lunes, 21 de abril de 2014

El niño del pelo rojo

El inicio.

Fue en septiembre, en las fiestas del Santo Cristo, mientras la Banda de Música de Calamocha atacaba pieza tras pieza.

 Yo trataba de escuchar a pesar de mis ganas de hablar, que me podían, sin embargo, sabia que me moriría de vergüenza si me llamasen la atención, lo cual, eso de la vergüenza, nunca ha ido con él y él, el Dichero Olvidado, estaba junto a mi.

Fue entonces, cuando, incapaz de guardar silencio, ni allí ni en misa, ni en el cementerio, me dijo: “calla, me sé todo el repertorio, ¿quieres que te adelante lo que van a tocar a continuación?. Le tengo dicho al Director, que les meta caña, menos sonrisas y más solfeo es lo que necesitan, se duermen en los laureles.
Quiero, me dijo, preguntarte una cosa, seguía él en sus trece, para ver qué opinas, ver qué te parece, de una próxima osadía que me ronda por la cabeza, no es nada nuevo, es algo que en muchos sitios ya se hace… 

Resulta halagador el hecho de que quieras saber lo que opino, le dije sin alzar la voz, ¿pero de verdad vas a tener en cuenta lo que yo pueda decir?.
Rotundamente no, me contesto, pero que te parecería una visita guiada al cementerio durante la próxima semana santa, al uso y manera de las que se han hecho en el convento y en la iglesia.
Genial, le dije, verte a ti en el cementerio es el sueño de medio pueblo, por no decir de la mitad y tres cuartos, ya sabes cómo somos, aquí y en todos lados, el día que te marches te echaremos de menos, hasta una calle tendrás, por aclamación popular. Y yo mismo te daré matarile como a un tocino si nos la vuelves a liar y programas la visita solo para los que vivís aquí. Sinvergüenza.
Será en sábado, me advirtió, y ya tardas en contarme cosas. Ojo, le advertí, vamos alejarnos, el Director parece que tiene el oído fino, es lo que toca, y la vista aún mejor y nos oye y nos mira mal, y mucho me temo que acabara tirándonos y  atravesándote un ojo con la batuta, o a lo peor será el mío. Cállate, por el dios, le insistí. En cuanto llegues a Castellón te pones a la faena, me respondió y añadió: Cállate tú.
Así pasaron los meses como si de días se tratasen que llego la Cuaresma y uno y otro estábamos como al principio, lo cual a mí me daba lo mismo, pues no era yo quien se había comprometido en tan aventurada empresa. Así ya lejos de la sonrisa amenazadora del Director de la Banda cruzamos correos de tal suerte:
 “Oye, me escribía, estoy con esto del cementerio y con aquello, y quien me mandaría a mi meterme en esto, échame una mano, mejor dos, … Ya sabes, has tentado al diablo, le escribía yo, lo mejor sería que el Viernes Santo cayeses muerto al pie del Ecce Homo así, nuestra Semana Santa tendría un mártir, y al día siguiente tu visita al cementerio quedaría resuelta.

Todo el pueblo querría ver como dan tierra a semejante visionario cansino que creía saber tanto, aunque modestamente, esa es la verdad, nunca le importo reconocer, que quien más sabia en la familia era su padre”
“Qué te parece si cuentas esto, nada me decía, y esto otro, nada sigue buscando, y aquello de… nada, esfuérzate más.

 Y entonces cuando ya creía tener la historia que buscaba le conté, aquello de que tenemos un cementerio de cine, pues sale y no sale, en una de las películas de ese gran pensador aragonés que fue Don Paco Martínez Soria, en concreto en “Don Erre que Erre”. 

Nada, no me ayudas nada, voy a tener que buscarme a otro, sigue, se me echa el tiempo encima, y voy a quedar fatal”.

