falsa alarma, Valero, el Sacristán, llegaba, para encender la caldera del infierno, en unos minutos, podríamos quitarnos el abrigo, ahogados ya de calor, eso sí que era un milagro, a su vez, repartía sonrisas a diestro y siniestro, hablaba poco, y si lo hacía era para discutir de lo humano, que no de lo divino, con el cura cuando este por fin llegaba, de oficiar en las Monjas, con el periódico bajo el brazo.

Que escándalo, por dios, nos decía Mosén Feliciano cerrando la puerta, se os oye desde las gradas. Valero, te tengo dicho, que no permitas esto, que se estén callados o que se queden fuera, y siempre lo mismo,… y ahora qué, la media pasada, y el primer toque, sin tocar, ale, corriendo al coro a tocar, y sin tonterías, y Valero por dios, eso es cosa tuya. Va, venga, tira con la caldera, y escucha, una cosa te voy a decir, y ya lo sabes, lo mismo de todos los años.

Valero, cuando el carbón se acabe, se acabara. Y Valero, palada tras palada, llenaba la caldera a la espera del milagro, de que no se acabase. ¿Dónde estabas cuando vino el camión? El camión de las minas, con el carbón, pasaba cada tanto, y si no te pillaba en casa… el invierno se previa largo y frio.

El momento esperado por todos llegaba cuando Mosén Feliciano por fin, se sentaba en aquella inmensa silla recién tapizada en cuero, como si fuese el trono de Inocencio X, a la espera de que Velázquez lo retratase, sentado, junto a la mesa, que presidia la sacristía, y otras sillas de menor rango, allí en la mesa, había dejado al entrar, el Heraldo de Aragón, pero, aunque todos queríamos verlo, nadie lo tocaba, hasta que él lo hacía.

Junto a él, nos sentábamos el resto, los que podíamos, otros de pie, en cualquier caso, todos alrededor, de la mesa de madera, pulida con el paso del tiempo de tantos monaguillos como en ella, antes que nosotros se habrían apoyado, unos sentados, otros de pie, lo mismo media, que una docena, a la espera de que el mosén, comenzase a pasar las hojas. Todos atentos, comenzaba la lectura. Reinaba el silencio por fin. Silencio que solo podía ser roto por alguna visita inoportuna.




El Heraldo de aquellos años, era un periódico inmenso, difícil de manejar, imposible leerlo en el aire con las manos abiertas, pues de tal modo era inabarcable, así que era necesario buscar un apoyo, ocupando toda la mesa, y el que más y el que menos, alcanzaba a leer algo si quiera fuese del revés, y asombrado comentarlo en alto.

De pronto alguien encontraba algo interesante a más no poder: “Hostia, una tele en color y en oferta cuesta, 1.200.000 pesetas”. A ver, ¿quién ha dicho eso? El bocazas, no tardaba en caer: yo no, lo dice ahí, señalando el anuncio. A ver si aprendemos a leer y hablar, dice 120.000 pesetas, que para nosotros es lo mismo que un millón, atiende a lo que dices y lees, a la próxima te vas fuera, con Don Joaquín a confesarte, porque conmigo no os atrevéis ninguno, os da vergüenza.

Venga, ir uno a dar el segundo toque, y sin hacer el Tarzan, por que ayer tarde, seguro visteis la película, tocar bien, dos toques al final, después de los cuarenta, tocar despacio que luego la gente se vuelve loca, echa a correr, y luego la misa que no empieza.

Llegados a la página de Teruel, y visto que no aparecía Calamocha por ningún lado, el pueblo, lugar tranquilo donde los hubiera, nunca salía en el periódico, ni siquiera en el Lucha de Teruel. Apremiado por el tiempo, cundía el desánimo y pasaba unas cuantas páginas de golpe, y por fin, ante nosotros, las puertas del paraíso. Los deportes.

Una doble página de aquellas daba para muchos titulares, así que el bullicio comenzaba a ser de campeonato, “si hoy gana el Real Zaragoza, casi habrá subido. El Real Madrid ayer empato. El Barça juega hoy con…Y la Real Sociedad, y el Bilbao”

Callaros todos, y dejarme leer el partido de ayer del Real Madrid, pobres, empataron, ahora que, mirar, aquí dice que los otros jugaron muy bien, y merecieron ganar… El Mosén, seguía con pasión, en un caso así, no puede ser de otra manera, al Real Madrid, y nos hablaba de los jugadores, de entonces y de las viejas glorias, los conocía a todos, y los conocía en persona, resultaba fascinante, a todos los había visto, allá en Madrid, dado que frecuentaban un bar, que regentaba su hermano… Van a venir a Calamocha, nos decía, van a venir a jugar aquí, nos lo han prometido, y vendrán.

