viernes, 20 de septiembre de 2013

Yo, a Torrijo. No vuelvo.

Carta.
 
Mi querida tía, como no podrá ser de otra manera, estarás ahora en el cielo conversando con unos y con otros, sentada en algún fresco rincón del cual solo te moverás para buscar otro lugar más cómodo, ya padeciste bastante aquí en la tierra.
 
Querida tía, tan solo escribirle para darle la razón una vez más, quizás sea un poco tarde, pero qué le vamos hacer, ahora que he visto las fotografías, he comprendido, aquella frase que tantas veces le oí decir.
 
Yo a Torrijo no vuelvo, me fui para no volver, allí no se me ha perdido nada, recuerdos a todos, se que todos me quieren,  yo más a ellos, …
 
Quizás le sorprenda que haya tardado tanto, diez o doce años desde que se fue, ¡qué barbaridad, como pasa el tiempo!. No crea, en realidad no es así, lo primero que hice en cuanto se presento la ocasión fue preguntar por las fotos, y hasta por las cartas de Córdoba, ¿recuerda cuando las encontró y pudo enseñarlas a quien siempre dudada de todo cuanto contaba?
 
“Olvídalo, me dijeron, no era ni de fotos, ni de recuerdos, no hay nada, no era de esas, nunca guardó nada”. 
 
Cosas de la familia, la respuesta, cualquiera lo sabía, no era verdad, pero, sigue bastando con que a uno le digan una vez las cosas, para que lo deje estar, paciencia.
 
Así diez años después, estas fiestas de San Roque me lleve una alegría enorme, cuando me dijeron: “Te he traído el álbum que me pediste, hay poca cosa, un par de docenas de fotos”.
 
Recuerdo.
 
Pasan los años, se suceden los recuerdos, se echa de menos y finalmente terminamos por añorar a las personas por algo que hicieron o dijeron, por una mera anécdota en la cual se resume toda una vida.
 
Yo, a Torrijo, no vuelvo, me fui para no volver. Lo repetía de manera categórica año tras año, ya no solo para referirse al pueblo donde nació, el mejor del mundo, de ello nadie en la familia albergó nunca duda alguna, sino también, para sustentar otras muchas de sus historias. Aquello paso, cosas que pasan.
 
Durante más de cincuenta años vendría los veranos a Calamocha, las Fiestas de San Roque eran su pasión, “no hace falta que os lo jure, bien lo sabéis, nunca he visto el Baile San Roque, ni lo veré”, era Tremenda, con mayúsculas, toda la familia allí reunida, hablando de todo en interminables horas, hablando en español, valenciano, catalán y francés, eso era lo que amaba, la familia, la conversación, años y años pasando ella por la puerta de su primera casa cada verano y mirando para otro lado, cara el Cementerio. Jamás volvería a Torrijo.
 
La sola idea de tener que pisar al tierra donde nació, le cambiaba la cara, “callaros, no me hagáis repetir las cosas, ya lo sabéis, a mi allí no se me ha perdido nada”. A la vejez viruelas, su marido murió al poco de jubilarse, pero aun les dio tiempo de venir a Calamocha en su propio coche, un Seat Gordini, coche con más encanto, no hubo ni habrá en la familia jamás, aquel auto, como decían los abuelos, que ya de nuevo parecía viejo, los dejo tirados a la altura de Monreal, y hubieron de entrar a pedir ayuda, arreglarlo y continuar viaje, aquel suceso, así catalogado, pudo haber sido una autentica catástrofe de haberse roto el coche unos kilómetros después a la altura de Torrijo. “Ni que decir tiene que hubiéramos dejado el auto allí, y bajado andando a Calamocha”. Nunca nadie lo pondría en duda
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Contaba y no paraba una tras otra, mil y una calamidades, desde los años de la Incierta Gloria de Joan Sales, hasta nuestros días, recordaba con cariño por su nombre y apellidos a todos y cada uno, a decir de ella, de los cabrones que andaban por España en aquellos años de norte a sur y de este a oeste, también de alguna mala puta, que de todo hay y se encuentra uno en esta vida, a uno y otro lado del frente y más allá en Francia. Gente en cualquier caso, normal. La vida misma. Ayer como hoy, todo sigue poco más o menos igual. De mi nadie podrá hablar mal, pero no te digo que no exista quien lo haya hecho o haya tenido ganas de matarme más de una vez. Empezamos en un sitio, hubo que joderse, terminamos lo que empezamos, jodidos y perdidos, luego como todos cambiamos, y todo siguió igual, como al principio.
 
