viernes, 19 de diciembre de 2014

El retrato, el recuerdo más antiguo.

Feliz Navidad …

De cómo van y viene y de pronto surgen los recuerdos olvidados, las preguntas, el querer saber quién somos. Una tarde, en apariencia, cualquiera entre deberes, fotografías y libros.

Venga, cállate y apunta el ejercicio, debes multiplicar, mil-huit-cents noranta-huit per zero coma dos zero, quatre.

Sí, pero una cosa,… en esa fecha, había vivo alguien de la familia. Bueno, vivo sí, me refiero, que hayamos conocido, y sea antepasado nuestro.


Pues claro, ¿cómo si no íbamos a estar nosotros aquí? Al menos hay constancia fotográfica, del abuelo de tu abuela y también de uno de mis bisabuelos y así mismo de uno de tus tatarabuelos. En realidad todos eran la misma persona, y esta retratado, fotografiado en lo que es la foto más antigua que tenemos de un familiar. Luego, cuando acabes la multiplicación, y la hagas bien,  lo cual me parece poco probable, la busco.

Ve buscándola…. Ya está hecha y bien.



Se llamaba José y había nacido en Torrijo del Campo, en Teruel, sus padres eran de un pueblecito que se llama Odón junto a la Laguna de Gallocanta, cerca de allí también, y al cual algún día iremos y se llamaban, Francisco Meléndez, sin duda el apellido más bonito del mundo, Marco de segundo y Gaspara Sánchez, sin más apellidos.

Ellos, los de Odón eran unos de mis tatarabuelos, tuyos, ya no sé cómo se diría, lo buscaremos en el diccionario de María Moliner, que se dejaron en casa un año olvidado los Reyes Magos. O tal vez lo encontremos en las primeras páginas de Fortuna y Jacinta, de Don Benito Pérez Galdós quien para explicar el comportamiento de alguno de sus personajes se remontase tan atrás como tu hoy. Si no lo sabe él, no lo sabe nadie.

Piensa que junto a estos, en aquellos años, había otras muchas personas, todas parientes nuestros, a caballo entre esta tierra de Teruel de la que te hablo, la Castilla que linda con Teruel, la misma Francia y Andalucía, eso que se sepa, luego vete a saber quién más. Todos ellos, junto con algún que otro antepasado de origen desconocido, te hablo de aquellos niños que dejaban abandonados en la inclusa, es decir, en los conventos de padres por tanto igualmente desconocidos, y de los cuales, también hay en la familia.

Por aquella fecha de la que preguntas, nuestro familiar más lejano conocido, a quien puedes ver en la fotografía, tendría algo menos de treinta años por decir algo, y había vuelto de Cuba, allá en América al otro lado del mar. Cuba entonces era parte de España, y fue el lugar donde hizo la mili como soldado y tal vez la guerra, ya nadie lo recuerda,  había vuelto vivo, vuelto para contarlo.

Seria largo de explicártelo ahora, pero a la mili en aquellos años, a la guerra,… como casi siempre ha sido, solo iban los pobres, así que volver debió ser una suerte inmensa. Gracias a dios, o al gorro, el kepis, que le trajo suerte y pudo volver, para que todos nosotros estemos aquí.

Supongo que cuando en su igualmente pobre casa se supo que marchaba a Cuba, aún se dio gracias a dios y se pensó, podía haber sido peor, podía haber sido a Filipinas, que también era España y estaba en Asia, lejos, lejos, lejos y terminar siendo un héroe de los últimos de Filipinas, ya te contare la historia otro día, o te pondré la película, pero olvídate, en la familia no hay héroes…o  haber marchado a África, a pasar las de Viance en Marruecos. Tuvo suerte.

Y en esa foto que ves, y que parece un abuelo, tenía casi la misma edad que yo tengo ahora, murió en torno a 1920 con apenas cincuenta años.  Entonces los fotógrafos iban de pueblo en pueblo retratando a la gente, y la gente dejaba de comer por pagar una foto, juntaban cuatro reales por poder pagar y así se hacían una retrato, probablemente el único de toda su vida, gracias, a que dejase de comer uno o dos días, gracias a eso lo conocemos.

Y en la foto se ve, no solo su cara, sino también su alma, las personas de entonces no engañaban a nadie, salían en las fotografías tal cual eran. Cuentan de él, que era la persona más buena del mundo, y que se fue a Cuba con boina y volvió con el gorrito militar con el que le ves en la foto, y que se llama kepis, y que ya nunca se lo quito, que de puro viejo se le rompía y ya solo se lo ponía para las grandes ocasiones como la del retrato que nos dejó. Cuentan que con él, lo enterraron, allá en la tierra más bonita del mundo, en Torrijo. ¿De qué murió?, de viejo aunque no lo creas, de trabajar día y noche solo para poder comer, de agotamiento, a la edad que yo tengo ahora…

De los Años de la Cazalla. La mili en Cuba.


PD De lo escrito, de lo recordado, de aquella multiplicación a hoy han pasado un par de años, tal vez más. Incluso, lo que parecía imposible se ha hecho realidad, ha aparecido una fotografía aún más antigua, en concreto del siglo XIX.

 Es el retrato de un militar escribiendo una carta a casa. No sabía escribir, pero eso es lo de menos. Es una pose, como tantas otras. Muy probablemente sea él, o quien luego sería su cosuegro, otro de mis tatarabuelos, también soldado en Cuba, sus hijos, nuestros abuelos, igualmente no sabía escribir y juntaban letras en los reversos de las fotografías. “Aguelo mama” Papa de mama”.

Ya todo se confunde. Da la impresión de que un buen día, hace muchísimos años, el futuro de Cuba dependía de un puñado de pobres soldados, todos ellos de Torrijo,

¿Y cómo un pueblo tan pequeño, que mi Tia Nati siempre recordaba como el más bonito del mundo, iba a poder defender una isla, tan grande, y casi tan bonita como aquella tierra donde hoy descansa uno de tus tatarabuelos?

FELIZ NAVIDAD Y PROSPERO 2015 PARA TODOS LOS CALAMOCHINOS DEL MUNDO


Calamocha, Soria, Palma Mallorca, Buenos Aires, Girona, Madird, Barcelona, Castellón, Zaragoza, Navarrete, Faura, Valencia, Francia… Continuará. 



