martes, 17 de enero de 2012

La Abuela Emilia.

Era aquella la España de Galdós, de pobres, beatas y señoritos, de miseria a todas caras, donde la diferencia entre un pobre y un mendigo, era difícil de percibir si acaso había alguna, aquella la España de mediados del XIX donde, lejos de cómo nos cuentan las cosas, si acaso los pobres iban a misa, no era por devoción, pues ni podían pasar de la puerta, puerta donde se quedaban a la espera de limosna, de faena.

Eran los pórticos de las iglesias, con tantas misas, como “comidas” les hubiera gustado hacer, mañana, tarde y noche, un lugar concurrido y allí, un día como otro cualquiera dejaron abandonado, en la inclusa, al pariente más lejano del que haya constancia oral en la familia,…

Allí comienza una parte de la pequeña vida de la familia, en una ermita de Odón, a los pies de la Laguna de Gallocanta, en un rincón entre  Teruel , Zaragoza y Guadalajara, entre Aragón y Castilla de la España decimonónica.

De aquella pobre criatura, llamada a ser uno de mis Tatarabuelos, no logro recordar el nombre, realmente nunca importo, pero si el apellido, Gracia, al fin y al cabo, era el que daban a los niños abandonados, hecho tan corriente como la vida misma en aquellos lejanos años, “han dejado un niño en la ermita, ¿quién lo quiere sacar de la inclusa?”. No se hacían más preguntas, no importaba, para qué, de muy lejos no serian sus padres, o cuando menos su pobre madre.

Siempre entre los pobres, más fácil de encontrar que entre los ricos, había alguien piadoso, con solo hijas, o una madre con leche a quien se le había muerto el hijo dispuesta a criarlo, o alguien que lo veía, egoístamente, como una inversión, una boca más a alimentar, pero también  un peón en casa el día de mañana, quien bien te quiere, te hará llorar.

De todas estas pequeñas historias a penas se hablaba en casa, mis abuelos, solo sentían tristeza cuando echaban la visa atrás, los malos recuerdos han de olvidarse, contaban infinidad de cosas, pero siempre alegres, bonitas… las penurias y calamidades pasadas se las llevaron.

Solo mi Tío Abuelo Víctor las contaba, sin el miedo que tenían mis abuelos a que la historia pudiera repetirse, sentía verdadera pasión por la familia y su origen, por los apellidos, por su vidas, por las personas… de modo que a la menor ocasión, empezaba la historia de la ermita de Odón…

Mi abuela Rosa a escape lo mandaba callar, “no les cuentes esas cosas a los zagales”, “cállate estamos comiendo”, “redios no sabes hablar de otra cosa, siempre estas con lo mismo”, luego fue la Tía Felisa, juez y parte,  la que le mandaba callar, precisamente ella que contaba historias terroríficas, de miseria, abandonos y guerra, finalmente mi madre.  Así que la última vez que oí la historia con cierta tranquilidad fue a principios de los noventa paseando por la playa de Vilanova i La Geltrú, cuando él celebraba sus bodas de oro matrimoniales y caminábamos solos en busca de un kiosco donde comprar el ABC y La Vanguardia a la par que tratábamos de arreglar España.

 “Sabes Jesús, en la familia no solo llevamos el apellido Meléndez, si no también Martinez, y pertenece a nuestra rama castellana, lo trajo a la familia la mujer de mi abuelo, al que dejaron en la ermita, su mujer venia de la parte de Guadalajara y eran familia de los Martinez Campos, o al menos eso se decía, del General que se pronuncio en Sagunto, y trajo la Restauración y la alternancia de partidos en el gobierno. Un golpe bien dado”.

La vida en aquellos años se te iba en un suspiro, se crecía a pasos agigantados, camino de formar una familia, el crio de la ermita, allí en Odón se casaría y de aquel matrimonio nacería La Abuela Emilia, quien también en aquellas tierras se casaría con José Meléndez, entrando así en la familia el apellido más bonito del mundo.



Llegaba ya el siglo XX y ellos, la familia Gracia, La Abuela Emilia y todos los hermanos, seguían estando en la pobreza, y queriendo salir de ella, dejaron las tierras de Gallocanta para bajarse a Calamocha, mientras la otra rama, la de los Meléndez se quedaba en Odón algunos años más, al pueblo grande más cercano, pero aquel primer intento de prosperar no acabo de salir bien, y todos los “Gracia” agarraron el montante, y se marcharon a Torrijo en busca de faena, de una Casa Grande para servir.