Y vinieron, claro que vinieron.

Venga, se hace tarde, salir a tocar el tercero, y tú y tu cambiaros para ayudar, y vosotros para pedir, y poneros las sotanas de verano, y dejar las de invierno para los días de hacienda, ya valen pocas perras, y un día que me acuerde me las llevare a las Monjas, por si algún día venís alguno ayudar, que no venís ninguno, y así no paséis frio, y los días de hacienda también hay misa, y estoy yo solo. Venga, tomar el periódico, pero no me lo destrocéis.

Entonces, unos cambiándose, el menos listo, corriendo obligado a tocar el tercero, otros junto a la mesa, Valero entrando y saliendo de la caldera, las inoportunas vistitas que aguardaban como siempre a última hora, con alguna beata que pasaba a la sacristía para pedir una misa, los novios, que llegaban para las amonestaciones, el tiempo que se nos echaba a todos encima, y por fin, la página de los pasatiempos del Heraldo en nuestro poder.

Una, dos y tres, ya…. Se abría la página y ante todos, el juego de los ocho errores de Laplace. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… el octavo error, siempre se resistía, tiene que estar aquí, aquí no hay ninguna, tiene que estar en la cara…

Por favor, todos fuera, vamos salir, pasan de las doce, venga a misa ya… fuera, fuera… no esperéis, que luego haya propina, olvidaros de las asistencias, yo sé quién viene y quien no, por muchas asistencias que tengáis, a mí no me engañáis … Por cierto, siempre caía algo, al terminar la misa, repartia justicia monetaria, unas veces a unos, otras veces a otros.

Aquí, esta, el ocho, ya los tenemos todos. Mayúsculo escándalo,… pasatiempo resuelto, camino del altar.

¿Conoces a ese?

Pues claro, que los conozco. Increíble, lo que teníamos ante nosotros. Del todo increíble. Mosén Feliciano tenía razón, dijo que el Real Madrid iba a venir, y vino. Estaba justo frente a mí, no todo, tan solo una parte. En cualquier caso yo me veía solo ante el todo poderoso equipo de la capital, un cobarde y vergonzoso crio como yo, solo ante el peligro.

Sería un sábado o domingo por la mañana, quien sabe ya, entonces se trabajaba todos los días y yo, junto a mi padre estaba reparando el camión en Talleres Abad. Mi padre había entrado el Avia 7000 de Matinsa de culo unos metros en el taller, y al cabo de un rato, un Austin Victoria rojo, entro y se paró en la puerta. Ven baja a ver si conoces a esos dos.

De la oscuridad del interior del taller a la luz del umbral de la puerta donde dejaron el coche, ya sin resuello se paró al entrar, el Asutin al cruzar el puente de la vía se quedó al borde del desastre,  por alguna tontería, nada grave resulto la avería, yo los veía como dos gigantes, como una aparición, tenía ante mí, a ese tipo de personas, que solo puedes ver en la tele. Concretamente a Juanito y Santillana.

Mientras Santillana amigablemente daba parte de la avería, y explicaba que llegaban para ver jugar al Calamocha con el Real Madrid de veteranos, Juanito se acercó a mí y a mi padre para saludarnos mientras no dejaba de interrogarme, y mi padre hacia lo que buenamente podía, para que yo dejase de ser un gabache y hablase: ¿cómo te llamas?, ¿nos conoces?, ¿de qué equipo eres?...

Como decirle que era del Calamocha de Arrua, de Emilio Gracia su cerebro, y de Mosen Ciriaco, el cura del Poyo que jugaba de lateral,  socio, además, no se podía comparar un equipo con otro, o del Zaragoza, o lo peor de todo, como decirle que mi padre nos había regalo la equipacion del Barça, porque en ninguna tienda había otra, y queríamos un traje de futbolista.

Al final Juanito resolvió la situación de un modo maravilloso, se marchó hacia Santillana y el coche, abrió, el maletero y volvió con un viejo balón de futbol, de esos de antaño, que de tantas patadas, como le habría dado, había perdido todo el color.