La Historia.
   Fue entonces cuando recordé la historia que a continuación copio y pego de su blog original, añadiéndole fotografías, con el fin de que el niño del pelo rojo, protagonista de tan cariñosa y terrorífica historia a un tiempo, hoy abuelo, bien cumplidos los ochenta, pueda rebuscar en su memoria, la emoción de aquella tarde noche,  a mediados de los años cuarenta, en el cementerio de Calamocha.
La había leído unas cuantas veces hace mucho tiempo y de tanto en tanto la buscaba, era aquella historia de un zagal, que subió de noche al cementerio junto con su padre a pintar un panteón, como fin del trabajo que habían venido a realizar desde Valencia.
El Dichero Olvidado artífice de la visita en ciernes, quedo encantado con la historia, la hizo suya, hablamos, preguntamos, buscamos y tan es así que por momentos la contó en primera persona el día de la visita, no hay duda, le hubiese gustado ser aquel niño pelirrojo que se llevaba de calle a todas las chicas del baile.
El niño del pelo rojo hoy
SÁBADO, 3 DE NOVIEMBRE DE 2007


Mi padre me llevó en una ocasión con él a pintar en una fábrica de telas en Calamocha. 


Fábrica de Mantas Dauden







Wenceslao Dauden 1911






Un día, el dueño le dijo a mi padre si quería pintarle el panteón de su familia para el 1 de noviembre (estábamos a finales de octubre). Para no perder tiempo en el trabajo fuimos a pintarlo de noche.


Cogimos todo el material, escalera incluida, y después de cenar salimos hacia el cementerio. No se encontraba muy lejos, pero estaba en lo alto de un promontorio y la visión que un niño de mi edad (andaría yo por los 15) tenía de un lugar como aquel se semejaba mucho a esas viejas películas de terror que nos tenían atemorizados a toda la chiquillería. Esa noche había luna llena, y su blanca luz incidía sobre las vallas y la puerta, dándole un aspecto, a mis ojos, terrorífico.



La cuesta años atrás.


La cuesta del cementerio hoy



El sepulturero le había dejado a mi padre las llaves del cementerio y del panteón. Al abrir aquella verja, los goznes chirriaron de una manera que aumentó más aún el miedo que ya tenía.


Al fondo la entrada

Al entrar, a la izquierda, estaba el panteón. Era el único que había. Abrió mi padre la puerta y al entrar, sonaron nuestras pisadas a hueco, y es que los difuntos estaban debajo mismo de nosotros, en una bóveda.


Una frente a otra, allí fue a pintar






Encendimos unas cuantas velas (no había electricidad) y un hornillo para calentar la pintura (hecha con un material que hacían hirviendo pieles de conejo, que soltaba una especie de gelatina que al secarse endurecía, y que vendían en forma de pastillas). 

Como necesitábamos agua me mandó ir a buscarla. Salí a por ella con un cubo y con bastante miedo, que todavía se hizo mayor al ver (al entrar, con el susto, seguramente no me había dado cuenta) como a unos 20 centímetros del suelo, una especie de niebla brillante formada por puntitos blancos.



Siguiendo el pasillo entre cipreses al fondo esta el pozo


Me quedé paralizado, sin fuerzas. Mi padre que no me quitaba ojo de encima, me preguntó qué me pasaba y yo le expliqué como pude lo que estaba viendo. Entonces vino hacia mí y me abrazó riendo. Me contó el motivo de tan extraño fenómeno. Me dijo que era el fósforo de los huesos enterrados allí, y que se les conocía como ‘fuegos fatuos’.



Esta es


Aqui el valiente de aquella noche

El miedo no se me pasó, pero el abrazo que me dió mi padre y el ánimo que yo le vi me calmaron bastante. Aunque después de tantos años (tengo ahora 75) sigo recordándolo como si de ayer mismo se tratase.

Tu hijo Ramón.

El final.

Termino ya, mil gracias a JB por la visita, la chiquillería quedo encantada, como han cambiado los tiempos, creo recordar que no había de por medio y de esa edad, ningún crio, todo eran chicas. 

Las abuelas ya se saben, te seguirán hasta el fin de sus días que también serán los tuyos, allí estaba, me lo decía mi padre, la otra Calamocha, la que no se mueve ni por el chocolate ni por el baile, estamos gente para todo, decía.

El tiempo fue esplendido, acompaño de un modo certero, comenzó con sol, se fue nublando, corrió el aire frio, llegaron los relámpagos y truenos y comenzó a llover, en apenas una hora se hizo de noche a las siete de la tarde y todo el mundo salió corriendo, y nos quedamos allí a la espera de que escampase en la oficina del Chato el Esquilador, aquel hombre, pegado a un sombrero de paja, todo nervio, tal vez, el ultimo Enterrador como tal.


