Garci, el director
de cine, suele comentar que a la hora de valorar una película, por lo común, nos
olvidamos de lo principal, si ha sido o no entretenida, queriendo decir que, si lo ha sido, todo lo demás sobra, la trama,
el mismo desenlace, la historia de amor, lo importante es que nos haga pasar un
buen rato, nos distraiga, nos haga olvidar … tal vez soñar.
De modo que
haciendo un símil, la novela Barrendero, enterrador, ferroviario, de Jon Lauko, es entretenida, y mucho, más para un calamochino
que vea discurrir los días y los años lejos del lugar donde nació, te hace pasar
un gran rato y te da pena que se acabe. En verdad no se pude pedir más. Es
Calamocha lo que se puede leer y respirar. Hasta sientes frío.
No leo novela
negra, si en cambio veo cine negro, en blanco y negro, busco al asesino, lo
encuentro, huye, aparece otro sospechoso… y quien la hace la paga, y así ocurre
en la novela, aunque termina siendo mas justicia divina que humana, pues los
protagonistas sabiendo que se ha hecho justicia no terminan de saber a qué en
concreto. Todo ello con un trasfondo tan delicado como el abuso infantil,…
lejos un poco de esa España negra y rural a la que estamos mas acostumbrados de
pleitos banales por herencias, ribazos y riñas en el baile, puñetazos, navajas
y escopetas, venganzas sin sentido. Que tal vez los más mayores esperaban encontrar.
La novela, creo,
termina un capitulo antes de acabar, cuando se cierra el círculo y llega la
justicia, por eso, hoy, tal vez, me arrepiento de haber leído el ultimo capitulo, que
deja abierto un poco a la imaginación lo que paso entre los protagonistas y a
lo que te hubiera gustado que fuese el final, pero de eso se trata, no solo de
leer, sino de que una vez que has leído algo, te sugiera miles de cosas… y
hagas correr la voz a unos y otros, ¿oye la has leído ya?, ¿y a qué esperas?. Final en cierto modo abierto.
Capitulo ultimo para hacer justicia, ser justos más bien, con el bueno de Agapito, justicia que le
falto en el libro, cuando aquel buen hombre debió en un momento de
lucidez atar los cabos y dar una lección de cómo y porque sucedieron los hechos. Corre ahora peligro, el Agapito real, lo que de él se recuerda, peligro ante el Agapito de ficción. En cualquier caso, gran suerte, que alguien te recuerde, y el no vas, que te haga protagonista de una novela.
Nada más ya salvo
que para cualquier calamochino debería ser el regalo de estas navidades y de
los próximos sanroques,…por cierto al final no salió San Roque en la novela, no
llego el mes de agosto, la justicia fue antes. Regalaremos la novela, haremos
“pueblo”…
Recuerdos
El tiempo dirá si
como el Madrid de Galdós o la Valencia de Blasco Ibáñez, en unos años tengamos
la Calamocha de Lauko, y recorramos sus calles y paisajes centro de la novela
recordándola, cuidando de que no te pille aquel triciclo de reparto, en la
misma calle de la Castellana, con Teléfonos y sus amores imposibles, allí o en
la ventanilla del Ayuntamiento o paseemos de la Estación Vega a la Nueva pasando por las casas de
esos maestros que ven lo que no se ve, y en el Cuartel, desviemos la mirada al
ventanuco de la puerta tras la bandera, tratando de ver si aun el Cabo Antero,
a quien solo le falto el deje andaluz, continua de guardia pagando la osadía de
salirse del reglamento por un amigo, reparemos en las Escuelas Viejas, en ese
infame edificio de hoy en día, poca pena le dio a su arquitecto o a quien
fuese, hacer tabla rasa de su vieja fachada y en las injusticias que se
comenten a diario cuando se habla por hablar, y te cuelgan un sanbentio, como
al bueno de Agapito se lo colgaron en la novela, y vuelvan abrir el Bar “Catalán”, allí
donde lo de Elias, para que los bocazas y oscuros mozos viejos como Andrés,
griten lo que ocultan, y reviva el Casino su bulliciosa vida de antaño gracias
a la novela, y una de sus salas se convierta en la biblioteca del Sr Antonio,
de Genaro, de Benito, de Domingo, y den vidilla cultural al pueblo convocando
de vez en cuando un concurso literario, del tipo, “Barrendero, enterrador
ferroviario. El último capítulo”, …y nos quedemos mirando embobados el Molino,
oigamos gritos, escudriñemos las vigas de madera, sintamos el olor del café de
puchero, y lo veamos con otros ojos, tan así, que nos de igual se hunda en
último acto de justicia… y nos de hasta miedo seguir el camino hacia la Estación
Vega, por no saber qué hacer si nos encontramos con Serafín y su pasado, y tal
vez a la costera del último camino que haremos el del cementerio, le llamemos Avenida
de Agapito Saz, o Bolulevard, que suena más romántico,… camino también de
Navarrete, donde al llegar pensemos si no sería la Tía Gueda la hermana del
pobre Avelino, y entremos al cementerio y tratemos de averiguar el nicho donde
durmió Agapito, nos asomemos a la sala de autopsias, leamos las viejas tumbas
en tierra buscando a la niña. Y volvamos al pueblo ensimismados, como in albis,
pensando si aquello paso o no paso, si solo fue una novela o fue verdad, y
entremos al Chato y pidamos un sol y
sombra, un “gapito” sin saber muy bien porque.
Quizás a partir de
hoy, cuando nos encontremos un mechero
en algún lugar de Calamocha un escalofrió nos recorra el cuerpo, y nos
haga mirar alrededor, temiendo que en cualquier lugar, una desgracia haya podido
ocurrir. Nos sobresalte el pitido de algún último tren camino de la estación,
nos de un vuelco el corazón y dudemos por un momento seguir nuestro camino o
subirnos al tren, por temor a pasar las de Avelino, en suma, quedarnos o
marcharnos.
A dios gracias ya casi nadie fuma y desgraciadamente ni aun
trenes pasan ni paran por Calamocha.
Ahora que ha
llegado el frío, es el momento de volverla a leer la novela, con la ilusión de que tenga
un final diferente.
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