viernes, 1 de mayo de 2015

Cuando las vacas daban leche.

A las ocho en invierno, la luz artificial de la calle, en aquellos años era blanca a juego con las estrellas, y el cielo de un azul inmenso, hacia frio. Mirar hacia ese cielo lo añorare siempre y a las nueve en verano, el sol caía por Santa Bárbara y te cegaba, hacía calor, empezaba a refrescar tan solo un poco más tarde, a veces el horizonte brillaba de un rojo intenso maravilloso, las puertas mismas del cielo se adivinaban más allá del cerro.

A esa hora, todos los días del año, año tras año, pasábamos al otro Barrio a por la leche, a casa de la Teresa. Cuando el cuartel no estaba vallado, simplemente resguardado por un seto, seto que los guardias regaban y podaban constantemente, siempre uniformados.

Cruzábamos de un Barrio a otro al caer la tarde con la lechera en la mano, a por leche, leche de vaca, y lo hacíamos a través del patio del cuartel, atajando el tener que doblar la esquina y rodearlo. A veces, me juntaba con la Amada, y caminaba junto a ella, pausadamente, charrando, rodeando el cuartel, ella me preguntaba cosas, como hacen los mayores con los niños, con el fin de charrar, yo le contestaba con la mirada  hacia al suelo, o al cielo, seguíamos el mismo camino. No había nadie.

Si íbamos solos, mirábamos a uno y otro lado del patio del cuartel, y lo atravesamos con cierto temor y tan deprisa como nos era posible, los guardias, rara vez nos llamaban la atención, pero sus hijos, aquellos con los que compartíamos pupitre, si nos veían, corrían a por nosotros, se agachaban, agarraban una piedra, y había muchísimas y la lanzaban al aire, aquel era su territorio. No podíamos pasar.

Estábamos en guerra. Jamás hubo una tregua, ni tan siquiera un partido de futbol amistoso, entre ellos y nosotros. Nada. Ellos, a su vez, en la medida de lo posible, no ponían un pie en ninguno de los dos Barrios que limitaban “su territorio”, de eso nos encargábamos nosotros a uno y otro lado del cuartel, pero, todo esto, ya es otra historia. Cosas de críos.

Ya en el otro Barrio, la puerta de casa de la Teresa era de madera, y estaba siempre abierta, nada más abrirla olía a gloria, al pasar al estrecho pasillo donde te servía la leche, olía a leche fresca, mientras se adivinaba el trajín entre las cuadras y el resto del pasillo en forma de L camino de las cuadras, de un ir y venir, con las cántaras llenas de leche recién ordeñada, trajín de hora punta. Mientras la sartén en el fuego, llenaba la cocina de vapor dando buena cuenta de unas patatas con cebolla, cuyo olor, tan bueno como el del resto de la casa, a veces echo tanto de menos, que  no me queda más remedio, que prepararme esa misma cena, a eso de las ocho en invierno. La cena de Miguel, el amo de la casa.

La Teresa me decía de vez en cuando: Maño, haz el favor de venir con una lechera como todo el mundo y no con las botellas de la Pitusa, vale más el tiempo que se tarda en llenar que otra cosa,… mira la cola que me preparas, y todos tenemos faenas, será por lecheras, si tendrá tu abuela el granero lleno, y si no ya te daré yo una. Venga, anda escape. Ya hablare yo con tu abuela, ya. Además hoy hay calostros, nos ha parido una vaca, y estas civilas no quieren, y en la botella no te los llevas, así que vete a escape y vuelve con una lechera como dios manda. Y yo, volvía con el coceleches, el más grande que teníamos y nos lo llenaba hasta los topes de tan suculento manjar, mejor que el arrope sin duda. Ya hablare yo con tu abuela, ya. Volvíamos a lo de siempre. Día grande aquel en que paria una vaca y comíamos calostros.

Acudíamos todos los días a por un litro de leche, y a veces eran dos, el segundo lo pagábamos en el inter, el resto al final de mes, ya no recuerdo el último precio de aquellos años, si a mí ver, si serian poco más de diez duros o qué, casi lo mismo que vale la leche de oferta hoy, bueno, lo que sea que hoy nos vende y compramos.

