viernes, 1 de enero de 2016

BESTIARIO CALAMOCHINO ( I )

Letra M: Mínimo Buenavida
(En cada familia, cuando menos hay uno de tal nombre, si no dos, tres ya resultaría tan excesivo como insoportable)
Don Mínimo Buenavida, si bien, en realidad nunca gozó del título de Don, ni falta alguna le hizo, ni prevé en lo que le reste de vida, hacer uso de tal distinción, siempre resultó conocido por todos como "El Mínimo", y entre sus más allegados y que a un tiempo más le quisieron, por el difícil y tierno diminutivo de El Minimico.
Hizo en pocas palabras a lo largo de toda su vida, de la elegancia su bandera, comenzando por el bien vestir, y siguiendo por el bien comer, conformando entre ambos, los pilares básicos de su apacible existencia. Demostrando a todas luces, para asombro de propios y extraños que la falta de cartera y el bien vivir, en algún momento del propio destino se encuentran y caminan inseparablemente de la mano, hasta el fin de los días. Solo hay que saber las trochas, y encontrar la adecuada. 
Y en cuanto a trabajar, por hablar del otro pilar básico de cualquier vida, vino hacerlo, al parecer, como todos, cuando no hubo más remedio, pues siempre creyó en lo que bien le enseñaron desde la cuna, que quien no llora no mama, y que pidiendo, mejor que preguntando, a cualquier sitio se llega. Que para levantarse uno si quiera a por un trozo pan, o a por un vaso de agua, siempre hay tiempo y si no hay más remedio, se haga y se levante uno, pero si alguien a tu alrededor puede hacerlo por ti, bastara con pedirlo. Y gente dispuesta a su alrededor, doy fe, hasta nuestros días, siempre la hubo para bien propio.
Vino a caer en este mundo de pie, y lo hizo con cierta gracia, porque lo suyo fue, y sigue siendo eso precisamente, caer en gracia cosa que se notó en él desde el mismo momento en que viera la luz una vez acabada la guerra, que con él, jaleo alguno nunca fue. Tranquilidad y un paso después de otro. De modo que, espero la llegada de la calma una vez pasada la tempestad para presentarse entre nosotros, una buena mañana allá por San Juan, lejos del frío, a eso de la hora de comer.
Tras él en la familia no llego nadie más, como queriendo decir el destino, que como él ya no habría otro, cerrándose así el círculo familiar con su presencia que todo vino a iluminar. Llego, como el menor de un montón de hermanos y de hermanas, como eran las familias de entonces, tocándole el papel más llevadero en aquellos años, el del pequeño, el de zagal, y por ende, el del débil, el consentido en una única y cierta palabra…

Con su nombre, la familia lo quiso dejar todo claro, y con su apellido una clara premonición de lo que luego vendría Mínimo Buenavida. Llegaba pues, con buen pie a este mundo, heredando el nombre del hermano que le precedió, unos años antes, nombre que lejos de convertirse en una losa, le abrió el camino entre la familia a pasos agigantados. No es que hubiera dos Mínimo en la familia, dos hermanos con el mismo nombre, como si con uno no viniese a ser suficiente, si no que muerto el mayor, nacido él, heredo su nombre, cosa tan natural como habitual en aquellos años de la postguerra.

Y quien se acuerda ya del Primer Mínimo Buenavida que hubo. En realidad nadie, una placa en el cementerio para limpiar y clavar cada uno de noviembre, y bien poco más, el tiempo se encargó de hacer su trabajo y borrar ya cualquier recuerdo objetivo que hoy se nos pueda hacer comprensible.

Si murió, aquel primer Mínimo Buenavida, al nacer, si el mismo día del bautizo, si abrazado al abuelo que cayo un aciago día al suelo, muerto de perlesía, si un mal bicho en la cuna le pico, si unas fiebres… quien sabe ya, lo único cierto es que se marchó y dejo su nombre al siguiente, y al que vino por entero, la suerte le cambio.

También llegase a contar, que lo dieron a cambio de comer, en los años del estraperlo, sobraban bocas en la familia, apretaba el hambre, de tal forma y manera que acabo por la tierras de Valencia subido a una barca en la albufera y que luego prófugo en la edad de quintas marcho a América, y es más hasta se dice que hizo fortuna en la Argentina, cosa fácil, todos debimos irnos, y que alguna vez volvió para San Roque y es más, creyeron verlo, y hasta hay quien cree que algún día, cuando por segunda vez muera y muera de verdad, la fortuna argentina volverá a casa en forma de parné. Pero de todo esto que cuento, cualquiera con dos dedos de frente sabe que no es así. Aunque Minimo Buenavida, aquel que aún vive, espere que un día su suerte, que nunca fue mala, cambie, en forma de herencia llovida del cielo del hemisferio austral, donde cuando aquí es invierno, allí es verano. Asombroso.  
Su niñez se alargó hasta la inevitable, en aquellos años, llegada del servicio militar obligatorio, la mili, dispuesta a romper la vida entre los suyos, la familia misma, luego veremos que no.