FELICITACION: 

JOSE LUIS SANCHO PAMPLONA


Viernes 19 de diciembre de 2014, nueve de la noche, cuando la Garita del Jiloca en el Puente Romano marca cero grados. Llega la Navidad.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Nada

(Calamocha un domingo cualquiera a la hora del café, de paso, de vuelta a casa, …Calamocha en los días de hacienda. Lamento. )

Me pasa una cosa, ni buena ni mala, y es que no hacen más que rondarme, unos y otros  como quien no quiere la cosa, y te van y te vienen cuando te ven por la calle con aquello de que si el día que tu no puedas, que si el día que lo dejes,… ya ves como esta la cosa, cuando uno aún no ha enderezado para la Cañadilla,  ya me ven en el camino. Malo. Así que me paran y preguntan qué pasara después.

Tampoco ocurre nada por acercarse y preguntar, todos lo hemos hecho, cuando hemos visto que alguien  iba dando el mango y cojeaba y apuntaba al camino Navarrete  y todo por que nos interesaba lo suyo. Ley de vida.

En realidad lo que quieren es saber. Saber ¿que marchas lleváis? Por que en esta vida, cuando, como nosotros, no se tiene nada, y te lo piden, echa cuenta de cómo estarán los demás. En las últimas del todo. Es el acabose mires para ande mires.



Esto se acaba, todo se acaba, hasta Calamocha se ha de terminar un día de estos a no tardar mucho, si me apuras, aún se acabara antes el pueblo que uno. No ha quedado nada, chico, pero nada de nada. Tú no te puedes hacer una idea porque solo vienes de fiesta, pero los días de hacienda, esto es terrible. De aquí a poco el huerto, y la tierra, irán por delante. Luego nosotros y todo lo demás…

¿Aún dices maño? Todo pardina, que decía el pobre Perico, todo pardina. Qué donde trabaja el Bailador, coñe, pues no lo sabes, a falta veces que te lo he dicho, en lo mismo que trabaje yo, solo que en la puerta del al lado, y aquello esta más parado que el matadero.

Ni se construye ni se reforma, casa que se cierra, casa que se hundirá, muerto el abuelo, muerta la casa, aquí será igual, no nos engañemos… a uno le parecía hace veinte o treinta años años, cuando iba con el camión de pueblo en pueblo repartiendo cuatro sacos de cemento, un puñao de arena y medio palet de baldosas, que aquello era miseria y compañía, pero en comparación con lo de hoy, entonces no parábamos de ir de un pueblo a otro, pero lo de hoy, niño, no tiene nombre. Es el fin de todo. No hay nada. No hay para donde tirar.

Entonces ibas por aquellos pueblos, y veías a cuatro crios, los  abuelos y algún joven, y poco más, y pensabas, esto, o mucho cambia la cosa, o es la última generación, a la vuelta de unos años, no quedara nadie ni en todo Teruel ni en parte de Zaragoza. Pero no pensabas en esto, en lo de hoy, en verte tu, en ver a Calamocha en las mismas. Ahora aquellos abuelos han muerto y los crios, la de vosotros, se han jopao todos, quedan si, aquellos jóvenes camino de la vejez.

Pero aún con todo, lo peor de todo no es eso, sino que lo que veía en aquellos pueblos, es ahora lo que veo en Calamocha, a la vuelta de unos años no quedara nadie, fíjate hoy domingo, del Peirón aquí al Rabal no me he topao con nadie. No hay vida alguna.

Bueno te miento, ha parado un coche preguntado por lo de Mariano y la cesta, pero no cuentes con esa gente el día que cierre el Bar del Matadero, y luego otro que me ha preguntado por el Juzgado, pues venga, que se lo llevan, tira para abajo a escape, que ya no nos hace ni falta. La cosa va de mal en peor por todos lados y de aquí a unos años, ha de cerrar hasta el cementerio, no vamos a tener ya no donde enganchar si no ni aun donde caernos muertos. Si tarda uno mucho en morirse, ya no habrá quien lo entierre, ni te podrán enterrar en Calamocha… hasta la Guardia Civil se ira, ya no queda gente, ya no habrá que robar, que todo estará robado ya por el camino que vamos.

Gente que no hay, ni habrá, eso es lo peor, y no hay por que no hay donde echar mano, gente que ya no quedamos, antes aun ibas por ahí con el camión y decías de Calamocha soy, y enseguida la gente decía con admiración, “allí esta el matadero”, había algo, una empresa, una referencia, algo que todo el mundo conocía, ahora, ahora estamos mas jodidos que Arpa Vieja, como aquellos pueblos, sin nada, envidiando lo poco que tienen los demás y sin una empresa ni media por la que se nos pueda conocer,… y ya con al autovia, nada todo pardina.

Aquellos años, del pantano y la autovia fueron los últimos, ¿te acuerdas?, cuando salíamos a pasear por la Jampudia y ver las obras parecía que nunca se acabarían,  y no lo quisimos ver, como todo iba bien no nos preocupamos por nada más, no nos veremos en otra igual, y ya ves, engordar para morir, con la autovia no entra nadie, y el pantano, muerto de asco, no han de regar jamás los de abajo, para cuatro manzanas que puedan tener,… con toda el agua que se pierde por el río, por no tener las cosas en condiciones,.. Hacer semejante obra, y así con todo.

Veremos que es eso del área de descanso en Lechago, si no hay una perra por ningún lado, ni tenemos ganas de nada, solo queremos que nos hagan las cosas, que nos lo den todo hecho, ya no sabemos para ande tirar, pero algo habrá que hacer.... Una pena todo maño, una pena.

Ahora que, o nos echan una mano, aunque sea al cuello para ahogarnos, y dejar de padecer o esto de todas maneras, se acabo. No ha de quedar ni San Roque. Venga, andaros a cáscala para vuestra tierra y no volváis hasta el buen tiempo y las fiestas. Tira echa lo poco que queda del huerto al maletero y joparos.

Y por este año, no hagas cuenta de llevarte nada más de lo del huerto, se ha terminado todo, al año que viene ya veremos, que dijo aquel, si sembramos o no, con lo que te llevas hoy tendrás que pasar el invierno, ya te apañaras como puedas, y vete pensando la marcha que llevéis, para dentro de unos años, a ti te tocara vender la tierra, en cuanto tire uno para arriba y la casa se cierre, agarras y la vendes, vende todo, toda la tierra a tomar pol culo, todo, no dejes nada, le pegas fuego, le metes herbicida, a ti te tocara acabar con todo, cuando ya no quede nada a la vuelta de cuatro días…

Fin.

Venga, no sigas siempre estamos con la misma cantinela, en peores días os habéis visto, labrando con bueyes y comiendo nabos, todos saldremos adelante y de lo otro, lo que te digo siempre, jamás venderé nada, menos la tierra, que no es mía.