 Venga, vamos a jugar, a mí me parece que eres un poco del Barça… y empezó a pasarme el balón, ahora por fin, yo hablaba y me reía, después del miedo pasado, de las preguntas y de cuando se fue hacia el coche, a saber con qué intenciones. Por un momento Juanito llego a parecerme el hombre del saco.

Pronto al hombre del balón, se le unió Santillana,  yo ya había confesado todo, tenía el traje del Barça porque no había otro, y a mí lo que me gustaba era jugar de portero, así, que siguiendo sus indicaciones, me puse de portero en el morro del Avia, y empezamos a jugar en serio, Juanito avanzaba por un extremo de taller, yo salía a cubrir el hueco, me tiraba a sus pies, y él se la pasaba a Santillana, y gol. Me dieron una paliza de campeonato. No puedo decir que les deje ganar, no fue asi, claro que ellos tampoco se dejaron hacer un gol.

En fin, yo creo que a partir de hoy, serás un poco del Real Madrid… Arreglado el coche, poca cosa, repartiendo abrazos se marcharon. Increíble.

Me pregunto si quedara hoy algún jugador de primer orden, que lleve en el maletero un viejo balón de futbol, por si llega la ocasión de dar unos pases, un jugador que haya pisado  un taller, o tan solo un jugador al que se le haya estropeado el coche alguna vez, un jugador que vaya a un pueblo perdido, simplemente por amistad, porque se lo hayan pedido unos amigos, para hacer feliz a la gente, o simplemente un mosén, que los domingos antes de misa, tenga a un grupo de monaguillos en torno a la página de deportes de un periódico … El caso, es que un hecho así, unas simples patadas a un balón por parte de un crio y un jugador de renombre, hoy en día, seria portada en los periódicos, y saldría en todas las televisiones.

Queda ya todo tan lejos, ha pasado tanto tiempo desde el día en que pude ser portada del Marca.
 

viernes, 1 de abril de 2016

De entre todos lo viernes del año.


Calamocha en Jueves Santo


La noche en que quise ver salir al Santo Cristo
Nos han llamado, de palabra, a formar un par de veces, van y vienen, y nos recuerdan donde hemos de colocarnos. Los Nazarenos, como todos, estamos esperando el inicio del Via Crucis en la tarde del Jueves Santo, noche ya cerrada, ese Via Crucis, que nació de la nada, hace unos treinta años, y que tras ir dando un traspiés tras otro parece por fin, haber tropezado con la fachada de la iglesia y encontrado su lugar, a caballo entre el pasado siglo y el actual.
Y así, sin más, y como siempre, ya no hay margen de asombro, las cosas son así, y así seguirán, comienzan a sonar los tambores en la puerta del Santo Cristo, y nosotros, aún estamos cada uno por nuestro lado, saludando, charrando,… finalmente damos por hecho, lo de todos los años, el Vía Crucis, ha comenzado, porque todo tiene un principio, porque si... Echo de menos el cohete anunciador. Y me sobran, una vez más, las luces de la fachada.
Me cuesta un rato entender lo que veo, y se me cae el alma a los pies, cuando empiezo a comprender. No me lo puedo creer. Está saliendo el Santo Cristo, y yo, estoy formado en la puerta de Inocencio. Gracias a dios aun veo, algo,... pero la mayoría de gente, de los cofrades, no verá nada. Me dan unas ganas tremendas de abandonar la formación y acercarme al porche de la ermita, al fin y al cabo, quien sabe, si lo veré salir otra vez. Y, lo peor de todo es que si antes lo vi, ya no lo recuerdo.
De haber sabido que salía el Santo Cristo, de haber estado bajo aviso, de algo tan extraordinario, no habría formado, y como yo, imagino otros muchos más. Confió en que el santo perdone mi cobardía, el no haber abandonado las filas, el no haberme acercado, mi cobardía y un poco la de todos, pues debimos acercarnos como lo hacemos el día de la hoguera a darle la bienvenida al pueblo, acercarnos y conformar un colorido rosario de colores, con nuestros hábitos, capirotes y terceroles. Todo un acto de fe popular.
El Caminante
Recuerdo ahora todo lo contrario, la improvisación vivida, esa misma tarde, sentado al sol, en la puerta de casa, a la misma distancia a la que ahora tengo al Santo Cristo, esperando la hora de la procesión, cuando matando el tiempo, hemos hablado y recordado, y también tocado la guitarra, y todos se han acercado. Dos generaciones después, en la familia, alguien sabe solfeo.
El Caminante desde la esquina del Rabal, ha saludado, vuelto a saludar y bajado la costera a buen paso. Ver para creer, ha dicho, y también oír, lo veía y no lo creía, lo oía y me decía no puede ser, ahí abajo están sentados con una guitarra y haciendo sonar el Himno de la Alegría. Ese debiera ser nuestro himno, y no me refiero al de Barrio o del Rabal, sino a todo el mundo, nadie, creo yo, se puede negar a respetar y cantar algo tan bonito como el Himno de la Alegría. ¿Puedo pedirte un favor? Tócalo otra vez, y permíteme que me ponga a tu altura, me arrodille junto a ti y lo cante.
El Caminante se ha arrodillado, junto a la guitarra, y cantado de principio a fin, el himno. Y yo con eso, he creído haberlo visto y aun oído todo, pero me he equivocado, me quedaba aún mucho ver y oír mientras durase el sol, en cualquier caso ya desde ese momento he dado por buena la Semana Santa, lo que viniera después, ya no importaba, aquel momento, ha sido la Semana Santa misma, si como dicen existe un espíritu navideño, no hay duda, de que también, existe, el espíritu del Viernes Santo.