Por matar a un perro me llamaron mataperros, en Torrijo pasaron a conocerlos como Los Calamochinos, de donde venían de pasar a penas unos meses, y allí, abandonando la miseria para entrar en la pobreza en el año 1906 nacía el primogénito, el abuelo Casimiro.

Sin tierra el padre trabaja de peón en el campo, cuando desde las casas grandes le daban faena, mientras La Abuela Emilia cosía y cosía sin parar en una vieja máquina de coser, una Frister Rozmann con letras pintadas com pan de oro, y decorada con unas figuras de una cabeza de mujer y cuerpo de animal, ( Rosa) en cuya compra se les fue media vida pero que acabo devolviéndoles con creces lo que costo, no paraba de coser y la fama de modista, de las buenas, llegaba a todos los rincones de la comarca del Jiloca, y cada año, la llamaban de muchos sitios pero el mejor era la Casa Grande de Villalba de los Morales, pedían prestado un carro y un mulo, cargaban la Alfa y allí cosiendo se le iban los meses, de vuelta a casa, entraban las perras y los retales que sobraban y le daban en una casa donde era una más de la familia.

Una docena de años después, eran cuatro los hermanos, todos varones y el padre moría, quien sabe ya de qué, como suele recordar mi Tia Nati, en aquellos años para morirte no se necesitaba nada, menos aun si eras pobre. Poco antes se les había muerto la “hermana”, una prima hija de la Petra, muerta de un día para otro, hermana de la Emilia, “la tontica” que le decían, su nombre tendría, pero ya se perdió, la pobre tenía un lado paralizado, no paraba de sonreir y Casimiro, la llevaba a cotenas de un lado a otro, solo quería estar con él, y en sus brazos cerro los ojos.

A la mañana siguiente de enterrar al padre, la Abuela Emilia no echo de menos al mayor de los hermanos, que el Casimiro no hubiese dormido en casa entraba dentro de lo normal, estaría en el campo con los novillos, cuidando las ovejas de alguno o sacando adelante cualquier faena por cuatro perras. Paso un día, paso otro, y otro, y en Torrijo nadie sabía de él, finalmente su madre comprendió. Cayo en al cuenta.

En aquellos años instalados en la pobreza, sin casa, sin tierra, sin padre, para salir de la miseria que les amenazaba a diario, lo único posible era algo tan inaudito como “saber letra”, estudiar, solo los ricos podían permitirse el lujo de perder el tiempo de semejante manera, pero ello no quería decir que lo hiciesen, no les hacía falta,  así que Casimiro, salió del cementerio de Torrijo y se encamino hacia los Frailes de Monreal, llamo a la puerta, paso y pensó en aprender, en saber letra y números como la única forma de salir adelante…

No era la primera vez que se escapaba y llamaba a la puerta de los Frailes, ya conocían al simpático Calamochino de Torrijo, al pequeño Casimirn, la iglesia tan denostada entonces y ahora, era su única salvación, pero no rezando si no estudiando… en otro lugar no se podía aprender.

No siendo la primera vez, que se escapaba cabe pensar que además de iniciativa propia en casa se veía como una solución, como un sueño el hecho de que alguien aprendiese algo más que las tareas del campo. Había que estudiar, esforzarse para salir adelante, la vida en el campo, la tierra, no llevaba a ninguna parte. Estudiar podía salvarles.

 Los Frailes muy a su pesar lo devolvieron con su madre, La Abuela Emilia se lo llevo de nuevo camino de Torrijo a tirar del carro de la familia, se fue llorando por ser el mayor, por ser responsable por que no había más remedio que salir adelante, habrían de pasar más de cincuenta años, para que Casimiro volviese a pisar una escuela.  Pero volvió.

“Señora Emilia, son cuatro bocas las que tiene en casa, se deje una aquí, deje que uno al menos sepa letra, le vendrá bien para el día de mañana…. Casimiro ha estado aquí dos días y ya va el primero en la sección (fila en la que se ordenaban los alumnos del más listo al más tonto), y sabe cantar, y no es la primera vez que se escapa, quiere aprender”.

“En casa sin él nos moriríamos de hambre, apañaos estaríamos, si el pequeño quiere en unos años, si conseguimos salir adelante, lo traeré, se llama Vitor, con los otros dos del medio, no se pueden echar cuentas, solo piensan en que les dejen un tiro de bueyes para labrar la tierra que no es suya, hacer rastros y salir a rondar, cada uno es como es a pesar de que una los haya parido”.