Pero qué me dices, esa era mi abuela que ponía el grito en el cielo, cada vez que a la Teresa se le ocurría subir el precio de la leche, esta mujer, aún no ha sentido en la tele que va a subir el pan, que ya nos está subiendo la leche, ( el precio del pan, estaba regulado y subía, por orden del gobierno, muy de vez en cuando todos los años como aquel que dice) pues al final, tendremos que ir a la tienda como todo el mundo, ya la pillare yo, ya la pillaré, ya. Y si no, mira, con irnos dos puertas más allá, a cualquiera de sus vecinos que también venden leche, san se acabó.

En el otro Barrio parecía había más vacas que personas, era sin duda casi el último rincón de Calamocha con leche fresca. Coñe, no sé qué me digo, si la Teresa hará la de todos, se pondrán de acuerdo los del Barrio y la subirán, así es como debe hacerse, y los demás a pagar por señoritos, por no tener que sacar la cuadra de las vacas. No tenemos sustancia.

Los días que cambiaban la hora no sabíamos muy bien a qué hora acudir, pues al parecer, las vacas, también tenían su horario y no era fácil hacerles cambiar de hábitos, también el día de Navidad, o alguno otro festivo, acababa todo manga por hombro, a la hora de ir a por la leche. Las vacas son muy sacrificadas, hay que estar siempre encima, aseguraba mi abuela, pero claro, si quieres hacer perras, tirar para adelante, hay que tener animales en casa, con la tierra solo se malvive. Mira nosotros, si no hubiera sido por ellas, miseria y compañía. Mi abuela, las dos, habían sido cocineras antes que monjas, las dos habían tenido en casa vacas. Se las sabían todas.

Mi otra abuela muchos años atrás de todo esto que cuento, cuando tenia vacas allá en el Peirón


Al llegar con las botellas, a casa mi abuela hervía la leche en aquel coceleches rojo por fuera y azul por dentro, parcheado por el estañador infinitas veces, tantas como pasaba por el Barrio, unas veces era algún señor gitano, de aquellos que también compraban a duro las pieles de conejo, las paredes de los corrales estaban llenas de pieles secándose, del conejo de la paella de todos los domingos, otras aquel afilador de gafas de culo de vaso y moto colorada, que un buen día, cansado, dicen se echó al tren.

La leche es lo mejor que hay, no sé por qué habéis de ponerle colacao o café si sola es lo mejor, el día que la Teresa se quite las vacas, no sé qué haremos, ir a la tienda, como todo los demás, o dejar de beber, pues no te dicen tonta por comprar la leche en su casa en lugar de en la tienda como hacen todas ya, que si hay que hervirla, que si esto, que si lo otro, que si al final sale más caro ir a casa la Teresa. Redios, nosotros mientras podamos no iremos a la tienda,  a por ese mejunje que les venden, mira que son tontos.

Para poder beber la leche había que hervirla, mi abuela encendía el fuego y se quedaba frente a él a la espera de que hirviese,  la leche era menos de fiar que las putas de las gallinas decía, si te vas a escape hierve y la pierdes toda, y al precio que la pagamos es una jodienda. Contemplaba como subía y de vez en cuando decía: Coño, niño, te has fijado si ha ido alguien nuevo a por leche, si ha cogido otra familia más, alguna civilanca, la Moracha me ha dicho que ha sentido que ha venido un guardia nuevo, de por allá abajo como todos, y son media docena entre chicos y chacos, seguro que lo ha enganchao la Teresa por el cinto para venderle la leche.

A mí no me quedaba más remedio que asentir y darle la razón, en la cola, junto con las civilas había una mujer que no conocía y con acento andaluz. Redios, proseguía mi abuela, pues no hay cama para tanta gente, si se ve enseguida, esta leche de hoy lleva más agua que otra cosa. ¿Abuela cómo le va a poner agua a la leche, yo no la he visto hacer eso nunca?. Oye maño, no me jodas tú también, mira ni aun nata te vas a poder comer hoy, y aquello sí que era imperdonable, pocas cosas había más buenas, que la nata de la leche con azúcar, mejor que la leche condensada de La Lechera, esto no es ni leche, no ha sacado nada de nata. El agua se le pone en la cuadra, que yo también lo he hecho, y a nadie se le dice que no, cuando viene a comprar, se le echa más agua y punto. En fin, se estira la leche, y ya la pillare yo, ya la pillare, ya.