Después el Caminante ha venido a ponerse en pie, y dirigiéndose a mí, me ha dicho, de aquello que hablamos tiempo atrás, allí frente a la Poza, con la mano al corazón, nada, olvídalo, me encantan los papeles, escribe ya cuanto veas, y cuente, ya se leerlos y necesito leerlos hoy ya los comprendo.
Sin embargo, aun pudiéndolo hacer, aun con permiso, hoy no lo haré, para muestra basta un botón, y en este caso con el himno es más que suficiente. En realidad me resulta demasiado emotivo, hay un principio, un larguísimo camino y tal vez un final,…. a días próximo a días lejano. No puedo escribir.
No te asustes maño, le ha dicho al de la guitarra, a los mayores a veces, el día se nos hace tan largo, que no es que creamos que ya no vamos a ver salir el sol, al día siguiente, si no que llegamos a pensar, que no vamos a ver ponerse el sol del día en que vivimos, de un día tan magnifico como el de hoy, Jueves Santo. Y que lo próximo que verán de nosotros serán una estrella y unas letras a nuestros pies, escritas en verde y rojo, donde se pueda leer, quienes fuimos. Poca cosa, o nada. Epitafio se llama. Un recuerdo.
Tócame ahora esa jotica, y canto de nuevo, espera me ponga de pie, las jotas, se han de cantar de pie, es una jota, pero también es una oración a Calamocha, venga, dale: “Puente Romano, el molinero...”
El Caminante, prosiguió su camino, y el joven de la guitarra, quedo conmovido, como todos, y tan solo acertaba a decir, “que personaje, que personaje...” A escape le corregí, no es así la cosa, le dije, tal vez fue un personaje, y mañana lo vuelva a ser, pero hoy ha sido toda una persona. Pues entre lo que cuento y no cuento, esta una de las mayores lecciones que me hayan dado jamás, de caridad y de pasión, cristiana, a la espera del Domingo de Resurrección.
El Caminante, como digo se marchó, como un cristiano castizo al uso de Nazarin, el personaje, cura por más señas, de la obra del mismo nombre de Galdós, convertido en persona por Buñuel en la escena final de la película, también del mismo nombre, interpretada por Paco Rabal.
Izquierda, derecha, izquierda.
Aún no hemos llegado al otro templo del Rabal, al Minimo y sinceramente, ya no puedo más, menuda peregrinación, para terminar en un Via Crucis. Vamos muy lentos, y además hace frio, y solo de pensar en lo que nos espera en la plaza, me desespero, y como yo, todos nosotros, a ver con que nos sorprenden este año, decimos, cuando nos echen las diapositivas.
Al cruzar las Cuatro Esquinas, los adoquines del suelo me dicen lo evidente, las calzadas romanas, aguantaron mejor el paso del tiempo, que el empedrao de la Calle Real. Me veo rodando por los suelos, y me acuerdo de la letra, del tango de Gardel... El día que me quieras. Cansado de tambores, matracas y carracas, me fijo en el escaparate de Reynaldos, sin duda, lo mejor de la Semana Santa, es entonces cuando me doy cuenta que llevo al Santo Cristo detrás, a unos metros, tras los cofrades del Bailador, que parecen llevar el estandarte del revés.
Me quedo impresionado, ya no me importa el suelo, ni el frio ni la monserga uniformada a toque de bombo, que nos acompaña, por cierto, hay a pesar de todo, del frio, y de la hora, un montón de gente, y por primera vez en años, oigo el silencio.
Si, la gente, está guardando silencio. Y lo hará también en la plaza un poco más tarde. Ya era hora de darnos cuenta, tal vez algo este cambiando, pero en este momento, la visión del Cristo de Calamocha, bajo la luz que lo veo, se torna ocre, color calamocha, con la casa de los Marinas de fondo, y un par de farolas que gracias a dios, en este caso, no funcionan, bajo la luz de su peana, luce amarillento, y hace que me sienta bien, reconfortado, vale la pena estar ahí para verlo, para sentirlo, pierdo el paso, quiero verlo cuanto pueda, ya que no puedo hacerle fotos, y lo veo hasta que la Cofradía de la Columna, me obliga a darme la vuelta y caminar.
Recuerdo al Caminante, y como cuando éramos unos críos y salíamos del Barrio, él mirando al Santo Cristo se santiguaba y lo saludaba, y nos reíamos, hoy lo hacemos nosotros, le saludamos, al entrar y al salir de Barrio, le hablamos... y seguimos nuestro camino. Sin nadie ya a quien contárselo, que se ría.
Para entonces los tambores, dejan de oírse, o el Cantón los calla, y siento tras de mí y también a lo lejos, las trompetas, sus notas, su música, el esfuerzo que hay tras ellas, ojala sonasen más, soy un egoísta, camino ahora hacia la plaza de otra forma, ya no me preocupo por llevar el paso, pienso y recuerdo, me gustaría ver las calles, con menos luz, como están de madrugada, y ver salir la procesión, un poco antes, al ponerse el sol, pero qué más da todo, siguen sonando las trompetas, y me recuerdan, a las mujeres cantando en la iglesia, a ese momento, en el cual el cura en misa comienza a cantar y tú crees que nadie más cantara, pero poco a poco, el coro entre los bancos canta y canta, y uno se siente en la gloria, ya nada parece importar... las trompetas me recuerdan a ellas, que son las que principalmente cantan, la entrada al cielo debe ser así.
Afortunadamente en el Cantón, la procesión se detiene y puedo vivir el momento con paz, ¿dónde estoy?, me pregunto, no conozco a nadie, hace un momento, en la casa de Inocencio, también, me he fijado en las caras, me resultaban familiares, pero en sus rostros, veía a sus padres, a sus abuelos, a mí mismo décadas atrás, allí en el Cantón, ya no conozco a nadie, y los niños están sentados en el suelo, no tiene frio, juegan y miran, disfrutan...me siento como ellos.
Ideal Cinema
Hemos llegado a la plaza, cumplido el trámite de la Castellana, es raro procesionar, como dicen ahora, en esa dirección, cuesta abajo cara los bolardos, el hábito no te asegura inmunidad alguna, hay que andar con cuidado, ni el hábito, ni el traje de sanroquero, ni la ropa de los días de hacienda, ni la muda de los domingos, ni la capa de San Roque, ni el bastón del Alcalde... Son un incordio.