La tierra es de quien la compro, de quien se empeño para trabajarla, de quien la trabajo, y si ellos que la compraron no la pueden vender, y si tu que la trabajaste no lo hiciste, yo que no hice ni lo uno ni lo otro, menos aún voy a venderla, no pinto nada en todo esto. Ya la venderán otros con tiempo para vender y sin nada que recordar, el que venga detrás (por el camino del olvido) que arree, que decía el padre de Inocencio. Yo no.

domingo, 16 de noviembre de 2014

El mechero de Serafín

Garci, el director de cine, suele comentar que a la hora de valorar una película, por lo común, nos olvidamos de lo principal, si ha sido o no entretenida, queriendo decir que, si lo ha sido, todo lo demás sobra, la trama, el mismo desenlace, la historia de amor, lo importante es que nos haga pasar un buen rato, nos distraiga, nos haga olvidar … tal vez soñar.



De modo que haciendo un símil, la novela Barrendero, enterrador, ferroviario, de Jon Lauko, es entretenida, y mucho, más para un calamochino que vea discurrir los días y los años lejos del lugar donde nació, te hace pasar un gran rato y te da pena que se acabe. En verdad no se pude pedir más. Es Calamocha lo que se puede leer y respirar. Hasta sientes frío.

No leo novela negra, si en cambio veo cine negro, en blanco y negro, busco al asesino, lo encuentro, huye, aparece otro sospechoso… y quien la hace la paga, y así ocurre en la novela, aunque termina siendo mas justicia divina que humana, pues los protagonistas sabiendo que se ha hecho justicia no terminan de saber a qué en concreto. Todo ello con un trasfondo tan delicado como el abuso infantil,… lejos un poco de esa España negra y rural a la que estamos mas acostumbrados de pleitos banales por herencias, ribazos y riñas en el baile, puñetazos, navajas y escopetas, venganzas sin sentido. Que tal vez los más mayores esperaban encontrar.



La novela, creo, termina un capitulo antes de acabar, cuando se cierra el círculo y llega la justicia, por eso, hoy, tal vez, me arrepiento de haber leído el ultimo capitulo, que deja abierto un poco a la imaginación lo que paso entre los protagonistas y a lo que te hubiera gustado que fuese el final, pero de eso se trata, no solo de leer, sino de que una vez que has leído algo, te sugiera miles de cosas… y hagas correr la voz a unos y otros, ¿oye la has leído ya?, ¿y a qué esperas?. Final en cierto modo abierto.

Capitulo ultimo para hacer justicia, ser justos más bien, con el bueno de Agapito, justicia que le falto en el libro, cuando aquel buen hombre debió en un momento de lucidez atar los cabos y dar una lección de cómo y porque sucedieron los hechos. Corre ahora peligro, el Agapito real, lo que de él se recuerda, peligro ante el Agapito de ficción. En cualquier caso, gran suerte, que alguien te recuerde, y el no vas, que te haga protagonista de una novela.

Nada más ya salvo que para cualquier calamochino debería ser el regalo de estas navidades y de los próximos sanroques,…por cierto al final no salió San Roque en la novela, no llego el mes de agosto, la justicia fue antes. Regalaremos la novela, haremos “pueblo”…

Recuerdos



El tiempo dirá si como el Madrid de Galdós o la Valencia de Blasco Ibáñez, en unos años tengamos la Calamocha de Lauko, y recorramos sus calles y paisajes centro de la novela recordándola, cuidando de que no te pille aquel triciclo de reparto, en la misma calle de la Castellana, con Teléfonos y sus amores imposibles, allí o en la ventanilla del Ayuntamiento o                de la Castellana, con Telefonos y los amores imposibles, alli o en el blar, y te cuelgan un sanbentio, d, y entr paseemos de la Estación Vega a la Nueva pasando por las casas de esos maestros que ven lo que no se ve, y en el Cuartel, desviemos la mirada al ventanuco de la puerta tras la bandera, tratando de ver si aun el Cabo Antero, a quien solo le falto el deje andaluz, continua de guardia pagando la osadía de salirse del reglamento por un amigo, reparemos en las Escuelas Viejas, en ese infame edificio de hoy en día, poca pena le dio a su arquitecto o a quien fuese, hacer tabla rasa de su vieja fachada y en las injusticias que se comenten a diario cuando se habla por hablar, y te cuelgan un sanbentio, como al bueno de Agapito se lo colgaron en la novela, y vuelvan abrir el Bar “Catalán”, allí donde lo de Elias, para que los bocazas y oscuros mozos viejos como Andrés, griten lo que ocultan, y reviva el Casino su bulliciosa vida de antaño gracias a la novela, y una de sus salas se convierta en la biblioteca del Sr Antonio, de Genaro, de Benito, de Domingo, y den vidilla cultural al pueblo convocando de vez en cuando un concurso literario, del tipo, “Barrendero, enterrador ferroviario. El último capítulo”, …y nos quedemos mirando embobados el Molino, oigamos gritos, escudriñemos las vigas de madera, sintamos el olor del café de puchero, y lo veamos con otros ojos, tan así, que nos de igual se hunda en último acto de justicia… y nos de hasta miedo seguir el camino hacia la Estación Vega, por no saber qué hacer si nos encontramos con Serafín y su pasado, y tal vez a la costera del último camino que haremos el del cementerio, le llamemos Avenida de Agapito Saz, o Bolulevard, que suena más romántico,… camino también de Navarrete, donde al llegar pensemos si no sería la Tía Gueda la hermana del pobre Avelino, y entremos al cementerio y tratemos de averiguar el nicho donde durmió Agapito, nos asomemos a la sala de autopsias, leamos las viejas tumbas en tierra buscando a la niña. Y volvamos al pueblo ensimismados, como in albis, pensando si aquello paso o no paso, si solo fue una novela o fue verdad, y entremos al Chato y pidamos  un sol y sombra, un “gapito” sin saber muy bien porque.

Quizás a partir de hoy, cuando nos encontremos un mechero  en algún lugar de Calamocha un escalofrió nos recorra el cuerpo, y nos haga mirar alrededor, temiendo que en cualquier lugar, una desgracia haya podido ocurrir. Nos sobresalte el pitido de algún último tren camino de la estación, nos de un vuelco el corazón y dudemos por un momento seguir nuestro camino o subirnos al tren, por temor a pasar las de Avelino, en suma, quedarnos o marcharnos.

 A dios gracias ya casi nadie fuma y desgraciadamente ni aun trenes pasan ni paran por Calamocha.