 Los años hasta ese día, pasaron uno tras otro pero para él todos fueron iguales, los suyos tenía depositadas en Mínimo Buenavida todas las esperanzas de un destino mejor al suyo. Sus hermanos y hermanas de sol a sol se deslomaban trabajando mientras él, bajo el regazo materno, esperaba su momento, llamado como estaba a ser alguien en esta vida, la de todos, alguien de quien la familia pudiese presumir entre los parientes y vecinos. El que podía, él que lo tenia todo a su alcance, la escuela misma donde aprender letra, para hacerse un hombre de provecho lejos del campo, las bestias, y los jornales, Mínimo Buenavida iba a ser el crio pequeño del que la familia pudiese sentir el orgullo de por fin, haberlo hecho bien, de justificar tanto esfuerzo de los demás para con él.

Pero a Mínimo Buenavida, en realidad nunca le falto un plato y un vaso de vino en la mesa, a la hora de comer, ni nadie  le supo negar nunca nada a tiempo, en pro de que la cosa no se torciese y fuese a salir mal, se enfadase y no se aplicase, todo en pro de que él un día devolviese a la familia tanta atención como recibía, haciéndose un hombre de provecho. El orgullo de cualquier madre. Todo fue en balde.
Ya coincidiendo con la llamada filas de Mínimo Buenavida se empezaba a vislumbrar entre la familia el negro porvenir que a ella le esperaba, no así al pequeño Mínimico, con todo a su alcance, bien instruido por los suyos en el oficio de vivir, la familia iba perdiendo toda esperanza de ver sus sueños hechos realidad, y se encomendó, a falta de poder hablar con dios, al ejército, allí cambiara, allí aprenderá, allí harán de él un hombre, de que alguien, en fin, lograse hacer de él, lo que la familia a todas luces no había conseguido, un hombre de provecho.

Siempre recuerda, que la primera vez que se calzo las botas militares se dio cuenta que aquello no iba con él, no por ser la mili, si no tal vez, por ser la vida real, por tener una obligación. La culpa como siempre, de todo cuanto le pasaba, era de los otros, en este caso, del chusquero de la compañía, que por hacer la gracia le dio dos números por debajo del suyo, así que, en tanto salía de la compañía cayo al suelo entre las risas de "solidarios" reclutas y crueles veteranos. Joder, pensó, pues siempre pensó como hablo, a base de juramentos y palabras malsonantes, hoy es mi día de suerte, mecaguen la puta de oros, algo me he jodido, que andar no puedo. Yo si que me voy a reír.
Las aventuras del buen soldado Mínimo, entre las armas, no habían hecho si no comenzar y acabar a un tiempo, sin dar un solo barrigazo, sin marcar una vez el paso juro bandera y se calzo de nuevo las botas militares, meses mas tarde, cuando ya pudo andar y alguien se acordó de él y le encontró un destino apropiado como ayudante del Capitán Caballero De La Vida, quien nada más abrirle la puerta de casa lo mando de vuelta al cuartel. Márchese, mejor al cuartel, o mejor a su casa, y espere a que le llame. Déjeme una dirección. Y a falta de una le dejo tantas como hermanos y hermanas tenia amen de la de su madre. Pues esa es otra, nunca se le conoció domicilio fijo alguno.

Por decirlo de otro modo, lo calo al momento, peor el remedio que la enfermedad, pensó el Capitán, tenerlo bajo sus órdenes en casa le iba a salir la torta por un pan. Probablemente fue la única persona a la que no engaño. Meses después, el Capitán Caballero De La Vida, lo mando llamar, esta vez,  la cuarta dirección, resultó la buena, “A partir de la fecha de hoy, todos los domingos, a las cinco de la tarde, ruego me espere en la Puerta Los Perdidos. Acuda con vestimenta apropiada para las tardes de hípica. Es una orden.”.
Del resto de su vida hasta hoy, puede decirse, que fue más de lo mismo, sumando a lo aprendido en los años de la niñez, el pedir y alcanzarlo todo sin  mover un solo dedo, el saber hacer y vivir de la madurez, a través de su mentor el Señor Caballero De La Vida. Tan necesario el un conocimiento como el otro para moverse en el futuro con soltura y vivir así la vida como un domingo sin fin.