Formamos y esperamos, se hace eterno el resto de procesión, queremos que acabe ya y aún no ha empezado. Ya no soporto los tambores así que me doy la vuelta y me quedo de nuevo impresionado, esta vez por algo más terrenal, veo a tres cofrades del Huerto, al abrigo, bajo una palmera. Santo Cristo el Arrabal, ni que esto fuera Elche, una palmera en la puerta del ayuntamiento, y por lo que veo, va para largo, no ha pasado mal invierno, sigo dándole vueltas a la cabeza, una palmera, una palmera que va a más, y más, hace años la fotografié, pensando que no dejaría de ser una anécdota y ahora, quien sabe… en unos años, será un icono del pueblo. Dios la salve del picudo rojo.
Se hace el silencio, comienza el Vía Crucis. Dura lo justo, y resulta bonito, algún día será emotivo, estamos en el buen camino, no es fácil abrir el camino, menos aún, a unos cinco o seis grados, positivos como dicen los modernos.
La habitación de atrás.
Por fin llego a casa, al calor sofocante de la habitación de atrás, donde me siento y me quito el hábito, lo dejo sobre la cama. He pasado un frio terrible, a pesar de toda la ropa que llevaba puesta. Cansado, no me apetece nada, ojala ya todo hubiese terminado y estuviese de vuelta en casa.
Hace un rato en esa misma habitación, me he vestido para la procesión, en ese momento mágico, en el que entras y ves todo dispuesto para cambiarte de ropa, instante en el que año tras año, miras atrás, y te das cuenta de tantas y tantas cosas como han pasado, a pesar de que parezca que nunca ocurre nada, siempre lo mismo, siempre distinto, la próxima vez que sienta algo parecido será el catorce de agosto cuando me encuentre con la ropa blanca en esa misma habitación.