No había rincón de España, por grande ni pequeño donde no hubiera estado, y por fin dado con buena gente, a la que pedir favores, a la que años, décadas después devolver favores. 
 
Cuando finalmente se dejaba llevar por la emoción termina hablando en valenciano, donando canya tot el mon, ya no había forma de  pararla. La mare que va, el para que torna i la filla, a on es la filla?. Se fue de Torrijo a Valencia.
 
La foto.
 
 
 
Quizás fuesen otros tiempos, no lo sé, sin embargo, hacerse un retrato en aquellos años, barato precisamente no seria, menudo capricho, quitarse de comer por una tontería así,  pasar hambre a cambio de la inmortalidad, ahí es nada, pura vanidad, tal vez inmoral. ¿Pero qué clase de padres eran aquellos?
 
Igual, que los de hoy, según nos dicen, pues andamos a un paso de no tener qué comer, mientras seguimos pagando facturas de todo tipo e innecesarias,… En cualquier caso mil gracias, a quien fuese, seria la abuela, como tantas otras veces, la que pagase, todo por tener un recuerdo de sus nietos, malcriarlos y echarlo todo a perder a base de caprichos. Si bien, viendo la cara de una de ellas, tan de buena persona como de mala leche, de mi bisabuela hablo, no creo yo que soltase las perras sino alguna que otra hostia y en cualquier caso, nunca las suficientes.
 
Ella, era la mayor y tendría unos 6 años, así que sería muy probablemente el año de 1927,  aun hubo más tarde otra hermana tan pequeña que no está en la foto ni se tendría en pie o tal vez ni habría nacido, no lo sé.
 
Aparece ella con la gravedad que da ser la mayor, limpia en comparación con el resto, y el pelo impecable, con el vestido a rayas, retal de vete tú a saber qué, su hermana que no se tendría en pie, sentada, con la cara borrosa, de haberse comido los mocos a falta de cosa mejor, y el hermano, caray con el hermano, los chicos ya se sabe, no son como las chicas, esa saya que lleva parece la llevo antes todo Torrijo, y con más mierda encima que el palo un gallinero. Eso si, bien peinado, faena tendría quien le pasara la liendrera. Los zapatos, no hay duda, serian prestados. Como para gastar en zapatos estaban. No sabían lo que eran.
 
Una vez pudo salir de allí, para qué iba a volver… Hoy, lo comprendo todo.
 
Al Este del Edén (1952)
 
Cuando un niño comprende por primera vez a los adultos,  (es decir cuando se abre paso por primera vez en su grave cabecita la idea de que los adultos no están dotados de una inteligencia divina, de que sus juicios no son siempre acertados, ni su pensamiento infalible, ni sus sentencias justas),  su mundo se desmorona y la desolación se apodera de él. Los dioses han caído y ha desaparecido toda seguridad. Y además no caen un poquito, no, se destrozan y se hacen añicos, o bien se hunden en las profundidades del estiércol. Es una tarea muy fatigosa la de reconstruirlos; ya no vuelven a brillar jamás con su antiguo resplandor. Y el mundo infantil, ya no vuelve a ser jamás un mundo seguro. Es una manera muy dolorosa de crecer.
 
John Steinbeck (1902-1968)
 
El Tío Juanito Steinbeck, no era de Torrijo, a cambio sabía escribir, nadie es perfecto, nació en Salinas, allá en California en los Estados Unidos y no era de Torrijo como digo, pero casi, bien sabia él, que uno es de allí de donde nace, de la gente que vivió en esa tierra antes que él, tanto familia como no, de la tierra en si, y que por muy lejos que se vaya uno, por mucha gente que pase por su vida. … seguirá siendo hijo, y viviendo allí donde nació.  
 