Señor este, el militar, presa fácil en los años venideros entre la familia de Mínimo Bueanvida, el mismísimo demonio se diría, a la hora de señalarlo como responsable de todos los males que sobre el pequeño Minimico se cernieron tras su paso por el cuartel, que lejos de hacer de él, lo que la familia no pudo o no quiso o no supo, que cada uno piense lo que quiera, un hombre de provecho, devolvieron a su madre, un consentido con un gusto exquisito  por el buen vivir, sin oficio ni beneficio, sin una perra, y apasionado de la hípica, el habano, los sombreros y zapatos de claque, las tarde de timbas, las noches de farra, entre otras muchas nimiedades, como su mismo nombre.

El resto de su existencia hasta nuestros días, y la misma tarde de San Roque en que me lo encontré rendido en el sofá, no digo que no sería entretenido dar cuenta de ellos, pero necesitaría tanto un tiempo como una paciencia, que ya no tengo, por contar la vida de quien por ella paso, como pasa el gato maula por la cocina, sin esperar nada en concreto, a ver que cae, soba que te soba, entre las piernas de quien cocina. 

Trabajo en cualquier caso más de lo que quiso, si bien a ojos de la gente de bien, de esa que se dice  normal, yo entre ellos, no dio un palo al agua, guiado por el paradigma militar del escaqueo, la civil picaresca. A escondidas trabajo algo, cuando nadie le tendió una mano, cuando tuvo que quedar bien, cuando la necesidad apretó… dinero al plato y poco más. Más bien el trabajo lo busco a él, al revés, en contadas ocasiones debió ser. 

Así del dinero ganado, jamás se le vio pagar nada, que no se pudiera comprar en un bar, eso de trabajar, y sudar unas pesetas que dar al gobierno, por que si, por que lo pida y diga que lo necesita, nunca lo tuvo por decente, a sabiendas, que sería mal empelado, cuando no robado, bien por el recaudador, bien por su gestor, y cuánta razón tenía…

Gasto cuanto gano, y lo gasto en sus cosas, la ropa de mudar, y la comida, pues comió cuanto pudo, sin avaricia alguna, pero siempre de lo mejor que había a su alcance, bebió como no, cuanto más caro mejor y fumo habanos por doquier y tabaco de contrabando de los años de la Base, e hizo como no, de la hípica su pasión dominical en recuerdo de su Capitán, de su amigo Caballero De la Vida, su vital mentor capitalino, cuya familia, esposa, hijas, hermanos, le culpo de su final cirrosis negándole el saludo último, cuando le dieron tierra un 25 de julio de hace años. Quizás esa fue otra de las pocas veces, que alguien le dijo no a algo.
Con el tiempo falto la madre, antes marcho el padre, luego algún que otro hermano y hermana, y de las muchas direcciones que tenía, ya apenas tenía dos o tres que dar, por si alguien le quería buscar y darle algo. A pedir no vengas, solía avisar cuando daba una y otra dirección. Pero todo había cambiado tanto ya, que de hecho llevaba años, alejado del que fuera su mundo, olvidadas sus aficiones más mundanas, refugiado en el buen comer y beber, veía pasar los días con el fantasma de la vejez acosándole, ¿Qué será de mí? Pensaba

Cercado sin remedio, reconoció que cedió por primera vez en su vida, cuando esta ya se le escapa de las manos, y firmo un contrato de trabajo, iba por fin a cotizar para el retiro, algo que nunca le preocupó… por primera vez lo vio claro, se quedaba solo, y se encomendó a la legalidad. El estado nunca muere, el estado no me dejara solo, pensó como tantos otros antes que él. Y el estado en su infinita bondad, para quien lo dió todo por su país, en interminables tardes de domingo, lo acogió entre sus brazos, y sin más le dio una pensión, una ayudica, pues su edad para trabajar ya había pasado… “joder una paga todos los meses, dijo, en mi vida me veré en otra como esta”. 