Calamocha en Viernes Santo.

¡Qué bello es vivir!

Ha cambiado el tiempo, esta nublado, hace algo de frio, y el pueblo amanece bajo un manto de tristeza, es todo tan distinto al día de ayer, al sol de la tarde, a la llegada, se oyen tambores, se ven hábitos por las calles, camino de la procesión de las Siete Palabras. ¡Vaya un día!, no adolece ni aun salir al corral. Se oye el cuco.

Es tan difícil decir todo en pocas palabras, repetimos y repetimos, cuando no gritamos y gritamos, solo porque queremos nos den la razón, con o sin ella, eso es lo de menos, procesión de la iglesia al Santo Cristo, en siete palabras. Bajamos al Peirón por salir de casa, por dar una vuelta, ayer con el buen tiempo no pasamos de la puerta, ni siquiera fui a la Fuente del Bosque… me dio no sé qué el pasear, tenia miedo, de perderme, de no reconocerla.

En la calle Real, a la altura de Palafox, alguien sonriente me saluda, “Buenos días señor, parece que ha llegado el frio”. Me detengo, trato de reconocerlo y no puedo, veo que va tirando de un carrito siguiendo su camino, doy por hecho lo eviente, no lo conozco de nada… “Paciencia, ya pasara”, le contesto. “Pues también es verdad, no hay prisa, ya cambiara. Señor”… y sigue calle arriba.

Cuesta tanto encontrar alguien que salude, que por un momento me desconcierta si lo conoceré o no, me pregunto dónde ira en un día como hoy, qué hará aquí, y en definitiva qué historia habrá tras el… Si este Viernes Santo calamochi fuera una película de Frank Capra, no hay duda, de quien sería:



Jesucristo, camino del Calvario, el sin hogar, el hombre que lleva su vida tras un carrito y anda en este caso, camino del porche del Santo Cristo, lugar donde lo veré un rato después. En Calamocha no tenemos Calvario, una calle, un monte, como en otros pueblos, mi abuelo Casimiro, allá en Torrijo, nació en el Calvario… el empedrao de la Calle Real, es su camino.

Ya no quedan estufas de leña, en un día así, el olor del humo entre la calle Mayor y la plaza de la iglesia, se dejaría sentir, al fin y al cabo, al medio día, era la hora de encender la estufa y la gloria.

Dos yuvadas en la Retuerta.

El Santo Cristo está saliendo de la iglesia, y a pesar de que llevo la cámara de fotos, me cuesta acercarme, no me apetece, es todo muy extraño, me resulta difícil ver la procesión a través del objetivo, prefiero verla sin más, el color negro, las flores.



A penas hay gente a quien saludar, salvo Manuel, que como dios, parece tener el don de la ubicuidad, más allá siempre aparece alguien, por supuesto de paso, porque a él, estas cosas de los curas, no le van gota, ¿curas?, entre tanto hábito cuesta encontrar uno….

Y este que aparece, que pasaba por allí, como caído del cielo, no pierde la ocasión de justificarse, sin que uno se lo pida, tu porque eres joven, me advierte, pero si tuvieras mis años, y hubieras vivido lo que yo, no te acercarías,… pasaba la procesión por el Chato y entraban los beatos y la Guardia Civil, a mandar apagar las luces, y nos hacían salir a ver la procesión… a mí que no me esperen, que no iré a ninguna, mecagüen el copón…