Los Años de la Cazalla. La niñez. Muerte, abandono, hambre.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

La Leyenda del Santo Cristo.

Sábado. 14 de septiembre de 1492 
Dicen que contaba la historia, devenida con el paso del tiempo en leyenda, en cualquier caso, mentira, oral o escrita, escuchada o leída, por unos o por otros mil veces narrada, generación tras generación tan olvidada como recordada.  Cantada en sus inicios, por aquellos juglares que llegaban de la parte de Qa- Al-Ala-Tayud, cantada, escrita y contada, por el primer cronista del que hay constancia en Calamocha, un tal Ibn BLA´Sqo, que dio en afincarse aquí, hasta nuestros días.
De las hoy Cuatro Esquinas a también hoy el Poyo del Cid, que allá por finales del siglo XV en las afueras  de Calamocha, de la que mira hacia el Levante, sucedió algo extraordinario. 
El nacimiento del Rabal o las Fiestas del Santo Cristo, pues aún hoy en día se mantiene la duda de que fue antes, al suceder todo la misma tarde noche, en la que murió el Ala-Rabal.
Apenas un puñado de fuegos, de hogares repartidos por el Barrio Verde, la Poza de los Tres Deseos y la Calle del Tru-Jal-Raba, donde por todo ingenio, oculto, el nombre lo dice, un trujal, allí mismo donde siglos después apareciese la Virgen del Callejón, tan desconocida como milagrosa, y algún que otro pitañar más, pocos, al otro lado, en el Ara-Ñal de Q-At-Alan cara la Era del P-Al-Tre asomando a la amurallada Cerrada de Sancho.
Daban cobijo mayormente a más que pobres, mendigos, tan honrados como humildes ladrones, que vivían como podían, lejos de toda ley y Dios verdadero y que no haciendo nada la mayor parte de las veces, porque nada había que hacer, porque no había tierra ni peonadas, ni nadie de más abajo que les diese faena. Pudiera parecer a los habitantes de al lado, de la llamada Qua- Ala-Mocha, que estaban siempre de fiesta, cantando como lo hacían en las tierras del Sur de la península, allá en los confines de la Al-Bonica en el Ala-Rabal.
El hecho de que de vez en cuando desapareciese algún tocino, les libraba de males mayores, y es que el hambre, no espera y cuando se trata de comer, hay que comer.
Como el perro el rabalero, a ojos de la gente de bien, ni hacían ni dejaban hacer, poco era lo que respetaban, menos aun las fiestas de guardar, que el comer sabido es no espera y hay que procurarlo todos los días…. Aquel tercer mandamiento de Santificaras las Fiestas, lo tenían tan olvidado como el séptimo, del que eran fieles devotos.
Dicho de otro modo no se les veía por misa, arramblaban con lo que podían.
Y en aquellos años se podía perdonar prácticamente cualquier mandamiento, cualquier cosa salvo el hecho de no ir a misa, y aquello, aquel detalle (que te delataba como zancarrón), acababa domingo tras domingo, fiesta tras fiesta, con la paciencia del noble y cristiano pueblo de Calamocha, apiñado en torno a la Morería bajo la generosa sombra del otrora castillo de Musa. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
 
Aquel sábado 14 de septiembre de 1492, festividad del Santo Cristo en la Morería, a los, de lo que luego serían parte  del Barrio Bajo, a los de Calamocha de toda la vida, vino a terminárseles la paciencia y decidieron a la entrada del Coso agostados de palique, subir a pedir explicaciones y enseñar el camino de la iglesia a los haraganes zancarrones, de los pobres barrios de cara Al-Poyo.
Como aquel que dice, a tirar la primera piedra.
De la mano de Pascal Misifud, conocido como Gato, por sus vecinos conversos, caminaron juntos en un principio, se les acabó la paciencia a unos y otros, todos cristianos viejos, judío éste, el Pascal, que en estos de los gremios llevaba la voz cantante y pensó, "ya les toca, vamos para arriba a repartir estopa, si son pobres, ya les prestaremos, ...A por ellos"  
 