Entre tanto "ya te pillaré, ya te pillaré" termine por creer que un día me pillarían en medio, que un buen día, mi abuela Rosa y la Teresa se encontrarían en el Rabal y ardería el Santo Cristo. Evidentemente se encontrarían más de un día y dos, pero nunca ardió, hablarían de lo que realmente importa, de la salud, de lo mal que estaba todo, y de aquello que se habla en el Rabal, "niña, sabes quien esta muy malico en Teruel, ... sabes quien esta preñada otra vez... vamos no me jodas, pobrecico, redios pero qué me dices, mira que tienen pocas faenas algunas..."

Qué se pensaran estos franceses, nos ha jodido, parece mentira, ellos dicen que allí en Francia todo el mundo va a la lechería y que la leche es de vaca, como la de la Teresa, que no hay cosa más buena, que no compran jamás en la tienda, niña verdad será, son tan modernos, aún se creen que aquí nos chupamos el dedo, (cada vez que venían los parientes de Francia, nos traían una especie de medalla de cristal del tamaño de un cenicero que se ponía en el fondo del coceleches y evitaba, según decían, que la leche al hervir saliese del mismo), era cuestión de fe, la leche se seguía saliendo, lo cual corroborara la tesis de mi abuela, esto de la Teresa es leche, y lo de Francia, vete a saber que, … la leche cuando hierve se sale, aquí y en todos lados, jodidos franceses, que cachondos que son, a saber que beberán.

A veces la cosa era más complicada y no se solucionaba solo con agua,… a veces ibas a por leche y te volvías de vacío. Abuela, dice la Teresa, que a una vaca le ha dado un pelo, vamos que se ha puesto mala, y a otra lo mismo, que compremos leche en la tienda durante un par de días, hasta que vuelvan a dar. Y nos íbamos a Casa la Paca y Rafael a por un par de botellas, leche Ram. Algo extraordinario. Los primeros vasos que nos bebíamos eran deliciosos, tenía un no sé qué, el cual por otra parte ya no he vuelto a saborear, también entonces la leche embotellada debía ser otra, y pedíamos beber siempre  Ram, pero al día siguiente, sin nata, sin el sabor de siempre,… echábamos de menos la leche de la Teresa, no había comparación posible. Pero si el agua sabe toda igual, como la leche puede ser tan diferente, qué les pasa a las vacas que no son de Calamocha. Era lo único que se me ocurría pensar.

Hombre, por fin, me vienes con lechera, un día sorprendí a la Teresa,… ahora tu abuela empezara con la cantinela de que le falta leche y que no echo bien la medida, pues le dices que te ha dicho la Teresa que no, que por eso venias con botellas, que lo sé yo, ya pillare yo a tu abuela, ya.  Al llevar botellas de litro, no había posibilidad, no había otra que llenarla hasta arriba, al ser lechera, siempre se podía echar de más o menos. De la lechera grande que salía de la cuadra volcaba en un cazo de litro y de ahí a la lechera o botella, pero no por no derramar nada, no llenaba del todo el cazo de litro, sino que lo hacía en dos veces,… y en la segunda, en la chorreada, unas veces iba más y otras menos. Y mi abuela vigilante miraba la línea del coceleches la cual no mentía, por debajo de ella faltaba leche y por encima daba igual. Hoy se nota que he ha echado la leche la Pili y no su madre, a ella le hace menos duelo, hoy el litro esta sobrado.

Mi abuela, murió con un vaso de leche, de esa misma leche, en la mano, una mañana de invierno mientras desayunaba. Poco después fueron desapareciendo las vacas de las casas y como todos, en casa, terminamos por comprar en la tienda.

Hoy, aún sigo buscando el sabor de aquella leche de la casa de la Teresa con la que crecimos, con la certeza de que no lo encontrare jamás, con la certeza también, de que la mañana que la encuentre, yo también me iré al cielo.


De los Años de la Cazalla. La muerte. Días de Leche y Rosa.

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