Sigue a lo suyo, a la espera de que asienta, de que le dé la razón, a tan prodigiosa memoria. Cuando finalmente acaba, hablo por fin de cara a la despedida: Tuviste una suerte loca de vivir aquellos años, yo en cambio, no he tenido suerte en esta vida, como decía el padre de Inocencio, que en paz descanse, pudimos heredar un par de yuvadas en la Retuerta, y tener en el granero otros tantos cubanos de zafrán, pero fuimos a heredar un palo de un santo, que sacar en procesión, condenándonos así la vida a pasar todos los viernes santos que nos queden en Calamocha…

La espera

Por fin me encuentro con alguien, que merezca la pena en un día como hoy, ya en las Cuatro Esquinas junto a la peana camina Juan Miguel, sin el hábito, es una alegría verlo, trato de hacerle una foto y recuerdo años y años atrás, cuando sacaban el pequeño Cristo del Sacristía en la procesión del Viernes Santo por la tarde, la única que había ese día. Cuanto ha cambiado todo.



En realidad, todo el día, es una espera, una larga espera hasta que llega la hora de la procesión del Santo Entierro, al anochecer, al caer el sol, su hora natural de inicio, unos pocos privilegiados salimos desde la iglesia, espero ese momento, lo recreo en mi imaginación, cuando estás ahí en las puertas, a punto de salir, esperando, y ves toda la plaza, volver la vista atrás, siempre mirar atrás, y ver los últimos rayos de sol iluminando el altar, a todos nosotros a través del rosetón del coro, la semi oscuridad, el final, el principio…Un año más ha merecido la pena todo lo que queda atrás, la trápala porque todo este apunto, quienes estaremos, quienes no, como repartimos tantas y tantas procesiones como hay, el santo, sus flores, las luces, … y una fecha en el calendario, reservada para el pueblo, Calamocha en Viernes Santo.

Haciendo tiempo, perdido, me encuentro en el Mirador, tomando un vermú, con el Dichero Olvidado, devenido hoy en Regador, así el Señor del Agua, no duda en animarme, a las siete escampara, lo dice internet, como si eso fuese a misa, o google, fuese, dios, se irán las nubes y habrá procesión, además, que haríamos tu y yo sin procesionar un Viernes Santo. Tiene razón, no sería lo mismo. Habrá procesión, concluye. Aunque pienso que la última palabra la tendrá el Santo Cristo, si le apetece o no salir, termino por creerlo, tan es así, que cuando me levanto, me parece ver a los camareros vestidos de nazarenos, y en los cuadros estampas religiosas. Evidentemente el Regador sabe mucho, pero no tanto como su padre, ni mucho menos es profeta en su tierra.

El Milagro del Nazareno

AL final no hay procesión, en una tarde oscura, triste, eterna, en la cual sin embargo no hemos perdido la ilusión hasta el último momento, entre la lluvia pasa Pedro a casa marcando el punto y raya, anda cojo desde el vermú en el Mirador, y lo achaca a un mal paso subiendo al Rabal, un mal paso en el Calvario de la Calle Real.



Una pena, le digo, que no puedas salir, pues el Regador ha dicho que a las siete dejara de llover, y ya sabes, los del Ecce Homo tienen hilo directo con dios, no hacen milagros, pero están a bien con él. Pedro, mira al cielo, y sin salir de su asombro me dice “Seguro, va a dejar de llover, en fin, siendo que lo dice quien lo dice me bajo al Centro de Salud”.   

A las once en casa

Si a las ocho, si a las ocho y media, como no queremos hacer tarde y casi no llueve salimos todos del Barrio hacia la iglesia, Pedro, en lo que ya damos en llamar el milagro de Nazareno, anda como si tal cosa tras su paso por el centro de salud, la Balsa esta vacía, el pueblo está en silencio, casi a oscuras, y la puerta de la iglesia entre abierta, por no decir cerrada, a los pies del Nazareno, nos dicen, “no hay procesión, mañana a las once a recoger”.



Ni aun tiempo para hacernos una foto de recuerdo, ni aun tiempo para saludar, a quien solo vemos ese día, ni aun tiempo para rezar… Volvemos a casa

En un hecho tan previsible como imprevisto, la procesión se suspende, y se acabó, para mí ya no hay más Semana Santa, mañana vuelvo a casa. Basta con un tambor, una corneta y unos cuantos voluntarios que hayamos hecho la mili para cantar allí mismo bajo el techo de la iglesia, a cubierto del frio y de la lluvia, ante el sepulcro La Muerte no es Final y marcharnos a casa, con otra sensación, que la de abandonar tu casa, que la de salir huyendo,…

Fin