La cosa acabo como acabo, los del Ala-Rabal, no lo esperaban, y liose la de las Navas de Tolosa por la cantidad de piedras movidas aprovechando la cantera de la que luego, siglos después, seria llamada la Era de San Roque, en la parte baja del Ala-Rabal donde se libro batalla. Al resguardo de el calor.
Los de la Morería superiores en número, mejor organizados y con Dios de su parte, miraron hacia las tierras del A-Jutar, a sus ojos baldías, llenas de moreras y acogedores ribazos, objetivo encubierto de tan gran dislate, paso obligado del agua que regaba sus tierras, y dijeron “hasta aquí hemos llegado, a partir de ahora, a misa, esto es Calamocha y estos son sus Arrabales.”
 
Un puñado de aquellos del Barrio Verde y La Poza se marchó huyendo hacia el paraíso del sur, pronto de andar se cansaron, días más tarde en Al-Poyo, fue donde se asentaron, y fundaron el pueblo nuevo ya en el llano y de los pocos que quedaron aquella noche, heridos y maltrechos, ninguno se avino a entrar en razón, ninguno quiso doblar el Qan-Ton puerta de la Morería y bajar a misa, ni menos aún abandonar su tierra.
 
Un día es un día y una paliza es un rato, pensaron esos cuatro, que se quedaron, defendiendo lo suyo, el Ingenio del Trujal oculto y la entrada a la Mina.
 Ako El Rab, los Q  ´At Alan, los M´Ala Kos, la familia de  Es-Quelas, un puñado de recién llegados de lejanas montañas, conocidos como Los Serranos primeros cristianos viejos que dieron alli en asentarse, y alguno que otro más,  optaron por resistir, en justicia la siesta les impido huir, así, que allí mismo, decidieron los calamochinos de bien, amparados en Dios,  llevarlos a la hoguera, quemarlos y acabar con el problema. Un poco más allá de la hoy calle Ingenio decidieron pegarles fuego.
“Que se vean las llamas en Mont-Real.Que no huya el Renegado Giusepe Luigi Al Sancho, apresarlo si ha lugar, que venga y deje constancia de todo cuanto vea, qué pinte por fin algo que valga la pena". 
Dadas las pocas ganas de verse de los que allí vivían, no les fue difícil reunir a los de la misa, un buen montón de zarrios, y leña y en lo alto, cual brujas alcahuetas, que de todo pecaban los del Ala-Rabal, atados de pies y manos los cuatro que quedaron sin entrar en razón.
Fueron los críos de la Morería, armados con carracas y matracas, quienes se dieron un festín, los encargados de ir casa por casa arrancando todo lo que ardiese para ponerlo a los pies de la hoguera, jaleados por sus mayores. No hallaron piedad, ni aún las ratas, menos aún los pobres que allí habitaban,  ni entre las madres de los niños hubo compasión. Cohetes, tracas, petardos llegarían siglos después para aquella misma noche recordar todo su jaleo, todo su miedo, hasta que una tragedia tras otra, los silenciase, no hace tanto: “Lo mismo tiro el cohete para arriba, que lo tiro cara la puerta hacia el Cristo, que aquí yo hago lo que me viene en gana”… Aquel fue el último en sonar. Por su parte los zagales, sino de los nuevos tiempos, dejaron de pedir leña por las casas, ya no hay leña, ni aun en las eras,... ¡Ni muñeco que quemar hacen!.
Y hasta hace cuatro días, los zagales del Barrio Bajo corrían a pedradas a los del Peirón, cuando no era al revés, uniéndose otras veces, tomando el camino de Navarrete para tratar de conquistarlo, emulando a sus mayores de siglos atrás. Sin tomar jamás el camino que lleva a los parientes del Poyo del Cid.
 