La Abuela Emilia cumplió su palabra y unos años después llevando en la mano al pequeño Vitor, camino hasta Monreal, llamo a los Frailes y dejo que le enseñasen la letra, se aplico en la tarea y no defraudo a nadie. Se hizo Secretario (De Ayuntamiento) el orgullo de la familia.

La década de los veinte se terminaba, y la faena en Torrijo se acababa, los dos hermanos mayores,  Casimiro y Pedro ya estaban casados y con familia y decidieron, junto con los primos, de la familia Gracia, como hicieran sus padres años atrás, desandar el camino y bajarse a Calamocha, al Barrio Nuevo en la Arrrabal, por ver si cambiaba su suerte. Lo primero que cambio fue el apodo, ahora les decían Los Torrijanos.

Llegaria la guerra, hubo suerte, por decirlo de alguna manera, que para todo es menester, los dos mayores ya no tenian edad para ir al Frente, en realidad si dura un poco más habrian terminado en las trincheras, mientras el pequeño, el Victor, su Quinta, fue la siguiente a la del Biberon,de modo que ya como soldado allá en los Pirineos fue testigo de la Retirada,... "Mira, me dijo el Capitan, mira Victor, en aquel coche va un tal Machado, dicen que es un poeta, que pena da todo, verdá". 

Pedro apenas estaría unos años en Calamocha, siguió los pasos de muchos turolenses, fascinados por la tierra valenciana de Blasco Ibañez, de la tierra de la que tanto se hablaba, de su clima, de sus eternas cosechas
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 Tierra donde encontrar un buen labrador era casi imposible, y nadie, decían,  era capaz de tirar los caballones (surcos) tan rectos como él, daba igual que fuesen bueyes que mulas, se marcho, allí donde decían había faena hasta decir basta, hasta morir.

Hubo un cuarto hermano, el tercero en edad, que jamás salió de Torrijo, si quiera por un momento, por unas horas, por un día se convirtió en un personaje de Baroja, un aventurero y creyendo encontrar el camino de la justicia en esa España maltrecha, hallo la muerte en una de esas rondas de jotas y vino recio que terminara peor que el Rosario de la Aurora, que terminara en una tragedia para todos.

La huida le llevo en un primer momento a casa en busca de su madre, pero no la encontró, después el miedo hizo el resto, dejo de pensar, se veía muerto por unos y por otros, en la cárcel en el mejor de los casos, mal día aquel, se le había acabado la suerte, los pobres no conocen la suerte, terminarían por llamarlo a quintas y llevarlo a pegar tiros al Marruecos español, de donde nadie volvía, menos los señalados…  lo vieron echarse al rio para evitar a  los perros de los civiles que le seguían el rastro, … 
Lo buscaron durante días, lo creían en Valencia esperando un barco en el que marchar a América, y sin embargo, lo hallaron muerto en el mismo sitio del rio donde lo vieron por última vez, no había andado ni un metro, el miedo, el remordimiento, el pensar en lo que creía haber hecho, el vino, le paro el corazón.

Por su parte La Abuela Emilia no se separo del pequeño Vitor devenido en Secretario y casado con la Balbina, nunca me acuerdo de donde la encontró, si en Blancas o en Pozuel, ya sé que no es lo mismo en cualquier caso fue en un pueblo de paso, encima de Monreal, y se fue la abuela  junto a él de pueblo en pueblo, y en cada pueblo viendo nacer un nieto, hasta el final, corrió lo suyo en una vida nómada.

 En una emigración continua que les llevo a vivir unos años en Navarrete ya a finales de los cuarenta, donde nació la Rosa, allí entre la calle del Horno y la casa que hay frente a la iglesia, “abríamos la ventana y veíamos el Sagrario de la iglesia, éramos como los señoritos, teníamos nuestra propia capilla, y un gato, pero no un vulgar gato si no un gato montés enorme, silvestre, que venía por casa cuando le apetecía y pasaba temporadas enteras alli, solo se dejaba tocar por nosotros ”.

La Abuela Emilia apuraba la cercanía de los tres hijos que le quedaban cuanto podía, y así cada dos por tres se subía al autobús de Rosendo, aun hoy sigue haciendo la misma ruta, y llegaba al Barrio Nuevo a la casa de la Rosa y Casimiro,  a pasar el día, a charrar, a coser y a lavar la ropa, “redios, que pueblo mas pobrecico, que no tiene ni aun agua”, decía de Navarrete, con el buen tiempo, y por ahorrar una perra bajaba a lavar a Calamocha tirando de un carretillo lleno de ropa, de un carretillo de esos romanos, de la rueda de hierro en los que se encajaba la cesta de mimbre y que pedía prestado, “es que aquí en Calamocha, hasta parece que el sol sea otro”.