Ahora que ha llegado el frío, es el momento de volverla a leer la novela, con la ilusión de que tenga un final diferente.


sábado, 1 de noviembre de 2014

Cuando todos los muertos no eran santos.

Marzo de 2014

Me preguntas ahora, qué recuerdo del cementerio. Muchas cosas, esa es la verdad, de tantas idas y venidas algo tendré que contar, aunque en realidad hace años, que si bien ocasiones no han faltado, sea por una cosa o sea por otra, no he cruzado su umbral.

Tenía 9 años cuando murió mi abuelo Casimiro, aquella tarde de mayo, con el sol tras Santa Barbará, “Lúcia” el de la carpintería de allá junto a lo de Corbatón, con el Land Rover negro y amarillo bajo las costera del Barrio y trajo sobre su baca a casa el cajón.

El velatorio quedo como de costumbre instalado en casa, primero en la habitación donde nacimos todos, y luego sobre la mesa de la cocina. Al poco comenzaron a llegar todas las abuelas de Calamocha, era mayo y ya alargaba el día. Con la consabida cantinela de “no somos nada, ya ha descansado…”



Hasta aquel momento lo poco que sabía de estos casos era que al día siguiente aparecería el cura con los monaguillos la cruz y el incienso y nos iríamos todos a misa, finalmente no vino, no recuerdo el porqué, pero se ve que llego justo al entierro y mando recado de que fuésemos solos a la iglesia, donde como reducto de tiempos pasados aún se cantaba en Latín.

Lo que si llegaba y a paso ligero era la democracia arrasando con todo lo caduco, sin importarnos lo más mínimo mirar atrás. 

Aquel fue el primer entierro al que asistí, y aún lo recuerdo, no pasó nada extraordinario, o tal vez sí, me llevaron al coro, aún se cantaba como digo en los entierros, en latín, nada menos, aquel creo que fue el último, o uno de los últimos, sino, una vez más, de los nuevos tiempos, que ya corrían.

Supongo que en realidad no querían ocultarme nada, más bien en mi estaban depositadas las últimas esperanzas de que en la familia continuase la rama jotera torrijana. No fue así.

Cantaron Feliciano y Dativo y me limite a tratar de descifrar aquellas páginas ilegibles. Al tiempo, se me fue el miedo a todo lo relativo a los entierros y aniversarios y así mismo como monaguillo de misa dominical, dejo de darme miedo aquel ritual de los domingos tras misa de doce cuando se montaba al pie del altar el catafalco para los aniversarios que se celebraban por la tarde.

El acercarte a la capilla opuesta a la del bautismo donde se guardaba todo, el acercarte, abrirla y sacar el “cajón”, el velatorio… era terrible, aquella capilla, parecía en contraposición a la otra, la mismísima puerta del infierno. Aún creo que lo es.

Poco tiempo después empecé a ir al Cementerio, no había estado nunca, mi abuela no sabía leer, y en las lapidas que no había foto, no había muerto alguno.



Los dos vimos la lápida de mi abuelo el mismo día, había foto, mi abuela la habría encontrado, foto y un Sagrado Corazón de Jesús, no me preguntes por qué o si, da lo mismo. A principio de verano es el día del Corazón de Jesús, y de niño creo había procesión en el pueblo, con las abuelas, con el escapulario, con el calor de la tarde a la hora de jarve. Por lo que fuese, le guardaba devoción, cosas tal vez de Torrijo, no lo sé.

Empezamos a ir, domingo tras domingo,  todos los meses del año, mientras el tiempo lo permitía. Ese día el cementerio estaba abierto, entre semana si por el motivo que fuese había que subir,  a veces había visita, y la familia se empeñaba en vernos a todos, y subir unas flores, a quienes ya no estaban en el Barrio, si no en el otro barrio, en tal caso era necesario pedir la llave al Esquilador o a Raimundo, el del camión de la basura.

Salíamos sobre las cuatro y por el camino se incorporaban sus amigas, ya viudas también, la Tía Rosario, la Tía Alfonsa, si estaba por el pueblo la Tía Torralbina, y también de vez en cuando subían, la Velina, la de Fermín el Matatocinos, la abuela  de Ernesto,… Pero las fijas eran, hasta donde logro recordar, las dos primeras y mi abuela.

Hasta aquel día, lo único que sabía del Cementerio era como aquel dice las historias que ellas mismas contaban de vez en cuando, recordando calamidades y penas, muertes a destiempo y sobre todo, las desdichas de esa pobre gente que subían en camiones cara Navarrete en los años de la guerra, una tragedia, una pena enorme que las abuelas, cuando lo volvían a vivir y contar, lo hacían prácticamente llorando. Uno se preguntaba qué había pasado en aquellos años, qué les había pasado.

Mi otra abuela, la Xaltación remataba la historia, por cambiar de tema, con aquel  hijo que murió al poco de nacer y al no estar bautizado, no pudo ser enterrado en el cementerio como tal, sino en la parte vieja o primera donde iban los que se suicidaban o aquellos que no creían a dios, aunque, a mi ver, nunca se dio el caso de conocer a nadie que en aquellos años no creyese en dios, ni diese en suicidarse sin parecer un accidente y vete a saber quién más daría con sus huesos allí, una vez que ya no los necesitase,… pero echa a buscar al pobre recién nacido, no se sabía dónde estaba, esa era la pena. Nunca hubo tanta tierra santa como se necesitó, ni antes ni aún hoy.

Así que yo, ya tenía faena el primer día que subí al Cementerio. Además de leer, leer, y leer.

Punto uno asomarme al chaflán, a la parte vieja, aquel que hay al principio de la tierra santa que viene después, mirar a través de las grietas de la puerta. Sólo vi hierbas, y poco más, aquello estaba abandonado. Ni dios.




Punto dos, la fosa común, que mi Tío Antonio decía estaba al fondo a la derecha junto al pozo y un cirujal que siempre según él daba las mejores ciruelas de todo Calamocha, mi tío aquel era un poco sibarita, morrotocino que decía su hermana… el hoyo estaba, todo estaba, pero los muertos imagino habían marchado al cielo, junto a los del chaflán, mientras esperaban su turno el resto.

Y por supuesto localizar y escudriñar la sala de autopsias, pues las historias de Agapito eran de sobras conocidas en casa… Aquello sí que daba miedo.



Pero hubo una sorpresa.

La tierra del cementerio era roja y todo su centro parecía haber sido labrado por Perico, caballón tras caballón, cientos, tal vez miles a mis ojos de crio, de cruces de madera, aparecieron ante mí, todas con su ramo de flores, qué más daba que fueran artificiales, sin hierba alguna, también sin nombre, no tenían nombre, los soldados no tienen.