Y creyó sería una buena idea el subir a la capital una vez más como antaño, al tercer mes de cobrar, con el hortal recogido, mudao hecho un pincel y la cartera llena para darse un postrero homenaje de cara al invierno, ahora que por fin era ya un hombre de provecho, con sueldo fijo y de por vida y así al poner el pie en el tren mareado de la emoción se fue al suelo, como aquel primer día de mili.
Un postrero golpe de suerte le devolvió a la vida en un primer momento, que tal vez no sea con el tiempo si no un engordar para morir. Viajaba en el mismo tren un bisnieto del afamando médico de Celama, Ponce de Lesco, ojo avizor para no pasarse la parada en la que bajaba. Llegando a la Villa de Albónica por primera vez en busca de información para su tesis doctoral en torno a las diferencias genéticas que acompañan el sabor, del cerdo rosa común frente a su hermano el de la pata negra, para gustos los colores, también en el jamón. El joven, a diferencia de sus antepasado se había decantado por la carrera de veterinaria, en contra de la voluntad de toda su familia, sin embargo, su primer diagnóstico una vez lo devolvió a la vida fue sin duda el más certero: Este hombre ha vivido mucho.
Fue quizás cosa de dios, del destino, del paso del tiempo, como queramos llamarlo, o de la misma vida, que desde el mismo momento en que llego a ser un hombre de provecho, empezó a cobrarse viejas deudas, ella, la vida, que no es como el Estado, y que no ha de buscar voto alguno, dio curso a lo inevitable. 

Así el bajón en los meses siguientes, fue tal, que golpe tras otro, comenzó Mínimo Buenavida a vislumbrar el final de sus días, con tanta resignación como dignidad, en contra de lo que cabría pensar, recibiendo golpe tras golpe, con la caballerosidad que a pesar de todo siempre le acompaño. Esta vez me ha tocado a mí, fue la frase que más escucho la poca familia que aún le quedaba. Adiós a los últimos caliqueños de los bares escondidos, pues ya no había en pie tabacalera alguna, ni nacional ni extranjera que para su gusto, supiese hacer tabaco, adiós, al coñac francés, a los dulces, al marisco, a la carne de cerdo, y ternera, a la sal… a cada análisis, a cada visita al médico, una nueva pastilla, una nueva prohibición, … y siempre en pie el diagnóstico inicial: “Usted, Don Mínimo Buenavida, a pesar de ser aún joven, y no haber cometido grandes excesos, ha vivido mucho”.
Y así, encarando el futuro con tranquilidad y realismo, lo encontré la tarde del pasado 16 de agosto día de San Roque, cuando lo visite. Abrí la puerta de aquella vieja casa, otrora casi un palacio, parada y fonda, posta, tienda, … hoy en ruinas, del todo inhabitable, reducida a un cuarto bajo en el patio que hace las veces de todo, rodeado de trastos y basura, con la estufa encendida, viendo los dibujos animados de Disney Channel, tumbado en aquel viejo sofá de escai, que su amigo el Capitán Valiente de la Vida le trajo en la baca de aquel 1500 desde el Sepu a casa el verano que decidieron ir a ver el mar y comprobar in situ, si todo cuanto decían era verdad, a propósito de las suecas.
Yo lo miraba, allí tumbado en el sofá, rodeado de lo que fue una vida, y el me miraba, hola que tal, bien, jodido, anda, no te sientes, cambia de canal… y ya nos lo habíamos dicho todo. 

Encontré por fin donde sentarme y seguí contemplando aquel cuartucho, aquella casa, aquel cubil, con más mierda que el palo un gallinero. Ahora que no había nadie que le hiciera las faenas propias y ajenas. Estaba por fin solo.
Se incorporó, se medió sentó como pudo en el sofá y habló sin que yo le preguntase nada: Aun estoy de médicos, arriba y abajo, pero lo que me dijo el primero, el del tren, cuando me levanto, sigue valiendo, llevo mucho vivido y si como parece la cosa, no me atinan, y aunque he decidido hacerles caso en todo cuanto dicen, si llega un día en que la cosa no se endereza, si como estas mañanas que llevo, no puedo ni levantarme, si durmiendo no descanso, y despierto me duele todo, mira, ahí está todo cuando necesito. 

Y señalo el viejo armario de sus abuelos, en el cual con una puerta en el techo esperando que alguien la llevase al sitio treinta años después de caerse la última bisagra, se veía la muda con un par de trajes de domingo, alguna bufanda de seda, bastones y sombreros amen de la escopeta. 

Me pegare un tiro y me iré. Enfermo no seré una carga para nadie, ya he cundido bastante estando sano, como para que ahora la poca familia que queda tenga que estar pendiente de mí, como lo ha estado siempre. Una cosa es dar faena con salud y otra en la enfermedad, y hoy, el que más y el que menos en la familia esta jodido. Un tiro y se acabó, una mañana te llamaran y te dirán, que el pobre Mínimico Buenavida, se levantó temprano, se mudó y se pegó un tiro. Hazme caso, no me tengas pena.
Y así, con la certeza de que por fin entre unos y otros, a la familia había llegado un hombre de provecho lo deje postrado en el sofá, con la escopeta a mano, a la espera. Dejando el tiempo, pasar. Todos dejamos el tiempo pasar, si pararlo pudiéramos, o mejor, volver atrás. Me fui tranquilo, esa es la verdad.

