sábado, 11 de agosto de 2012

La BarraCuba.

Aquel año, a última hora, votaron, en esa época se votaba para todo, y votaban todos, y así cambiaron el nombre de la Peña y en la pared recién encalada, allí detrás del Santo Cristo en el callejón que va a dar al Molina, pintaron en letras rojas, Peña La BarraCuba. Los años anteriores, la habían llamado, simplemente La Cuba. En realidad era un juego de palabras, un homenaje, en torno al viejo nombre y al Barrio de La Arrabal, al que dieron la vuelta.


Fue también aquel año, el último de la cuadrilla y peña como tal, aunque parejos en edad, había uno, dos tres años de por medio entre ellos, se hacían mayores y el Barrio donde vivían se les quedaba pequeño. Acabarían cada uno por su lado, veraneantes incluidos, ellos en concreto tan divertidos, con sus ideas e historias de la capital, siempre parecían caminar dos pasos por delante, sabiéndolo todo. Dicho así, tal vez parezca que termino todo como el Rosario de la Aurora, nada más lejos de la realidad. La amistad siguió.



No recuerdo la fecha con certeza, si otras muchas cosas de aquel verano, y como la más significativa que ellos solos se segaron todo el cañizillo entre el Ajutar y el Salto con la hoz, la zoqueta y el carretillo de la carpintería de la Fuente del Bosque, dejaron todos los caños limpios, acabaron con las manos cortadas, tajos por todos los lados, a mata caballo los últimos días para poder construir el salón de baile donde posaron. En aquello años, las peñas debían tener una barra de bar con ponche, un salón de baile con música y un reservado, que siempre estuvo vacio.

Salón, pista de baile, sacado de la nada, de un corral yermo, donde trazaron un circulo, y levantaron paredes y tejado con cuerdas, cañizillo trenzado y cuatro soleras de Lúcia, tablas por llamarlo de alguna manera, cortezas de pino en sí que ejercían de pilares, y que se llevaron la mayor parte del presupuesto, casi no les queda ni para vino a los pobres.


Obra a todas luces faraónica, de una magnitud descomunal, para sus medios y edad, conforme levantaban la pared, esta se secaba, había que regarla, parchearla constantemente, todo la última semana, metros y más metros. que el tejado aguantase les quitaba el sueño, amén de conseguir que alguien les dejase la luz y olvidarse así de conseguir baterías y bombillas de coche, y si le daba por llover, una tronada, una ventolera, sería el fin. El resultado bien puede verse en la foto, salió todo perfecto.

 

Decía no recordar la fecha si bien a juzgar por sus caras, y a pesar de la traicionera sonrisa del vino tinto con Fanta, aún estarían todos en la escuela, de modo que ya hará más de treinta años de aquel catorce de agosto, de aquellas fiestas de San Roque en Calamocha, en el que orgullosos esperaban pacientemente la llegada del Comisión, con las Reinas y Damas en su recorrido por todas las Peñas, con la ilusión de alcanzar el Primer Premio, no era para menos, la verdad, no recuerdo si lo lograron, alguno se acordara, ellos que ya van camino de los cincuenta, que los tienen a tres, cuatro, cinco pasos, sabrán, sería el fin de la década de los setenta. Algunos incluso, ya no están.

A pesar de las muchas historias que encierra la foto, siempre termina por recordarnos una por encima de todas, la música que sonaba de fondo mientras, supongo, el fotógrafo del pueblo, A. Martin, disparaba para dejar constancia de un puñado enorme de recuerdos.

Las canciones de amor italianas, "El Mundo", tal vez en la voz de Umberto Tozzi, "Te amo", "Gloria", la misma Rafaella Carra, la música disco de Boney M y los Bee Gees, . el Gavilán o Paloma de Pablo Abraira, el "Allá en el otro mundo" de Albert Hammond. y alguna que otra del olvidado Camilo Sesto, que conforman la banda sonara de aquellos años. Música que sonaba en aquel radiocasete que habían conseguido un par de años antes sorteando una cámara de fotos, vendiendo los boletos puerta a puerta por todo el pueblo. Nunca apareció el ganador.

Y aqui un montón de Carteles de las Fiestas de José Luis Sancho


 Carteles San Roque José Luis Sancho

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