Estaba todo tan bien cuidado como el cementerio de Arlington o esos otros de Francia que se veían en la tele a propósito de los documentales de las guerras, guerras que siempre habían ocurrido fuera, lejos.



Eran los soldados, “pobrecicos”, lo mismo que aquellos otros, decían las abuelas, los de la fosa común, los que más perdieron. El Chato el Esquilador tenía aquello limpio como una patena. De vez en cuando había alguna tumba con más suerte, con cruz y nombre, y otras muchas de gente del pueblo y de algún militar con mando en plaza.



La ronda en el cementerio empezaba siempre igual, yo me fijaba en la “oficina” de la entrada, no sin miedo, vete a saber que esperaba encontrar, y girábamos a la derecha, no había prisa leía todas las tumbas, en especial las de la parte del fondo con sus viejas fechas y lápidas que parecían se caían, asomando el cajón, y en especial las que ellas señalaban porque conocían la foto o les sonaban las letras, no paraban hasta dar con quién era y recordar su vida para bien o para mal del muerto, todo era lo mismo.

 Luego llegábamos a la de mi abuelo, y mi abuela señalaba el nicho donde un día la enterrarían, yo miraba el hueco donde años más tarde un frio y nevado día de enero, de aquellos inviernos de los de antes, la enterrarían, no acertaba a pensar nada, cemento, cal, telarañas y ella me hablaba de los que serían sus vecinos.



Los nichos eran, son,  en propiedad aunque ni entonces ni ahora se puedan elegir a los vecinos, así a mi abuela, la pobre, le toco joderse y tiene como tal a uno de esos en cuya lapida no se detenía, o si lo hacía era para decir,…. “que bien estas ahí”

Aquellos nichos  en propiedad, les hacen ser unos privilegiados, el cielo mismo ganado. Serán calamochinos para toda la eternidad. En realidad no se puede pedir más, es el cielo mismo.

En cuanto podía me escaba a las tumbas de tierra. A Seguir leyendo. Pero a escape me reclamaban. Siempre había lapidas nuevas por descubrir, por leer, historias por escuchar.



¡Y qué historias contaban las abuelas…aprovechando que nadie ya les oía! Tal vez mienta, no eran de las que se callaban, nunca lo hicieron, lo habrían dicho igual, con el muerto en vida, delante.

El ir al cementerio con tanta frecuencia para ellas era tan nuevo como para mí, mi abuela por ejemplo no sabía ni donde estaban enterrados sus padres, en Torrijo sí, pero nada más. Años atrás se enterraba a la familia, alguien le ponía una cruz y se la cobraba a cuantos familiares podía y rara vez, ni para todos los santos se iba al cementerio. De hecho subimos una vez a Torrijo y no logre encontrar a sus padres, leído y releído todo lo habido y por haber.

Todo era nuevo, domingo a domingo,  a los momentos de pena, un muerto joven, un niño, una tragedia, les sucedía siempre los buenos recuerdos, frente a esas lapidas se nos pasaba el rato, “te acuerdas, lo bien que bailaba, cantaba, las meriendas en su casa…” A mí me llegaba a parecer que las abuelas, por más que vistieran de negro y llevasen pañuelo a la cabeza, se habían pasado toda su juventud de fiesta en fiesta, era lo que más les gustaba recordar, lo bueno, lo bien que lo habían pasado. Nunca les vi llorar.

Frente a otras lapidas el comentario era siempre el mismo, humor negro, “Está bien donde está, mira que le costó dejarnos en paz, lo que descanso la familia, cabrón más grande ya no se conocerá, semejante hijo de puta,… y a los casi noventa que se murió, y luego dicen que dios existe, anda maña no me jodas”.

A veces había algo nuevo que ver, las mujeres aquellos años no subían al cementerio el día del entierro, así que tocaba encontrar la tumba de aquel que había muerto días atrás. Era fácil, solo había que buscar la corona de flores. “Redios que poco se gastaron en flores, o cuantas flores, no se merecía ni un cardo, ya estará en el infierno. Vámonos, aun huele”. El olor lo sigo recordando.

Otras veces, días después nos acercábamos a ver la lápida, y ya se sabe el arte si no genera controversia, no es tal, “cosa más fea, imposible, para las perras que les habrá dejado, mal se han portado, desde luego que cojonazos, ni aun para poner flores tiene, la lápida debe ser bonita, pero parece fea. Y esa foto, pues si le daba un susto al miedo”…

En suma, como todos, ellas tampoco lo tenían claro, a pesar de ir a todos los entierros y misas, eso del cielo y el infierno, la vida en el más allá, y todas esas cosas, de los curas, dios y los santos, pero qué mejor lugar que aquel, que el pueblo en sí, para terminar. Así, lo veían, y  si algún sitio  habrían de ir después de muertas, debía ser ese, el cementerio de Calamocha, a buen seguro, el cielo, estaría ahí, no más lejos.



Hacíamos la vuelta completa al cuadrado que era el cementerio viejo a ellas también les llamaba la atención la tumba del Regular, la lápida y el nicho, no estaba en tierra, y qué lapida más bonita,… estaría con los moros en el Castillejo decían. ¿Habrá algún italiano por allí, o algún alemán?, no lo recuerdo, no los habrá. No te asomes ahí, no vaya a salir Agapito poca pena,… termine por creer que un día saldría de aquella sala de autopsias sin cristales, pero con reja y puerta atrancada. Imposible de flanquear.

Eduardo Cero. Caracterizado como Agapito. año 2014

Por los Panteones pasábamos de refilón, cosas de ricos, “déjalos estar, no vaya a ser que se nos apegue algo, también ellos se mueren aseguraban… ni caso, aquí ahora son todos iguales”. Perdí el miedo y me metí hasta donde pude. Tesoros ninguno.



De pronto se oían voces y nos girábamos, mi abuela decía, “coño forasteros, están en todos lados”,  la Tía Rosario se reía, siempre se reía y decía, “pues si no los conocemos, si de aquí no son, serán almas en pena, ves niña, no se paran en ninguna tumba, en cuanto dejemos de mirar se irán para arriba”. Así era. Yo creía a la Tía Rosario. Todos nos conocíamos. Aquello eran almas en pena camino del cielo.