Enviudo el Pedro, se caso en Calamocha en segundas nupcias y se marcho a Valencia, mientras el Vitor dejaba los ayuntamientos de Navarrete y Lechago y día a día se alejaba de Calamocha, de Torrijo, de Odon… camino de Cataluña, con un botijo como equipaje.

En Calamocha se quedaba el Casimiro y el resto de la familia Gracia, los sobrinos de La Abuela Emilia. Había entrado a trabajar a temporadas en la Fabrica de Mantas, descargaba trenes enteros, repartía por las tiendas, había comprado el solar para levantar una casa y también su primer trozo de tierra, por fin la familia empezaba a tener algo en propiedad, y tenía un hermano que era Secretario, todo un orgullo para él.

Finalmente una mañana de primavera en aquellos años lejos de todo, la Rosa, una de sus nietas, le toco a la puerta para despertarla, la abuela contesto, era domingo, y dijo aquello de “me mudo” y salgo, al ver que tardaba a salir, fueron de nuevo a llamarla, y allí, vestida de domingo, la encontraron muerta, era el diez de mayo de 1958. Y allí en Mirambel, la enterraron, como si no hubiera querido lo inevitable, dejar Teruel.

Unos diez años después moría su hijo Pedro en Valencia, casi veinte años después lo hacía Casimiro, el mayor, concretamente el mismo día que su madre, un diez de mayo, día en el que además, las “Rosas” de la familia cumplían años.

Apenas unos años antes, Casimiro el Torrijano aquí y allá el Calamochino, el campechano, el amigo de todos, el cantador de jotas, el de la copa de cazalla y el cigarro en la boca, labrador, segador, trillador… el que acababa con la santa paciencia de mi abuela, cuando llega a casa con el carro vacio, por que todo lo daba. Acabo lo que había  empezado cincuenta años antes, cuando del cementerio se fue a los Fralies.

Se saco el graduado escolar en las clases nocturnas de las escuelas viejas, fue el primero en apuntarse en cuanto llego la ocasión, también el más viejo, aprendió a leer y escribir, no era de los que se dormía, no paraba quieto, lo mismo trabajando que de fiesta, todo un ejemplo: “Pero dónde vas Casimiro”, le decían. “Voy hacer lo que no puede, voy acabar lo que empecé voy a estudiar, yo no quiero llegar al cielo y ponerme a segar por no saber hacer otra cosa”.  Mi padre lo acompaño en su aventura final y ambos lograron el graduado. Asi que al final de sus días, mi abuelo podía leer el periódico y las revistas que en aquellos años, se pasaban de una casa a otra… lo recuerdo leyendo en el Hola, un reportaje de la vida de Franco a su muerte, los pies de las fotos,… “Este hombre se ha hecho muchísimo viejo, yo jamás le alcanzare”

Cosas de familia, recuerdo un verano al Víctor enfrascado entre carpetas y folios, en un desbarajuste mayúsculo, allí a la fresca del cuarto de casa, esperando que bajase el calor para poder salir a jugar, nosotros aprendiendo a escribir a máquina, y el como un quinceañero poco aplicado al que han cateado en junio repasando sofocadamente los exámenes de septiembre. “¿Qué hace Tío?”.

“Estudiar como vosotros, ahora cuando vuelva a Barcelona, tengo que examinarme, y no quisiera suspender, seria la primera vez, hay que estudiar, voy a presentarme a las pruebas de acceso a la Universidad para mayores de 25 años”

La lógica nos llevo a corregirle, a preguntarle “¿será para mayores de 65, y qué va estudiar luego?”

“De 25, de 25… esperemos que se apiaden de mi, todos los hijos han pasado por la universidad, ahora le toca al padre, luego os toca a vosotros…. Todavía no he pensado que voy a estudiar, me gustaría hacer tantas cosas,… Hay que estudiar de todo, hay que leer todo, preguntar, charrar… no parar de aprender”

Finalmente el Víctor, el Secretario, moriría hará unos diez años.

17 de enero de 2012

De Los Años de la Cazalla. ( Preámbulo )

PD Gracias a los nuevos seguidores.


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