El centro mismo de Calamocha y el guía que todo lo sabe

Fue él quien un día te marco en el suelo, en la tierra nuestra, el centro mismo de Calamocha, allá en el cementerio, el lugar donde están enterrados aquellos que murieron a causa del cólera, a finales del XIX, hasta que llegara San Roque, un francés, a echar una mano, y allí junto a ellos enterrados, los autores del Baile.

Y allí en la oficina, las crías, tú y yo, quienes recordaran aquella tarde como la primera vez que entraron a un cementerio y tú les descubriste un montón de cosas, tan didácticamente contadas, que a día de hoy no me han preguntado nada, y eso que no paran de hablar de tal acontecimiento.

Todos, se fueron a escape, me saludas por favor al bueno de Agapito, no pude, fue el primero en salir corriendo a pesar de su cojera, no pasen pena ninguno, los últimos serán los primeros. Yo cualquier día, descalzo y con el hábito del nazareno, subiré a la Madalena, que no a la Cañadilla.

Solo tu, rodeado de media docena de niños y una cincuentena de abuelos puedes a la puerta del cementerio hablar de muertos, vivos, tierra santa, limbo, moros, hospitales, soldados, curas, infiernos, rojos, banquetes, putas y lobas, autoridades y gente sencilla, uniendo frase tras frase, sin que ni una sola duda nos quede en la cabeza, dormitorios, lupanares, aullidos…para despedirnos con unos versos de Juan Ramón Jiménez. Y por favor, acomodaros, sentaros entre las tumbas, no tengáis vergüenza, estáis en vuestra casa, y ellos estarán encantados.

Y la constatación de que no somos nada, ni siquiera Calamocha pues hay más calamochinos muertos, que vivos, y allí todos son buenos, buena gente, le decía aquel secretario del ayuntamiento, a aquella madre desconsolada que no podía pagar el traslado de su hijo, soldado, allí enterrado, déjelo estar, le escribió, en Calamocha son muy buena gente, y en concreto en cementerio están los mejores. 

Recuerdos

Termino, ahora sí, a lo igual que empecé, copiando  y pegando un párrafo del mismo blog de recuerdos de Don Ramón Montal, haciendo mías unas letras de uno de sus seres queridos (Jesús Sánchez García):

Bueno, solo son recuerdos, pero los recuerdos nos hacen eternos mientras están en la mente de otros, y es mi deseo que perduren en la memoria de todos porque, de ese modo, se cruzaran y enlazaran espacios y tiempos de unas personas con otras, por muy lejanos que lleguen a estar físicamente en el espacio y en el tiempo en que vivieron. Fui creciendo, mi cuerpo y mi mente fueron cambiando, pero mis recuerdos y los momentos vividos permanecieron, y ahora siguen vigentes, esa vida la tengo atrapada, me enrriqueció, la disfruté y me sigue alimentando.

- Fins un altre dia, Sr. Ramon - le decia al despedirme de vuelta a mi casa.



- Adeu, xiquet, así me trovaras, cara a la paret. - Me contestaba, sin apartar la vista del pincel ni del toldo.

Mil gracias
Lunes de Pascua de 2014

Aquí en el enlace, supongo que añadiré más, la reseña de la visita en el Diario de Teruel  (No tener en cuenta el movimiento artístico, en el que como pintor ha encuadrado al protagonista)

http://www.diariodeteruel.es/noticia/45768/el-cementerio-de-calamocha-guarda-curiosas-historias

lunes, 7 de abril de 2014

Qué hacer en el pueblo.

Como hacer, hay, realmente poca cosa. Hay dos cosas, sin embargo, muy interesantes: pasear y hablar con la gente. Los pueblos pequeños viven en un estado de abandono inenarrable, insondable, abrumador. Por ellos pasan los decenios, los siglos y están como el primer día. Atraviesan momentos de pobreza y de prosperidad, ahora estamos en uno de esos momentos. Y las cosas permanecen siempre igual: la misma suciedad, el mismo abandono, idéntico gusto por vivir en una decrepitud desagradable y siniestra. Esos pueblos tienen, desde el punto de vista material, un aspecto desapacible desde todos los puntos de vista.