El Cementerio en su día, lo recuerdo, salió en el cine, eso sí que me hizo ilusión,  bueno, en la tele. En la película Don Erre que Erre de Don Paco Martínez Soria, la secuencia inicial esa del Seat 1500 con él y su mujer camino del entierro de su suegro, cuando sale el indicador de Calamocha 36 km, y dicen “ya estamos llegando”, para entonces a echar gasolina, y de ahí no pasa el bueno de Don Paco, una pena.  Luego las imágenes del cementerio y el entierro al cual no llegan aunque te emocionan, el cine, la gran ilusión, son una pena, no son de Calamocha.

Te diré más cosas, acabando ya, una tarde entre semana de verano fuimos a pedir la llave, y nos dijeron que estaba abierto, íbamos con la familia de Francia, y allí estaba a pleno sol el Chato el Esquilador dale que te pego peleando con las tumbas de los soldados. A lo que me di cuenta mi Tío Blas estaba ayudándole y hablando de los años de la incierta gloria, de la noche oscura y de la vendimia en Francia donde el Chato algún que otro año había estado. Mi Tío,  quedo encantando de lo bien que trataban a los soldados. Una pena todo.



Acabo ya, con mi abuela y las demás al volver del Cementerio llegando a donde ahora está el Bailaor esperando el cierzo, me despedía y me bajaba al Peirón, mientras ellas se volvían a casa, en aquellos años, las mujeres no pisaban “Los Viejos”, allí al pie de la carretera nos despedíamos, veía, la foto tengo por ahí, la placa de la falange y el rotulo de Calamocha y le preguntaba a mi abuela si antes, habíamos sido todos falangistas, a lo que ella poco más o menos y con desgana, la política nunca fue lo nuestro, contestaba, “y ahora somos unos sinvergüenzas, sin educación alguna ni saber estar, es lo mismo, la cosa no cambia, ni cambiara, no lo esperes. No sé qué es peor, si lo de antes, o de lo ahora cuando se confunde la libertad con el libertinaje”.

Aquel juego de palabras, resumen político de aquellos años, estaba en todos los corros del Peirón al Arrabal.  En realidad los mayores se preguntaban, ¿qué nos estaba pasando?, siempre nos parece una pena todo, lo que daría por saber cómo definirían en dos palabras, lo que hoy parece pasarnos.

Felicidades, hoy es el santo de los que no tienen santo.

De Los Años de la Cazalla. Muertos y muertos.

PD Una ley, sólo debiera haber una ley, decía mi Tía Nati cuando llegaba esta noche y encendía las velas por los muertos, por la familia. Ley que prohibiese ver morir a un hijo. Y ella, a quien se le murieron los dos, sabía de lo que hablaba. El resto de leyes sobran. Por ello, si te dicen que caí antes de llegada la hora, el cielo tendrá que esperar.

Recuerdos


Castellón, 1 de noviembre de 2014

jueves, 16 de octubre de 2014

A la fresca con Manuel en la puerta de Micheto

A falta de un par de semanas para San Roque el verano se resistía a entrar, aquel sábado final de julio habíamos llegado al pueblo, dado un paseo hasta al  huerto y de vuelta decidido volver a casa dando a su vez un paseo mayor, en realidad todo un rodeo pasando por la Plaza de la Iglesia, nueva aquel día y engalanada para el acto de proclamación de las reinas, pasando a su vez por el ya viejo Pasaje Palafox, en suma, acercarnos a lo de Micheto, antes de volver al Barrio a cenar.

Manuel sentado en un banco al pie de calle, nos recibió con alegría y cariño: Hombre ya llega el verano, como si con nosotros fuese a aparecer el calor, ya están aquí los veraneantes, venga más forasteros a dejarse las perras al pueblo, se ve que en Valencia la cosa de la calor está mal de verdad y os venís todos aquí en busca del fresco. Anda maño siéntate, y olvídate del sombrero, no te hará falta en todo el verano.



Sentado junto a él, comenzamos a charrar: Así había de hacer todo el año, dijó, este tiempo es muchísimo bueno, el calor justo para no tener que llevar chaqueta es lo mejor que hay, ni aun regar la calle como antaño es menester para estar a gusto a estas horas en la calle, una miaja de aire igual se echa en falta, pero no pases pena,  esto es lo mejor, y que tranquilidad, no pasa ni dios, aunque a escape echara a venir gente … ojala todo el año fuese así.

Hombre, tendrá que llover, dije yo por continuar la conversación, llover algo aunque sean cuatro gotas para que salgan los caracoles,  y en invierno, qué haríais, si todo el año fuese así, no tendríais de que hablar, echaríais de menos tú y todos, los hielos. Su respuesta, con toda lógica del mundo, fue inmediata.

Joder con los de la capital, los hielos dices que íbamos a echar de menos, para vosotros todos, todos para vosotros y bien gordos, que manía os dado a los de fuera con el frio, pues si no hay nada peor, andaros todos a cáscala a Luco y dejarnos estar … y de agua si me apuras lo mismo, nada, si no han quedado caracoles con los venenos, para que quieres que llueva, si no hay ni aun ribazos, así se seque el rio, la vega y el copón bendito, …

El tiempo que hace hoy es el que debería hacer todo el año y san se acabó. Lo demás, todo lo que necesitamos, hasta los  caracoles, están en las tiendas, y sin tener que agacharte y joderte los riñones ni ahogarte con el carburo, más baratos y mejores, a mi ya, para lo que me queda, me es todo lo mismo, leche que caldo teta, joderos como podáis, el que venga detrás que arree. Llevaros todos los hielos, todas las pedregadas y todo lo que haga falta, todo para vosotros, los caracoles también,  pero a mí, a mi déjame este tiempo, que yo ya he padecido bastante. El cielo me he ganado, aún sin ir a misa.

Mira, lo que te decía, ya echa a pasar la gente, todas estas van a misa, son muchísimo beatas, mira otra más, ahora sale mi mujer que también se va, otra que tal baila y aquellos veraneantes de Zaragoza, también van, no sé qué les dan allí, pero se les había de caer la iglesia encima, ale, buenas tardes a los del charco, rezar por nosotros, muy ahorrada vas niña, llévate la chaqueta, que en la iglesia hará un frio del copón.  Y pasar a comulgar venir cenadas… Que bien se está oye.