 Y ya anocheciendo y para que escarmentasen, trabajasen y fuesen a misa, decidió el mas lanzado, el más valiente, el primero en todo salvo en acudir a la iglesia, seguir y no parar, pegarle fuego a la hoguera, tras rezar fuego amenazante en mano, una oración de esas que solo el sabia en pro de la salvación de las almas de los que se negaban a ser calamochinos… La primera salve que allí se dijo.
El que menos preocupaciones tenia, el Tío Preocopio, le decían, marino de fortuna llegado de Italia, contaba ser de familia noble emparentada con los Nerones ni más ni menos,… otro que vivía sin trabajar, pero en este caso, la ley y Dios, de su mismo pueblo, de Roma, le perdonaban, encendió la hoguera por fin.. Meses más tarde se diría pariente de un tal Cristobal Colon, su mismo padre resulto.
Buena fue la que prepararon, aquello ardió en un visto y no visto, y para sorpresa de todos, pasadas las llamas, agotada la leña y los zarrios, los ajusticiados seguían vivos, no ardieron bajo el fuego purificador, señal dijeron los justicieros de la Morería de que eran puros…
¡Milagro!. Ahora sí, era la hora de rezar, para evitar castigos divinos, todos a una. Misa a las nueve, allí mismo y no en la iglesia.
 
Aún salió por ahí un figura que aposto por aprovechar, antes de rezar y comulgar, las brasas para asar alguna costilla, longaniza y chorizo y alguna florecida morcilla con el fin de cenar todos en hermandad, con el fin encubierto de verlos cenar tocino a los que se salvaron de la quema.
 
Entrada la noche, no quedo duda alguna, Calamocha llegaba hasta la hoguera,… “Podéis quedaros, sois de los nuestros, podéis levantar sobre las cenizas un Peirón que diga esto es Calamocha y  vivir a su alrededor y vivir bajo su protección… vivir a la paz de Dios” 
Sin embargo, los ya calamochinos, los rabaleros orgullosos, “un Peirón, cuatro piedras,… tan poca cosa, eso lo hace cualquiera….”
Ellos que en una noche cerrada de invierno, despechados no de amor sino de hambre,  cavaron la Mina que atraviesa de Oeste a Este el Rabal,… para llevar el agua, para cruzar las Murallas del vergel de la Cerrada Sancho y procurarse sustento, no se iban a conformar con vivir junto a algo tan insignificante como un Peirón.
Y así en unos días, fanfarrones ellos,  edificaron la Ermita del Santo Cristo, con las piedras de la batalla.
Escrito queda, como llego el Arrabal a Calamocha como nació su ermita con la puerta orientada al Norte y no hacia el Este, no mira pues la puerta hacia donde sale el sol, si no hacia el pueblo calamochino, en contra de toda lógica cristiana, como muestra, tal vez,  de acogimiento hacia quienes suben de los barrios bajos a sus tierras, y sus fiestas a celebrar cada 14 de septiembre en honor al Santo Cristo, a festejarla ni más ni menos que con una hoguera y un infiel muñeco de paja, ya ausente, en lo alto.
Hay otra fiesta, no menor, pero si más familiar, cada mes de mayo, cuando los descendientes de aquellos que huyendo, quisieron curarse en salud y encontraron cobijo en el Poyo bajan a ver a sus parientes, bajan a la ermita. Son para los Rabaleros, los Curitos del Poyo.
En realidad fue la noche del Santo Cristo la fiesta grande de Calamocha hasta como aquel que dice, cuatro días, hasta que llego la peste a fines del XIX y hubo que pedir ayuda fuera, a Francia ni más ni menos, a Montpellier, donde un tal San Roque, finalmente se las vio y se las deseo, las paso canutas, pero acabo con la enfermedad y de fuera vendrán, que de casa te echaran, el Santo Cristo dejo de ser el patrón de Calamocha para ceder el puesto al bueno del francés, y así hasta nuestros días. Menos mal, que me queda el arrabal, debe el Cristo pensar.