Este país nuestro no tiene aseada más que la cabeza, ¡y aún! Lo demás es como otro mundo al que no llega el menor interés, ni la más vaga iniciativa, ni la menor aportación del dinero colectivo. En esos pueblos impera la insolidaridad más profunda. A mi entender, esa insolidaridad ha aumentado, en los últimos años, en términos considerables. No puede esperase hoy que nazca, del interior de ellos, la menor empresa de carácter colectivo. En la atonía, en la pesadez de su aire, la historia es un mero resbalar del tiempo sobres las viejas piedras, sobre los ladrillos nuevos.

Yo no sé si el estado y situación de nuestros pueblos provocaran algún día la formación de algún interés general, de sentido renovador, amable, positivo. Lo que sí sé es que nuestros pueblos, deberían ser arreglados de buen grado y si ello no fuera posible, por una imposición contundente. Dar a los pueblos un mínimo de sentido colectivo, primero en forma de las exigencias mínimas de higiene y de la limpieza; luego en forma de urbanismo, al objeto de que vivir en ellos no sea una maldición y una tragedia. Lograr que en verano no haya en las calles tanto polvo y tantas moscas y tanta porquería; que en inverno no se convierta todo en un barrizal, un barrizal de cuadra mezclado con un barrizal de lluvia. La creación de un sistema de algunos, pocos, intereses materiales y concretos, podría ser el principio, quizá, de la aparición, en un plano general, de intereses más elevados, la iglesia, la administración, las escuelas, las comunicaciones, etc. Y así con el tiempo, desde luego con el tiempo, podía llegar, quizá, a ser posible tener en los pueblos pequeños una conversación con alguien, una conversación que sobrepasara las feroces ambiciones particulares, los crudos intereses familiares, y enfocara asuntos más genéricos. Diálogos, así no son hoy posibles, porque nada hay común en los pueblos. Es decir, los pueblos no son tales; son grupos de casas aisladas, amontonadas, porque así lo estuvieron siempre. Pasear, pues, por los pueblos, podría dar y da, ¡y con qué fuerza, una idea de su estado real y verdadero. ¿Qué ello no tiene interés?, ¡Válgame Dios bendito! Lo tiene, y enorme.



() Me he preguntado muchas veces, paseando por los pueblos, comprobando la soledad e insolidaridad que reina en ellos, la espantosa pequeñez de visión, la asfixiante comadrería que constituye el único denominador común de su vida social, si el desplazamiento del campo a la ciudad no será una de las pocas cosas de buen sentido que puedan hacerse en las presentes circunstancias. Me sabe muy mal haber escrito esta frase. Pero con sinceridad afirmo que al vida en los pueblos es asfixiante, y a pesar de todos los pesares, a pesar de la tristeza inmensa de la vida en la gran ciudad, yo comprendo que la gente abandone sus pueblos. Yo no me marcharía. ¡Pero comprendo que la gente se marche para siempre!

Así, pues, yo propongo, en los pueblos, simplemente esto: pasear. Con ello se tendrá una idea del aspecto materia de las cosas. Y de muchas otras cosas que no son el aspecto material. Aquí esta, por ejemplo, la política.

Josep Pla
Otoño, 1948
Viaje a pie
Ediciones 98
Extracto de sus páginas iniciales….



Querido amigo, cuando subas al charco a rezar a la Pilarica, “virgencica, que me quede como estoy” es lo mejor que puedes pedirle, para ti y para todos nosotros, también por el pueblo, no lo dudes ni un momento, reza por todos, tal vez, siguiendo la recomendación del libro, siendo como tienes todo el tiempo del mundo, debieras subir a la capital andando, o cuando menos en autobús, en tren que quieres que te diga, tú y todos de por allí, bien sabéis como está la cosa, igual no te topas con nadie con quien charrar y te pasas el viaje echando un rosquete, sería una pena,  aprovecha y entra en alguna de las muchas librerías que hay alrededor del Coso, hazme caso, te sentara bien, lo mismo que el rezar, déjate unos cuartos en el libro, yo te lo compraría si me encontrase en la certeza de que te lo ibas a leer, y lee a Pla en su Viaje a pie, y veras como hoy, como ayer, la cosa no cambia, ni cambiara, no lo esperes.

Y por favor, no te demores en los asuntos pendientes con el Reino de Valencia, tu andas y charras mucho, capazo tras capazo lo mismo que Josep Pla, sólo la boina te falta. Y todo se te olvida.


Recuerdos.