Calla que me estoy acordando de una, tu ni habías nacido, de recién casaos, ahí arriba en el rabal, cuando vivíamos en la esquina del Barrio Verde un día de esos de verano de los de antaño, que había hecho una calor de tres pares de cojones, una sofoquina de esas de las de antes que no sabías ande meterte cuando tiraba hacerse de noche, que en casa no se podía estar y en la calle menos aún, que hervía el Santo Cristo entero, como te cuento, que estábamos allí sentaos unos cuantos en la fachada del Gato ande la carnicería y en eso que vino del matadero el este, ahora no me sale, coño el vecino que vivía allí en la esquina, aparca la bici en la palanca de los machos, echa a provocarnos, que si mal trabajadores, que si esto que si lo otro, sofocado como un mulo que venía y eso que bajaba costera abajo desde allá arriba, y nos echa en cara que ni la calle habíamos regado, coño si ya se había secado, que lo esperáramos que a escape se sentaba con nosotros, y en eso que entra a casa a refrescarse y sale con el pozal lleno hasta arriba del agua del pozo y dice venga vamos a remojar esto un poco, mira agarra desde su puerta con el cubo para arriba y nos suelta todo el jarve hacia nosotros, y en eso, que claro, entonces no había neveras, eran otros tiempos, y a mi ver la mujer le había metido el porrón con el vino en la caldereta al pozo para que se refrescase para la hora de cenar, si lo que se hacía entonces, y mira, el agua que se nos venía encima y el porrón de por medio volando cara nosotros, ande vas, tira para allá, cuidado,… mecagüen el copón, claro uno para un lado, otro para otro, todos allí en el corro y el pobre padre del Gato, que estaba un poco teniente de una oreja y que con la otra no oía, y que ni veía ni olía que estaba ya mayor, a lo que quiso darse cuenta, mira que la calle es grande, pues nada, con el porrón al canto de la cabeza, que menos mal que llevaba el hombre la boina, que si no allí mismo fenece de un golpe de calor. No te creas que no hubiera sido gorda esa,…


Por eso te digo maño, que este tiempo es el mejor, y donde este el vino que se quite el agua, déjate de lluvia, hielos y demás que solo traen desgracias, no nos vaya a pasar la del pobre Gato. Ya vuelven de misa, de noche ya, la hora cenar, que pena todo, con lo bien que estamos aquí.

jueves, 2 de octubre de 2014

El Amigo del Poyo.

Los franceses, y mi Tío Blas estaba entre ellos, eran la parte de la familia que además de perder la guerra, lo había perdido todo, exiliándose a Francia, a la cuna de la libertad, igualdad y fraternidad, a la república de La Marsellesa, himno que tanto y tanto cantaron cuando no sabían francés. Luego tras cruzar los Pirineos, se les fueron las ganas de cantar y finalmente hasta de bailar. Aquel país resulto no ser el paraíso que soñaron. La utopía nunca fue tal ni aquí ni allí. Si acaso, los días de la infancia en Torrijo.

En aquel verano ni Tío Blas, todo él era la revolución, campechano, trabajador, cachondo, mejor persona imposible, caminaba con paso firme hacia los ochenta años, y al llegar de vacaciones a Calamocha dijo “esta navidad, le escribí una misiva con cuatro letras a mi amigo el del Poyo y le dije que una tarde antes de San Roque iría a verlo y charrar un rato, a ver como esta, recordar aquellos años, y despedirnos por si faltamos ya uno u otro, un día de estos”.

A mitad de camino entre Calamocha y el Poyo a donde nos dirigíamos en pleno mes de agosto, una tarde después del guiñote a eso de las cinco, justo antes de las fiestas de San Roque, andando bajo el sol, allá por los primeros años ochenta, por fin me quedo claro, de qué iba toda esa trápala.

Estaba, muy equivocado, mi Tío y yo no íbamos hasta allí con al intención de reorganizar  él, por segunda vez, el III Escuadrón de la XXVI División de Caballería de la extinta Columna Durruti, y terminar así lo que por una u otra cosa, los mayores, dejaron sin acabar en el jaleo del 36, reorganizarla en una calurosa tarde de agosto con el consabido fin de lanzarnos a la conquista y revolución de Aragón, a terminar lo que empezaron en sus años de juventud. Nada más lejos de la realidad.

Y así andando, nos fuimos al Poyo, un par de gorras, una cantimplora y a caminar. En cuanto veía un campo de panizo se metía dentro, mal asunto decía, yo siempre fui más alto que el panizo, será cosa de la tierra, esta es mejor, en Francia no hay mata de panizo a la que no le saque un palmo.

Y seguíamos camino, saludaba a todo el mundo, y no dejaba de asombrarse por todo, el campo era su pasión, de vez en cuando, en realidad a todas horas, daba con alguien que en aquellos años había estado como él en el jaleo,… y ¿dónde estuviste?, y ¿cómo te fue?, que vaya todo bien… ¿eres francés no?, de papeles solo.

Y si después de ir no está su amigo, le decía yo con todo el pesimismo posible dado el calor reinante, no digas tonterías, le dije que iría y me estará esperando. Ni siquiera quiso llamar por teléfono para avisar de que íbamos esa tarde, para él aquello era perder tiempo y dinero, sobre todo dinero, además paseando aunque fuese bajo el sol, siempre aparecía alguien interesante con quien charrar un rato y miles de cosas que ver.

Para mí, lo más asombroso de todo era que todas  y cada una de las personas con las que charraba habían combatido en el Bando Nacional, frente a él que lo hizo en el Bando Republicano, y se hablaban de uno a otro con un cariño inmenso, como si ambos hubiesen luchado por lo mismo.

Quien aquí se quedo a pesar de estar en el bando de los vencedores, también perdió la guerra trataba de explicarme, si bien no hubo de pasar por todas aquellas tragedias, que nos llevo el cruzar a Francia.

Ambas partes, a mis ojos de crio, nunca se reprocharon nada ni menos aún rivalizaron en torno a quien lo había pasado peor, ni si habías hecho esto o dejado de hacer aquello.

Tus abuelos, me decía y todos estos compañeros, no pudieron elegir donde luchar, pero todos pensábamos igual. Quien más perdió, fue quien murió. Pasó lo que paso, y aquello jamás tiene que volver a repetirse.

Sin embargo, íbamos al Poyo a reencontrase con su amigo de la guerra, yo estaba hecho un lio, el contaba lo mismo que contaban nuestros abuelos, y sin embargo a veces veías documentales en la tele donde se oía todo lo contrario, odio, rencor, buenos y malos, tan diferente a lo que oías con ellos… hasta me había comprado meses antes en lo de Agudo, el libro de Gabriel Jackson “La República Española y la Guerra civil”… del cual salvo los números, no entendía nada.

Así que estaba deseando llegar al Poyo para ver y oír la realidad de todo aquello, allí, los dos amigos, pondrían las cosas en su sitio y siendo los dos del mismo bando, todo cambiaría, volvería al discurso que siempre estaba presente en casa cuando los Franceses eran mayoría, “la guerra la perdimos nosotros, y el que gano hizo lo mismo que habríamos hecho nosotros. Lo que le dio la gana”.