Hace unos días, esta misma navidad, pase nuevamente a verlo.
Seguía igualmente postrado en el sofá, esperando, sin duda lo que mejor se le ha dado en esta vida, esta vez esperaba que le cayera del cielo un tazón de caldo. Me mando echar la cadena de la puerta, envolver las cortinas de las ventanas, y después se levantó, me acerco sin problemas una silla, saco un trozo pan, un poco de lomo y el porrón que no falte, para hablar largo y tendido, de lo que el tiempo le había traído. Principalmente pena.
Los médicos son unos tíos cojonudos, me han tenido estos meses como puta por rastrojo de un sitio para otro, que ni aun vivir me han dejado, que si ahora esto, que si luego lo otro, que si esto no te lo tomes, que si de aquello dos pastillas, que si come esto, que si lo otro, que bebas poco, que fumes menos. 

Menudos cabronazos, los unos y los otros, pues lo poco que me dan, se me va en medicamentos, vamos que de la paga no me queda una puta perra, a la fuerza ahorcan, los vicios también me los han quitado, pero, mírame ahora y acuérdate como estaba por San Roque, me han quitado veinte años de encima y de propina me han cascao otros veinte años mas de vida, a mi, que me creía que no me iba a morir, y me había de pegar un tiro. 

Por cierto, mira, ya no tengo escopeta, los hijos de puta que mandan no me dan el permiso de armas, y la he tenido que vender, se les ve buena gente, se les ve que me quieren, y no querrían que una mañana me pegara un tiro, por que miedo no creo que me tenga, que yo he sido siempre muy tranquilo para todo, joder que país este, que ni aun matarte conforme dios manda puedes, de pegarte un tiro nada, si quieres te ahorcas como un cobarde, pero ande tiro yo en esta casa una soga para colgarme, de cojón, me tocara como a todos, morirme de viejo en la cama. Ahora si que me han jodido bien, la cosa echo a ponerse fea desde el mismo día en que prohibieron fumar en el bar. Jodidos políticos, así les lleguen todos mis males...

Conque en esas estamos, coño ya me ves, de puta madre estoy, y mira que limpio y recogido lo tengo todo, y sin un pariente cerca, que eso es lo mejor, que nadie me dice nada, ni una palabra mas alta que otra.

A todo el mundo le doy pena, me tienen lástima, y a uno, eso es lo mejor que le puede pasar, ahora todos se desviven por mi, por que no me falte de nada, por el pobre Minimico, que si te hace falta algo, que si cualquier cosa que necesites, que no te muevas, que ya me levanto yo, que si esto, que si lo otro, ya ves, la cuadra en la que he vivido siempre ahora limpia como una patena, yo que nunca he movido un dedo, esto es jauja, he tenido una suerte loca.

No me veo en nada, ahora mismo estoy esperado me pasen un tazón de caldo para comer, y a la noche me han dicho que me pasaran un poco de asado, joder, algo bueno, aunque no me acuerde, habré hecho yo en esta vida para que ahora me lo paguen así, pero ya te digo yo que mayormente, dar lastima es lo mejor que hoy uno puede hacer, y más que lastima pena. 

No me falta de nada, por eso te he mandado echar la cadena y las cortinas, porque no quiero que me vean todas estas beatas del copón bendito aquí de palique con tu, y en cuanto te vayas, me capuzo otra vez en el sofá, y a la tarde, pasara el meapilas este que algo se huele, pero que se joda y me corte leña para la estufa. Y ese jamón que traes, ¿es para mi?, yo también te doy pena, joder que bien va la cosa, mira ahí, la despensa llena, conservas que me pasan, el arcón lleno que me ha tocado encenderlo otra vez como en los buenos tiempos, cunado lo tenia hasta arriba de gambas, coño hasta mermelada sin azúcar me pasan.. venga, que en cualquier momento me trae la tía esta la sopa, me voy al sitio, al sofá a sudar y dar pena, y tu tira para arriba con el jamón, y cuelgalo en el granero de atrás, y sobretodo mira de que no te vean, y no lo pongas al lado de la ventana, tíralo para atrás, con el otro que me dieron. A nadie le importa saber lo que tengo.

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