Llegando a nuestro destino, me debió ver tan perdido, que de un modo sencillo lo aclaro todo: No hombre, el amigo que vamos a ver, el mejor amigo que hice en la guerra, con quien pase los últimos meses, combatió en el Bando Nacional.
Aquellos años de Jaleo

Y entonces empezamos a oír Blas, Blas,… allí a la entrada del Poyo sentados a la sombra un montón de abuelos y entre ellos su amigo esperándolo. Nos recibieron, lo recibieron, con la mayor de las emociones y el cariño posible. Habían pasado más de cuarenta años.

Y allí, mi Tío recordó como se habían conocido:

A nosotros allá en Barcelona, el jaleo se nos acabo pronto, en el 36 enseguida nos echamos para adelante y fuimos los primeros en venir por aquí, por toda esa parte del Bajo Aragón con la Columna Durruti, hasta Herrera de los Navarros llegue a estar alugn día de aquellos, yo casi me veía entrando a caballo en Torrijo,… pero en cuanto se torció un poco la cosa, ya no hubo nada que hacer, de vuelta a Barcelona, los rojos se adueñaron de todo, mandaban los comunistas, y nosotros nos negamos a entrar a filas y ya no salimos de allí mientras  duro el jaleo. A mi cuñao lo hicieron preso los comunistas y me costó el oro y el moro que lo soltasen del barco aquel en el que lo metieron, y a mí, allí en Barcelona, lejos ya del Frente, no me quedo más remedio que hacer lo que me mandaban, como a todos, así que como en aquellos años estaba fuerte como un toro y media casi los dos metros, me pusieron a recibir y cuidar de los presos que llegaban del Frente, y así fue como nos conocimos.
Cada vez que venía un tren o un camión con presos del bando nacional allí donde yo estaba, el encargado de asomarse a ver el percal que venía era yo, llevando detrás de mí a media docena de tíos como yo, pero bestias de carga por lo que pudiera pasar. El simpático y el que hablaba, siempre era yo. Conmigo nadie pasaba miedo.

El caso es que yo iba siempre de camión en camión o de vagón en vagón, preguntando ¿hay alguien de Teruel?, ¿alguien de Teruel por ahí?. Y yo pensaba, aquí venga a entrar gente y más gente y no voy a dar con ningún paisano.

Había miedo, mucho miedo, luego yo también estuve en el lado contrario, en el de los presos, y la verdad no se sabe cómo acertar, cuando a uno le preguntan, lo mejor callar por si acaso, pero este, que tenéis aquí, no se calló, fue el único que encontré y fíjate que pasarían unos cuantos.

Y entonces dijo, “yo soy del Poyo”, y yo le pregunte, ¿y más arriba del Poyo que esta?, y el dijo “Fuentes Claras”, y ¿luego? “Caminreal”, y ¿después? “Torrijo”,… Y me acerque a él y le dije, pues de allí soy yo, ahora cuando bajéis al patio, me formas a todos los compañeros y te quedas fuera de la formación.

Había que andarse con ojo, si no buen pelo nos hubiera corrido a él y a mí, si hubieran notado algo, buena estaba la cosa ya, pero para eso estábamos los amigos del pueblo, así que en cuanto podía le llevaba algún chusco o si me enteraba de cualquier cosa, se la hacía llegar.

Oye, pedirán voluntarios para esto o para lo otro, procura que no te cojan que os llevaran a picar, oye, pedirán gente, tu allí el primero, que os llevaran a vendimiar y podrás comer todo lo que quieras, oye, esto, lo otro, toma ropa de abrigo, unas botas, un chusco, unas nueces, almendras… y un cigarro cuando se podía.

La cosa ya se veía que iba a acabar como acabo, pero allí estábamos el uno y el otro  aguantando, hasta el final casi, cuando ya nos despedimos: Oye de madrugada pedirán gente y os harán recoger todo con la excusa de llevaros a otro puesto, tu deja que salgan cuatro o cinco y sales también, con un poco de suerte os cruzaran al otro lado, os van a cambiar por presos de los nuestros, y en nada esto se acaba y vuelves a casa, acuérdate de pasar por Calamocha a ver a mi hermana o si subes a Torrijo a mis padres y mi otra hermana, diles que estamos bien, pero que no nos esperen, que de la familia no falta nadie, y hacemos cuenta de marchar a Francia, mi hermana y yo.

Aquella tarde el tiempo entre recuerdos se me paso volando, no tengas prisa, cuando nos echen de menos ya vendrán a buscarnos, era ya de noche, habíamos dado cuenta de jamón y conserva y la conversación continuo hasta que oímos a mi padre pitar con el coche en la calle. Y una vez más obligados por las circunstancias se despidieron. Yo no tenía prisa alguna, de hecho aún estaría allí escuchando.

Por su parte, el amigo del Poyo, conto como llego hasta allí, como fue hecho prisionero, a paso agigantados uno dejaba de creer en todas y cada una de la películas de guerra que había visto, los sábados por la tarde, tiros, heroísmo, buenos y malos… Teníamos preparada una emboscada a los rojos, y estábamos apostados a dos alturas en una ladera, nosotros abajo listos para asaltar los camiones y los compañeros de arriba preparados para empezar a disparar y cubrimos, … y a lo que nos dimos cuenta, el comboy se nos vino encima, nos habían dicho que eran cuatro gatos y resulto ser medio ejercito republicano, mirases anden mirases, una barbaridad de camiones y soldados, eran muchos más que nosotros, tiramos la vista para arriba y los que nos debían cubrir, cogieron y se joparon, ellos que podían, hicieron bien, pero nosotros, si tirábamos para arriba malo, nos verían y nos matarían, y si tirábamos para abajo peor, así que agarro el que nos mandaba que era de los nuestros y dijo, ¿qué hacemos aquí?, pegamos cuatro tiros y nos llevamos a otros tantos por delante, antes de que nos maten a todos, o salimos con los brazos en alto y que sea lo que dios quiera, si nos dan matarile mala suerte y si no, pues lo que venga, si pudiéramos irnos como los de arriba nos iríamos, pero no podemos. 

Así que nada, sacamos un trapo blanco, de ande pudimos y salimos con las manos en alto y la guerra para nosotros se acabó. Ojala lo hubiésemos hecho el primer día. Tuvimos suerte, y yo mas de dar con tu.

Los Años de la Cazalla. Compañeros de Guerra